Vistas de página en total

sábado, 6 de octubre de 2018

Desde las cosas pequeñas y sencillas de cada día realizadas con amor podemos hacer que nuestro día sea maravilloso y sea maravilloso también para los que están a nuestro lado



Desde las cosas pequeñas y sencillas de cada día realizadas con amor podemos hacer que nuestro día sea maravilloso y sea maravilloso también para los que están a nuestro lado

 Job 42,1-3.5-6.12-16; Sal 118; Lucas 10, 17-24

Habían regresado los apóstoles enviados y los discípulos de aquella misión que Jesús les había confiado. Venían alegres, con la satisfacción en su corazón de lo que habían realizado, del mensaje anunciado, de la respuesta que en aquella gente sencilla a la que habían sido enviados habían tenido. Y Jesús se llena también del gozo del Espíritu y da gracias al Padre.
Qué gozo más grande sentimos en nuestro corazón que nos es difícil de transcribir con palabras cuando hemos cumplido con nuestro deber, cuando hemos hecho el bien, cuando hemos sido capaces de transmitir un mensaje de paz y de esperanza a los que están atribulados a nuestro lado. Sentimos gozo en el corazón y hasta podríamos sentir la tentación del orgullo, pero si sabemos enfocar las cosas por el camino bueno podemos superar esos orgullos y autosuficiencias. Hemos de saber dirigir nuestro gozo y nuestra alabanza al Señor, reconocer su mano y su presencia, reconocer las maravillas que el Señor realiza a través de las cosas sencillas que nosotros podamos hacer con su inspiración.
Y Jesús da gracias al Padre porque son los pequeños y los sencillos los que primero han acogido la Palabra; y Jesús da gracias al Padre porque así en los pequeños y en los sencillos El quiere revelarse y manifestarse; y Jesús nos está enseñando a dar gracias al Padre por en esas cosas pequeñas y sencillas que nosotros podemos realizar hemos de saber descubrir la mano poderosa de Dios. Dios quiere manifestarse también en eso pequeño y sencillo que nosotros realicemos cuando nosotros sabemos tener la fe suficiente para iniciar lo que hacemos en su nombre.
Podemos tener el peligro y la tentación de no valorar las cosas pequeñas y sin embargo tienen un valor grande cuando las hacemos con amor, como podemos tener también esa tentación de no saber valorar a los pequeños y sencillos y las cosas que puedan realizar. Estamos más atentos quizá a las cosas extraordinarias, a lo que llamamos milagros porque nos parecen espectaculares, pero el milagro está en lo pequeño que podemos hacer y que hemos de reconocer que algunas veces nos cuesta también realizar.
Ser fiel en lo pequeño y realizarlo extraordinariamente bien es el milagro que hemos de realizar cada día. Porque podemos ser descuidados en esas cosas sencillas y simplemente nos podemos dejar llevar por la rutina y la desgana. Y sin embargo con ese pequeño detalle que realicemos podemos hacer que florezca la sonrisa en el corazón de alguien lo que significa como está floreciendo la esperanza y la ilusión en ese corazón.
Y hacer que eso se produzca en un corazón atormentado, sufriente, agobiado es algo maravilloso y que si somos capaces de hacerlo tenemos que darle gracias a Dios porque es una forma de ir sembrando vida. Es el milagro que cada día podemos hacer, son las cosas maravillosas que Dios realiza en medio de los hombres a través nuestro. Así podemos hacer que cada día nuestro sea maravilloso, pero podemos hacer también que sea maravilloso para los que están a nuestro lado. Demos gracias a Dios con el corazón lleno de la alegría del Espíritu.

viernes, 5 de octubre de 2018

Una buena ocasión para detenernos, renovar nuestros sentimientos de gratitud hacia Dios y emprender nuestra tarea siempre queriendo hacerlo en el nombre del Señor


Una buena ocasión para detenernos, renovar nuestros sentimientos de gratitud hacia Dios y emprender nuestra tarea siempre queriendo hacerlo en el nombre del Señor

