2Cor. 5, 14-21
Sal. 102
Mt. 5, 33-37
Sal. 102
Mt. 5, 33-37
‘Nos apremia el amor de Cristo…’ Nos apremia, nos busca, nos llama, nos ofrece mil señales de su amor, nos rodea con sus abrazos de amor. Como el enamorado que apremia con su amor a la persona amada, la busca, le ofrece mil regalos, le canta palabras de amor, va rodeando su vida con las muestras de su amor y su cariño. Así Dios que con nosotros. Así Cristo nos apremia con su amor. ¡Cuántas señales de su presencia amorosa! ¡De cuántas cosas se vale el Señor para llamarnos y hacernos saber su amor!
‘Al que no había pecado, Dios le hizo expiar nuestros pecados, para que nosotros unidos a El, recibamos la salvación de Dios’. El inocente, el justo, el que no tenía pecado cargó con nuestros pecados, expió nos pecados, nos redimió con su muerte en la cruz de nuestros pecados, pagó con su vida y con su sangre por nuestros pecados. ¿Lo merecíamos nosotros? ¿Qué habíamos hecho por el contra?
‘Nos apremia el amor de Cristo…’ y tenemos que responder a su amor con nuestro amor. Tenemos que responder con una vida nueva; no podemos encerrarnos en nosotros mismos, sino que nos abrimos al amor y nos abrimos a Dios. ‘Cristo murió por todos, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos’.
Es la respuesta que tenemos que dar. Yo no somos para nosotros sino para Cristo, ya somos de Cristo. Y entonces tenemos que ser distintos. ‘El que es de Cristo es una criatura nueva; lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado’. En otro lugar san Pablo nos hablará del hombre nuevo. Somos hombres nuevos. Lo antiguo, el pecado, ya no cabe en nosotros. Así nos sentimos nuevos y renovados en Cristo.
‘Todo esto nos viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió consigo… Dios mismo estaba en Cristo reconciliando el mundo consigo, sin pedirle cuentas de sus pecados…’ ¡Qué distinto lo que hacemos nosotros! Si, yo me reconcilio, te perdono, pero es que lo que dijiste no estuvo bien…, es que aquello que hiciste no fue bueno…, es que aquella palabra, aquella ofensa no la puedo olvidar…, ya no es lo mismo… Nosotros perdonamos haciendo siempre reservas. Pero Dios no nos tiene en cuenta nuestros pecados. Una cosa que olvida Dios es nuestro pecado una vez que nos ha ofrecido su perdón. ‘Sin pedirle cuenta de sus pecados…’ sin pedirnos cuenta de nuestros pecados nos ama y nos perdona para siempre. ‘No está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo… porque el Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia’, como nos enseña el salmo.
Habla el apóstol del ministerio de la reconciliación que ha recibido del Señor y por eso se atreve a pedirnos que nos dejemos reconciliar con Dios. ‘En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios’. Es que con ese apremio de amor de Cristo sobre nosotros, no podemos dar otra respuesta, no tenemos otra cosa que hacer. Nos sentimos amados y tenemos que terminar amando, y perdonando, y dejándonos reconciliar, y reconciliándonos nosotros con todos.
‘Nos apremia el amor de Cristo…’ No nos hagamos oídos sordos a sus cantos de amor, a la historia de amor de Dios en nuestra vida. Tratemos de fijarnos en el recorrido que hemos hecho en nuestra vida, también con nuestras miserias y pecados, y veremos que detrás está siempre esa llamada de Dios, esa gracia que nos ofrece, esa invitación que de tantas maneras nos está haciendo continuamente.
Respondamos con nuestro amor y con nuestra vida santa.