Rectitud
de nuestro corazón, misericordia y compasión de las que hemos de rebosar,
armonía y paz interior desde la fidelidad al camino recto
2Tesalonicenses 2, 1-3a. 14-17; Sal 95;
Mateo 23, 23-26
Mantener el
equilibrio no es fácil; podríamos llegar a decir que es todo un arte; difícil
es que con fuerzas opuestas que tiran o empujan de nosotros de un lado o de
otro podamos mantenernos en ese equilibrio. El equilibrista, el que se lo toma
como un arte y una exhibición tendrá que entrenar mucho no solo físicamente
sino mentalmente para lograrlo.
Pero no
quiero ahora hablar de esos artistas que vemos en la calle haciendo sus
exhibiciones, o en un circo, sino de esos equilibrios que muchas veces nos
vemos forzados a ir haciendo en la vida. Será el mantenernos firmes y con
serenidad ante los embates de la vida que muchas veces son fuertes, y nos
cuesta mantener esa serenidad interior para mantener la paz, para sentirnos
seguros en lo que hacemos, para mantener el ritmo de la vida, para no cansarnos
y tirar la toalla porque los momentos sean difíciles. Ahí buscamos siempre la
rectitud, el actuar bien y en conciencia sin dejarnos influir o arrastrar por
muchos cantos de sirena que pretenden atraernos.
Pero hay
otros equilibrios, y no sé si llamarlos falsos, que vemos haciendo a muchos, o
acaso nosotros nos hayamos visto envueltos en ellos también, porque está lo que
sabemos que es justo y es recto, pero quizás queremos mantener una apariencia,
cuando en el fondo hemos sido débiles y no hemos actuado conforme a aquella
rectitud de conciencia que deberíamos de haber tenido. Y vienen las apariencias
y las vanidades, viene el querer mantener la imagen cuando en el fondo sabemos
que no somos tan buenos porque muchas hemos hecho lo que no es correcto; y
muchas veces cuando estamos actuando desde esa apariencia y vanidad hasta, como
una reacción, nos volvemos incluso exigentes con los demás. ¿Podemos llamar a
eso equilibrio o será la vanidad de la doble caras que queremos poner?
Qué
importante es la autenticidad con que vivamos la vida, incluso sabiendo que
somos débiles y muchas veces vamos tropezando en muchas cosas que no hacemos
del todo bien. Nos cuesta incluso ser sinceros con nosotros mismos, y entonces
tampoco seremos sinceros con los demás, no mostraremos la autenticidad de
nuestra vida; pensamos quizá que perdemos puntos si los que están a nuestro
lado ven nuestra debilidad. Qué difícil es vivir momentos y situaciones así.
Me estoy
haciendo esta reflexión que os estoy ofreciendo desde una lectura del evangelio
donde Jesús pide esa autenticidad en la vida. en este caso, son las diatribas
que mantienes con los fariseos, a los que precisamente llama hipócritas;
hipócrita es el que no usa una cara auténtica, no dejando ver su cara propia,
sino expresando cosa distinta a lo que es él por dentro. La palabra viene de
aquellas caretas que se utilizaban en el teatro griego para caracterizar a los
personajes de la comedia.
Cuantas veces
nosotros también, tal como nos dice hoy el evangelio en lo que Jesús echa en
cara a los fariseos, nosotros estamos dándole importancia a cosas nimias que
pareciera que las convertimos en esenciales, y no olvidamos, como nos dice
Jesús, de la justicia, la misericordia, la fidelidad y la compasión.
Habla de
colar un mosquito y tragarse un camello; habla de pagar el diezmo por el comino
y la hierbabuena, mientras no somos capaces de tener misericordia en el corazón
en el trato con los demás; habla de limpiar mucho la copa por fuera, pero por
dentro está llena de miseria y suciedad. No mantengamos esa imagen externa como
para mantener un prestigio, sino que limpiemos y purifiquemos nuestro corazón
de toda maldad. Ya nos dirá en otro momento que la maldad no nos entra por la
boca, sino que sale de nuestro corazón cuando lo tenemos maleado.
¿Equilibrios,
como decíamos al principio? La rectitud de nuestro corazón, la misericordia y
la compasión de las que hemos de rebosar, la armonía y la paz que logramos en
nuestro interior cuando nos mantenemos fieles y actuamos en todo momento con
rectitud porque muchos que sean los embates que recibamos.
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