Deuteronomio 8, 7-18; Sal: 1 Cro 29, 10; 2Corintios 5, 17-21 Mateo 7, 7-11

Es algo que nos suele suceder. Somos muy prontos para pedir ayuda en nuestras necesidades o problemas, pero tenemos el peligro de que pronto olvidemos a quien nos socorrió, quien estuvo a nuestro lado, quien nos prestó su ayuda y su apoyo cuando más lo necesitábamos. Es de corazón noble el ser agradecidos, pero tenemos el peligro de hacernos unos engreídos y pensar que todo lo conseguimos por nuestras fuerzas y capacidades o por nuestro valor y olvidamos pronto cuando éramos débiles y necesitados y pedimos ayuda.
Son cosas que nos pueden pasar y que observamos en muchas ocasiones en nuestro entorno o pasivamente lo hemos sufrido, cuando hemos ayudado a alguien y no ha sido agradecido con nosotros, sino que más bien se ha mostrado arrogante y engreído creyéndose que se valía solo por si mismo.
Esto que sucede con demasiada frecuencia – y no digo que todos sean o seamos así – en nuestras relaciones humanas nos sucede también en nuestra relación con Dios. Aquí podríamos recordar aquel episodio del evangelio de los diez leprosos que fueron curados en el camino, pero que solo uno volvió hasta Jesús para darle gracias.
Hoy la liturgia nos ofrece en este principio de temporada una jornada de petición, de reconciliación y de acción de gracias. Hemos recomenzado al menos en nuestro hemisferio después de las vacaciones de verano las diversas tareas de nuestra vida ordinaria, como puede ser la vuelta al curso escolar o el recomienzo después de terminar la recolección de las cosechas de muchas de las actividades de la agricultura, y la iglesia nos ofrece esta jornada de oración especial, como hemos mencionado.
Los textos que nos ofrece la liturgia son bellos. Desde aquel recordatorio de Moisés al pueblo para que cuando se establecieran en la tierra que Dios les había prometido y comenzaran a prosperar en sus trabajos y tareas y en el bienestar de su vida no olvidaran que fueron esclavos en Egipto y peregrinos por el desierto de lo que el Señor les liberó y no se olvidaran del Señor su Dios. Como decíamos antes, nos sucede igual. Cuando llegan días y tiempos de prosperidad qué pronto nos olvidamos de Dios, qué pronto nos volvemos autosuficientes y engreídos para pensar que solo por nosotros mismos nos valemos y no necesitamos de la mano poderosa y llena de amor de Dios que nos protege y está con nosotros.
Nos hablan también los textos de hoy de la necesidad de la oración pero de la confianza con que hemos de orar en todo momento a Dios nuestro Padre. ‘Pedid y se os dará, llamad y se os abrirá, buscad y encontraréis…’ y nos recuerda Jesús que Dios es nuestro Padre y un padre siempre dará lo mejor a sus hijos.
Y bueno es también que reconozcamos nuestras debilidades que nos llevan al desencuentro con Dios y con los hermanos en tantas ocasiones que llenamos nuestro corazón de orgullo, de egoísmo y de insolidaridad. Nos pide san Pablo que nos reconciliemos los unos con los otros porque sepamos aceptarnos y perdonarnos para acogernos mutuamente en el amor, pero que también nos dejemos reconciliar con Dios, que nos ofrece siempre su amor y su perdón.
Una buena ocasión para detenernos un poco, renovar nuestros sentimientos de gratitud hacia Dios para emprender nuestra tarea siempre queriendo hacerlo en el nombre del Señor. Que no olvidemos nunca las acciones del Señor en nuestra vida que como cantaba María el Poderoso hace cosas maravillosas en nuestra pequeñez.

jueves, 4 de octubre de 2018

El discípulo de Jesús ha de manifestarse en todo momento como mensajero de paz con nuestras palabras, nuestros gestos y las pequeñas cosas de cada día


El discípulo de Jesús ha de manifestarse en todo momento como mensajero de paz con nuestras palabras, nuestros gestos y las pequeñas cosas de cada día

