Una
mirada nueva de clarividencia y profundidad que haga resplandecer en nosotros
esa espiritualidad que nace del Espíritu de Cristo que habita en nuestros
corazones
Números 11, 25-29; Sal. 18;
Santiago 5, 1-6; Marcos 9, 38-43. 45. 47-48
Ojalá todos tuviéramos la clarividencia suficiente para saber hacer
una buena lectura de los acontecimientos que nos suceden a nosotros o que
acaecen en nuestro entorno. Admiramos a esas personas que saben discernir
claramente y con objetividad cuanto sucede. Suelen ser personas reflexivas que
saben rumiar lo que ven o lo que escuchan, personas en las que encontramos una
profundidad y madurez elogiables en sus pensamientos, en su decirnos las cosas
y que nos ayudan a que podamos comprender el por qué de cuanto sucede y de alguna
manera nos están previniendo ante lo que pueda suceder para ayudarnos a estar
preparados para que seamos capaces de actuar con madurez.
Ojalá fuéramos todos así, pero ojalá al menos no nos falten a nuestro
lado esas personas que nos puedan ayudar a abrir nuestros ojos, a darle un
contenido profundo a nuestra vida y a que aprendamos a actuar siempre con
rectitud y madurez.
Desde una lectura creyente de la vida y de cuanto nos sucede o podemos
contemplar esas personas podemos decir que están llenos del Espíritu divino,
están empapados de la sabiduría de Dios. Esa fue la misión de los profetas.
Algunas veces nos quedamos con la idea que el profeta es el que es capaz de
predecir el futuro, pero profeta es mucho más que eso. Es el que sabe tener la
mirada de Dios, es la persona que se ha dejado inundar por el Espíritu divino
sabiendo, pues, tener en su vida esos ojos de Dios para mirar y para comprender
la vida y cuanto nos sucede.
Así los profetas antiguos leían la historia que estaban viviendo con
esos ojos y sabiduría de Dios para saber interpretar en esos acontecimientos el
querer de Dios, la rectitud con que habían de vivir sus vidas, los caminos por
los que habían de transcurrir los pasos que en la historia había de dar el
pueblo de Dios en su fidelidad a la Alianza con el Señor. Desde esa mirada
llena de Dios les hacían anuncios de lo que habían de ser esos tiempos nuevos
por los que habían de luchar en su fidelidad a los caminos que el Señor trazaba
para sus vidas.
El episodio que nos narra la primera lectura de hoy se nos habla de
aquellos a los que Moisés infundió ese espíritu de Dios, pero no era para que
fueran profetas simplemente anunciadores de futuro, sino para que fueran esos
hombres llenos del Espíritu ayudaran a Moisés en el gobierno, por así decirlo,
del pueblo que peregrinaba por el desierto y al que Moisés por si solo no podía
atender en sus reclamaciones de justicia.
Iban a ser esos hombres llenos de rectitud y justicia, en quienes se había
infundido el Espíritu que ayudarían al pueblo a vivir en esa rectitud y
justicia. ‘¡Ojalá todo el pueblo
del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!’, le dice Moisés a Josué cuando viene a
decirle que dos que no estaban en el grupo cuando ritualmente Moisés les había
infundido el Espíritu, sin embargo andaban profetizando por el campamento.
Es el sentido también del
episodio del evangelio cuando Juan viene diciéndole a Jesús que en sus andanzas
se habían encontrado a algunos que sin ser del grupo de los discípulos sin
embargo andaban expulsando los demonios en el nombre de Jesús y ellos se lo habían
querido impedir. ‘No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi
nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a
favor nuestro’.
‘¡Ojalá todo el pueblo
del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!’, había dicho Moisés. Pero sus palabras sí
podemos decir que son proféticas. Con Jesús eso es posible, a partir de Jesús
esto se hace realidad en nuestra vida. El cristiano es el que está lleno del Espíritu
del Señor. Como un don se nos ha dado en el Bautismo y sobre todo en el
sacramento de la confirmación. ‘Por esta señal recibe el don del Espíritu
Santo’, no dijo el Obispo al imponernos sus manos y ungirnos con el crisma
santo. Desde esa unción del Espíritu todo cristiano se ha convertido también en
profeta en medio del pueblo de Dios. Somos un pueblo de sacerdotes, profetas y
reyes.
Es nuestra identidad, es
nuestra misión, es el ser de nuestra vida. Si al principio hablamos de cómo
admiramos a esas personas que saben tener esa mirada especial con el que saben
descubrir el sentido de las cosas, el valor de lo que vivimos y con
clarividencia saben encontrar esos caminos de rectitud y justicia para nuestras
vidas, tendríamos que decir que en eso habríamos todos de resplandecer. Es la
espiritualidad de la que tendría que estar impregnado todo cristiano, es ese
sentido de la fe con que hemos de vivir nuestra vida, es esa nueva mirada que
hemos de saber tener sobre las cosas y cuanto sucede para descubrir el sentido
de Dios, ese nuevo sentido con que hemos de vivir cada cosas y cada momento.
De esas personas que saben
tener ese sentido decimos que son espirituales, porque miran con los ojos del Espíritu,
saben mirar desde el corazón y saben descubrir la cara más hermosa de las cosas
y de la vida. Tendríamos que ser todos así de espirituales, hombres del
Espíritu, personas llenas de Dios. Es un don de Dios que como semilla está
sembrada en nuestro corazón, pero que hemos de saber cultivar. No basta solo
echar la semilla en la tierra, sino que hemos de realizar todas las tareas del
cultivo para poder obtener el mejor fruto.
Es lo que muchas veces nos
falta a nosotros los cristianos, que no siempre somos los hombres reflexivos y
de oración que tendríamos que hacer, no siempre saber rumiar en nuestro
interior cuanto a nosotros llegar para sacar lo mejor de cuanto recibimos, como
lo mejor de nosotros mismos. En nosotros tiene que haber esa clarividencia, en
nosotros ha de haber esa mirada nueva, en nosotros tiene que haber esa
profundidad de vida, en nosotros ha de resplandecer esa espiritualidad que nace
de Cristo que habita en nuestros corazones.
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