No
podemos esperar a que alguien haga algo sino que tenemos que comenzar por poner
a disposición los cinco panes de nuestra pobreza
2Reyes 4, 42-44; Sal. 144; Efesios 4, 1-6;
Juan 6, 1-15
¡Que alguien haga algo! ¿No suele ser
esa la reacción primera cuando sucede algo como un accidente, o cuando
contemplamos una situación alarmante en la que pensamos que realmente habría
que hacer algo? Que hay guerras y violencias, que los poderosos hagan algo; que
hay situaciones extremas de pobreza y de miseria, que vendan todos esos tesoros
y con eso podemos darle de comer a toda esa gente; que sentimos que nos llegan
los inmigrantes ilegales y ya no sabemos que hacer, que pongan remedio, que los
políticos se mojen, que haya barreras que impidan esa invasión que nos está
llegando… y podríamos pensar en mil situaciones más. ¿Cuál es el remedio? ¡Que
alguien haga algo! Siempre estamos esperando que sean otros los que comiencen a
hacer algo. ¿Nos podemos quedar en eso?
Somos muy buenos para tirar los balones
fuera, como se suele decir, pero apuntar a ver qué es lo que yo puedo o tengo
que hacer, eso es algo que nos cuesta más pensar. ¿Estaremos definiéndonos así
sobre el sentido y el valor que le damos a la vida, a nuestra vida y a la
implicación que nosotros tenemos o tendríamos que tener? Cuando nosotros
pasamos por situaciones así, en ese accidente, esa violencia, en esas miserias,
¿con qué nos contentamos? ¿Simplemente nos resignamos? Algunas veces destacamos
por la mucha pasividad que hay en nuestras vidas; qué difícil se nos pone el
salir de esa pasividad.
Escuchamos hoy una página muy hermosa
del evangelio que está muy llena de mil detalles que nos tendrían que hacer
pensar. No la podemos leer de corrido, dando por sentado que ya la conocemos y
nos la sabemos. Es evangelio hoy para nosotros, luego es noticia de salvación y
de vida hoy para nosotros y como tal tenemos que escucharla, de lo contrario
estaríamos destrozando el evangelio, cuando le hacemos perder esa novedad, esa
buena noticia que tiene hoy para nosotros.
Jesús se ha puesto en camino con los discípulos,
en este caso haciendo una travesía, para ir más allá, para ir al otro lado.
Allí se van a encontrar con algo distinto e inesperado; tenemos que salir también,
ponernos en camino, saber ir al otro lado… pero entonces nos dice el
evangelista que Jesús subió a la montaña. Ir al otro lado y hacer una ascensión
a un lugar más alto, nos dará una nueva perspectiva; sabemos bien que una
mirada desde la altura nos hace situar las cosas y los lugares con más precisión
y de distinta manera. ¿Tendrá ya esto algún significado para nosotros? ¿No
estaremos quedándonos siempre en el mismo sitio y con la misma perspectiva y
por eso no seremos capaces de ver algo nuevo?
¿Qué se encuentra Jesús? Una multitud
hambrienta; siempre decimos la gente tenía ganas de escuchar a Jesús, es
cierto, pero es algo más. Allí estaba aquella gente con sus necesidades, con
sus problemas, con sus dificultades para la vida y también estarían esperando
una respuesta. Pero además aquella multitud tenía hambre, habían caminado mucho
para llegar a donde encontrarse con Jesús y las provisiones parece que habían
sido pocas.
‘¿Con qué compraremos panes para que
coman estos?’ Es la pregunta que,
como decíamos antes, nos hacemos también ante las necesidades, los problemas,
todo eso que vemos en la vida. ¿Serán otros los que tienen que resolverlo? Y
cuando los discípulos se hacen sus cálculos de cuanto necesitaría para
alimentar a toda aquella gente, además si hubiera un sitio donde conseguirlo
que allí en el desierto no lo tenían, es cuando Jesús les dice que le den ellos
de comer. No hay que ir a busca a ningún sitio, sino que ellos tenían que darle
de comer. ¿Nos dice algo?
Mientras Felipe se entretiene haciéndose
sus cálculos, Andrés viene diciendo que por allí hay un muchacho que tiene
cinco panes de cebada y dos peces. ‘¿Pero qué es eso para tantos?’ Como
con lo que tenemos no podemos alcanzar, ¿nos lo guardamos? ¿Nos quedamos con
los brazos cruzados? ¿No le damos importancia ni valor a lo que son las cosas pequeñas?
¿Vamos a despreciar la oferta de aquel muchacho porque eso no da para todo lo
que se necesita?
Ya vemos que el actuar de Jesús no va
por esos caminos. Aquellos cinco panes de cebada, los panes de los pobres, sí
van a ser aceptados. Por eso Jesús pedirá que la gente se siente en el suelo y
ya conocemos todo lo que sucedió a continuación. Comieron todos hasta saciarse
y al final hasta sobró. ‘Recoged los pedazos que han sobrado para que nada
se pierda’, les dice Jesús.
¿Cuándo vamos a pensar en ser ese
muchacho de los panes de los pobres? Es que yo no valgo, es que yo no tengo, es
que lo necesito para mí, es que… y cuantas disculpas nos vamos poniendo, porque
no nos hemos puesto en camino, porque no hemos ido más allá, porque no hemos
subido a la altura, porque seguimos con nuestras rastreras perspectivas. Y
seguimos viniendo a la Iglesia, y seguimos de la misma manera; y celebramos la
Eucaristía pero se nos queda en un rito que no nos impulsa a algo más; y
seguimos diciendo que venimos a comulgar en la Misa, pero no comulgamos con los
hermanos; y nos damos la paz ritualmente en la celebración, pero luego no
buscamos la manera de llevarnos bien con el vecino o con el pariente con quien
no nos hablamos…
Cuánto nos cuesta arrancar, cuánto nos
cuesta arrancarnos de nosotros mismos, cuánto nos cuesta hacer Eucaristía de
nuestra vida. Seguiremos en los próximos domingos que vienen a ser continuación
de este signo de hoy de la multiplicación de los panes.