Job. 19, 21-27; Sal 26; Lucas 10, 1-12

Las costumbres van cambiando o desapareciendo, pero recuerdo lo que de niño nos enseñaban o simplemente escuchábamos a nuestros mayores cuando se tocaba en la puerta de una casa, al respondernos desde dentro ¿quién es?, el que llamaba respondía con una palabra ‘la paz… la paz de Dios’. Una señal de educación y corrección es cierto pero que en el fondo era algo que quería significar mucho; quien llegaba a la casa venía en son de paz, venía con la paz y la paz era lo que se quería encontrar.
Ojalá fuéramos con esa actitud siempre por la vida. Hemos de reconocer que muchas veces vamos demasiado airados, con mucha violencia acumulada dentro de nosotros que ante el mínimo roce hace saltar fácilmente la chispa. Son detalles que manifestamos en muchas reacciones ante cualquier cosa, fácilmente levantamos la voz y gritamos, tenemos una frase dura con la que contestar; ante cualquier cosa que no nos guste o vaya en contra de nuestras apreciaciones o nos parezca que se interponga en lo que estamos haciendo saltamos con violencia, que muchas veces, es cierto, se queda en palabras, pero que está expresando toda esa ira contenida que llevamos dentro.
Podríamos fijarnos en muchos detalles de nuestra vida de cada día, pienso por ejemplo en la circulación con nuestros vehículos cuantas cosas le decimos al conductor que haya hecho alguna maniobra que se interponga en nuestro paso, como podíamos pensar en tantos otros contratiempos que nos van surgiendo continuamente.
Si nos preguntan decimos que nosotros somos personas de paz y somos capaces de hacer manifestaciones grandilocuentes defendiendo la paz, pero vayamos a cualquier manifestación en la que reivindiquemos algo y observemos cómo nos comportamos, y en qué suelen terminar esas manifestaciones que decimos que son pacificas. Nos cuesta el diálogo y el entendimiento, nos cuesta reconocer que podemos equivocarnos y que el otro tiene la razón sobre lo que discutimos, nos acaloramos con facilidad.
Me he extendido mucho en este preámbulo del comentario evangélico que queremos hacer, pero es bueno que aterricemos en cosas concretas de la vida que hemos de saber iluminar con la luz del evangelio. 
Globalmente el texto del evangelio de hoy nos  habla del envío que hace Jesús de sus primeros discípulos y apóstoles a anunciar el Reino. Y se extiende Jesús en una serie de recomendaciones de cómo han de hacerlo. Y creo que una recomendación importante es este mensaje de paz que han de llevar no solo con sus palabras sino con sus actitudes y comportamientos. Han de ir confiados en Dios y no en sus propias capacidades, se han de manifestar con pobreza de tal manera que han de dejar que sean acogidos por los demás, y en medio siempre la paz. Es una característica importante del Reino de Dios que anuncian. Por eso ha de ser su primera palabra y su principal anuncio.
Ya previene Jesús que en alguna ocasión no van a ser acogidos, sino más bien rechazados y no van a encontrar esa paz de la acogida. Su reacción ha de ser siempre la de la paz. Nunca han de responder queriendo imponer su mensaje, si no lo reciben han de marchar a otro lugar a hacer el mismo anuncio.
¿Seremos hoy los discípulos de Jesús verdaderos mensajeros de paz? No se nos pide que hagamos grandes cosas sino que en esas pequeñas cosas de cada día, allí donde estamos y convivimos con los más cercanos a nosotros siempre hemos de presentarnos como hombres y mujeres de paz. La paz de Dios ha de ser nuestra respuesta y nuestra actitud. Celebramos hoy a san Francisco cuya vida fue y sigue siendo todo un verdadero instrumento de paz para el mundo.


miércoles, 3 de octubre de 2018

Es importante en la vida ser maduros de verdad para mantener el ritmo aunque no veamos resultados y ser perseverantes con la esperanza de alcanzar la meta


Es importante en la vida ser maduros de verdad para mantener el ritmo aunque no veamos resultados y ser perseverantes con la esperanza de alcanzar la meta

