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jueves, 31 de diciembre de 2020

A pesar de las negruras del año podemos hacer un balance de solidaridad, de madurez, de búsqueda de profundidad y sentido a la vida que disipan esas tinieblas

 


A pesar de las negruras del año podemos hacer un balance de solidaridad, de madurez, de búsqueda de profundidad y sentido a la vida que disipan esas tinieblas

1Juan 2, 18-21; Sal 95; Juan 1, 1-18

Llegamos al fin del año civil. Cuando se cierran unas etapas lo normal es que de alguna forma se haga balance del camino recorrido. El estar finalizando un año de manera que ya mañana amanecemos con una numeración nueva podríamos decir que es como un final de etapa, aunque la vida realmente tiene un recorrido continuado y de un día a otro no encontramos quizá grandes diferencias. Aunque los ritmos de la vida social, escolar y política tienen otros recorridos con otras fechas de finalización o de inicio de etapas, lo mismo decimos en el ritmo de la vida cristiana con lo que llamamos los ciclos litúrgicos, el cambio de año sin embargo se puede tener también como motivo para hacer esos balances.

El año que termina, es cierto, que no ha sido un año fácil porque nos hemos visto envueltos en unas crisis en todos los aspectos como quizá hacía mucho tiempo no nos había tocado vivir. La tentación es marcarlo de un plumazo como año horrible, pero creo que siempre podemos ir sacando lecciones de la vida y creo que habría que mirarlo con una mirada distinta. Ha sido una oportunidad, quizás forzada, para detenernos y con una madurez humana tratar de hacer una lectura con cierta profundidad de todo lo vivido. No seré el más indicado para hacer esa lectura con toda profundidad, pero ahí lanzo el reto para que cada uno desde nosotros mismos, desde lo que hemos vivido y hasta sufrido intentemos hacer una lectura buscando también un lado positivo.

Está, es cierto, la enfermedad, las muertes y sus secuelas, está todo el revuelo que se ha producido en la vida social y en la vida económica, los cambios de ritmos en la vida que nos hemos visto obligados a realizar, ese tener que vivir más aislados o encerrados como lo queramos ver o como lo hayamos sabido vivir. Todo esto tendría que llevarnos a reflexionar y pensar en qué hemos puesto las metas de nuestra vida, cuáles han sido las cosas que hasta ahora habían sido tan importantes para nosotros, pero que ahora vemos que quizá pierden valor, que no era lo fundamental de la vida, que hay otras cosas que en el fondo deseamos pero que muchas veces no hemos sabido ver ni encontrar.

Si ya nos vamos haciendo esos planteamientos, van surgiendo esos interrogantes dentro de nosotros todo no está perdido, todo no ha sido negativo, porque el parón que hemos tenido que darle a la vida quizás nos ha hecho pensar y plantearnos cosas. Y eso es positivo en la vida porque es algo que necesitaríamos hacer con frecuencia para saber ir a lo fundamental.

El vernos aislados o encerrados, confinados ha sido la palabra de moda, quizá haya hecho surgir en nosotros unos deseos a los que no dábamos suficiente importancia y aunque lo hacíamos le habíamos dado mucha superficialidad a la vida. Me refiero a esas ansias de encuentro con los demás, a esa búsqueda de compañía para nuestras forzadas soledades. ¿Nos habremos angustiado por ello? ¿Habremos sabido encontrar otras oportunidades y aunque no haya sido con encuentro físico, sin embargo habremos estado más comunicados con los demás? Las redes sociales a las que a veces le tenemos miedo u otras veces las usamos con demasiada superficialidad sin embargo han podido ser un camino que nos ha llevado a intentar estar al menos comunicados con los demás. ¿Habrá algo de positivo en todo esto?

Pero a lo largo de todo este tiempo ha habido unos brotes muy bonitos de solidaridad expresados de muchas maneras, desde aquellas salidas a los balcones en unas horas determinadas para mostrar nuestra solidaridad no solo con los que padecían el virus sino también con aquellos que los estaban cuidando, hasta otros muchos gestos que brotaban por acá o por allá para no olvidarse de los que más solos estaban o más comenzaban a padecer incluso necesidad. Se ha despertado algo hermoso que llevamos en nuestros corazones, la solidaridad, aunque algunas la tenemos demasiado callada, pero que ahora en muchos se ha hecho notar.

La respuesta que hemos ido dando a lo que se nos pedía para prevenirnos contra la pandemia ha tenido señales de madurez en la mayoría de la gente. Siempre habrá locos a los que poco importa el sufrimiento de los demás y los contagios, pero en general ha habido una respuesta madura que nos enseña también los valores que hay en nuestras gentes y que somos capaces de hacerlos florecer. ¿Nos servirá para que cuando volvamos a la normalidad sigamos mostrando esa madurez y ese compromiso?

Como creyentes también hemos de tener una mirada. Se ha visto mermada nuestra participación en la vida litúrgica y celebrativa de nuestra fe, quizás nos ha obligado a despojarnos de adornos y florituras, quizás aun no podemos participar todos los que quisiéramos en la celebración de la Eucaristía, pero los verdaderos creyentes, los que han querido vivir con autenticidad su fe, seguro que han sabido sentir ese apoyo y esa fuerza del Señor que nunca nos abandona. Aquí cada uno tiene que mirarse y revisarse, cómo ha vivido desde su fe estos momentos, cómo nos habremos abierto más a la Palabra de Dios y hemos hecho de nuestros hogares verdaderas iglesias domésticas donde no ha faltado la oración y también la celebración.

He querido apuntar algunas cosas, pero he querido ir destacando al tiempo muchas cosas positivas que han ido surgiendo a lo largo de este tiempo y que tendrían que ser pauta para lo que aún nos queda. Estamos todos deseando un año mejor, pero pensemos que somos nosotros los que lo vamos a hacer mejor o peor; que lo vivido este año nos enseñe, nos ayude a buscar en verdad lo que es lo fundamental.

Pero en este momento final en que parece que lo que queremos hacer es una lista de cosas que le pediríamos al Señor para el año que va a comenzar, creo que tendríamos que comenzar por darle gracias. Con ojos de fe miramos nuestra vida y miramos el año que vivimos y nos daremos cuenta de que son muchas las cosas por las que le tenemos que dar gracias al Señor.

Hoy el evangelio de este fin de año nos habla de tinieblas y de luz, de tinieblas que no quieren dejar ver la luz, pero de la victoria de la luz y la vida cuando el Verbo se hizo carne y plantó su tienda entre nosotros y a los que creímos nos hizo el don de hacernos hijos de Dios. Siempre tenemos la esperanza de que la luz vencerá sobre las tinieblas.

miércoles, 30 de diciembre de 2020

Con Jesús y como Jesús nosotros también queremos ir creciendo, llenándonos de sabiduría y sintiendo que la gracia de Dios está también con nosotros

 


Con Jesús y como Jesús nosotros también queremos ir creciendo, llenándonos de sabiduría y sintiendo que la gracia de Dios está también con nosotros

1Juan 2, 12-17; Sal 95; Lucas 2, 36-40

Parece que las cosas van volviendo a su cauce, todo va volviendo a la normalidad. Es la impresión que nos da este corto relato del evangelio. El evangelista Lucas que es el que más detalles nos da del nacimiento y de la infancia de Jesús parece que da como concluida esa etapa y después de los vaivenes que ha tenido la infancia de Jesús – Nazaret, Belén, Egipto, el templo de Jerusalén -, unido a lo que los otros evangelistas nos han contado, ahora vuelven de nuevo Nazaret donde había comenzado esta etapa con el anuncio del ángel a María. Se volverá a hablar de una vuelta a Nazaret tras el episodio de la pérdida de Jesús en el templo y se encauza así lo que sería el crecimiento de aquel niño, luego joven y adulto en el hogar de Nazaret.

