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sábado, 23 de mayo de 2009

Misioneros del Evangelio para los que están a nuestro lado

Hechos, 18, 9, 18
Sal. 46
Jn. 16, 20-23

¿La misión de anunciar el evangelio, de hablar del nombre de Jesús es exclusivamente de los apóstoles? Puede ser una buena pregunta que nos hagamos para que lleguemos a comprender que esa misión de trasmitir el nombre de Jesús a los demás nos corresponde a todos los que tenemos fe en El.
Y es bueno que reflexionemos sobre ello porque algunas veces en una comunidad pensamos que el único que tiene que predicar el evangelio de Jesús es el sacerdote y a lo más algunas personas lo que hacen es ayudarle en su tarea, por ejemplo, de catequistas.
Sobre todo a partir del concilio Vaticano II los laicos han asumido la responsabilidad del anuncio del evangelio, del apostolado como algo propio en su ser de cristiano y creyente en Jesús. No es que eso no se pensara antes, pero si, hemos de reconocer, que el concilio fue algo que impulsó fuertemente aún siendo una tarea que en diversas obras de apostolado ya muchos cristianos hacían. Pero es todo cristiano, desde su condición de bautizado y ungido, el que tiene esa responsabilidad del anuncio del Evangelio en medio de la Iglesia y ante el mundo.
La Palabra proclamada hoy nos ayuda a comprenderlo, sobre todo el texto de los Hechos de los Apóstoles. Aunque comienza hablándonos del inicio del tercer viaje apostólico de Pablo, sin embargo de quien nos va a hablar a continuación es de Apolo, Priscila y Aquila. Ya anteriormente en los Hechos de los Apóstoles habían aparecido estos personajes, Priscila y Aquila como judíos y cristianos que habían tenido que exiliarse de Roma por un decreto del emperador en contra de los judíos. Hoy les vemos haciendo una hermosa tarea apostólica.
Apolo, era un ‘judío de Alejandría, hombre elocuente y versado en la Escritura’. Conocía los caminos de Señor pero su conocimiento no era completo, pues sólo conocía el Bautismo de Juan, luego en referencia a Jesús, aunque 'exponía la vida de Jesús con toda exactitud’, había algo que faltaba. Y es cuando aparece aquel matrimonio, ‘Priscila y Aquila, que lo tomaron por su cuenta y le explicaron con más detalle el camino del Señor’. Posteriormente Apolo marchará a Acaya, lo veremos en Corinto, donde ‘con la ayuda de la gracia de Dios contribuyó mucho al provecho de los creyentes… demostrando con la Escritura que Jesús es el Mesías’.
Aquí está lo que queremos destacar. La tarea que aquel matrimonio realizó de hacer un anuncio explicito, una formación más completa, del nombre de Jesús a Apolo. Por una parte resaltar el dejarnos enseñar, tener deseos de una mayor formación y profundización en todo lo referente al misterio de Cristo y en consecuencia a nuestra vida cristiana. Y por otra parte lo hermoso que podemos hacer si el conocimiento y vivencia que tenemos de Jesús lo compartimos con los demás, nos hacemos misioneros y apóstoles de los demás.
Siempre hay a nuestro lado a quien podemos enseñar el nombre de Jesús, a quien podamos reconducir por los caminos de la fe, a quien podemos animar para que venga a un mayor y mejor conocimiento de Cristo. Es esa tarea de apostolado que podemos hacer con el que está a nuestro lado, sea un familiar, un amigo, un vecino, un compañero de trabajo, al que podemos ofrecer el testimonio de nuestra vida pero también nuestra palabra para hacer ese anuncio explícito del nombre de Jesús y su salvación.
Esa misión evangelizadora el Señor nos la confía a todos. Seamos misioneros del evangelio allí donde estemos.