Job 9,1-12.14-16; Sal 87; Lucas 9,57-62

Caminamos muchas veces en la vida a partir de impulsos momentáneos, pero que nos hacen en muchas ocasiones inestables e inconstantes. Cuando nos falla aquel primer impulso nos desinflamos; en el momento de fervor y entusiasmo nos comemos el mundo, nos hacemos mil proyectos en la cabeza, todo lo vemos fácil y ya nos parece que estamos tocando con la mano el triunfo; pero de la misma manera nos desinflamos ante la menor dificultad, nos sentimos cansados, perdemos las ganas de luchar, todo nos parece negro y nos dan ganas de tirar la toalla para irnos a otra cosa o a otra parte, porque parece que aquello en lo que pusimos al principio tanto entusiasmo fue solo un sueño o una utopía inalcanzable.
Es difícil la serenidad, es difícil ser maduros de verdad para mantener un ritmo aunque algunas veces no veamos resultados, es difícil mantener la constancia y la perseverancia para tener la esperanza de que al final lo conseguiremos. El que persevere hasta el final, nos dice Jesús, se salvará. El que persevere a pesar de las dificultades o del trabajo que algunas veces se nos puede hacer duro, es el que puede llegar a conseguir algo que en verdad merezca la pena. El esfuerzo que mantenemos hace valioso lo que trabajamos; y esto en todos los aspectos de la vida.
Tenemos que tener sueños, trazarnos metas porque eso nos ayuda a caminar, a avanzar, a no quedarnos en lo que ya está trillado de siempre; pero al mismo tiempo tenemos que ser realistas, poner los pies sobre la tierra analizando nuestras posibilidades, siendo conscientes de las dificultades que encontraremos y el esfuerzo que tenemos que realizar, no estar mirando siempre para atrás para añorar lo que quizá tuvimos que dejar, no entreteniéndonos en cosas superfluas e innecesarias, buscando lo que de verdad tiene valor aunque nos cueste.
No podemos andar en la vida como si siempre estuviéramos cansados, aunque también tenemos que programarnos nuestro descanso, como quien dice, para recargar pilas, pero sin perder de vista la meta que nos hemos trazado. Desgraciadamente vemos en la vida mucha gente que se siente cansada, que se desinfla fácilmente, que pierde la ilusión, y es que estamos por otra parte creando generaciones a las que pretendemos darle todo hecho y no los hemos educado en el valor del sacrificio y del esfuerzo.
En el texto del evangelio de hoy aparece el episodio en que diversos jóvenes quieren seguir a Jesús o a los que Jesús invita a seguirle. Por una parte uno esta dispuesto a todo por seguir a Jesús, ‘Maestro, te seguiré a donde vayas’. Pero Jesús le hace reflexionar, le hace poner los pies sobre la tierra invitándole a pensárselo mejor, porque seguir a Jesús no significa que va a tener siempre el camino fácil, y ha de saberlo. Por eso Jesús le dice: Las zorras tienen madriguera, y los pájaros nido, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza’. Con ello Jesús le hace ser realista, diciéndole que no todo es fácil y que seguir a Jesús no es para tener una vida fácil o de éxitos.
Por otra parte Jesús invita a otros, que estarían dispuestos a seguir a Jesús, pero quieren antes resolver sus problemas, dejar las cosas arregladas, pidiendo como plazos para seguir a Jesús. Y aquí Jesús es radical como  nos dirá en otro momento o con El o contra El. Si decimos que queremos seguir a Jesús o somos invitados a ello, hemos de saber hacer como un día Pedro y los otros primeros discípulos que lo dejaron todo para seguir a Jesús. Por eso ahora le dice ‘deja que los muertos entierren a sus muertos’, o como le dice al otro ‘el que pone la mano en el arado y vuelve la vista atrás no es digno de mi’.
Como decíamos al principio de nuestra reflexión es el realismo con que nos trazamos nuestras metas o ponemos ideales en nuestra vida, pero es la perseverancia aunque vayamos encontrando tropiezos en el camino de la vida. Como decíamos, nos vale en todos los aspectos de la vida, es muy importante cuando hacemos nuestra opción de fe por Jesús para seguirle para ser su discípulo de verdad.

martes, 2 de octubre de 2018

Voy a enviarte un ángel por delante, para que te cuide en el camino… respétalo y obedécelo…


Voy a enviarte un ángel por delante, para que te cuide en el camino respétalo y obedécelo…

