Dejémonos
evangelizar, sorprender por el evangelio que nos abre un camino de solidaridad
y de servicio en el mundo concreto que vivimos si podemos beber el cáliz del
Señor
Hechos 4, 33; 5, 12. 27b-33; 12, 2; Salmo
66; 2 Corintios 4, 7-15; Mateo 20, 20-28
Es la petición confiada y espontánea de
una madre llena de amor por sus hijos. ¿Qué no deseará una madre para el futuro
de sus hijos? Orgullosa se siente en cada paso que le ve dar en su crecimiento,
orgullosa de sus logros y de las metas que va alcanzando, su deseo es verle
lleno de poder y de prestigio, capaz lo ve siempre de realizar grandes cosas y
siempre andará soñando en las altas cotas que puede alcanzar.
Es, podríamos decir, que ley humana, el
deseo de grandeza y de poder, de la forma que sea, aunque se manifieste de diferente
manera. Grande quiere ser el niño porque cree que entonces podrá hacer todo lo
que quiere o se le antoja; mayor se considera el joven y exige que así se le
trate porque ama su independencia, aunque luego haya muchas dependencias de las
que no sabrá desligarse; y todos queremos sentirnos poderosos y autosuficientes,
tener nuestro prestigio y nuestras cotas de influencia sobre los demás, sentir
que no estamos debajo de nadie y así considerarnos poderosos intentando de
imponer nuestros criterios, nuestra manera de hacer las cosas. Mal nos sentimos
cuando nos vemos mermados y ya no nos podemos imponer, sino que a larga tenemos
que depender hasta de quien nos cuide.
Pero volvamos al episodio del evangelio
y de la madre que pedía puestos de poder para sus hijos. Habla de un reino que
se va a imponer y quiere para ellos los lugares de más poder. Se siente segura
en su petición, porque ella cree también tener su manera de influir sobre todo
cuando es una madre la que pide para sus hijos.
Jesús escucha en silencio dejando que
aparezcan esos deseos y esas ambiciones. Por detrás el resto de los discípulos
anda inquieto también, porque ellos también tienen sus aspiraciones y ahora
parece que se les adelantan. Jesús solo hace una pregunta. ‘¿Podéis beber el
cáliz que yo he de beber?’ La respuesta surge pronto de labios de los
hermanos Zebedeos, aunque no sé si serán conscientes de lo que están
respondiendo. Es fácil decir ahora ‘podemos’, pero veremos a ver qué es
lo que hacen cuando llegue la hora del cáliz. Se quedará dormidos al arrullo de
la brisa entre los ramajes de los olivos allá en el huerto; saldrán a la
desbandada cuando llegue la hora del prendimiento que vendrá comandado por unos
de los discípulos que ha traicionado; cuando comience a derramarse aquel cáliz
se encerrarán en el cenáculo, de manera que allí los encontrará el resucitado,
porque tienen miedo a los judíos.
Pero Jesús quiere hacerles entender
algo de lo que les ha hablado ya en muchas ocasiones y que tanto les cuesta
entender a todos. El poder y la grandeza no se manifiesta por el dominio ni la
imposición, no se manifiesta en orgullos y vanidades que más bien nos dejarán
medio desnudos, no se manifiesta rehuyendo el sacrificio porque no se puede
rehuir del amor y del servicio. Ese es el camino nuevo que nos lleva a la mayor
grandeza, la generosidad y el servicio, el amor hasta entregarse del todo para
olvidarse de uno mismo, el saberse hacer el último y el servidor de todos que
es donde se va a manifestar la verdadera grandeza del hombre.
Por eso les dice Jesús que no será a la
manera de los poderes de este mundo. Pero nosotros seguimos sin entenderlo, a
la misma iglesia le cuesta seguir ese camino aunque esa sea su predicación y
haya muchos que sí den el callo en el servicio; pero aun seguimos buscando
tronos y oropeles, adornos rebosantes de riqueza y prestigios a lo humano olvidándonos
de lo que nos enseño el mismo Jesús con su ejemplo. Se levantó de la mesa y se
ciñó la toalla para ponerse a lavar los pies de los discípulos.
Y me llamáis el Maestro y el Señor, les
dirá, pues el Maestro y el Señor se ha puesto por los suelos para lavar los
pies, pero a nosotros nos cuesta mirar a la cara a quien nos tiende la mano
para pedirnos una ayuda; nos hemos puesto tan elevados que nos cuesta bajar
nuestra mirada, porque nos cuesta bajarnos de tronos y de pedestales,
despojarnos de mantos y vanidades para ceñirnos bien y descubrir que son los
pobres la verdadera riqueza de la Iglesia. Porque Jesús no vino a ser servido
sino a servir.
Hoy que estamos celebrando la fiesta
del Apóstol Santiago, que tanto significado tiene para nuestra tierra española
que según la tradición él vino a evangelizar creo que el mejor mensaje que
podemos deducir de esta fiesta es que nosotros nos dejemos evangelizar, nos
dejemos sorprender por el evangelio y seamos capaces no solo de decir
‘podemos’, sino asumir con alegría y esperanza ese cáliz que nos ofrece Jesús y
nos pone en ese camino de amor y de servicio.
¿Será esa la imagen que nosotros como
Iglesia reflejemos ante el mundo que necesita de evangelio?
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