Podemos contemplar al Hijo de Dios que se ha hecho hombre en su crecimiento humano en la placidez de un hogar, como lo fuera aquel hogar de Nazaret. Allí hemos contemplado a esa Sagrada Familia compuesta por Jesús, José y María y como lo hicimos el domingo después de la Navidad de la escuela de Nazaret hemos aprendido para nuestros hogares y nuestras familias.

Hoy se expresa con breves palabras lo que fue la vida de Jesús en aquel hogar donde crecía como hombre, pero donde se iba reflejando cómo la gracia de Dios estaba con El. Era un hogar lleno de gracia porque estaba muy lleno de la presencia de Dios. A María el ángel de la anunciación la llama la llena de gracia, de José se nos dice que era justo y que se dejaba conducir por el Espíritu del Señor, ahora de Jesús se nos dice que la gracia de Dios brillaba en El. Es la gracia divina la que nos hace sentir la presencia de Dios en nuestra vida y decimos que estamos en gracia cuando nos hemos dejado inundar por el Espíritu divino para alejar de nosotros toda maldad y todo pecado. ¿Cómo no podemos decir, entonces, que la gracia de Dios estaba con Jesús, cuando El ha venido precisamente como Cordero de Dios para quitar el pecado del mundo?


Pero nos dice el evangelista que el niño crecía y estaba lleno de sabiduría. Crecimiento es el desarrollo normal de la persona, pero bien sabemos que el crecimiento no está solo en lo físico o en los años que se vayan acumulando en nuestra vida. Bien sabemos que nos podemos encontrar personas que son niños aunque muchos sean los años que hayan transcurrido en su vida cuando brillamos por nuestra inmadurez y vivir una vida infantilizada.

Pero el auténtico crecimiento nos hace desarrollarnos desde lo más hondo de nosotros, y crecerán y madurarán nuestros conocimientos, pero que no solo es la acumulación de esas cosas que aprendemos sino saber encontrar el valor y el sentido de la vida, de lo que nos sucede, de lo que recibimos de los demás o de la sociedad en que vivimos y de lo que nosotros entonces podemos ir también aportando. Es la sabiduría de la vida, es ese saborear lo que somos y lo que vivimos porque le encontramos un sabor, porque le encontramos un sentido, porque le vamos dando un valor a lo que hacemos, porque vamos encontrando respuesta a esos interrogantes que se nos plantean por dentro, porque vamos adquiriendo toda una riqueza interior.

Eso nos va haciendo reflexivos para no dejarnos arrastrar simplemente por los impulsos, eso nos va dando una razón, un por qué de lo que hacemos, de lo que vivimos, eso va haciéndonos salir también de nosotros mismos aunque cada día tengamos más profundidad interior, porque nos abre horizontes, porque nos hace ver cuánto nos rodea de una forma nueva, porque nos hace mirar a los que caminan a nuestro lado con una mirada distinta. Hermosa esa sabiduría de la vida que vamos adquiriendo, hermosa esa profundidad que le damos a nuestro ser, hermosas serán las palabras que broten entonces de nosotros llenas de sabiduría, porque están llenas de sabor, porque todo lo iremos envolviendo en el auténtico y verdadero amor.

Y es la gracia de Dios en nosotros, porque como creyentes no apartamos a Dios de nuestra vida, sino que en El encontraremos las respuestas más certeras para nuestros interrogantes, y porque en El encontraremos también esa fuerza espiritual para luchar por esas metas que nos hemos ido proponiendo, para levantarnos de lo material y simplemente terreno, para darle una trascendencia grande a nuestra vida.

Con Jesús y como Jesús nosotros también queremos ir creciendo – y eso en todos los momentos de la vida – llenándonos de sabiduría y sintiendo que la gracia de Dios está también con nosotros.

martes, 29 de diciembre de 2020

Todos los que se encuentran de verdad con Jesús en sus vidas se sentirán transformados para convertirse en portadores de evangelio para el mundo que les rodea

 


Todos los que se encuentran de verdad con Jesús en sus vidas se sentirán transformados para convertirse en portadores de evangelio para el mundo que les rodea

1Juan 2,3-11; Sal 95; Lucas 2,22-35

‘Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel’.

Es el cántico del anciano Simeón. Un hombre de fe, un hombre lleno del Espíritu, un hombre que mantenía viva la esperanza. Y sus ojos lo han visto. Se ha cumplido la esperanza, porque se han cumplido las promesas, porque para él también se ha cumplido la especial promesa del Señor. No vería la muerte sin haber contemplado antes al Salvador, al enviado del Señor como luz para las naciones, como gloria del pueblo de Dios.

No teme ya el punto final de su vida, sino que más bien lo desea, porque ya las promesas están cumplidas. Y él ha realizado su misión, mantener viva esa fe y esa esperanza; por eso estaba allí todos los días en el templo. Y tuvo ojos para ver y pudo contemplar, en aquel niño, uno como tantos, que aquellos aldeanos venidos desde la lejana Galilea ahora presentan al Señor.

¿Tendremos ojos nosotros para ver y llegar también a la contemplación? No nos apartamos del marco de la Navidad. También como los pastores hemos acudido a la llamada y hemos contemplado a un recién nacido envuelto en pañales y recostado en un pesebre. Los ángeles en su anuncio así habían señalado que habíamos de contemplarlo. Los pastores creyeron y vieron la gloria del Señor y como dice el evangelista contaban a todos lo que les habían dicho de aquel niño. Por eso al llegar al establo contemplaron la gloria de Dios.

Y nosotros ¿hemos llegado también a la contemplación de la gloria del Señor? Sabíamos también lo que estaba anunciado y decimos que celebramos la navidad porque queremos ir también a Belén para ver al recién nacido envuelto en pañales y recostado en el pesebre. Hasta quizá lo hemos representado muy bien con muchos detalles en el Belén que habremos quizá elaborado. Pero cuidado que se haya ya quedado medio olvidado en un rincón; cuidado que ya nos parezca lejano, porque han pasado unos días, lo que contemplábamos en la noche del nacimiento o en el día de la navidad; cuidado que haya sido como un hecho más, como una anécdota que nos ha sucedido, pero no haya dejado huella en nosotros.

Para aquellos ancianos que se encontraron al Niño en el templo en brazos de sus padres todo no se quedó en una anécdota que luego contar; seguro que el gozo que vivieron en aquellos momentos, la experiencia de fe que inundó sus vidas sí que dejo huella en ellos, sí hizo que su vida desde entonces fuera diferente.

Simeón no solo da gracias a Dios y pone su vida en las manos de Dios sino que comienza a hablarle a María y a José lo que va a significar aquel niño, bandera discutida para muchos, causa de sufrimiento y dolor en el alma para María, pero luz de verdad y salvación que iba a ser para Israel y para todas las naciones. Por eso vemos que aquella anciana como una profetisa habla también de aquel niño a todos los que esperaban la futura liberación de Israel.  Se convirtieron en evangelizadores, en portadores de una Buena Noticia que no podían callar.

Es lo que les sucede a todos los que de verdad se encuentran con Jesús, no pueden callar aunque traten de impedírselo o se los prohíban. Lo vemos repetidamente en el evangelio en los primeros discípulos cuando se van encontrando con Jesús pronto comenzarán a hablar a sus familiares y amigos también de Jesús; es lo que contemplamos aquellos que experimentan la salvación de Jesús en sus vidas cuando son curados que no podrán hacer otra cosa que ponerse a hablar a todo el mundo de Jesús.