Éxodo 23, 20-23ª; Sal 90; Mateo 18, 1-5- 10

‘Voy a enviarte un ángel por delante, para que te cuide en el camino y te lleve al lugar que he preparado. …’
Hoy celebramos el Santo Ángel de la Guarda. Los que somos mayores quizás recordamos las oraciones que nos enseñaron de pequeños al santo Ángel de la Guarda, pidiendo su compañía y su presencia que nos protegiese en todo momento, de noche y de día. oraciones que se nos han quedado quizás lejanas en el recuerdo, si acaso no olvidadas, pero seguramente ya nunca rezadas, porque en las carreras de la vida nos parece que ya no necesitamos ninguna protección o que por nosotros mismos ya cuidamos de guardarnos. Las generaciones jóvenes quizá no han tenido la oportunidad de pensar en el ángel de la guarda, o acaso más se duerman con el WhatsApp en la mano que con una oración en su mente y en su corazón.
Sin embargo hoy es fácil escuchar hablar de espíritus malignos con sus malas influencias y cosas por el estilo dejándose arrastrar por cosas que dicen resucitar de tradiciones que llaman ancestrales o por no sé qué otras influencias. Florecen de nuevo los santeros o como queramos llamarlos que se dicen poseídos de unos dones especiales que pueden liberarnos de malos espíritus y no sé cuantas supersticiones más muchas veces movidas vete a saber por qué intereses.
Sin embargo no queremos oír hablar de ese Ángel de la Guarda que Dios ha puesto junto a nosotros, que nos protege y nos inspira en nuestro corazón tantas cosas buenas. Es el que nos conduce por los caminos del bien, el que allá en nuestro interior despierta nuestra conciencia ante las tentaciones del mal que nos acechan por todas partes. Es un signo de la presencia de Dios en nuestra vida que siempre nos acompaña y nos llena de bendiciones.
El texto sagrado que hemos mencionado al principio y que hoy nos ofrece la Palabra de Dios hace referencia en concreto a lo que el pueblo de Israel vivió en su peregrinación por el desierto. ‘Voy a enviarte un ángel por delante, para que te cuide en el camino y te lleve al lugar que he preparado...’ Y recordamos como en la Biblia se nos habla tantas veces del Ángel del Señor que se les manifiesta a los antiguos Patriarcas para significar la presencia de Dios que les habla.
Ojalá nosotros sepamos sentir esa presencia divina en nosotros, ese espíritu celestial que nos protege, nos guía, nos ilumina, inspira en nuestro corazón el deseo de cosas buenas, nos previene contra el mal y nos hace sentir la fortaleza de Dios en la tentación. Muchas veces casi sin darnos cuenta sentimos esa presencia divina en nosotros porque sentimos el deseo de algo buena, o nos surge una buena inspiración de algo en lo que quizás nosotros ni habíamos pensado. ¿Por qué no pensar en esa inspiración del ángel celestial que está junto a nosotros?

lunes, 1 de octubre de 2018

La espontaneidad y la disponibilidad generosa para hacer siempre lo bueno hará en verdad que nuestra vida se llene de luz, para contagiar al mundo que tanto lo necesita



La espontaneidad y la disponibilidad generosa para hacer siempre lo bueno hará en verdad que nuestra vida se llene de luz, para contagiar al mundo que tanto lo necesita