viernes, 22 de mayo de 2009

La fuerza del Apóstol en la presencia del Espíritu del Señor

Hechos, 18, 9-18
Sal. 46
Jn. 16, 20-23

¡Dónde encuentra su fuerza el apóstol para anunciar con constancia y sin cansancio la Palabra de Dios una y otra vez a pesar de las dificultades, los contratiempos, y hasta la oposición que pueda encontrar? Si nos fijamos el recorrido apostólico del apóstol Pablo a quien hemos seguido en las últimas semanas en la lectura de los Hechos de los Apóstoles vemos que su tarea no fue fácil, no sólo por las distancias que tuvo que recorrer de un lado para otro, sino también por la oposición que en muchos lugares se encontraba, y hasta las persecuciones, cárceles y vituperios de todo tipo que tuvo que sufrir.
Hoy lo contemplamos en Corinto, a donde había llegado procedente de Atenas y donde estaría largo tiempo. Y como nos dice el texto sagrado ‘estando Pablo en Corinto, durante la noche le dijo el Señor en una visión: No temas, sigue hablando y no te calles, que yo estoy contigo y nadie se atreverá a hacerte daño; muchos de esta ciudad son pueblo mío’.
Ahí está su fuerza, en el Señor. Ya nos prometió que estaría con nosotros hasta la consumación de los siglos. Pero además como hemos venido escuchando el promete que nos enviará al Espíritu Santo, el Espíritu de la verdad que nos lo enseñará todo, el Espíritu que pondrá palabras en nuestros labios y fuerza en nuestro corazón para ser testigos, para dar testimonio de nuestra fe.
Lo que siente el Apóstol y le impulsa al anuncio del evangelio es lo que hemos de sentir cada uno de nosotros en esa lucha de superación de cada día, en ese testimonio de nuestra fe que hemos de dar en todo momento, en ese trabajo que hacemos por los demás, en ese cumplimiento fiel de nuestras responsabilidades vividas además desde la óptica de la y desde el compromiso que tenemos con Jesús. Ahí, en nuestra vida y con nuestra vida, hemos de dar nuestro testimonio, hemos de manifestarnos siempre como testigos.
Nos costará, tendremos dificultades y hasta encontraremos oposición cuando no incluso que nos puedan vituperar a causa de nuestra fe. Pero sabemos quien está con nosotros y estando la fuerza del Espíritu de Jesús en nuestro corazón, ¿quién podrá contra nosotros? Y aún en esos momentos hemos de manifestar la alegría de nuestra fe, la alegría de ser unos seguidores de Jesús y que incluso podamos padecer por su nombre. Los apóstoles salían contentos de la presencia del Sanedrín a pesar de los castigos que sufrían o de las prohibiciones que trataban de imponerles.
De esa alegría nos habla Jesús en el Evangelio. Sabemos las circunstancias en que fueron pronunciadas estas palabras. Era la última cena y se avecinaba toda la pasión del Señor, y los discípulos vislumbraban que algo iba a pasar. Jesús les habla de su marcha junto al Padre, lo cual aumentaba la tristeza de la separación. Pero Jesús les invita a la alegría que nace de la fe y de la esperanza. Porque cuando esperamos algo bueno no nos importa pasar lo que sea con tal de llegar a esa alegría y plenitud final.
‘Vosotros estaréis tristes pero vuestra tristeza se convertirá en alegría… volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará vuestra alegría…’ Jesús viene a estar con nosotros. Los discípulos lo experimentaron después de la resurrección, de manera que incluso ya no era necesario ni preguntarle quien era porque ellos sabían muy bien que era El, como se nos dice cuando ser manifiesta junto al lago de Galilea. Nosotros por la fe lo podemos sentir siempre en nuestra corazón y nuestra vida y El nunca nos fallará.
Vivamos esa alegría de la fe. Recordamos que los mártires incluso cuando eran conducidos al martirio, a las fieras o a las tormentos iban cantando la gloria de Dios. Que así cantemos nosotros esa gloria del Señor con nuestra vida en todo momento cualquiera que sea nuestra situación

