Cuando nos llamamos cristianos de verdad no podemos ir por la vida con remiendos ni parches aunque nos cueste
Colosenses
1, 15-20; Sal 99; Lucas 5, 33-39
Uno que es mayor no entiende mucho de las modas de hoy
cuando ve a los jóvenes que por moda o snobismo utilizan esos pantalones rotos
adrede, que incluso ya se compran así en la tienda o llena de remiendos. Como
digo, ya uno va siendo mayor, y recuerda en su niñez aquellos años difíciles en
que con los retazos de los pantalones del padre o del hermano mayor se hacían
los pantalones del hijo mejor, o cuando no quedaba más remedio ver a nuestras
madres poniendo remiendos en el pantalón o la camisa en la que habíamos hecho
un siete, un roto; sentíamos un cierto pudor el ponernos una ropa así pero no
nos quedaba más remedio que utilizar el remiendo, y valga el juego de palabras.
¿Esas nuevas modas podrían ser un síntoma de ese nuevo sentido de vivir del hoy
de nuestro mundo?
Pero yo diría que lo malo no son los remiendos que
podamos hacernos por necesidad o por capricho en la ropa que llevemos puesta,
sino que la vida misma esté llena de remiendos. Y creo que todos nos
entendemos. Es cierto que no somos buenos, o al menos dejamos meterse muchas
cosas que no son tan buenas en nuestra vida. La persona que quiere crecer en lo
humano y en lo espiritual trata de corregir, de arrancarse de esas malas
costumbres o de esas cosas malas que se nos van apegando en la vida. No podemos
andar con remiendos, con parches sino que hemos de hacer una transformación
radical de nuestra vida.
Y es cierto también que nos cuesta, aunque también es
cierto que tenemos el peligro de no poner todo nuestro empeño y esfuerzo en
transformar nuestra vida; nos consentimos esto por aquí, aquello otro por allá;
decimos que son cosas menores que no tienen importancia, pero bien sabemos que así
no avanzaremos de verdad en ese crecimiento de nuestra vida; bien sabemos que
las malas hierbas hay que arrancarlas de raíz, porque si dejemos la más mínima raíz
aquello volverá a brotar en nosotros.
De eso quiere hablarnos Jesús hoy, es la imagen que nos
propone. Recordemos que en su anuncio en la sinagoga de Nazaret con aquel texto
de Isaías hablaba de una amnistía, de un año de gracia del Señor. Era un
anuncio de una vida nueva, de una renovación total; por eso nos decía que venía
a traernos la liberación, y que todo lo malo había de ser transformado. Nos
habla Jesús de un mundo nuevo y de una vida nueva. Quien ha sido liberado ya no
querrá llevar jamás cadenas de nuevo. No querrá caer de nuevo en la esclavitud.
Por eso no nos valen los remiendos, sino que todo ha de ser transformado para
vivir una vida nueva. Es la necesaria radicalidad en el seguimiento de Jesús.
Pero cuánto nos cuesta.
Es la novedad del evangelio que nos hace hombres
nuevos. Y eso tenemos que traducirlo en el día a día de nuestra vida, en las
cosas que hacemos y que vivimos. Eso tenemos que traducirlo en ese nuevo
sentido de vivir, de encontrarme con los demás, de nuestra relación con Dios,
de nuestro sentido de comunión, de nuestro vivir en Iglesia. Cuántas cosas
tenemos que transformar en nosotros mismos, para que luego logremos esa
transformación de nuestro mundo. Pero esto hemos de vivirlo de una forma
radical. Mucho podríamos decir también de esa Iglesia nueva que hemos de vivir
que manifieste verdaderamente el rostro misericordioso de Cristo.
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