Job 1, 6-22; Sal 16; Lucas 9, 46-50

Probablemente a nadie le gusta que lo traten como a un niño. Hasta los mismos niños en la medida en que van creciendo siempre están aspirando a ser mayores, para que los traten como mayores y para tener su propia autonomía y en la manera de ver las cosas su propia libertad para sentirse mayores, hacer lo que cada uno quiere y no sentir que nadie les impone lo que deben hacer o como deben actuar. Esos deseos de autonomía, de libertad, de sentirse mayores es algo que llevamos innato dentro de nosotros.
Pero, sin embargo, en ocasiones pareciera que quisiéramos seguir siendo niños – quizá por aquello de rehuir responsabilidades – o quisiéramos seguir siendo niños porque parece que necesitamos de una ternura y de un cariño que en la medida en que vamos siendo mayores quizás no nos expresan con la misma intensidad los que están a nuestro lado, pero deseamos esa ternura, esos mimos o cariños que puedan tener con nosotros. Podría parecer incongruencias pero cosas así algunas veces nos suceden.
Pero también hay otros aspectos de inocencia, de espontaneidad, o de unos deseos de búsqueda y en cierto modo aventura que quizá algunas veces añoramos; pero también podríamos tener en cuenta esa inocencia o esa ausencia de malicia que tiene un niño, esa visión quizá idílica en que todo le pueda parecer bueno y hermoso y le hace darse, ser generoso, expresar espontáneamente esos gestos de cariño hacia aquellos que quiere y que le quieren, esa disponibilidad natural para acercarse al otro sin prejuicios y sin desconfianza, con lo que una vida así parece siempre hermosa y en esas pequeñas cosas nos presentamos felices y con nuestra felicidad y con nuestra sonrisa hacemos felices a los demás.
Con lo que estamos diciendo parece que no es tan malo seguir siendo niños, manifestarnos como niños y con una vida de la que desterremos malicias y prejuicios parece que haríamos un mundo más feliz. Esa sonrisa espontánea e inocente del que no tiene malicia ni se deja influir por desconfianzas parece que nos gana el corazón y nos contagia y pudiera ser que nos impulsara a vivir también con esa sonrisa en el corazón y sentimos que nuestro mundo seria mucho mejor si así desterráramos esos prejuicios y desconfianzas, esas malicias que nos harían mirar con unos ojos enrevesados a los que están a nuestro lado.
Esa espontaneidad, esa disponibilidad generosa a hacer siempre cosas buenas haría en verdad que nuestro corazón y nuestra vida se llenara de luz, una luz que contagiaría a nuestro mundo que tanto lo necesita.
Cuando los discípulos andaban discutiendo sobre quien era el más grande, Jesús puso un niño en medio de ellos y les dijo que había que hacerse como un niño, que había que saber acoger a un niño, que quien se hiciera pequeño en el servicio y en el amor, en la humildad y en la sencillez estaría entendiendo lo que era ser grande en el Reino de los cielos. Un poco, podíamos decir, que Jesús les echa un jarro de agua fría sobre ellos cuando estaban aspirando a grandezas y ya andaban incluso con discusiones entre ellos a causa de sus ambiciones.
Antes decíamos que no queríamos que nos trataran como  niños, que aspirábamos siempre a ser grandes, pero en nuestra reflexión fuimos derivando hasta descubrir la belleza de la vida que en un niño podemos descubrir. Es lo que Jesús nos quiere hacer ver. Con ambiciones que nos enfrentan, con apetencias que nos llenan de trampas y malicias no vamos a ninguna parte. Con disponibilidad, con generosidad, con sencillez, con gestos pequeños, con una sonrisa, con un detalle podemos llegar lejos. Es el camino que hemos de saber recorrer, que muchas veces nos cuesta tanto por la carga de ambiciones, de orgullos, de apetencias, de malicias que llevamos en nuestro corazón.
‘Si no os hacéis como niños no entraréis en el Reino de los cielos’, no lograréis entender de verdad lo que significa vivir el Reino de Dios.

domingo, 30 de septiembre de 2018

Una mirada nueva de clarividencia y profundidad que haga resplandecer en nosotros esa espiritualidad que nace del Espíritu de Cristo que habita en nuestros corazones



Una mirada nueva de clarividencia y profundidad que haga resplandecer en nosotros esa espiritualidad que nace del Espíritu de Cristo que habita en nuestros corazones