jueves, 21 de mayo de 2009

El ardor de Pablo para anunciar la alegría del evangelio

Hechos, 18, 1-8
Sal. 97
Jn. 16, 16-20

‘Muchos corintios, al oír la palabra de Pablo, creyeron y recibieron el Bautismo’. Pablo había partido de Atenas y llegó a la ciudad de Corinto, una ciudad importante y donde poco a poco lograría una comunidad intensa y floreciente. La prueba lo tenemos en las cartas que nos han quedado en el Nuevo Testamento de san Pablo a la comunidad de Corinto.
Creo que, en este año de san Pablo que convocó el Papa para celebrar al año dos mil de su nacimiento, es bueno que nos fijemos en el ardor y celo del apóstol por anunciar el Evangelio de Jesús. Hemos ido siguiendo en los últimos, días al hilo de los Hechos de los Apóstoles que estamos leyendo en este tiempo de Pascua, los viajes del Apóstol, su ir de un lado a otro anunciando el evangelio a pesar de los contratiempos y hasta persecuciones que tuvo que soportar.
Creo que para nosotros, cristianos del siglo XXI, puede y tiene que ser para nosotros un buen estímulo en la tarea evangelizadora que hemos de realizar. En nuestro tiempo no nos es fácil y también nos encontramos un mundo bien alejado del evangelio, aunque mayoritariamente en nuestra sociedad occidental la mayoría estén bautizados. Unos viven unas religiosidades muy elementales y muchos viven un mundo sin Dios, materializado y sensual. Nuevos dioses que sustituyen al verdadero Dios en el corazón del hombre. Y es ahí donde tenemos que anunciar el evangelio, donde tenemos que anunciar la salvación que nos ofrece Jesús que es el que verdaderamente engrandece al hombre.
Esto nos exige a nosotros primero que nada dejarnos impregnar por el evangelio, poner a Jesús en el centro de nuestro corazón y nuestra vida. Y esto es algo que nos falta a muchos cristianos, descubrir que de verdad Jesús es el centro de nuestra vida, dejarnos cautivar por Jesús. Como lo hizo Pablo desde que se encontró con Jesús en el camino de Damasco. Para él ya desde entonces no había nada ni nadie que pudiera cautivar su vida. No conoció a Jesús ni le escuchó directamente cuando Jesús predicó el evangelio por los caminos de Galilea y Palestina, pero supo poner a Jesús en el centro de su corazón; se dejó conducir por el Espíritu de Jesús que era el que le hablaba en su corazón y le hizo descubrir todo el misterio de Jesús.
Dejémonos conducir nosotros por el Espíritu Santo, que, como hemos escuchado repetidamente estos días, es el que nos conducirá a la verdad plena, el que nos ayudará a conocer todo el misterio de Jesús, y que es el que pondrá ese ardor y celo en nuestro corazón convertirnos en verdad testigos del evangelio en medio de nuestro mundo.
Hoy Jesús en el evangelio les decía a los discípulos. ‘Dentro de un poco ya no me verán. Pero en un poco de tiempo más me volverán a ver’. Palabras que les resultaban incomprensibles para los discípulos por lo que se preguntan que significaban. ‘¿Qué querrá decir esto de que dentro de un poco de tiempo ya no me verán, y un poco de tiempo más me volverán a ver?’ Pero Jesús le habla de que esa tristeza que tienen se convertirá en alegría.
Es la alegría que por la fuerza del Espíritu podemos vivir porque nos hace sentir a Cristo en nuestro corazón. Es la alegría de nuestra fe. Es la alegría de poner a Cristo en el centro de nuestra vida. Es la alegría del anuncio del evangelio. No perdamos esa alegría que Cristo está con nosotros.

La oración de fe salvará al enfermo

Sacramento de la Unción de los enfermos
Santiago, 5, 11-16;
Sal. 89;
Mt. 15, 29-31