Por eso quizá tenemos que preguntarnos por nuestra contemplación del misterio de la navidad y si de la misma manera nos ha llevado a hablar de Jesús, a ser portadores de evangelio para los que nos rodean. De muchas maneras podemos hacerlo, grande es el testimonio que podemos dar, de alguna manera tenemos que saberlo reflejar en nuestra vida, en nuestras actitudes, en nuestra manera de actuar y de vivir.

lunes, 28 de diciembre de 2020

Estamos celebrando a quien vino para darnos vida y en abundancia, nos enseña a amar la vida, nos pone en camino de buscar la vida en plenitud, nos impulsa al respeto a toda vida

 


Estamos celebrando a quien vino para darnos vida y en abundancia, nos enseña a amar la vida, nos pone en camino de buscar la vida en plenitud, nos impulsa al respeto a toda vida

1Juan 1, 5-2, 2; Sal 123; Mateo 2, 13-18

La Palabra de Dios hoy nos provoca, nos hace plantearnos y preguntarnos ¿de qué lado estamos? ¿Dónde queremos estar?

Hoy se nos habla de luz y se nos habla de tinieblas, hoy se nos habla de violencias y de muerte y aparecen las ambiciones humanas que nos endurecen y embrutecen, de miedos que sobrecogen el espíritu y nos hacen actuar con desconfianza y con maldad, indirectamente se nos plantea si acaso no nos habremos insensibilizado con las noticias que se repiten o la situación repetida que vemos en nuestro mundo.

Es fácil decir que queremos caminar en la luz, como nos señala hoy la carta de Juan, pero también es fácil que se quede o en buenos deseos o solamente en palabras porque luego con sinceridad no somos capaces de reconocer los puntos oscuros que puede haber en nuestra vida. Tanto nos hemos acostumbrado a ese mundo de violencia que cuando contemplamos el hecho cruel que se nos ofrece hoy en el evangelio hemos terminado por darle un sentido de broma, de fiesta y de motivo de jolgorio. Cuando decimos día de los inocentes, ya solo pensamos en la fiesta que podemos hacer de los demás en sus desconciertos con nuestras broma pero casi pasamos por alto la sangre inocente derramada en aquellos niños martirizados como disimulamos otros dejamientos de sangre con los que de alguna manera jugamos en las actitudes o posturas que podamos tomar en la vida.

Sí, es el día de los Santos Inocentes y recordamos y contemplamos el evangelio en ese episodio sangriento tan cercano al nacimiento de Jesús. Los recelos de Herodes por la posibilidad del nacimiento de un rey para los judíos que pudiera despojarle a él de su corona provocan como un torrente de maldad en cascada vertiginosa que lleva a la muerte a aquellos niños inocentes solamente por el hecho de tener una edad semejante a la del recién nacido niño Jesús.

Son las tinieblas que contemplamos en este evangelio manchadas de sangre inocente, pero que nos tendría que sensibilizar ante tanta sangre inocente que se sigue derramando en nuestro mundo. Nos viene siempre a consideración el tema del aborto con la destrucción de tantas vidas en el seno de sus propias madres aunque casi nos acostumbramos a ello y nos dejamos embaucar por tantos que se auto justifican en las leyes que lo permiten o en los llamados derechos de unas madres que no tienen la valentía de afrontar la vida de unos seres que se están gestando en sus entrañas. ¿Y el derecho a la vida, el derecho a vivir de esos seres que ya son seres humanos en las entrañas maternas? ¿O es que acaso podemos tener el derecho de matar, de quitar la vida a un ser vivo?

Es lo que ahora se nos está planteando con el llamado derecho a decidir sobre su vida y sobre el momento en que queremos ponerle fin a nuestra existencia o a la existencia de otros seres humanos. Estamos cayendo en una pendiente muy peligrosa en nuestra sociedad porque terminaremos eliminando a todos aquellos que consideremos inservibles por las discapacidades que puedan tener en sus vidas. Todos entendemos que nos estamos refiriendo a las nuevas leyes que se están aprobando.

Es un mundo de violencia y de muerte en el que estamos viviendo; es lo que nos ofrecen continuamente los medios de comunicación y también todos los medios audiovisuales. Parece que poco importa la vida cuando tanto hacemos protagonista a la muerte. Es la realidad, nos pueden decir algunos y lo que se trata es de reflejar la realidad, pero no nos damos cuenta de que vamos perdiendo la sensibilidad, vamos perdiendo el respeto por la vida y así luego vemos como normal esa violencia de palabras, de gestos, de trato que nos tenemos los unos contra los otros.

Creo que cuando tenemos oportunidad de celebrar la muerte de los Santos Inocentes y en fechas tan cercanas al nacimiento del Salvador seamos capaces de reflexionar y recapacitar sobre todas estas cosas. Estamos celebrando a quien vino a nosotros para darnos vida y dárnosla en abundancia, quien nos enseña a amar la vida, quien nos pone en camino de buscar la vida y la vida en plenitud, quien nos impulsa a ese respeto a la vida y a la vida de todos sea cual sea su condición o su capacidad, quien por nosotros dio su vida pero para que nosotros tengamos vida y vida para siempre con toda dignidad.

 

domingo, 27 de diciembre de 2020

El hogar y la familia de Nazaret fue la escuela de aprendizaje donde nació el Hijo de Dios que se hace hombre y creció en edad, sabiduría y gracia ante Dios y los hombres

 


El hogar y la familia de Nazaret fue la escuela de aprendizaje donde nació el Hijo de Dios que se hace hombre y creció en edad, sabiduría y gracia ante Dios y los hombres

Eclesiástico 3, 2-6.12-14; Sal 127; Colosenses 3, 12-21; Lucas 2, 22-40

Uno de los valores que se intenta mantener en todo su esplendor en las fiestas de navidad es que son unas fiestas entrañablemente familiares como una de las cosas que nos ha dolido más en las circunstancias actuales de la celebración de la navidad de este año es precisamente el no poder vivir con la intensidad acostumbrada este sentido familiar de la Navidad. Es cierto que todo tiene sus excesos y en cierto modo limitaciones como todo lo humano y por otra parte el darle tanto valor a la cena familiar haya quizá mermado en cierto modo el sentido religioso de la navidad, pues quizá se restaba la posibilidad de una participación en la celebración litúrgica de la Misa del Gallo o Misa de Nochebuena.

Precisamente en este domingo siguiente al día de la Natividad del Señor la liturgia de la Iglesia nos invita a celebrar a la Sagrada Familia de Jesús, José y María, la Sagrada Familia de Nazaret donde quiso Dios que se encarnase, naciese y creciese en lo humano el Hijo de Dios que se hizo  hombre. Una mirada a ese Hogar de Nazaret, escuela y semillero del amor más hermoso, como es el amor familiar. Y el niño crecía en edad, sabiduría y gracia en el seno de aquel hogar.

Vino Dios a hacerse uno como nosotros y será como niño en el seno de ese hogar donde aprenderá a hacerse hombre, a crecer en edad y en sabiduría, a crecer y a madurar en lo humano como toda persona que tiene en el hogar y en el seno de la familia ese semillero donde va a aprender y a desarrollar todos esos valores humanos de la persona que le llevarán por caminos de gracia y de plenitud.

La convivencia familiar es esa hermosa escuela donde aprendemos los mejores valores que nos hacen más humanos; es el encuentro y es el diálogo en común, es ese intercambio de experiencias pues lo vivido por unos miembros de la familia servirá de base y de modelo para lo que los otros han de vivir también, es la confianza que nos hace sentirnos mutuamente apoyados, es el caminar juntos afrontando dificultades y problemas que siempre en toda familia van a aparecer pero tratando siempre de sentirnos verdaderamente solidarios para juntos resolverlos y superarlos, es ese abrirme al otro y a lo otro porque nos damos cuenta que no podemos vivir encerrados en nosotros mismos, es el aprender a levantar la mirada para ver horizontes más amplios que los caprichos particulares pero también para sabernos elevar a ideales y metas superiores dándole una mayor trascendencia a la vida, es el darnos cuenta que somos algo más que cuerpo y carne y que hay un espíritu dentro de nosotros que nos eleva y nos hace también trascender todas las cosas en Dios.

