Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí
Gálatas 2, 19-20; Salmo 33; Juan 15, 1-8
Permanece el que se mantiene en su sitio, en la labor que le han encomendado o en la misión que ha asumido; permanece el que no abandona, el que es constante, el que se mantiene fiel; permanece el que no tiene miedo a los embates porque los afronta con valentía y lucha por salir adelante; permanece el que es fiel a su palabra y a sus compromiso, el que no mira atrás con viejas añoranzas sino que sigue buscando la meta hasta alcanzarla.
Como la semilla ha de permanecer enterrada para que germine, como las plantas que han de ser cuidadas a su tiempo para esperar a que un día den fruto, como el sarmiento tiene que estar bien injertado en la cepa para que no se seque y muere y un día nos produzca hermosos racimos, como toda planta tiene que permanecer unida a su raíz para extraer de la tierra aquello que un día le hará producir, como se mantienen unidos los amigos en una amistad que crece y crece y no se acaba, como se mantienen fieles los que se aman para lograr esa verdadera comunión de vida… podríamos seguir diciendo muchas cosas más de lo que es permanecer.
De eso nos está hablando hoy Jesús en el evangelio, precisamente tomando la imagen de la naturaleza, de la vida y de los sarmientos que han de permanecer unidos para que un día puedan darnos hermosos frutos. Y así nos viene a decir Jesús: ‘Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí’. Viene a decirnos, entonces, que tenemos que permanecer unidos a El.
¡Qué importante lo que nos dice Jesús y con qué facilidad lo olvidamos! No es precisamente la constancia la virtud que más cultivamos; nos cansamos pronto de todo, hasta de lo mejor y más sabroso, porque queremos novedades. Creer en Jesús no es solo un día hacer una profesión de fe y luego vivir nuestra vida a nuestra manera. No nos basta decir cosas bonitas. Somos fáciles para ello, pero tenemos que recapacitar porque al mismo tiempo somos bien débiles y muy inconstantes.
Pedro fue capaz de decir cosas maravillosas de Jesús que mereció incluso la alabanza de Jesús; hubo momentos en que decía que estaba dispuesto a todo por Jesús hasta el dar su vida; llegaría a decir que a donde iban a ir si solo Jesús tenía palabras de vida eterna, pero bien sabemos que aunque el espíritu está pronto la carne es débil. Conocemos el pecado de Pedro, la negación de Jesús. Pero conocemos una cosa importante también, supo levantarse, supo rehacer su vida, supo volver a su amor primero que a pesar de las negaciones y debilidades seguía ardiendo en su corazón. ‘Tú lo sabes todo, tú sabes que te amo’, le respondería a Jesús.
Creo que este testimonio de Pedro que estamos recordando nos viene bien para despertarnos y aprender a permanecer; a permanecer en nuestra fe a pesar de nuestras dudas; a permanecer en el camino aunque muchas veces se nos haga difícil; a permanecer en nuestro compromiso y fidelidad aunque sean muchos los cantos de sirena que escuchemos de un lado y otro y pretendan distraernos; a permanecer en el amor aunque muchas veces parezca que se nos debilita, o aunque veamos cosas en los demás que no nos agraden, aunque podamos incluso sufrir decepciones y rechazos, porque es en ese amor donde nos sentiremos de verdad llenos de Dios.
‘Sin mí no podéis hacer nada’, nos dice Jesús. Por eso necesitamos estar unidos a El; y permaneceremos unidos a El si cultivamos nuestra vida interior, si crecemos en el espíritu de oración, si abrimos la tierra de nuestro corazón para se siembre continuamente la Palabra de Dios, si queremos limpiarnos y purificarnos cuantas veces sea necesario a causa de nuestras debilidades en los sacramentos, si nos mantenemos en comunión con los hermanos porque es una forma de permanecer en el amor y permanecer unidos a Jesús.
Qué importante es permanecer, nuestra constancia y perseverancia, nuestra fidelidad y nuestro amor, nuestras ganas de seguir caminando y de levantarnos una y otra vez de nuestras caídas. Fijémonos cuantas veces emplea Jesús la palabra permanecer en este corto texto del evangelio que hoy se nos ofrece.
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