‘Acudió mucha gente llevando tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y muchos otros; los echaban a sus pies y El los curaba…’ Así hemos escuchado este texto como hubiéramos podido escuchar muchos más. Es una escena que se repite en el evangelio.
Cuando Juan le mandó a preguntar si era El quien había de venir, la respuesta de Jesús a los discípulos del Bautista fue: ‘Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia…’
Y Jesús envía a los discípulos a anunciar la Buena Noticia de salvación y a curar a los enfermos. ‘Id al mundo entero y proclamad el evangelio a toda la creación… impondrán las manos a los enfermos y quedarán curados…’
Hoy estamos nosotros dando respuesta a ese mandato de Jesús. Anunciamos y celebramos la Buena Noticia de la salvación. El Evangelio se está haciendo presente hoy entre nosotros. Llega la salvación; celebramos que el Señor nos salva y nos sana. Cristo está en medio de nosotros igual que en aquel momento en que le llevaban los tullidos, los ciegos, los lisiados, los sordomudos… y toda clase de enfermos.
Y Jesús pasa en medio de nosotros y nos toca con su mano salvadora y llena de gracia y nos sana. No es un recuerdo de lo que entonces Jesús hacía, sino algo presente que se realiza ahora mismo en nuestras vidas. Es sacramento. Es el hoy de la salvación de Jesús.
¿Significa que se nos van a acabar los achaques, las enfermedades, la debilidad de nuestros muchos años? Tengamos fe y será lo que el Señor quiera depararnos. Tengamos fe y veremos al Señor que sana nuestra vida.
¿Qué será peor, el dolor de unas piernas a las que les cuesta ya caminar o la impaciencia y desazón que se produce en nuestro interior al vernos tan debilitados? ¿Qué será peor, el que estemos torpes quizá para entender o incluso para llevarnos la comida a la boca, o el egoísmo que nos encierra y que nos hace desconfiados y agresivos hacia los que están a nuestro lado? ¿Qué será peor, que a nuestros ojos les cueste ver con claridad o que nos volvamos huraños, nos encerremos en nuestras soledades o nos aislemos de los demás?
El Señor viene a sanarnos y a salvarnos, a ayudarnos a salir de ese circulo en que nos encerramos, a hacernos más generosos de corazón, a quitar esas actitudes impacientes y violentas que muchas veces se nos meten en la vida, a arrancarnos de ese pecado que nos ha alejado de Dios, a hacer desaparecer esos miedos ante la incertidumbre de lo que va a ser nuestra vida, o ante la muerte que pueda avecinársenos.
Pidamos al Señor que nos sane en lo más hondo de nosotros mismos, que purifique nuestro corazón de todo pecado, que lo llene de su gracia.
Estamos ahora realizando lo mismo que nos decía Santiago en su carta. ‘¿Está enfermo alguno de vosotros?’ Aquí estamos con nuestras debilidades, nuestros achaques, nuestras limitaciones, nuestras discapacidades, nuestros sufrimientos.
‘Llame a los presbíteros de la Iglesia y que oren sobre él…’ Aquí estamos reunidos en Iglesia y en Iglesia en oración con los presbíteros que en nombre del Señor presiden esta comunidad y esta celebración. Y oramos y pedimos al Señor que se haga presente entre nosotros. Y vamos a ser ungidos en nombre del Señor con el Santo Óleo.
‘Y la oración de fe salvará al enfermo…’ Vamos a sentir esa salvación de Dios en nuestra vida y nos vamos a sentir renovados y rejuvenecidos en el espíritu. Porque vamos a sentir que nuestra vida es otra donde habrá más ilusión y más ganas de vivir, más esperanza, más amor y más paz en nuestro corazón y en nuestra convivencia con los demás, después que hayamos sentido que el Señor ha puesto su mano salvadora sobre nosotros, ha vuelto su mirada sobre nosotros y nos ha llenado de su paz.
Que lo sintamos. Que lo vivamos. Que lo celebremos. Que el Señor está hoy aquí en medio de nosotros.