Es un camino que día a día vamos desbrozando, en el que tropezamos quizá muchas veces y hasta nos hacemos daño, pero sabemos que en el calor del amor del hogar y de la familia todas esas heridas se curan porque en quienes se aman de verdad siempre hay capacidad de perdón superando y olvidando aquellas cicatrices que nos hayan podido quedar de las luchas de la vida. Es lo que todos con mayor o menor perfección hemos vivido en la vida en el seno de nuestros hogares, que bien sabemos que no son perfectos porque limitados y llenos de debilidades somos cada uno de nosotros. Pero la convivencia nos enseña a amarnos, a comprendernos, a tendernos la mano, a perdonarnos una y otra vez, a saber comenzar de nuevo cuantas veces haga falta.

Es la realidad que hoy contemplamos también en aquel hogar de Nazaret donde nació y creció el Hijo de Dios al hacerse hombre. No faltaron dificultades a aquella familia que queremos llamar sagrada, porque ya el nacimiento del niño fue en extrañas e incómodas circunstancias lejos del hogar de Nazaret y sin tener ni siquiera posada que los acogiera en su obligatoria llegada a Belén. Pero será la huída a Egipto y como destierro huyendo de Herodes que quería atentar contra la vida del Niño y su camino itinerante hasta llegar de nuevo a Nazaret; será la vida de un pobre artesano que no destacaría por sus riquezas y posibilidades, pero que enseñaría muy bien que el Hijo del Hombre no tendrá ni donde reclinar su cabeza.

Pero es la vida de unos creyentes con su esperanza puesta en Dios a los que vemos subir al templo por una parte para cumplir los ritos de la presentación del primogénito al Señor o para la celebración de la Pascua. Como nos dirá más tarde san Lucas ‘como era su costumbre fue a la sinagoga el sábado’, que era el día del encuentro y de la escucha de la ley y los profetas como lo era del culto debido al Señor y ofrecido en la oración de la comunidad.

Fue la escuela del aprendizaje de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre. Hoy nosotros miramos a aquel hogar y a aquella sagrada Familia de Nazaret porque también queremos que sea escuela de aprendizaje para nosotros, para nuestros hogares, para nuestras familias. Hoy miramos a aquella Familia de Nazaret y pensamos en nuestras familias y pedimos por nuestras familias, pero queriendo hacer más amplia nuestra oración tenemos en cuenta y pedimos por las familias en dificultades, por las familias rotas, por las familias donde falta el calor del amor y de la buena convivencia.

Que encontremos un verdadero estímulo para nuestro camino y para el camino de las familias tan importante y esencial para hacer un mundo mejor. Con unas familias sanas tendremos un mundo sano; con unas familias llenas de amor tendremos un mundo mejor.

sábado, 26 de diciembre de 2020

El camino de la fe siempre es camino de pascua, porque tiene que ser siempre un camino de amor por eso unimos hoy la alegría de la navidad a lo que es la entrega del martirio

 


El camino de la fe siempre es camino de pascua, porque tiene que ser siempre un camino de amor por eso unimos hoy la alegría de la navidad a lo que es la entrega del martirio

Hechos 6, 8-10; 7, 54-59; Sal 30; Mateo 10, 17-22

Parece de alguna manera desconcertante que cuando estamos viviendo la alegría de la fiesta de la Navidad nos aparezca la sombra de la muerte, del martirio, de la sangre derramada. Y es que en este día siguiente a la navidad y mientras estamos en la celebración de la octava del nacimiento de Jesús hoy la Iglesia nos propone la celebración de la fiesta de san Esteban. Lo llamamos el Protomártir, porque fue el primer mártir por el nombre de Jesús y en la lectura de los Hechos de los Apóstoles tenemos el relato de su martirio.

Fue uno de los siete diáconos escogidos por los apóstoles para el servicio de la comunidad cuando se vieron desbordados en la predicación de la Buena Nueva de Jesús, pero también en la atención de los más necesitados de la comunidad. Así surgieron aquellos siete diáconos, hombres de fe, a los que se encargaba la tarea de la administración y de la atención a los huérfanos y a las viudas en expresión de los Hechos de los Apóstoles. Esteban era uno de ellos. Pero su testimonio iba más allá pues también hacía el anuncio del nombre de Jesús con gran ardor y espíritu misionero enfrentándose en la sinagoga a todos los que querían acallar el nombre de Jesús.

Los dos pilares de su vida, por decirlo de alguna manera, era el testimonio ardiente del nombre de Jesús a través del servicio a los pobres, la diaconía, y la predicación. Era un hombre de fe y lleno del Espíritu Santo y en él vemos cumplidas aquellas palabras de Jesús que anunciaban la fuerza del espíritu que pondría palabras en sus labios frente a todos los que les hicieran frente, como se nos ofrece en la primera lectura de este día, aunque todo ello le costara el martirio como allí se nos describe.

 Es por eso por lo que la liturgia de la Iglesia nos ofrece su celebración en este primer día de la Navidad. El pesebre de Belén, signo de la pobreza y del sacrificio viene a tener su culminación en la Cruz del Calvario. Parece un signo de contradicción, pero así lo señalaría el anciano Simeón cuando Jesús sea presentado en el templo. Y es que el camino de la fe siempre es camino de pascua, porque tiene que ser un camino de amor; quien ama, se da, se entrega llegando incluso a la entrega suprema de la vida. Y el camino del creyente sigue los pasos de Jesús y los pasos de Jesús son pasos de pascua.

El mayor signo de la vida y del amor es la entrega hasta el sacrificio supremo si fuera necesario. Pero nosotros andamos tantas veces poniendo límites a la entrega porque en el egoísmo que nos tienta nos amamos tanto a nosotros mismos que no somos capaces de darnos sin límites. Solo el que entrega la vida, gana la vida, aunque cuando lo miramos solo con nuestros ojos mundanos no lo acabemos de entender. Es lo que nos repetirá Jesús tantas veces en el evangelio aunque nos cueste asimilarlo. El que se guarda la vida solo para sí la va a perder y la va a perder sin sentido ni valor. Pero el que se da y no teme perderla por amor es que la ganará en plenitud.

Esto es algo que tendríamos que recordar con frecuencia y entonces le podremos dar valor y sentido a los contratiempos con que nos encontramos en la vida. Asumimos con entera libertad ese camino lleno de sacrificios en tantas ocasiones, y hasta seremos capaces entonces de ofrecernos en inmolación en el nombre del amor por los demás. No es que busquemos el sufrimiento por el sufrimiento pero sí aceptamos que el amor algunas veces nos hace sufrir cuando tenemos que arrancarnos de nosotros mismos para pensar en los demás o para darnos por los demás.

Son desgarros que se van produciendo en el corazón pero para los que encontramos un sentido y un valor, que es el amor que nos llevará siempre a la mayor plenitud. Y aunque quizá no siempre en esta vida vamos a encontrar satisfacción o compensación por esa entrega porque quizás hasta no nos la agradecerán, sabemos donde tenemos la recompensa, donde de verdad hemos ganado un tesoro, donde encontraremos la plenitud de la felicidad.

Hoy san Esteban en ese momento supremo del sacrificio y del martirio ve los cielos abiertos, porque sabe que allí está la meta de la plenitud total. Por eso podrá decir como Jesús en el Cruz: ‘En tus manos, Padre, pongo mi espíritu’.

 

viernes, 25 de diciembre de 2020

El nacimiento de Jesús aunque sean muchas las sombras que tengamos en la vida nos llena de luz y de esperanza


 

El nacimiento de Jesús aunque sean muchas las sombras que tengamos en la vida nos llena de luz y de esperanza

Isaías 9, 1-6; Sal 95; Tito 2, 11-14; Lucas 2, 1-14

‘No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre’.

