Tenemos
que dejarnos encontrar por el Señor, como Natanael, quitando miedos,
desconfianzas, autosuficiencias para llegar a hacer una viva confesión de fe
Apocalipsis 21, 9b-14; Sal 144; Juan 1,
45-51
Podemos
imaginar la escena como si nos estuviera sucediendo a nosotros; al azar nos
encontramos con un amigo y mientras caminamos por la calle vemos que se nos
acerca alguien y nuestro amigo nos dice, vamos que te lo voy a presentar, es
alguien importante; quizás por eso mismo nos ponemos reticentes y de alguna
manera manifestamos que no es de nuestro agrado esa presentación, pero nuestro
amigo insiste y al llegar, antes incluso que se hagan las presentaciones,
aquella persona nos dice que nos conoce y que sabe mucho de nosotros y que
somos una gran persona, dejándonos algunas insinuaciones de por qué nos conoce.
¿Cómo reaccionaríamos? ¿Qué respuesta le daríamos? ¿Nos veríamos sorprendidos?
Pero ha
sucedido algo en aquel encuentro, como sucedió entonces en lo que nos narra el
evangelio. Hay algo que nos sorprende y nos llena de asombro, su palabra, su
mirada, si manera de tendernos la mano para el saludo, algo como un hilo que
aparece no sabemos donde y nos envuelve de alguna manera nos sentimos
cautivados por aquella persona; hay algo que en el fondo nos está diciendo que
seamos amigos, que no lo rechacemos, que demos una oportunidad, y parece como
que nuevos caminos se van abriendo en mi vida, que a algo grande podemos
llegar.
Los
enamorados hablan de un flechazo, pero esto puede ser algo bien distinto, como
fue distinto para Natanael desde aquel primer momento. Cuando le habían alabado
al que le iban a presentar, diciendo incluso que lo que hablaban Moisés y los
profetas en El lo podría encontrar, muestra su rechazo sacando ese odio
pueblerino que siempre estará en contra del pueblo vecino, porque ¿qué puede
salir de ahí? Nos está reflejando cosas que nos suceden, hechos, gestos o anécdotas
de lo que sucede entre las gentes de distintos pueblos con esas rivalidades tan
características. Todo se rechaza porque viene del pueblo de al lado, porque de
allí nunca podrá salir algo bueno.
El diálogo
que se produce en aquellos momentos es corto y el evangelista nos lo resume con
pocas palabras, pero algo hondo tuvo que suceder en aquel encuentro. Cuando
Jesús llega al corazón de la persona algo profundo y misterioso se produce que
muchas veces podemos expresar en pocas palabras. Natanael terminaría
reconociendo a Jesús como su señor y como su Mesías. Y ya no eran las palabras
que le había insinuado su amigo Felipe, pero ahora era algo que él mismo había
experimentado en su ser. Pero aunque en sus reticencias parecía un corazón
cerrado, algo inquieto había en él para a pesar de sus reticencias dejarse
llevar a encontrarse con Jesús. ‘Rabí,
tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel’.
Necesitamos encuentros así. Que
nuestros encuentros con las personas sean encuentros auténticos porque
descolguemos previamente los pesados cortinajes de los prejuicios y las
desconfianzas; mucho tenemos que ir descolgando en nuestro camino por la vida,
porque ponemos muchos visillos que al final nos tergiversan la visión que
podamos tener de las personas. A través de esas personas también puede
llegarnos Dios, podemos encontrar una invitación interesante como la que le
hacia Felipe a Natanael. Tenemos que aprender a abrir el corazón, a vaciarlo de
muchas cosas que se pueden convertir en obstáculos para ese nuevo encuentro que
necesitamos ir dando.
Será así también cómo tenemos que
dejarnos encontrar por el Señor. Quitemos miedos, quitemos desconfianzas,
quitemos autosuficiencias porque muchas veces nos decimos qué nuevo vamos a
encontrar si ya todo eso nos lo sabemos. ¿Nos lo sabemos? ¿Nos lo creemos de
verdad? ¿O serán solo prejuicios, o formas de dar largas a ese encuentro, de
marcharnos en huida porque tememos los compromisos?
Ojalá llegáramos a una confesión de fe
tan viva como la que hizo en aquel momento Natanael. ¿Qué puedes decir que
significa Jesús para ti?
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