miércoles, 20 de mayo de 2009

El Espíritu de la verdad que nos haga conocer a Dios

Hechos, 17, 15. 22-18, 1
Sal. 148
Jn. 16, 12-15

Continuamos siguiendo el segundo viaje apostólico de san Pablo. Ahora llega Pablo a Atenas, ciudad de la cultura y de las artes, ciudad de los pensadores y de los filósofos; bella ciudad llena de monumentos rebosantes de arte. Una ciudad griega, en consecuencia gentil para un judío, y llena de templos a todos los dioses, pues no olvidemos que son politeístas teniendo infinidad de dioses de todo tipo.
Pasea Pablo por el Areópago, que era como el centro de la ciudad donde todos confluían, pues allí estaban los filósofos enseñando sus doctrinas a todo el que quisiera oírles; en su entorno estaban los diferentes templos a todos los dioses, y era algo así como el mercado adonde todos acudían y donde todo se compraba y se vendía.
Se encuentra Pablo con un altar dedicado al ‘dios desconocido’ y eso le da pie para su discurso en medio de aquel variopinto mercado de oyentes y paseantes. Aprovecha Pablo la ocasión para hacer el anuncio del Evangelio. ‘Pues eso que veneráis sin conocerlo, os lo anuncio yo: el Dios que hizo el mundo y lo que contiene. El es el Señor del cielo y tierra…’ Parte del Dios creador, infinito y todopoderoso, que todo lo ha creado y todo lo llena con su inmensidad, que no necesita de ‘templos contraídos por hombres’. El Dios que no necesita ser representado ‘en imágenes de oro o de plata o de piedra, esculpidas por la destreza y la fantasía de un hombre’.
Es el Dios que tenemos que buscar ‘a ver si, al menos a tientas, lo encontráis…’ pero que es el Dios que podemos encontrar no solo en toda la obra de la creación – ‘los cielos y la tierra están llenos de tu gloria’, que dijimos en el salmo – sino también en nosotros mismos allá en lo hondo del corazón porque El quiere habitar en nosotros, ‘pues en El vivimos, nos movemos y existimos…’
Llega Pablo a anunciarles la conversión para aceptar a aquel que es el rostro amoroso de Dios y que ha venido a traernos la salvación y que por nosotros murió y resucitó. ‘Ha dado prueba de esto resucitándolo de entre los muertos’.
Claro que cuando oyen hablar de resurrección aquellos filósofos escépticos poco menos que se ríen de él – había muchas corrientes contradictorias en la filosofía de aquel entonces como ahora – y le dicen ‘De esto te oiremos hablar en otra ocasión’. Solamente un pequeño grupo aceptó la palabra de Pablo y se le adhirieron. ‘Algunos se le juntaron y creyeron, entre ellos Dionisio el areopagita, una mujer llamada Damaris y algunos más’. A continuación nos dice el autor de los Hechos de los Apóstoles: ‘Después de esto, dejó Atenas y se fue a Corinto’. No se vuelve a oír hablar de Atenas en el nuevo Testamento.
Un altar al dios desconocido se encontró san Pablo en Atenas. ¿Será para nosotros también Dios un dios desconocido? Aunque nos llamemos creyentes y cristianos hemos de reconocer que algunas veces en nuestra fe actuamos como si se tratara igualmente de un Dios desconocido. Nos quedamos como atascados ante el misterio de Dios, y no vamos más allá para conocerle y para sentirle en nosotros y en nuestra vida.
Sin embargo, nosotros tenemos a Jesús que viene a revelarnos el Misterio de Dios. ‘Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se le quiere revelar…’ Y Cristo ha venido para eso, para mostrarnos el rostro de Dios que es rostro de amor porque Dios es Amor. Nos cuesta a veces llegar a penetrar en esa inmensidad de Dios o de sentirlo en nuestro corazón. Pero Jesús que nos habla de Dios y nos revela al Padre nos da su Espíritu para que nos conduzca hasta la verdad plena de Dios. Lo estamos escuchando en el evangelio en estos días, el Paráclito, el Defensor, el Espíritu de la Verdad que enviará desde el Padre. ‘Ahora, cuando venga El, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la verdad plena’, le hemos escuchado hoy decir a Jesús.
Que nos envíe su Espíritu, sí, que nos conduzca a la verdad plena porque nos llene de Dios, nos inunde con la vida de Dios que nos hace hijos y que nos permite llamar a Dios Padre; que venga el Espíritu de la Verdad, que gima en nuestro interior para que nos enseñe a orar de verdad; que nos inunde el Espíritu de la Verdad, porque sólo ‘con el Espíritu podemos decir Jesús es Señor’.
Es nuestra súplica y nuestra oración.

