Plantemos con profundidad la Palabra del Señor en nosotros nos hará vivir con intensidad cada momento y el amor a los demás
Deut. 4, 1-2. 6-8; Sal. 14; Sant. 1, 17-18. 21b 22. 27; Mc. 7,
1-8a. 14-15. 21-23
Algunas veces tenemos la tentación de ocultarnos tras
el cumplimiento formal de las leyes, normas o reglamentos, de las costumbres y
tradiciones o de lo que todo el mundo hace para disimular o disculpar el vacío
interior que podamos tener o la superficialidad con que vivimos la vida. No
buscamos lo importante, sino que con el cumplimiento formal de las cosas ya
pensamos que lo tenemos todo hecho. Tenemos quizá miedo a ese profundizar en el
sentido de lo que hacemos porque así pensamos que podemos rehuir un compromiso
mayor en nuestra vida.
Así convertimos en rutinas muchas cosas a las que quizá
tendríamos que darle gran valor buscando su sentido verdadero y así hacemos por
otra parte que nuestra vida real de cada día vaya por unos caminos bastante
lejanos del compromiso de nuestra fe. Es lo que hace todo el mundo, quizá nos
decimos para disculparnos, pero eso ya está señalando esa superficialidad con
la que vivimos. ¿Lo hace todo el mundo pero es lo verdaderamente importante?
¿Lo hace todo el mundo simplemente como una rutina sin fijarnos bien cuál es la
voluntad del Señor?
Eso nos puede suceder en nuestra vida religiosa y
cristiana - y hemos de reconocer que se da con demasiada frecuencia - pero eso
se puede dar en la realización de lo que es nuestra vida de cada día, nuestra
vida familiar, el sentido del trabajo que realizamos, el desarrollo de nuestra
profesión, la convivencia con los demás, y así en muchos aspectos.
Tenemos el peligro y es fácil dejarse llevar por la
tentación del mínimo esfuerzo y entonces en la vida nos vamos contentando
siempre con los mínimos. Es la mejor manera para no avanzar, para no crecer,
para no trazarnos metas altas, para no esforzarnos por superarnos, para caer
por la pendiente de la rutina, para dejarnos engullir por la superficialidad en
la vida. El camino de la vida tiene sus exigencias si queremos vivirlo en
plenitud; porque vivirlo en plenitud no es dejarnos arrastrar por lo que vaya
saliendo en cada momento, ni simplemente estar buscando la manera de pasarlo
bien.
Cuando digo pasarlo bien no significa que no tengamos que
desear ser felices, lo que hemos de saber encontrar el camino auténtico que nos
lleve a una verdadera felicidad, una felicidad en lo más hondo de nosotros
mismos. Cuando vamos caminando así por la vida quizá nos moleste que a nuestro
lado haya personas que se esfuercen, que traten de superarse cada día más, que
quieran darle profundidad a su vida; son un espejo en el que no nos gusta
mirarnos y entonces comenzamos a fijarnos en cosas insustanciales, o estamos al
acecho.
Es lo que nos está denunciando el evangelio de este
domingo con el relato que nos hace de las quejas o de las preguntas
insustanciales que le hacen a Jesús. Los fariseos muy leguleyos y cumplidores
de las cosas mínimas están al acecho de lo que hacen los que siguen a Jesús,
sus discípulos. Y allá vienen con la queja de si los discípulos no se lavaban
las manos cuando llegaban de la plaza
antes de comer, esto es, según ellos comían con manos impuras, porque habían
podido tocar algo que se considerase impuro y ya eso hacía impura la persona. Y
comiendo con manos impuras, estaban metiendo esa impureza en su corazón. Lo que
podía ser una buena norma de higiene para evitar cualquier contagio de
enfermedad, lo convertían en una ley religiosa y su incumplimiento en un motivo
de pecado.
Es cuando surge, entonces, la queja de Jesús. Es Jesús
el que se queja de ellos por la superficialidad de sus vidas. Y lo que hace
Jesús es recordarles las palabras del profeta. ‘Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito:
Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto
que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos’.
Se aferraban a sus tradiciones y no eran capaces de ver lo que era lo
fundamental. ‘Dejáis a un lado el
mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres’.
Por eso Jesús les hace mirar al interior de su corazón.
¿Qué es lo que realmente tenemos en el corazón? Si hay cosas buenas en nuestro
interior, seguro que lo que obraremos será siempre lo bueno, pero si tenemos el
corazón lleno de malos sentimientos con esos sentimientos trataremos a los
demás. Es lo que tenemos que analizar, ver cómo anda nuestro corazón y arrancar
de él toda malicia y toda maldad.
Por eso les dice claramente: ‘Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al
hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de
dentro del corazón del hombre salen los malos propósitos, las fornicaciones,
robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno,
envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y
hacen al hombre impuro’.
El hombre, la persona que quiere darle profundidad a su
vida se examina, revisa sus actitudes, mira cuales son sus sentimientos, trata
de purificar de verdad su corazón. Y el espejo en el que tenemos que mirarnos
es la ley del Señor, la Palabra de Dios. Es la que nos va a dar los verdaderos
criterios, el verdadero sentido, la autentica senda de nuestro caminar. Como
nos decía hay el apóstol Santiago:
‘Aceptad dócilmente la Palabra que ha sido plantada y es capaz de salvaros.
Llevadla a la práctica y no os limitéis a escucharla, engañándoos a vosotros
mismos’. Y a continuación el apóstol nos señala el camino del amor por
donde hemos de caminar, que es lo que nos enseña esa Palabra de Dios que hemos
de plantar en nuestro corazón. Es el camino que nos trae la salvación.
Entonces obraremos rectamente, seremos verdaderamente
humanos en nuestras relaciones con los demás, estaremos buscando siempre el
bien y la verdad, le daremos verdadera profundidad a nuestra vida. No haremos
las cosas por mero cumplimiento sino que aprendemos a darle toda la intensidad
del amor a lo que vamos haciendo; se alejarán de nosotros las rutinas y
superficialidades y seremos capaces de mostrar toda la dignidad y grandeza de
nuestro corazón.
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