Es la gran noticia que resuena en la noche de la Navidad. Es la gran noticia que sigue resonando y que necesitamos escuchar. No la podemos eludir. No la podemos disimular. No podemos hacernos oídos sordos. Es la gran noticia que tenemos que seguir proclamando. Necesitamos nosotros escucharla una y otra vez. Necesita escucharla nuestro mundo como la ‘gran buena noticia’, es la buena nueva que tiene que seguir resonando como la primera vez. No es noticia pasada, no es noticia de otros tiempos, es noticia para hoy, aunque el mundo se haga sordo, aunque muchos traten de camuflarla, aunque muchos se pongan otras músicas en sus oídos para no prestarle atención.

Cuando resonó por primera vez esa noticia la noche se revistió de luz. Era la noche y en la noche hay oscuridad. Pero era la noche porque faltaba la verdadera luz que iluminara el mundo. No eran tiempos fáciles porque la situación que vivía el pueblo de Israel estaba muy llena de sombras. No eran solo las cuestiones políticas de dominios o no dominios que mermasen la libertad y la soberanía de Israel. Eran otras luces las que se habían ido apagando y nuevas sombras de desesperanza se cernían sobre el pueblo.

Y el resplandor de aquella noche era para despertar las esperanzas, era para que se comenzara a creer en un mundo nuevo. Esa sería la Buena Noticia que se comenzaría a anunciar pronto, pero los corazones estaban cerrados, los caminos no terminaban de abrirse aunque más tarde el Bautista hiciera resonar su voz en el desierto para preparar los caminos del Señor. Pero la transformación necesaria era costosa como costosa es siempre la conversión porque cuesta salir de las tinieblas para encontrarse con la luz.

Para nosotros resuena también fuerte esta Buena Noticia de la Navidad porque también hay muchas sombras que nos inquietan. Se nos ensombrecen también las esperanzas en muchas ocasiones y nos cuesta entender qué camino habría que tomar, nos cuesta aprender las lecciones que la misma vida nos está dando a través de lo que está sucediéndonos y nos quedamos como apesadumbrados sin saber que caminos tomar.

Mucho se hablado estos días que es una navidad diferente. Pero para muchos es diferente porque no pueden seguir con las mismas rutinas de siempre, porque nos sentimos desbordados y como oprimidos porque no podemos hacer lo de todos los años, estamos como tristes porque se nos han limitado las posibilidades de fiesta. Y decimos que la navidad va a ser diferente.

Pero ¿quizá no tendríamos que preguntarnos seriamente ni no es que necesitamos hacer que la Navidad sea diferente? Nos obliga quizás a ir a lo esencial, pero hemos terminado por no saber qué es lo esencial de la navidad porque de tantas cosas la hemos llenado que la hemos desfigurado. El tener que despojarnos de muchas cosas que no son tan esenciales ¿no nos hará que nos encontremos de verdad con el niño recién nacido envuelto en pañales y recostado en un pesebre? Tendríamos que quizá apagar las luces que nos encandilan para encontrar la verdadera luz, porque con tantos guiños que recibimos de un lado y de otro no sabemos dónde está la luz verdadera.

Ojalá escuchemos muy bien el gran anuncio de esta noche y seamos capaces de disponernos como los pastores que se fueron derechos a Belén para encontrar aquello que los Ángeles les habían anunciado. Nuestra vida no se puede llenar de sombras cuando tenemos la luz verdadera que es Jesús.

Claro que tenemos que salirnos de muchos barullos para escuchar claramente el anuncio, tenemos que salirnos de algunas comodidades aunque digamos que estamos tan mal para ponernos en camino como hicieron aquellos pastores; eran pobres y estaban poco menos que al raso guardando sus rebaños en la fría noche, pero acurrucados unos con otros mantendrían algún tipo de calor, pero ahora tenían que levantarse y ponerse en camino aunque comenzaran a sentir con un poco más de fuerza el frío de la noche, pero aquel camino les llevaría a la luz verdadera y al que iba a ser fuego en sus corazones para encontrarse con la salvación.

Los pastores se convierten para nosotros en mensajeros y en estímulo para emprender el camino. Y nos encontraremos con el niño que es nuestro salvador en brazos de su madre María o recostado en un pesebre que le hacía de cuna. Es nuestra luz en medio de las tinieblas en que vivimos, es nuestra salvación que nos levanta de nuestros desencantos e incertidumbres, es el que va a dar sentido y valor a nuestra vida, es el que va a iluminar nuestro mundo con una nueva luz y una nueva esperanza.

Será así como hagamos verdadera navidad; será así como vamos a llegar a lo esencial; será así como vamos a sentir al Emmanuel, al Dios con nosotros, que camina con nosotros y nos enseña a hacer ese mundo nuevo. Una navidad nueva y distinta que hemos despojado de superficialidades para llegar a lo que es el verdadero sentido de la navidad.

Aunque estemos tristes por esas cosas que nos ensombrecen la vida va a surgir una nueva alegría de nuestro corazón porque nos llenamos de nueva luz, porque nos llenamos de Dios. El nacimiento de Jesús aunque sean muchas las sombras que tengamos en la vida nos llena de luz y de esperanza.

jueves, 24 de diciembre de 2020

Hoy sabréis que viene el Señor y mañana contemplareis su gloria

 


Hoy sabréis que viene el Señor y mañana contemplareis su gloria

‘Hoy sabréis que viene el Señor y mañana contemplareis su gloria’. Es una antífona que nos ofrece la liturgia de las horas en la mañana de este 24 de diciembre. Estamos en las vísperas de la Navidad, aunque ya en la tarde-noche comenzaremos las celebraciones del Nacimiento del Señor. Pero he querido recoger como inicio de esta reflexión esta antífona de la liturgia porque nos expresa bien los sentimientos de esperanza que anidan en nuestro corazón en la preparación del día grande de la navidad. Está cerca ya el día en que contemplaremos la gloria del Señor en el nacimiento de Jesús, tenemos la certeza de la esperanza y con ello nuestro espíritu se prepara.

Hoy sin embargo es un día en que por todos lados andamos ajetreados en los preparativos de las fiestas de la Navidad. Muchas veces no tenemos la calma de preparar lo que verdaderamente es importante, que nos preparemos nosotros. No es preparación de cosas, que es la fácil tendencia y tentación. En otros momentos de la vida de la Iglesia era un día de vigilia, un día que tenia también un cierto tinte penitencial de manera que obligaba incluso la abstinencia como preparación espiritual a este momento del nacimiento del Señor.

Hoy en nuestra sociedad se ha impuesto un estilo distinto y se ha llegado incluso a perder el verdadero sentido de la navidad. Felices fiestas dicen muchos evitando incluso la palabra navidad a la hora de felicitarnos, lo que viene diciéndonos como es a Jesús al menos que tenemos en cuenta a la hora de nuestra celebración. Recuerdo en una ocasión comentando con alguna familia que incluso se tenia a sí misma como muy religiosa y cristiana si ellos no iban a la Misa de Nochebuena, y me decían que como se iban a levantar de la mesa y de la fiesta cuando estaban allí todos reunidos para irse a la Iglesia a la celebración de la Misa del Gallo. Una navidad que se quedaba solamente en una fiesta y en un encuentro familiar por muy hermoso que sea y que había perdido todo su sentido religioso.

Este año, es cierto, las circunstancias sanitarias que vivimos con todas las restricciones que se nos han impuesto nos hacen vivirlo de una forma distinta y ya la celebración no la podemos tener en la hora habitual. Es cierto que también se van a ver limitados esos encuentros familiares y quizá pueda ser una oportunidad para detenerse a pensar un poco en lo que es el verdadero centro de nuestra fiesta navideña y ojalá seamos capaces de encontrar ese momento en ese grupo reducido de familia que va a reunirse para acudir al evangelio, para detenernos a leer el relato del nacimiento de Jesús, para hacer una verdadera oración de acción de gracias por el amor que Dios nos tiene que nos ha entregado a su Hijo cuyo nacimiento es lo que verdaderamente celebramos.

Me atrevo a ofreceros un himno de la liturgia que muchas veces se ha rezado en la Iglesia en estos días, y que nos sirva de oración en esta mañana víspera del nacimiento del Señor pidiendo que en verdad venga a nosotros, venga a nuestra vida, venga y llene de luz nuestro mundo. 

¡Cielos, lloved vuestra justicia!
¡Ábrete, tierra!
¡Haz germinar al Salvador!

 

Oh Señor, Pastor de la casa de Israel,
que conduces a tu pueblo,
ven a rescatarnos por el poder de tu brazo.
Ven pronto, Señor. ¡Ven, Salvador!

 

Oh Sabiduría, salida de la boca del Padre,
anunciada por profetas,
ven a enseñarnos el camino de la salvación.
Ven pronto, Señor. ¡Ven, Salvador!

 

Hijo de David, estandarte de los pueblos y los reyes,
a quien clama el mundo entero,
ven a libertarnos, Señor, no tardes ya.
Ven pronto, Señor. ¡Ven, Salvador!

 

Llave de David y Cetro de la casa de Israel,
tú que reinas sobre el mundo,
ven a libertar a los que en tinieblas te esperan.
Ven pronto, Señor. ¡Ven, Salvador!

 

Oh Sol naciente, esplendor de la luz eterna
y sol de justicia,
ven a iluminar a los que yacen en sombras de muerte.
Ven pronto, Señor. ¡Ven, Salvador!

 

Rey de las naciones y Piedra angular de la Iglesia,
tú que unes a los pueblos,
ven a libertar a los hombres que has creado.
Ven pronto, Señor. ¡Ven, Salvador!

 

Oh Emmanuel, nuestro rey, salvador de las naciones,
esperanza de los pueblos,
ven a libertarnos, Señor, no tardes ya.
Ven pronto, Señor. ¡Ven, Salvador!

 

miércoles, 23 de diciembre de 2020

La alegría del nacimiento de aquel niño en las montañas de Judea tiene que motivarnos a todos para llegar al nacimiento de Jesús llenos de la más confiada esperanza

 

La alegría del nacimiento de aquel niño en las montañas de Judea tiene que motivarnos a todos para llegar al nacimiento de Jesús llenos de la más confiada esperanza

Malaquías 3, 1-4. 23-24; Sal 24; Lucas 1, 57-66

El nacimiento de un niño siempre se ve rodeado de alegría y de expectativas. Es como un signo de esperanza que se levanta al surgir esa nueva vida y en el fondo todos nos preguntamos qué va a ser de aquel niño; su nacimiento viene rodeado de muchos sueños, llenos de imaginación quizá, pero que son deseos de un futuro bueno al que miramos con esperanza. Todos se alegran y se felicitan en su nacimiento, porque todos al contacto de esa nueva vida que en aquel niño está palpitando nos hace desear incluso lo que nosotros no hemos conseguido pero con la esperanza que esos mejores sueños se conviertan en realidad de vida para aquel ser que allí comienza a palpitar.

Es lo que nos está reflejando el evangelio de lo sucedido entonces en las montañas de Judea. Felicitan a la madre y todos mutuamente se felicitan. Las circunstancias especiales que acompañan el nacimiento de aquel niño de unos padres que parece que se les ha pasado la edad de engendrar, hace suscitar mayores esperanzas porque los que mantienen su actitud creyente están viendo la mano de Dios en el nacimiento de aquel niño.

En cierto modo lo miran como algo propio cuando todos se disputan cual ha de ser el nombre de aquel niño. Pero el nombre que va a llevar vendrá determinado por lo que se está ya manifestando que es la acción de Dios con su pueblo a través del nacimiento de aquel niño, por eso su nombre será Juan. Lo señala la madre, lo corrobora el padre a través de la escritura en una tablilla, pero es que está expresándose como Dios ama a su pueblo y está con él.

El nacimiento de Juan es algo verdaderamente importante porque llega la voz del mensajero que nos vendrá a señalar donde está la Palabra. Su misión será grande porque está llamado como había anunciado el profeta porque venia a convertir el corazón de los padres hacia los hijos y el corazón de los hijos hacia los padres, porque había de preparar para el Señor un pueblo bien dispuesto.

El será la voz que grita en el desierto para preparar los caminos del Señor, el mensajero que nos anuncia la inminente llegada del Salvador, por eso también con regocijo hemos de acoger al mensajero que llega porque es una forma de escucharle y es una forma de preparar en nuestros corazones los verdaderos caminos del Señor.

Necesitamos escuchar y acoger al mensajero. Es más necesitamos hoy un mensajero que nos anuncie una Buena Nueva cuando parece que todo fueran malas noticias. Necesitamos un mensajero que brille como una luz porque son muchas las tinieblas de muerte que nos están envolviendo en el hoy de nuestra vida.

Escuchemos las noticias y fijémonos bien en lo que nos están diciendo cada día; cada día parece que con mayor intensidad se nos anuncian números teñidos de luto y de muerte, nos hablan del crecimiento de la pandemia, nos hablan del número de muertos y pocas son las esperanzas que se suscitan en nuestros corazones incluso con las noticias buenas y que podrían ser esperanzadoras que en ocasiones se intentan transmitir. Aumenta el desasosiego en nuestros corazones, nos sentimos frustrados cuando no vemos mejoría y nuestros corazones se visten cada vez más de luto.

Por eso, como decíamos, necesitamos un mensajero que alumbre alguna nueva esperanza; no podemos seguir viviendo con nuestros espíritus turbados por la incertidumbre. Necesitamos que la Navidad sea en verdad para nosotros una luz de nueva esperanza, porque ahora más que nunca necesitamos un Salvador pero que no queremos recibir solamente de una forma ritual.

Nuestra navidad a pesar de todas las turbulencias tiene que estar llena de vida y de luz. Escuchemos al mensajero, predispongamos nuestro espíritu para algo nuevo y para algo bueno. El Señor puede realizar maravillas en nuestros corazones. Avivemos nuestra fe para que no decaiga la esperanza, encendamos ese fuego del amor que dé un calor nuevo y vivo a nuestra vida, alejémonos de todo lo que signifique frialdad de muerte. La alegría del nacimiento de aquel niño en las montañas de Judea tiene que motivarnos a todos para llegar al nacimiento de Jesús llenos de la más confiada esperanza.

‘¡Levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación!’

martes, 22 de diciembre de 2020

Tenemos que cantar ese cántico de acción de gracias y de liberación de María que a su vez es anuncio de algo nuevo que transformará todo para crear un mundo nuevo

 


Tenemos que cantar ese cántico de acción de gracias y de liberación de María que a su vez es anuncio de algo nuevo que transformará todo para crear un mundo nuevo

1Samuel 1,24-28; Sal.: 1Sam. 2,1.45.6-7.8abcd; Lucas 1,46-56

 ‘Es de bien nacidos ser agradecidos’ dice con toda sabiduría el refranero popular. Y aunque nos consideramos todos ‘bien nacidos’sin embargo en la vida muchas veces vamos creyendo que nos lo merecemos todo y es una palabra que nos cuesta decir, un sentimiento que nos cuesta expresar. Parece como si nos sintiéramos humillados porque hayamos necesito la ayuda de alguien, cuanto mayor es nuestra grandeza en la humildad de nuestra realidad de sentirnos necesitados de los demás. Sin embargo es una palabra que puede alegrar el corazón de aquella persona a la que se la decimos porque estamos reconociendo su generosidad, su altruismo, su solidaridad, su amor, en una palabra. Pero es una palabra que también nos haría grandes a nosotros cuando con sinceridad sale de nuestro corazón.