martes, 19 de mayo de 2009

Celebraron una fiesta de familia por haber creído en Dios

Hechos, 16, 22-34
Sal.137
Jn. 16, 5-11


Que tu pueblo, Señor, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu…’ hemos pedido hoy al comenzar nuestra celebración. Una oración que se repite con frecuencia en este tiempo pascual gozosos por la salvación que nos renueva, que nos hace hombres nuevos en el Espíritu.
Y esto nos invita a la alabanza y a la acción de gracias al Señor en todo momento y situación. ‘Te doy gracias, Señor, de todo corazón; delante de los ángeles tañeré para ti… daré gracias a tu nombre: por tu misericordia y tu lealtad…’ cantamos al Señor, hacemos sonar todos los instrumentos, todo tiene que ser júbilo y alegría en nuestro corazón, todo para la alabanza del Señor.
Es lo que nos enseña también la Palabra de Dios hoy proclamada, en especial, el texto de los Hechos de los Apóstoles. Pablo y Silas han llegado a Filipos. Habían acudido junto al río donde los judíos se reunían para rezar y allí entablan conversación con algunas mujeres. Lo escuchábamos ayer. Al final, una de aquellas mujeres, Lidia, que han aceptado la fe incluso les invitan a su casa.
Hoy escuchamos la otra cara de la moneda en parte, porque algunos se soliviantan contra Pablo y Silas. ‘La plebe se amotinó contra ellos y los magistrados dieron orden que los desnudaran y los apalearan…’ Terminan con cepos en la mazmorra. Pero allí. ‘a eso de medianoche, Pablo y Silas oraban cantando himnos a Dios’. No parece el momento más adecuado para cantar, mientras molidos a palos yacen en la cárcel. Pero en todo momento el verdadero creyente ha de saber cantar a Dios su alabanza. Pueden ser momentos duros y difíciles, pero no es sólo pedir la ayuda de Dios para esa situación, sino que ha de ser también el canto de la alabanza al Señor. Es lo que hacen Pablo y Silas.
Pero suceden más cosas. ‘De repente vino una sacudida violenta, que temblaron los cimientos de la cárcel. Las puertas se abrieron de golpe y a todos se les soltaron las cadenas…’ El carcelero teme que le hayan escapado los presos e intenta suicidarse, pero Pablo se lo impide. Al final como hemos escuchado termina haciéndole el anuncio de Jesús y de la salvación. ‘¿Qué tengo que hacer para salvarme?... cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu familia…’
Ya lo hemos escuchado. ‘Le explicaron la Palabra del Señor a él y a todos los de su casa. El carcelero se los llevó a aquellas horas de la noche, les lavó las heridas, y se bautizó enseguida con todos los suyos, los subió a su casa, les preparó la mesa, y celebraron una fiesta de familia por haber creído en Dios’.
Hermoso mensaje. Nos manifiesta la alegría de la fe, la alegría de aquella familia por haber encontrado la fe que les lleva a la salvación. ‘Celebraron una fiesta de familia por haber creído en Dios’. Es la alegría con la que hemos de vivir nuestra fe. Lo hemos repetido muchas veces los cristianos tenemos que ser los hombres y mujeres más alegres del mundo.
Gozosos y orgullosos de nuestra fe. Y eso en todo momento y situación como decíamos. Gozosos y alegres venimos a nuestra celebración de la Eucaristía que siempre tiene que ser la fiesta de la Pascua del Señor. No caben Eucaristías tristes, porque cualquiera que sea el estado anímico que vivamos, en la fe encontramos la fuerza, la luz, el sentido para vivir nuestra vida. Y quien ha encontrado esa luz camina siempre en plenitud. Plenitud en la fe y plenitud en la esperanza. Como hemos escuchado estos días a Jesús, ‘os he contado todo esto para mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a su plenitud’.

