2Cor. 3, 4-11
Sal. 98
Mt. 5, 17-19
Sal. 98
Mt. 5, 17-19
Una primera palabra en torno a san Pablo y la segunda carta a los Corintios que estamos escuchando en estos días.
Podíamos preguntarnos ¿en qué basa su autoridad el apóstol? ¿En sus capacidades o habilidades? ¿en sus conocimientos y ‘saberes’ o en sus gustos personales? El Apóstol quiere dejarlo claro. El es apóstol por designio de Dios. Es la tarjeta de presentación que habitualmente hace siempre de una forma o de otra al comienzo de sus cartas, como lo escuchamos al inicio de esta segunda carta a los Corintios. ‘Pablo, apóstol de Cristo Jesús por designio de Dios’.
Nos habla de que se siente llamado ya desde el seno de su madre, o también nos decía que iba de un lugar a otro impulsa y como arrastrado por el Espíritu Santo. Hoy, frente a los comentarios o reticencias que tienen algunos en la comunidad de Corinto les viene a decir: ‘Esta confianza con Dios la tenemos por Cristo. No es que por nosotros mismos estemos capacitados para apuntarnos algo, como realización nuestra; nuestra capacidad nos viene de Dios, que nos ha capacitado para ser servidores de una alianza nueva…’
Bien nos viene el recordarlo para aprender a valorar a los pastores que en nombre Dios están junto a nosotros en la comunidad, en la Iglesia. Para valorarlos por la misión que realizan y para comprender también que son seres humanos con los que Dios ha querido contar que tienen también sus debilidades y flaquezas. Lo que significará por parte de la comunidad cristiana el apoyo de la oración para pedir siempre a Dios por sus pastores para que tengan la fuerza del Espíritu para realizar su misión.
Y brevemente otra palabra en torno al evangelio proclamado. Seguimos escuchando el Sermón de la Montaña de Jesús que inició con la proclamación de las Bienaventuranzas. Es el Maestro y el Señor que nos enseña, que nos trasmite la ley del Señor, que nos está anunciando la Buena Noticia de la salvación.
Hoy nos está pidiendo fidelidad en el cumplimiento fiel de la ley del Señor. Ley de Dios a la que Cristo viene a dar plenitud. En Cristo está la plenitud de la Revelación. El mismo es la Palabra viva de Dios. Pero hoy nos está diciendo que viene para dar plenitud. ‘No creáis que he venido a abolir la ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud’.
Cuando está hablando de la Ley y los Profetas está centrándose en lo que era como el meollo de la vida del pueblo judío: la Ley y los Profetas, Moisés y Elías que viene a ser el profeta significativo de todos los profetas. Esa Ley de Dios que vino a manifestar lo que era la voluntad del Señor para su pueblo. Esa Ley de Dios como camino que el pueblo había de recorrer para ir al encuentro con su Dios y mantenerse siempre fiel. Sigue siendo nuestro camino, pero un camino que en Jesús encuentra su plenitud. Plenitud de revelación y plenitud de estilo de vida que Jesús nos vendrá a centrar en el amor. Será el mandamiento en el que Jesús nos resuma toda la ley, el mandamiento del amor. Porque en el amor van a encontrar todos los mandamientos de la ley del Señor como toda nuestra vida.
‘Eneñame, Señor, tus mandamientos; haz que camine con lealtad’, le pedíamos al Señor en la antífona con que aclamábamos el evangelio que se nos iba a proclamar. Que conozcamos el mandamiento del Señor; que nos llenemos del Espíritu del Señor para podamos no sólo conocerlo sino también vivirlo hasta en lo que nos parezca más pequeño – ‘el que los cumpla y enseñe será grande en el Reino de los cielos’ -; para que no nos quedemos en la letra material de lo que dice el mandamiento, sino que nos impregnemos de su espíritu y de su sentido. ‘La pura letra mata, y en cambio el Espíritu da vida’, escuchábamos que nos decía san Pablo.
Que llenos de su Espíritu caminemos hacia la plenitud que en Cristo siempre encontraremos.
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