2Cor. 1, 18-.22
Sal. 118
Mt. 5, 13-16
Sal. 118
Mt. 5, 13-16
‘Alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre del cielo…’ Un compromiso y una tarea. Compromiso porque tenemos que ser luz, llevar la luz de Cristo a los demás. Nos lo repite Jesús en el Evangelio.
Y tarea. Pero tarea en dejarnos iluminar primero nosotros por esa luz. No la podemos llevar si no la tenemos en nosotros. Tarea de crecimiento y maduración de nuestra fe en la que tenemos que estar siempre empeñados. Una tarea que, me atrevo a decir, nunca se acaba.
Igual que en lo humano la persona aspira cada día a un mayor crecimiento como persona, a alcanzar una mayor madurez en su vida, lo mismo tenemos que decir en todos los aspectos, también como cristiano. La persona inmadura es inestable e insegura. La persona inmadura es indecisa y nunca sabemos cómo va a reaccionar o qué partido va a tomar. Necesitamos afirmar nuestra personalidad, sentirnos seguros en nuestra vida, crecer y madurar como personas. Y una persona de personalidad madura y fuerte será alguien que atraiga e invite también a los demás a crecer.
Crecimiento en lo humano, en lo espiritual, como cristiano seguidor de Jesús. Y cada día lo podemos lograr mejor. Dejar de crecer es la muerte para la persona. Mientras hay vida tenemos que ir madurando nuestro ser, nuestro pensar. Crecemos no porque nos sintamos inseguros en lo que ya hayamos logrado, sino porque todo lo podemos madurar más, darle mayor profundidad, mayor hondura.
Como cristianos crecemos hasta lograr la mayor plenitud en Cristo. Porque nuestra medida es Cristo. Nuestro modelo y nuestro estilo es Cristo. Cada día hemos de conocerle mejor, mejor empaparnos de su Espíritu. ‘Primogénito de toda criatura’, se le llama en la escritura, para indicarnos cómo es el modelo de nuestro ser y a lo que hemos de tender.
En la carta a los Corintios que hoy hemos escuchado san Pablo responde a algunas acusaciones que hacían contra él. ‘La palabra que os dirigimos no fue primero ‘sí’ y luego ‘no’. Cristo Jesús, el Hijo de Dios… no fue primero ‘sí’ y luego ‘no’; en El todo se ha convertido en un ‘Sí’… Y por Él podemos responder Amén a Dios para gloria suya’. Cristo es el Amén de Dios, el Sí de Dios a la humanidad, que nos ofrece su amor y su salvación. Y Cristo es el Sí que la humanidad deber responder a Dios. Y Pablo al que anuncia es a ese Cristo. Este es su mensaje y su palabra definitiva.
Seguimos a Cristo porque queremos dar ese ‘sí’, que hemos aprendido de Cristo y que podemos dar con todo sentido desde Cristo y con Cristo. Por eso como decíamos tenemos que crecer y madurar en lo más hondo de nosotros mismos para que seamos capaces de dar ese ‘sí’ irrevocable a Dios. De ahí que tengamos que cada día crecer en ese conocimiento de Jesús, en ese llenarnos de su vida y de su luz.
La liturgia de la Iglesia continuamente nos está invitando a decir Amén como respuesta a Dios. Es el Amén con que respondemos a cada una de las oraciones de la liturgia y que no siempre decimos con la intensidad y la hondura requeridas. Tiene que ser el Amén de nuestra fe confesada; es el Amén de poner toda nuestra vida con todas sus consecuencias al lado de Jesús para seguirle, para vivirle, es el Amén de esa gloria que en Cristo, con Cristo y por Cristo queremos dar en todo momento a Dios. Qué importante el Amén con que respondemos a la doxología final de la Plegaria Eucarística. Se nos queda diluido a veces porque quizá no estamos poniendo toda nuestra vida en él.
Sólo así al final podremos ser luz que ilumine y sal que dé sabor a nuestro mundo, como nos pide hoy Jesús en el Evangelio. ‘Vosotros sois la sal de la tierra… vosotros sois la luz del mundo…’ Pero una sal que no se puede devaluar ni una luz que se vaya a esconder bajo un cajón. Una sal que dé sabor y una luz puesta bien alto para que ilumine. Que lleguemos a esa madurez según la plenitud total de Cristo para que en verdad los hombres contemplen nuestra vida y puedan dar gloria al Padre del cielo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario