Hay
visitas y hay encuentros que aunque solo duraran unos instantes valen toda una
eternidad porque nuestra presencia puede ser la visita del Dios que nos ama
Cantar de los Cantares 2, 8-14; Sal 32;
Lucas 1, 39-45
Hay visitas y hay encuentros que aunque
solo duraran unos instantes valen toda una eternidad. Ir al encuentro del otro
manifiesta el aprecio y la estima que sentimos por esa persona, porque nos
interesamos por ella, porque con nuestra grata presencia queremos hacerla
feliz, porque así le mostramos nuestro amor y nuestra preocupación, porque le
vamos a ofrecer compañía y eso en todo momento se agradece, y no digamos cuando
a quien vamos a visitar experimenta en sí las soledades de la vida o por algún
motivo se siente aislada de los demás, aunque nos lo hayamos buscado por
nosotros mismos.
Es como si Dios hubiera llegado a mi
casa, habremos escuchado exclamar en alguna ocasión mostrando así la gratitud
por una visita recibida, por un momento de compañía en su soledad, o
simplemente por los ánimos que recibió con aquella presencia junto a sí. Nos
visitamos habitualmente los amigos y los que nos apreciamos, los vecinos que
sienten cercanía o aquellos con quienes se tienen algunos lazos que los unen,
pero cuando sabemos salir de ese círculo que se nos puede convertir en cerrado
y mostramos ese interés y preocupación por los otros, la alegría y el
agradecimiento se desborda.
Hoy el evangelio nos habla de una
visita y de un encuentro, que como podemos apreciar perfectamente en el texto evangélico
se trasciende más allá de aquellas personas que se encontraron y se convirtió
en la visita de Dios para aquel hogar de la montaña. ¿Qué podía esperar Isabel
que su prima María que vivía en la lejana Galilea pudiera tener noticia de las
maravillas que en ella se estaban realizando como para venir a visitarla tras
largas jornadas de camino?
Humanamente hablando no nos sorprende
la alegría de Isabel al recibir a su prima allá en su casa de la montaña. Pero
el Espíritu del Señor andaba revoloteando por aquellos parajes y en alma de
aquellos protagonistas del acontecimiento. Es por lo que Isabel sin que nadie
en lo humano se lo hubiera comunicado porque además era secreto bien guardado
de María, reconoce en María la visita de la Madre de su Señor. ‘¿De donde a
mi que venga a visitarme la madre de mi Señor?’. El misterio se va
desvelando y aquel encuentro se convirtió en la visita de Dios para aquella
familia de la montaña. ‘En cuanto tu saludo llegó a mis oídos saltó de
alegría la criatura en mi vientre’, reconocerá Isabel.
Creo que de María hoy tenemos que
aprender a ser visita de Dios para los demás. Pensemos si queremos primero
solamente en el aspecto humano, como de alguna manera resaltamos como comienzo
de esta reflexión. Todo lo que nosotros podemos trasmitir a los demás
simplemente sabiendo acercarnos a la persona. ¿No habremos escuchado como se
musita esa palabra gracias cuando hemos sabido llegar a una casa, a unas
personas simplemente quizá por nuestra presencia?
Podríamos decir que hoy estamos en unos
momentos en que queremos y buscamos la forma de comunicarnos con los demás, a
través de tantos medios como se nos ofrecen. Pero cuidado que esa búsqueda de
amigos como hacemos hoy con las redes sociales por todo el mundo, sea una huida
de ese acercamiento humano que tendríamos que hacer con los que están más cerca
de nosotros. Es un peligro, es una tentación que podemos tener, aunque ya sé
que se establecen relaciones hermosas a través de estos medios y es bueno ese
intercambio con gente de otras culturas y de otros lugares.
Tratemos de fijarnos, sin embargo, en
esas personas que están cercanas a nosotros físicamente pero muchas veces muy
lejanas anímicamente, que viven a nuestro lado y no conocemos, que tienen
problemas y nosotros los ignoramos, que viven en terrible soledad aunque estén
rodeados de muchos en su entorno geográfico. Como María, fijémonos donde está
la necesidad, la soledad, el problema, incluso la discriminación y busquemos la
manera de ir al encuentro. Pensemos cómo podemos ser la visita de Dios para esas
personas, porque de alguna manera les recuerda que Dios les ama cuando hace
llegar a su lado a personas que se puedan interesar por ellas.
Aunque sean tiempos de distanciamiento
social a causa de la pandemia que sufrimos para evitar los contagios, sin embargo
tienen que ser tiempos de acercamiento social que medios tenemos hoy para
poderlo realizar aunque no haya esa presencia física. Tanto medios de
comunicarnos, tantas redes que se pueden establecer para llegar a esas personas
tan cercanas, pero tan distantes tantas veces. Si hay amor de verdad en el
corazón caminos encontraremos como lo hizo María con Isabel.
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