La
alegría del nacimiento de aquel niño en las montañas de Judea tiene que
motivarnos a todos para llegar al nacimiento de Jesús llenos de la más confiada
esperanza
Malaquías 3, 1-4. 23-24; Sal 24; Lucas 1,
57-66
El nacimiento de un niño siempre se ve
rodeado de alegría y de expectativas. Es como un signo de esperanza que se
levanta al surgir esa nueva vida y en el fondo todos nos preguntamos qué va a
ser de aquel niño; su nacimiento viene rodeado de muchos sueños, llenos de
imaginación quizá, pero que son deseos de un futuro bueno al que miramos con
esperanza. Todos se alegran y se felicitan en su nacimiento, porque todos al
contacto de esa nueva vida que en aquel niño está palpitando nos hace desear
incluso lo que nosotros no hemos conseguido pero con la esperanza que esos
mejores sueños se conviertan en realidad de vida para aquel ser que allí
comienza a palpitar.
Es lo que nos está reflejando el
evangelio de lo sucedido entonces en las montañas de Judea. Felicitan a la
madre y todos mutuamente se felicitan. Las circunstancias especiales que
acompañan el nacimiento de aquel niño de unos padres que parece que se les ha
pasado la edad de engendrar, hace suscitar mayores esperanzas porque los que
mantienen su actitud creyente están viendo la mano de Dios en el nacimiento de
aquel niño.
En cierto modo lo miran como algo
propio cuando todos se disputan cual ha de ser el nombre de aquel niño. Pero el
nombre que va a llevar vendrá determinado por lo que se está ya manifestando
que es la acción de Dios con su pueblo a través del nacimiento de aquel niño,
por eso su nombre será Juan. Lo señala la madre, lo corrobora el padre a través
de la escritura en una tablilla, pero es que está expresándose como Dios ama a
su pueblo y está con él.
El nacimiento de Juan es algo verdaderamente
importante porque llega la voz del mensajero que nos vendrá a señalar donde
está la Palabra. Su misión será grande porque está llamado como había anunciado
el profeta porque venia a convertir el corazón de los padres hacia los hijos
y el corazón de los hijos hacia los padres, porque había de preparar para el
Señor un pueblo bien dispuesto.
El será la voz que grita en el desierto
para preparar los caminos del Señor, el mensajero que nos anuncia la inminente
llegada del Salvador, por eso también con regocijo hemos de acoger al mensajero
que llega porque es una forma de escucharle y es una forma de preparar en
nuestros corazones los verdaderos caminos del Señor.
Necesitamos escuchar y acoger al
mensajero. Es más necesitamos hoy un mensajero que nos anuncie una Buena Nueva
cuando parece que todo fueran malas noticias. Necesitamos un mensajero que
brille como una luz porque son muchas las tinieblas de muerte que nos están
envolviendo en el hoy de nuestra vida.
Escuchemos las noticias y fijémonos bien
en lo que nos están diciendo cada día; cada día parece que con mayor intensidad
se nos anuncian números teñidos de luto y de muerte, nos hablan del crecimiento
de la pandemia, nos hablan del número de muertos y pocas son las esperanzas que
se suscitan en nuestros corazones incluso con las noticias buenas y que podrían
ser esperanzadoras que en ocasiones se intentan transmitir. Aumenta el
desasosiego en nuestros corazones, nos sentimos frustrados cuando no vemos
mejoría y nuestros corazones se visten cada vez más de luto.
Por eso, como decíamos, necesitamos un
mensajero que alumbre alguna nueva esperanza; no podemos seguir viviendo con
nuestros espíritus turbados por la incertidumbre. Necesitamos que la Navidad
sea en verdad para nosotros una luz de nueva esperanza, porque ahora más que
nunca necesitamos un Salvador pero que no queremos recibir solamente de una
forma ritual.
Nuestra navidad a pesar de todas las
turbulencias tiene que estar llena de vida y de luz. Escuchemos al mensajero,
predispongamos nuestro espíritu para algo nuevo y para algo bueno. El Señor
puede realizar maravillas en nuestros corazones. Avivemos nuestra fe para que
no decaiga la esperanza, encendamos ese fuego del amor que dé un calor nuevo y
vivo a nuestra vida, alejémonos de todo lo que signifique frialdad de muerte.
La alegría del nacimiento de aquel niño en las montañas de Judea tiene que
motivarnos a todos para llegar al nacimiento de Jesús llenos de la más confiada
esperanza.
‘¡Levantaos, alzad la cabeza, se
acerca vuestra liberación!’
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