Sepamos
estar vigilantes para en todo momento o circunstancia y también en las personas
a nuestro lado descubrir esas señales de Dios que llega a nuestra vida
1Corintios 1, 1-9; Sal 144; Mateo 24, 42-51
¿Quién tiene
que cuidar la casa o los bienes de la casa? Nos habla del dueño de la casa o
nos habla de aquel a quien se la confiado una misión de tener todo preparado
ante la inminencia de la llegada de alguien; pero se nos habla también del
administrador de los bienes, o de aquellos que han sido empleados para mantener
todo en orden y realizar los necesarios servicios, como se nos está hablando de
cada uno de nosotros que ha de cuidarse y ha de cuidar sus cosas.
Parece poco
menos que una multitud. Claro que hablamos en un lenguaje y unas costumbres de
otra época porque hoy disponemos de otros sistemas de vigilancia más
sofisticados y hasta mas fiables desde la tecnología con que hoy vivimos, que
ni necesitamos un vigilante detrás de la puerta y hasta si queréis ni una llave
física que abra o cierre, porque la electrónica puede hacer milagros hasta para
abrirnos la puerta o tener preparadas las cosas que necesitemos cuando
lleguemos.
Pero ya sea
de una forma o de otra, bien empleemos los medios tradicionales o vivamos
sujetos a los milagros de la electrónica, siempre sin embargo seguimos hablando
de vigilancia y de preparativos. Pero además por mucha inteligencia artificial
que esté a nuestro alcance hay algo que nada puede sustituir a la humanidad que
la persona ha de saber darle a esa espera, a esa vigilancia o a esa acogida de
quien llegue a nuestra casa. Nada puede sustituir una sonrisa, una palabra
amable salida del corazón, una mano tendida y llena de calor para dar un abrazo
que llegue al corazón.
Tienen estos
textos del evangelio que estamos comentando un lenguaje un tanto apocalíptico
haciéndonos pensar en los últimos tiempos, pero también es una referencia y un
mensaje para estar preparados a la venida del Señor a nuestra vida, que además
puede llegar a nosotros de muy diferentes maneras. No pensamos únicamente en
unas apariciones espectaculares con las que se hiciera presente Dios en nuestra
vida, sino saber descubrir, estar atento, en el día a día de nuestra vida para
llegada o para esa llamada del Señor. Claro que necesitamos estar atentos,
claro que tenemos que saber descubrir los signos y señales de su presencia,
claro que tenemos que despertar en nosotros una sintonía especial para poder
escuchar esa sintonía de la presencia de Dios.
Algunas veces
las señales pueden ser oscuras y difíciles de interpretar, porque quizá sonarán
para nosotros en la dificultad del camino de la vida o en los problemas que se
nos van presentando, en ese imprevisto que nos hace trastocar muchas veces
nuestros planes, o en esas amarguras que en ocasiones se nos pueden presentar
en el fondo de nuestro corazón con problemas que reaparecen, con oscuridades
que nos llenan de miedos y desconfianzas, con incertidumbres que se nos
presentan. En medio de todo eso puede sonarnos también la señal de Dios que nos
llama y que nos hace despertar. Es necesario afinar bien las antenas del alma
para saber descubrir ahí esa presencia de Dios, que aun en la amargura, siempre
será presencia de salvación.
Y eso nos
tiene que hacer pensar en mucho más, esa sintonía de humanidad que tiene que
haber en nuestra vida para saber encontrarnos con el otro, para saber sentir
que quien está a nuestro lado es mi hermano. Que sepamos descubrir y ver
siempre a la persona, que tenemos que escuchar y que tenemos que acoger, a
quien hemos de saber dar el abrazo que tanto esté necesitando, y también de
quien hemos de sentirnos amados.
Sepamos estar
vigilantes para en todo momento descubrir esas señales de Dios que llega a
nuestra vida.
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