Conformismo,
brazos cruzados, miedo a arriesgarnos por algo nuevo y mejor, cosas que tenemos
que arrancar de nosotros quienes queremos ser los hombres nuevos del evangelio
1Corintios 1,26-31; Sal 32; Mateo 25,14-30
Yo con eso me
las arreglo, no necesito más, para que me voy a estar agobiando ahora con
nuevas cosas, con nuevos trabajos, además a mi edad ya no necesito tanto. Una
postura conformista, pero al mismo tiempo una postura cómoda, ¿Para qué
esforzarnos más? O son los criterios de aquellas personas que se planteaban
para que dar unos estudios a sus hijos, sus padres no sabían leer ni sabían de
cuentas y sacaron a la familia adelante, o como le decía aquella mujer a una
madre que quería que su hijo estudiase y se estaba sacrificando para ello, tú
pon a tu hijo a estudiar y que haga carrera y el día de mañana se va a
avergonzar de ti.
Y con ese
conformismo enterramos tantos valores y tantos talentos, con ese conformismo no
veríamos nunca avanzar el mundo y la vida, con ese conformismo no nos superamos
por no esforzarnos, con ese conformismo dejamos el tesoro enterrado por no
esforzarse a cavar para desenterrarlo y con esto creo que estamos entiendo
muchas situaciones, muchas posturas, muchas comodidades con que vivimos la
vida, con ese conformismo no queremos arriesgar y queremos sentirnos seguros
con lo que ya tenemos aunque sea poco, con ese conformismo decimos yo no sé
pero no queremos aprender y nos consideramos o nos hacemos inútiles a nosotros
mismos.
Una postura
pobre, una postura que manifiesta nuestra pobreza, no porque nada tengamos,
sino porque ni siquiera tenemos sueños de poder conseguir algo mejor; la
pobreza muchas veces está no en que no tengamos cosas, sino las actitudes
pasivas y negativas con que andamos por la vida. Nos conformamos y ya está, no
ganaremos, pero no corremos el riesgo de poder perder, pero quien no se
arriesga nunca llegará a ninguna parte, nunca tendrá la posibilidad de ganar.
Y no es que
vayamos actuando en la vida solo por ambición y nuestros sueños sean puro
materialismo, sino por el deseo de crecimiento personal que significa también
un desarrollo de cuanto somos y que muchas veces está escondido dentro de
nosotros, pero que hemos de saber sacar a flote. Es el valor del saber
arriesgarse, es el valor que me hace crecer, es el valor que voy poniendo en la
vida para alcanzar una mayor plenitud y dignidad. Pero será una riqueza que
alcanzamos no solo para nosotros mismos, sino que es una riqueza que estoy
ofreciendo a los que están a mi lado, que estoy ofreciendo a la comunidad en la
que vivo, a mi sociedad que así la quiero hacer mejor.
De esto nos
está hablando hoy Jesús en el evangelio con la parábola que nos propone.
Aquellos talentos repartidos entre sus servidores cuando marchó de viaje; unos
talentos que unos supieron desarrollar, mientras unos talentos que el que no quería
arriesgar para no perderlos los enterró. Pero no era esa la misión que le habían
confiado; pero eso su amo le recriminará a la vuelta porque no supo negociarlos
para tener mucho más.
Es la vida que
Dios ha puesto en nuestra manos; es ese mundo que nos ha confiado; son esas
cualidades y valores que todos tenemos; son los hijos o la familia que están a
nuestro cuidado; con los amigos con los que comparto tantas cosas en la vida;
es todo cuanto tenemos que cuidar y valorar, es eso por lo que hemos de
trabajar para que nuestro mundo sea mejor, para que los que nos rodean se
sientan también estimulados, es esa riqueza de la fe que llevamos en el corazón
pero que no hemos de dejar encerrada dentro de nosotros sino que tenemos que
trasmitirla, con la que hemos de iluminar a los demás, desde la que nos tenemos
que sentir comprometidos por hacer un mundo mejor que vive en los parámetros
del Reino de Dios.
Tenemos quizá
que preguntarnos si acaso no andamos demasiado con los brazos cruzados y no
estamos poniendo mano para hacer algo nuevo y distinto.