De
María aprendemos a discernir y descubrir cuales son los planes de Dios para
nosotros y el mundo hoy en una nueva navidad y humanidad que tiene que brotar
2Samuel 7,1-5.8b-12.14a.16; Sal 88; Romanos
16, 25-27; Lucas 1, 26-38
Es parte de la vida de todo ser humano.
¿Seremos soñadores? ¿O es que hay una inquietud en el ser del hombre por el que
no se siente satisfecho con lo que tiene y quiere algo más o quiere algo mejor?
Continuamente en nuestra vitalidad queremos las cosas mejor y de otra manera y
nos hacemos proyectos, buscamos cómo hacer, qué hacer, cómo mejorar, mejores
metas, otras cosas distintas. Dice que aquel que no tiene iniciativas y se
queda pasivamente en lo que tiene y lo de siempre está como muerto. Parte de
esa vitalidad la expresamos en los proyectos que nos vamos haciendo en la vida.
Pero voy a decir una cosa que parece
que rompe todo el razonamiento que he venido haciendo hasta ahora. El que
verdaderamente tiene proyectos para nosotros es Dios. El es quien realmente
tiene un proyecto para cada uno de nosotros, como para toda la humanidad. Es lo
que el creyente sabe reconocer, sabe descubrir. Es, podríamos decir, la base de
nuestra condición de creyentes, el dejar meter a Dios en nuestra vida o darnos
cuenta de que nuestra vida a la larga es un proyecto de Dios, un proyecto de
amor de Dios para cada uno de nosotros.
Todos aquellos proyectos humanos, que mencionábamos,
hijos de nuestra vitalidad son como las ramificaciones del proyecto de Dios en
nuestra vida. Por eso el verdadero creyente confronta su pensamiento y su deseo
con el deseo de Dios, con el proyecto de Dios y sabe en un momento determinado
descubrir cuando parece que todos sus proyectos humanos se vienen abajo que
detrás como motor de todo está ese proyecto de Dios. Un proyecto de Dios, hay
que decir, que no nos anula, sino todo lo contrario, nos engrandece porque nos
hará caminar caminos de mayor plenitud. Difícil descubrirlo a veces, difícil en
ocasiones de aceptar porque parece que trastoca nuestros planes pero cuando nos
dejamos llenar por el Espíritu de Dios nos daremos cuenta de ese camino de
plenitud por donde realmente nos conduce.
Me atrevo a decir que es lo que hoy nos
quiere trasmitir la Palabra de Dios en este cuarto domingo de Adviento. Será,
como nos dice la primera lectura, el proyecto de David de construir un pueblo
grande, porque además siente que es lo que le ha confiado el Señor. Ha logrado
estar por encima de todos sus enemigos, ha llevado a su pueblo a la paz, está
construyendo una Jerusalén grande, y ahora quiere construir un templo para el
Señor. Parece justo que así lo hiciera porque además en el concepto de su
tiempo los templos esplendorosos construidos para Dios manifestaban de alguna
manera la grandeza de los pueblos.
Pero Dios no le permite construir ese
templo, sino que le dice que es El quien le va a construir una casa para él.
Dios le va a dar una hermosa dinastía y hará que su trono dure para siempre. La
palabra casa y dinastía o linaje tienen en el lenguaje hebreo una fuerte
consonancia (bayit en hebreo) que es casi como si significaran lo mismo
y es lo que como en un juego de palabras el profeta le anuncia a David de parte
de Dios.
Es lo que contemplamos también en el
evangelio en este cuarto domingo de Adviento. Lo conocemos como el evangelio de
la Anunciación que tantas veces hemos escuchado y meditado. El Ángel del Señor
que viene de parte de Dios a ofrecerle a María el proyecto de amor de Dios, que
no solo es para ella sino que va a ser para toda la humanidad. Un diálogo de fe
y de amor. El ángel la saluda como la llena de gracia y María en su humildad
que se turba ante estas palabras del ángel que le dice que ha hallado gracia
ante Dios para que colabore en el proyecto de Dios para la salvación de
toda la humanidad.
María vivía su vida pobre y sencilla en
aquel pequeño pueblo de Galilea de nombre hasta entonces desconocido; está
desposada con José aunque aún no se han celebrado las bodas; podríamos decir
que tenía su proyecto de vida como cualquier mujer sencilla y humilde de
cualquier pueblo de Galilea. Y ahora se trastocan todos sus planes y proyectos,
que por muy sencillos que fueran, eran sus planes y proyectos. Dios espera de
ella algo más. Y María es la mujer creyente que se abre al misterio y al
designio de Dios. Cosas incluso incomprensibles para ella pero que ella sabe aceptar
porque acepta la Palabra de Dios que se le está trasmitiendo.
Si ella vivía como mujer creyente poniendo
toda su confianza en Dios que mueve los hilos de la vida y de la historia,
ahora en esa actitud creyente le toca dar un paso más y está dispuesta a todo
porque se siente la humilde esclava del Señor. María se deja hacer por
Dios. Y el proyecto de amor de Dios se lleva a término encarnándose el Hijo de
Dios en sus entrañas, de manera que el hijo de María será el Hijo del Altísimo,
y el pequeña aldeano de Nazaret que nacerá será el heredero del trono de
David su padre, cuyo reino no tiene fin.
Grande es la lección de María cuando
estamos ya a las vísperas de la Navidad. Una lección de María que tenemos que aprender
para el conjunto de nuestra vida cuando también en los caminos de la historia,
y de nuestra historia reciente, muchas veces vemos como se nos vienen abajo
nuestros proyectos, nuestros deseos, aquellas cosas por las que aspirábamos y
que vemos que ahora no nos valen porque son muchas las cosas que han cambiado.
Es la situación que vivimos en estos momentos y que tantas incertidumbres
producen en nuestro corazón, pero donde tenemos que saber despertar muchas
esperanzas de que algo nuevo vaya a surgir de todo lo que vivimos.
Detrás de todo lo que nos sucede como
creyentes que somos tenemos que saber descubrir el designio de Dios. ¿Qué es lo
nuevo que tiene que surgir para la humanidad de todo esto? Cuando sembramos la
semilla para que germine y haga surgir una nueva planta su germinación es casi
como un pudrirse, destruirse a sí misma la semilla para que brote ese nuevo
vástago. ¿Será algo así lo que estamos viviendo? ¿Cómo será ese nuevo vástago
lleno de nueva vida que tiene que surgir en nuestro mundo? Es lo que nos toca
discernir, para discernir y descubrir cuales son los planes de Dios para
nosotros y el mundo hoy. Una nueva navidad tiene que brotar.
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