lunes, 18 de mayo de 2009

Os he hablado de esto para que no os tambaleéis

Hechos, 16,11-15
Sal. 149
Jn. 15, 26-16, 4


‘Os he hablado de esto para que no os tambaleéis…’ les estaba diciendo Jesús a los discípulos. ¿No necesitaremos que nos lo diga Jesús también a nosotros?
Nos tambaleamos cuando nos falta un apoyo firme bajo los pies. Todo se nos mueve y nos da vueltas, perdemos el equilibrio y no sabemos donde apoyarnos. Tiembla la tierra bajo nuestros pies en un terremoto y todo se cae; tiembla una estructura ante cualquier movimiento inesperado y se nos puede venir abajo… cuantas cosas nos pueden suceder en la vida en todo ámbito y que nos pueden hacer tambalearnos.
‘Os he hablado de esto para que no os tambaleéis…’ para que no perdáis pie en el camino de vuestra fe, parece que les está diciendo Jesús a los discípulos y nos está diciendo también a nosotros.
Incluso cuando Jesús estaba con ellos también pasaron por momentos de duda, de crisis y hasta de negación. Le negó Pedro allá en el patio del Sumo Sacerdote. Le traicionó uno de los discípulos vendiéndole por unas monedas. Muchos discípulos ya no quisieron seguir con Jesús cuando les hablaba de cosas que no entendían o les era difícil comprender. La pasión y la cruz fue un momento de crisis y de escándalo para los discípulos, porque al ser prendido Jesús en el huerto ‘le abandonaron y huyeron…’ Encerrados estaban en el cenáculo ‘por miedo a los judíos…’
Podría sucederles cuando fueran ellos los que tuvieran que pasar por su propia pasión cuando comenzaran las persecuciones. Cuando el evangelista Juan escribe el evangelio ya casi a finales del siglo primero habían arreciado las persecuciones. Por eso recordaría lo que Jesús ahora les decía: ‘Os excomulgarán de la Sinagoga; más aún, llegará incluso una hora cuando el que os dé muerte, pensará que da culto a Dios…’
‘Os he hablado de esto para que no os tambaleéis… os he hablado de esto para que cuando llegue la hora, os acordéis de que yo os lo había dicho’.
Nos sucede a nosotros también. Somos conscientes de cómo fácilmente se nos debilita la fe, y vemos a nuestro alrededor a tantos que quizá fervorosos y entregados un día, pronto se enfriaron, abandonaron, y ahora quizá marchan por otros caminos. Ante los problemas o dificultades que vamos encontrando en la vida, ante la dificultad para vivir con coherencia nuestra fe, también muchas veces dudamos y nos tambaleamos, nos sentimos débiles y pareciera que perdiéramos todo punto de apoyo.
Por eso Jesús nos previene, pero además nos asegura que no nos faltará nunca ese punto de apoyo para nuestra vida. Nos promete la presencia de su Espíritu, el Espíritu divino que nos fortalezca y santifique. Nos promete un Abogado, el Paráclito, que nos defienda y nos enseñe la verdad plena. ‘Cuando venga el Paráclito, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, El dará testimonio de mí, como vosotros daréis testimonio…’
El ha prometido que estaría con nosotros siempre, hasta el final de los tiempos. Por eso tenemos que sentirnos fuertes y nada tendría que hacernos tambalear. Cuidemos nuestra fe, pero confiemos de verdad en la presencia del Espíritu de Jesús junto a nosotros. Cuidemos nuestra fe tratando de ser en verdad coherentes en la vida, sin temor a ningún contratiempo y dejémonos iluminar y conducir por el Espíritu Santo. No desconfiemos, tenemos un Abogado, el Espíritu Santo que está con nosotros.

domingo, 17 de mayo de 2009

Todo es cuestión de amor, y ¡de qué amor!


