En
medio del torbellino de la vida que nos deja confundidos sepamos escuchar la
voz de Jesús que nos llama por nuestro nombre y nos envía a dar una buena
noticia
Cantar de los Cantares 3, 1-4b; Salmo 62;
Juan 20, 1-2. 11-18
¿Cómo reaccionamos o cómo actuamos
cuando se nos confía que hemos de trasmitir una noticia a alguien? Seguramente
intentaremos buscar las mejores palabras para hacer esa comunicación, sobre
todo si son noticias graves o desagradables. Nos vemos en una tesitura de la
que querríamos liberarnos, repito, si son noticias no buenas, que pueden
producir dolor en alguien o un impacto grande en su vida, y es como si
quisiéramos retardar el momento de comunicarla, aunque normalmente las noticias
vuelan y siempre encontrarán camino. Cuando las noticias son buenas nos
sentimos gozosos de poder trasmitirlas, y nos daremos prisa por llegar allí
donde hemos de llevar tales noticias. Y sobre todo cuando es después de que
hayamos tenido algún tipo de experiencia que también haya producido gran
impacto en nosotros.
María Magdalena tenía una buena noticia
que comunicar a los discípulos de parte de Jesús. ‘María la Magdalena fue y
anunció a los discípulos: He visto al Señor y ha dicho esto’. Ella había vivido
una experiencia muy grande. Como fiel discípula había estado al pie de la cruz
en el momento de la muerte de Jesús, con María y otras mujeres. Con atención
había observado donde habían colocado el cuerpo de Jesús en aquel sepulcro
nuevo donde nadie había sido enterrado, sin poder realizar los correspondientes
ritos funerarios por el inicio del sábado a la caída del sol del viernes.
Pasado el sábado, el primer día de la semana había venido con las otras mujeres
al sepulcro, pero se habían encontrado la piedra corrida y allí no estaba el
cuerpo de Jesús.
Ciega de amor se había quedado a la
entrada del sepulcro preguntándose y preguntando a todos quien se había llevado
el cuerpo de Jesús, donde estaba, que ella se encargaría de volverlo a traer.
Ciega de amor en su dolor había confundido a quien le hablaba con el jardinero,
pero solo cuando oyó su nombre en los labios de Jesús se le abrieron los ojos,
como en un nuevo milagro, para reconocer la presencia de Jesús resucitado. Y El
le había confiado una misión que había de anunciar a los hermanos. Lo que ahora
estaba haciendo. ‘He visto al Señor y ha dicho esto’. Primera que trae
la Buena Noticia de Cristo resucitado, primera misionera y evangelizadora.
Mucho hemos meditado estos pasajes del
evangelio que hoy de nuevo se nos proponen porque celebramos su fiesta, Santa
María Magdalena. Pero la celebración de su fiesta está lanzándonos unos retos. También
tenemos que ser misioneros y evangelizadores. Decimos que tenemos una fe porque
también nosotros en nuestra vida hemos tenido la experiencia de la presencia de
Jesús en nosotros. A nuestro encuentro nos ha salido el Señor también en medio
de nuestras dudas y nuestras luchas, en nuestras angustias o en nuestros
sufrimientos, en los interrogantes que muchas veces nos plantea la vida y donde
también nos encontramos ciegos y desorientados haciéndonos muchas preguntas que
parece que no tienen sentido, pero que sin embargo nos duelen por dentro. ¿Nos
estaremos quedando también llorosos o angustiados por tantos sin sentidos de la
vida a la puerta de un sepulcro vacío?
Cuántas confusiones se nos arman en
nuestro espíritu, en nuestro corazón, en las cosas que hacemos, en las cosas
que se nos van planteando y nos quedamos como paralizados y ciegos sin saber
qué caminos hemos de tomar. ¿No tendríamos que reavivar de nuevo esas bonitas
experiencias de fe que en tantos momentos hemos vivido y que quizás hemos
dejado en el olvido con el paso del tiempo? No nos podemos quedar a la puerta
de un sepulcro vacío buscando todavía signos de muerte cuando han brillado en
nuestro camino tantos signos luminosos de vida. Por eso, digo, tenemos que
reavivar nuestra fe, tenemos que traer a la memoria esos buenos momentos
vividos, esas experiencias profundas del alma para que se revitalice nuestra
fe.
En medio de todo ese ruido de la vida
que nos confunde tenemos que saber hacer el silencio que nos permita escuchar
esa voz de Dios que nos llama por nuestro nombre. Dejemos que se estremezca de
nuevo nuestra alma, y seguro que saldremos corriendo para ir a llevar la
noticia, la buena noticia a los demás.
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