Hoy es el día del cántico, o mejor de los cánticos de la acción de gracias. Lo expresa aquella buena mujer, Ana, que un día llorando delante del sacerdote Heli había suplicado al Señor en su esterilidad el don de poder tener un hijo, y que ahora viene agradecida al Señor a cumplir sus votos, con la ofrenda del buey para el sacrificio, la harina para el pan de las ofrendas, pero sobre del hijo que Dios le dio y que quiere consagrar al Señor. El salmo precisamente que rezamos como salmo responsorial es el cántico de esta mujer al Señor en su acción de gracias y que inspirará el cántico de María.

Estamos aún en la visita de María a su prima Isabel allá en la montaña y donde ya desde el principio todo han sido alabanzas y bendiciones porque allí se palpaba la visita de Dios a su pueblo. No en vano Juan fue justificado ya en el seno materno con la visita y presencia de María, expresado en aquellos saltos de la criatura en el vientre de Isabel como ella misma reconoce.

Pero es ahora cuando aquellas mujeres, aunque el evangelio pareciera ponerlo solo en los labios de María, prorrumpen en un cántico de acción de gracias al Señor. Reconoce María - que se sigue sintiéndose pequeña por todas las maravillas que Dios hace en ella – el gozo que se desborda de su corazón cuando se siente la llena de gracia, la elegida del Señor que derrama abundantemente su misericordia sobre ella y sobre todo el pueblo. María sabe que lo que en ella sucede no es solo un don de Dios personal para ella a la que engrandece al hacerla su madre, sino que con ello la misericordia del Señor se está derramando sobre su pueblo cumpliéndose así las antiguas promesas.

María se siente bendecida por el Señor y sabe que así bendecirán su nombre todas las generaciones venideras, pero María proféticamente está vislumbrando toda la transformación que se realizará en la vida de los hombres en la medida en que van aceptando y viviendo el Reino de Dios anunciado por los profetas y al que dará cumplimiento Jesús. Será un mundo nuevo donde los que están llenos de orgullo serán humillados y despojados de los tronos y pedestales de grandeza donde se han subido para que sean los humildes los que son exaltados, los que se consideran los últimos y servidores todos los que van a ser los primeros, y donde los hambrientos no solo de pan sino de justicia y de amor se verán saciados.

Se ha dicho que este cántico de María es el cántico de la liberación y podemos contemplar que está en plena consonancia con las palabras que Jesús proclamará en la Sinagoga de Nazaret. Los oprimidos van a ver la libertad así como se abrirán los ojos de los ciegos, se soltará la lengua de los mudos, y los que hasta ahora se veían condicionados en sus movimientos podrán dirigir sus pasos por los caminos de la paz y de la solidaridad. María canta ese nuevo mundo que va a comenzar, da gracias al Señor que se fijó en su humildad y a ella la escogió para misión tan alta y se siente una agradecida colaboradora con Dios en la obra de la salvación. Ese había sido el sí de su vida allá en Nazaret, que no era el sí momentáneo de un momento de fervor sino que era el Sí de toda su vida que ella también había consagrado al Señor.

¿Seremos capaces nosotros de cantar este cántico de María en todo su sentido y profundidad? Mucho tenemos nosotros que dar gracias al Señor que también ha querido contar con nuestra pequeñez y es que en nuestras manos está el que sea el cántico de liberación que construye un mundo nuevo porque de la misma manera sentimos que se nos regala la misericordia del Señor pero al mismo tiempo nos sentimos impulsados a hacer presente de manera nueva en nuestro mundo esa misericordia del Señor que es para todos.

Cuánto necesitamos cantar a voz en cuello y desde lo más profundo de nosotros mismos este cántico que es anuncio de algo nuevo que va a surgir desde la transformación que en estas circunstancias nos está pidiendo el Señor.

lunes, 21 de diciembre de 2020

Hay visitas y hay encuentros que aunque solo duraran unos instantes valen toda una eternidad porque nuestra presencia puede ser la visita del Dios que nos ama

 


Hay visitas y hay encuentros que aunque solo duraran unos instantes valen toda una eternidad porque nuestra presencia puede ser la visita del Dios que nos ama

Cantar de los Cantares 2, 8-14; Sal 32; Lucas 1, 39-45

Hay visitas y hay encuentros que aunque solo duraran unos instantes valen toda una eternidad. Ir al encuentro del otro manifiesta el aprecio y la estima que sentimos por esa persona, porque nos interesamos por ella, porque con nuestra grata presencia queremos hacerla feliz, porque así le mostramos nuestro amor y nuestra preocupación, porque le vamos a ofrecer compañía y eso en todo momento se agradece, y no digamos cuando a quien vamos a visitar experimenta en sí las soledades de la vida o por algún motivo se siente aislada de los demás, aunque nos lo hayamos buscado por nosotros mismos.

Es como si Dios hubiera llegado a mi casa, habremos escuchado exclamar en alguna ocasión mostrando así la gratitud por una visita recibida, por un momento de compañía en su soledad, o simplemente por los ánimos que recibió con aquella presencia junto a sí. Nos visitamos habitualmente los amigos y los que nos apreciamos, los vecinos que sienten cercanía o aquellos con quienes se tienen algunos lazos que los unen, pero cuando sabemos salir de ese círculo que se nos puede convertir en cerrado y mostramos ese interés y preocupación por los otros, la alegría y el agradecimiento se desborda.

Hoy el evangelio nos habla de una visita y de un encuentro, que como podemos apreciar perfectamente en el texto evangélico se trasciende más allá de aquellas personas que se encontraron y se convirtió en la visita de Dios para aquel hogar de la montaña. ¿Qué podía esperar Isabel que su prima María que vivía en la lejana Galilea pudiera tener noticia de las maravillas que en ella se estaban realizando como para venir a visitarla tras largas jornadas de camino?

Humanamente hablando no nos sorprende la alegría de Isabel al recibir a su prima allá en su casa de la montaña. Pero el Espíritu del Señor andaba revoloteando por aquellos parajes y en alma de aquellos protagonistas del acontecimiento. Es por lo que Isabel sin que nadie en lo humano se lo hubiera comunicado porque además era secreto bien guardado de María, reconoce en María la visita de la Madre de su Señor. ‘¿De donde a mi que venga a visitarme la madre de mi Señor?’. El misterio se va desvelando y aquel encuentro se convirtió en la visita de Dios para aquella familia de la montaña. ‘En cuanto tu saludo llegó a mis oídos saltó de alegría la criatura en mi vientre’, reconocerá Isabel.

Creo que de María hoy tenemos que aprender a ser visita de Dios para los demás. Pensemos si queremos primero solamente en el aspecto humano, como de alguna manera resaltamos como comienzo de esta reflexión. Todo lo que nosotros podemos trasmitir a los demás simplemente sabiendo acercarnos a la persona. ¿No habremos escuchado como se musita esa palabra gracias cuando hemos sabido llegar a una casa, a unas personas simplemente quizá por nuestra presencia?

Podríamos decir que hoy estamos en unos momentos en que queremos y buscamos la forma de comunicarnos con los demás, a través de tantos medios como se nos ofrecen. Pero cuidado que esa búsqueda de amigos como hacemos hoy con las redes sociales por todo el mundo, sea una huida de ese acercamiento humano que tendríamos que hacer con los que están más cerca de nosotros. Es un peligro, es una tentación que podemos tener, aunque ya sé que se establecen relaciones hermosas a través de estos medios y es bueno ese intercambio con gente de otras culturas y de otros lugares.