Números 11, 25-29; Sal. 18; Santiago 5, 1-6; Marcos 9, 38-43. 45. 47-48

Ojalá todos tuviéramos la clarividencia suficiente para saber hacer una buena lectura de los acontecimientos que nos suceden a nosotros o que acaecen en nuestro entorno. Admiramos a esas personas que saben discernir claramente y con objetividad cuanto sucede. Suelen ser personas reflexivas que saben rumiar lo que ven o lo que escuchan, personas en las que encontramos una profundidad y madurez elogiables en sus pensamientos, en su decirnos las cosas y que nos ayudan a que podamos comprender el por qué de cuanto sucede y de alguna manera nos están previniendo ante lo que pueda suceder para ayudarnos a estar preparados para que seamos capaces de actuar con madurez.
Ojalá fuéramos todos así, pero ojalá al menos no nos falten a nuestro lado esas personas que nos puedan ayudar a abrir nuestros ojos, a darle un contenido profundo a nuestra vida y a que aprendamos a actuar siempre con rectitud y madurez.
Desde una lectura creyente de la vida y de cuanto nos sucede o podemos contemplar esas personas podemos decir que están llenos del Espíritu divino, están empapados de la sabiduría de Dios. Esa fue la misión de los profetas. Algunas veces nos quedamos con la idea que el profeta es el que es capaz de predecir el futuro, pero profeta es mucho más que eso. Es el que sabe tener la mirada de Dios, es la persona que se ha dejado inundar por el Espíritu divino sabiendo, pues, tener en su vida esos ojos de Dios para mirar y para comprender la vida y cuanto nos sucede.
Así los profetas antiguos leían la historia que estaban viviendo con esos ojos y sabiduría de Dios para saber interpretar en esos acontecimientos el querer de Dios, la rectitud con que habían de vivir sus vidas, los caminos por los que habían de transcurrir los pasos que en la historia había de dar el pueblo de Dios en su fidelidad a la Alianza con el Señor. Desde esa mirada llena de Dios les hacían anuncios de lo que habían de ser esos tiempos nuevos por los que habían de luchar en su fidelidad a los caminos que el Señor trazaba para sus vidas.
El episodio que nos narra la primera lectura de hoy se nos habla de aquellos a los que Moisés infundió ese espíritu de Dios, pero no era para que fueran profetas simplemente anunciadores de futuro, sino para que fueran esos hombres llenos del Espíritu ayudaran a Moisés en el gobierno, por así decirlo, del pueblo que peregrinaba por el desierto y al que Moisés por si solo no podía atender en sus reclamaciones de justicia.
Iban a ser esos hombres llenos de rectitud y justicia, en quienes se había infundido el Espíritu que ayudarían al pueblo a vivir en esa rectitud y justicia. ‘¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!’, le dice Moisés a Josué cuando viene a decirle que dos que no estaban en el grupo cuando ritualmente Moisés les había infundido el Espíritu, sin embargo andaban profetizando por el campamento.
Es el sentido también del episodio del evangelio cuando Juan viene diciéndole a Jesús que en sus andanzas se habían encontrado a algunos que sin ser del grupo de los discípulos sin embargo andaban expulsando los demonios en el nombre de Jesús y ellos se lo habían querido impedir. ‘No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro’.
‘¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!’, había dicho Moisés. Pero sus palabras sí podemos decir que son proféticas. Con Jesús eso es posible, a partir de Jesús esto se hace realidad en nuestra vida. El cristiano es el que está lleno del Espíritu del Señor. Como un don se nos ha dado en el Bautismo y sobre todo en el sacramento de la confirmación. ‘Por esta señal recibe el don del Espíritu Santo’, no dijo el Obispo al imponernos sus manos y ungirnos con el crisma santo. Desde esa unción del Espíritu todo cristiano se ha convertido también en profeta en medio del pueblo de Dios. Somos un pueblo de sacerdotes, profetas y reyes.
Es nuestra identidad, es nuestra misión, es el ser de nuestra vida. Si al principio hablamos de cómo admiramos a esas personas que saben tener esa mirada especial con el que saben descubrir el sentido de las cosas, el valor de lo que vivimos y con clarividencia saben encontrar esos caminos de rectitud y justicia para nuestras vidas, tendríamos que decir que en eso habríamos todos de resplandecer. Es la espiritualidad de la que tendría que estar impregnado todo cristiano, es ese sentido de la fe con que hemos de vivir nuestra vida, es esa nueva mirada que hemos de saber tener sobre las cosas y cuanto sucede para descubrir el sentido de Dios, ese nuevo sentido con que hemos de vivir cada cosas y cada momento.
De esas personas que saben tener ese sentido decimos que son espirituales, porque miran con los ojos del Espíritu, saben mirar desde el corazón y saben descubrir la cara más hermosa de las cosas y de la vida. Tendríamos que ser todos así de espirituales, hombres del Espíritu, personas llenas de Dios. Es un don de Dios que como semilla está sembrada en nuestro corazón, pero que hemos de saber cultivar. No basta solo echar la semilla en la tierra, sino que hemos de realizar todas las tareas del cultivo para poder obtener el mejor fruto.
Es lo que muchas veces nos falta a nosotros los cristianos, que no siempre somos los hombres reflexivos y de oración que tendríamos que hacer, no siempre saber rumiar en nuestro interior cuanto a nosotros llegar para sacar lo mejor de cuanto recibimos, como lo mejor de nosotros mismos. En nosotros tiene que haber esa clarividencia, en nosotros ha de haber esa mirada nueva, en nosotros tiene que haber esa profundidad de vida, en nosotros ha de resplandecer esa espiritualidad que nace de Cristo que habita en nuestros corazones.