Hechos, 10, 25-26.34-35.44-48
Sal. 97
1Jn. 4, 7-10
Jn. 15, 9-17



Todo es cuestión de amor, y ¡de qué amor!, tendríamos que reconocer como a manera de resumen del mensaje de la Palabra de Dios escuchada hoy.
Quizá podríamos pensar preguntándonos – algunos se lo preguntan – si el amor puede ser un mandamiento y un mandato, algo que hay que hacer por imperativo o por ley. Todo lo que nos suena a mandamiento, nos suena a imposición, y ante aquello que nos quieren imponer una primera reacción es de rechazo o de cierta rebeldía. Queremos defender nuestra libertad o lo que entendemos por nuestra libertad y rechazamos todo lo que nos suene a imposición. Y es que lo que hoy hemos escuchado en el evangelio es que Jesús nos da un mandato y ese mandato será el del amor. Con lo que empezamos a hacernos nuestros razonamientos para decir que en el amor no puede haber mandato ni obligación. Amo a quien quiero y no porque nos lo impongan, decimos.
Pero, ¿es así que el mandamiento del amor nos condiciona, nos coarta o se convierte en una dependencia no querida? Tendríamos que leer o escuchar con detenimiento todo lo que nos dice la Palabra proclamada.
Nos habla Jesús del amor del Padre con el que El se siente amado y que es fuente del amor con que nos ama. 'Como el Padre me ha amado, así os he amado yo...' Y nos dice: ‘Permaneced en mi amor’. ¿Qué significa ese permanecer en el amor? Yo diría, primero que nada saborear un amor como el que Señor nos tiene. Saborear es sentirnos amados, gozarnos en su amor, vivir esa experiencia desde lo más hondo del alma. Es como un torrente que parte del Padre, se manifiesta en Jesús y llega a nosotros. Jesús, podríamos decir, nos sirve de cauce para que llegue a nosotros el amor del Padre.
Por eso san Juan en su carta nos dirá: ‘el amor consiste, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó primero y nos envió a su Hijo’. Se manifiesta ese amor del Padre en que Dios envía a su Hijo al mundo, no para condenarlo sino para salvarlo. Dios envió a su Hijo al mundo para que vivamos por medio de El. Así pues, permanezcamos en su amor, o lo que es lo mismo, amemos nosotros con un amor así.
Y le da una sublimidad hasta entonces desconocida al amor. Amar significa haber nacido de Dios. ‘El que ama ha nacido de Dios’. El amor le da un toque divino a nuestra vida. Nos eleva de tal manera que nos hace parecernos a Dios. Sí, amando, nos parecemos a Dios, ‘porque Dios es Amor’.
Surge entonces lo que decíamos: el mandamiento que nos deja Jesús. Un mandamiento que nos sirve para destacar, para subrayar lo que ha de ser el verdadero amor. Porque no se trata de un amor cualquiera. Tiene que ser un amor a la manera del amor de Jesús. ‘Como yo os he amado’. Y ¡ojo!, que El nos ha amado con un amor como con el que el Padre lo amó a El. Es mandamiento, pero no es una imposición. Es para que aprendamos a hacer una oblación de nuestra vida – amor es oblación, donación y entrega – como la que hizo Jesús. Con el mandamiento Jesús lo que nos está diciendo es la altura y sublimidad que tiene que tener nuestro amor si queremos ser discípulos suyos.
Es por eso por lo que podemos decir que Jesús nos mira ya de otra manera. ‘A vosotros os llamo amigos’, nos dice. Amigos, amados, y ¡de qué manera!, con el amor más grande, el amor del que se da hasta el final, del que se da totalmente sin reservarse nada. Por no reservarse no se reserva ni su propia vida, porque la entrega por nosotros. ‘Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos’. Y es lo que hizo Jesús.
Es, entonces, la sublimidad con que nosotros hemos de vivir el amor. Y es que no puede ser de otra manera cuando uno se siente querido y amado de Dios con un amor como con el que El nos ama. Un amor que nos llena de dicha y de felicidad, nos lleva a la plenitud. ‘Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud’. Hemos de reconocer que tendríamos que ser los hombres y mujeres más felices del mundo. Y cuando amamos con un amor así es cuando podemos hacer felices de verdad a los demás, cómo iremos transformando nuestro mundo.
Intenta cada día ir poniendo un amor así, como el que nos enseña Jesús, en cada una de esas personas con las que convives, con las que te cruzas en los caminos de la vida. Ya sé que no es fácil, pero no por eso hemos de dejar de intentarlo. Además no lo vamos a hacer por nosotros mismos o por nuestras fuerzas, sino que tiene que brotar casi espontáneamente de esa experiencia que nosotros vivimos del amor que Dios nos tiene.
Os confieso que algunas veces no sé que pensar cuando uno ve tanta gente amargada alrededor, que caminan como fantasmas, pues esa amargura que han dejado meter en su corazón les llena de negrura y de muerte. No saben amar, guardan el odio y el rencor en su corazón, y a la larga sufren porque no saben perdonar, no son generosos y se guardan tanto para si que se guardan hasta el rencor, la envidia, el orgullo y no sé cuantas cosas y al final no saben ser felices.
Amemos contagiando de amor a los demás y haremos un mundo más feliz y mejor. Tendría que ser algo que surgiera espontáneo de un corazón generoso que se siente amado. Mira, sin embargo, cómo somos que para que lo hagamos tendrá que mandárnoslo el Señor.