Tratemos de fijarnos, sin embargo, en esas personas que están cercanas a nosotros físicamente pero muchas veces muy lejanas anímicamente, que viven a nuestro lado y no conocemos, que tienen problemas y nosotros los ignoramos, que viven en terrible soledad aunque estén rodeados de muchos en su entorno geográfico. Como María, fijémonos donde está la necesidad, la soledad, el problema, incluso la discriminación y busquemos la manera de ir al encuentro. Pensemos cómo podemos ser la visita de Dios para esas personas, porque de alguna manera les recuerda que Dios les ama cuando hace llegar a su lado a personas que se puedan interesar por ellas.

Aunque sean tiempos de distanciamiento social a causa de la pandemia que sufrimos para evitar los contagios, sin embargo tienen que ser tiempos de acercamiento social que medios tenemos hoy para poderlo realizar aunque no haya esa presencia física. Tanto medios de comunicarnos, tantas redes que se pueden establecer para llegar a esas personas tan cercanas, pero tan distantes tantas veces. Si hay amor de verdad en el corazón caminos encontraremos como lo hizo María con Isabel.

 

domingo, 20 de diciembre de 2020

De María aprendemos a discernir y descubrir cuales son los planes de Dios para nosotros y el mundo hoy en una nueva navidad y humanidad que tiene que brotar

 


De María aprendemos a discernir y descubrir cuales son los planes de Dios para nosotros y el mundo hoy en una nueva navidad y humanidad que  tiene que brotar

2Samuel 7,1-5.8b-12.14a.16; Sal 88; Romanos 16, 25-27;  Lucas 1, 26-38

Es parte de la vida de todo ser humano. ¿Seremos soñadores? ¿O es que hay una inquietud en el ser del hombre por el que no se siente satisfecho con lo que tiene y quiere algo más o quiere algo mejor? Continuamente en nuestra vitalidad queremos las cosas mejor y de otra manera y nos hacemos proyectos, buscamos cómo hacer, qué hacer, cómo mejorar, mejores metas, otras cosas distintas. Dice que aquel que no tiene iniciativas y se queda pasivamente en lo que tiene y lo de siempre está como muerto. Parte de esa vitalidad la expresamos en los proyectos que nos vamos haciendo en la vida.

Pero voy a decir una cosa que parece que rompe todo el razonamiento que he venido haciendo hasta ahora. El que verdaderamente tiene proyectos para nosotros es Dios. El es quien realmente tiene un proyecto para cada uno de nosotros, como para toda la humanidad. Es lo que el creyente sabe reconocer, sabe descubrir. Es, podríamos decir, la base de nuestra condición de creyentes, el dejar meter a Dios en nuestra vida o darnos cuenta de que nuestra vida a la larga es un proyecto de Dios, un proyecto de amor de Dios para cada uno de nosotros.

Todos aquellos proyectos humanos, que mencionábamos, hijos de nuestra vitalidad son como las ramificaciones del proyecto de Dios en nuestra vida. Por eso el verdadero creyente confronta su pensamiento y su deseo con el deseo de Dios, con el proyecto de Dios y sabe en un momento determinado descubrir cuando parece que todos sus proyectos humanos se vienen abajo que detrás como motor de todo está ese proyecto de Dios. Un proyecto de Dios, hay que decir, que no nos anula, sino todo lo contrario, nos engrandece porque nos hará caminar caminos de mayor plenitud. Difícil descubrirlo a veces, difícil en ocasiones de aceptar porque parece que trastoca nuestros planes pero cuando nos dejamos llenar por el Espíritu de Dios nos daremos cuenta de ese camino de plenitud por donde realmente nos conduce.

Me atrevo a decir que es lo que hoy nos quiere trasmitir la Palabra de Dios en este cuarto domingo de Adviento. Será, como nos dice la primera lectura, el proyecto de David de construir un pueblo grande, porque además siente que es lo que le ha confiado el Señor. Ha logrado estar por encima de todos sus enemigos, ha llevado a su pueblo a la paz, está construyendo una Jerusalén grande, y ahora quiere construir un templo para el Señor. Parece justo que así lo hiciera porque además en el concepto de su tiempo los templos esplendorosos construidos para Dios manifestaban de alguna manera la grandeza de los pueblos.

Pero Dios no le permite construir ese templo, sino que le dice que es El quien le va a construir una casa para él. Dios le va a dar una hermosa dinastía y hará que su trono dure para siempre. La palabra casa y dinastía o linaje tienen en el lenguaje hebreo una fuerte consonancia (bayit en hebreo) que es casi como si significaran lo mismo y es lo que como en un juego de palabras el profeta le anuncia a David de parte de Dios.

Es lo que contemplamos también en el evangelio en este cuarto domingo de Adviento. Lo conocemos como el evangelio de la Anunciación que tantas veces hemos escuchado y meditado. El Ángel del Señor que viene de parte de Dios a ofrecerle a María el proyecto de amor de Dios, que no solo es para ella sino que va a ser para toda la humanidad. Un diálogo de fe y de amor. El ángel la saluda como la llena de gracia y María en su humildad que se turba ante estas palabras del ángel que le dice que ha hallado gracia ante Dios para que colabore en el proyecto de Dios para la salvación de toda la humanidad.

María vivía su vida pobre y sencilla en aquel pequeño pueblo de Galilea de nombre hasta entonces desconocido; está desposada con José aunque aún no se han celebrado las bodas; podríamos decir que tenía su proyecto de vida como cualquier mujer sencilla y humilde de cualquier pueblo de Galilea. Y ahora se trastocan todos sus planes y proyectos, que por muy sencillos que fueran, eran sus planes y proyectos. Dios espera de ella algo más. Y María es la mujer creyente que se abre al misterio y al designio de Dios. Cosas incluso incomprensibles para ella pero que ella sabe aceptar porque acepta la Palabra de Dios que se le está trasmitiendo.

Si ella vivía como mujer creyente poniendo toda su confianza en Dios que mueve los hilos de la vida y de la historia, ahora en esa actitud creyente le toca dar un paso más y está dispuesta a todo porque se siente la humilde esclava del Señor. María se deja hacer por Dios. Y el proyecto de amor de Dios se lleva a término encarnándose el Hijo de Dios en sus entrañas, de manera que el hijo de María será el Hijo del Altísimo, y el pequeña aldeano de Nazaret que nacerá será el heredero del trono de David su padre, cuyo reino no tiene fin.

Grande es la lección de María cuando estamos ya a las vísperas de la Navidad. Una lección de María que tenemos que aprender para el conjunto de nuestra vida cuando también en los caminos de la historia, y de nuestra historia reciente, muchas veces vemos como se nos vienen abajo nuestros proyectos, nuestros deseos, aquellas cosas por las que aspirábamos y que vemos que ahora no nos valen porque son muchas las cosas que han cambiado. Es la situación que vivimos en estos momentos y que tantas incertidumbres producen en nuestro corazón, pero donde tenemos que saber despertar muchas esperanzas de que algo nuevo vaya a surgir de todo lo que vivimos.

Detrás de todo lo que nos sucede como creyentes que somos tenemos que saber descubrir el designio de Dios. ¿Qué es lo nuevo que tiene que surgir para la humanidad de todo esto? Cuando sembramos la semilla para que germine y haga surgir una nueva planta su germinación es casi como un pudrirse, destruirse a sí misma la semilla para que brote ese nuevo vástago. ¿Será algo así lo que estamos viviendo? ¿Cómo será ese nuevo vástago lleno de nueva vida que tiene que surgir en nuestro mundo? Es lo que nos toca discernir, para discernir y descubrir cuales son los planes de Dios para nosotros y el mundo hoy. Una nueva navidad tiene que brotar.