Tú
sabes, Señor, que te amo, tú lo sabes todo, conociendo también mis debilidades…
por ti estoy dispuesto también a dar mi vida porque lo eres todo para mí
Hechos de los apóstoles 12, 1-11; Salmo 33;
2Timoteo 4, 6-8. 17-18; Mateo 16, 13-19
‘Tú lo eres todo para mi’. ¿Habremos dicho alguna vez esas palabras? ¿Nos suena
a algo? Palabras de amigo fiel e irrenunciable, palabras de enamorado cuando ha
encontrado el amor de su vida, palabras de quien se ha encontrado con alguien
que le ha abierto caminos en la vida, palabras de confianza y de fidelidad
cuando nos dejamos conducir por aquello que sabemos que es único para nosotros
y sin lo cual no sabríamos vivir. Palabras que nos fuerza para el camino aun en
medio de debilidades y fracasos, palabras que nos ayudan a levantarnos cuando
tropezamos en el camino pero sabemos bien a donde vamos, palabras que nos dan
seguridad también en nosotros mismos porque sentimos una fuerza interior que
nos hacen seguir adelante.
¿Será lo que le dijo de una forma o de
otra, y lo repitió aunque fuera con distintas palabras, Pedro a Jesús como hoy
escuchamos en el evangelio? Creo que nos tendrían que hacer pensar para darle
hondo sentido a la celebración que hoy vivimos cuando celebramos la fiesta de
san Pedro y san Pablo.
Lo hemos escuchado en el evangelio. Jesús
está en un aparta con los discípulos más cercanos, pues incluso se ha ido casi
fuera de las fronteras de Israel, a la región de Cesárea de Filipo. Ya hemos
escuchado muchas veces en el evangelio que jesus aprovecha estos momentos en
que está más alejado de las multitudes que le seguían y que en ocasiones no les
dejan tiempo ni para comer para charlar con mayor intimidad, para ir sacando,
por así decirlo, todo lo que lleva en el corazón, y además de instruirlos a
ellos que les explicaba las cosas con más detalles, prepararles para ese
seguimiento dejándose conocer más.
Ahora les hace unas preguntas que de
alguna manera no son fáciles de responder. Era fácil, sí, comentar lo que la
gente decía de Jesús, que si era un hombre de Dios, que si era un profeta, que
era presencia de Dios que visitaba a su pueblo, como tantas veces la gente de
forma espontánea decía y proclamaba; algunos sugieren que sería como Juan
Bautista, al que habían conocido allá en la orilla del Jordán y algunos comenzaban
a pensar que si acaso no sería el Mesías. Hacer un resumen de todo eso era
fácil.
Pero Jesús pide más. Quiere saber qué
es lo que ellos realmente piensan, cómo lo ven. ‘Y vosotros, ¿quién decís
que soy yo?’ Cuando las preguntas son así directas comprometiéndonos en la
respuesta, es más difícil responder. Pienso en el silencio que se produciría
entre ellos mirándose furtivamente los unos a los otros viendo quien sería el
primero que comenzara a responder. Será Pedro, un líder nato como le veremos en
muchas ocasiones, aunque solo fuera un pobre pescador de Galilea, el que se
adelanta. ‘Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo’, fue su respuesta.
Una profesión de fe que le dirá luego jesus que fue capaz de hacer no por si
mismo sino porque el Padre del cielo había puesto aquellas palabras en sus
labios y en su corazón.
Era, sí, un decirle, ‘tú lo eres
todo para mi’. Es un reconocimiento de jesus, pero es un decirle contigo
estoy. Son las palabras de quien ha puesto toda su confianza en Jesús como dirá
en otra ocasión. ‘¿A dónde vamos a acudir, si tu tienes palabras de vida
eterna?’ Ya había reconocido su pequeñez y su pobreza, su indignidad de
hombre pecador cuando allá en la barca le había dicho ‘apártate de mi que
soy un pecador’.
Era quien se había quedado mudo ante
jesus cuando su hermano Andrés lo llevó ante él diciéndole que habían
encontrado al Mesías. Sería quien quería quedarse extasiado en el Tabor cuando
contemplo su gloria en la transfiguración. Era quien tendría experiencias
profundas y cercanas a Jesús cuando le hace testigo de la resurrección de la
hija de Jairo.
¿Qué más podemos decir de la relación
de Pedro con Jesús? No podía pensar que le pudiera pasar nada, y por eso
trataba de disuadirlo de que en Jerusalén no le iba a pasar nada. Además allí
estaría con su espada porque estaba dispuesto a dar la vida por Jesús.
Pero Pedro también era débil y le
costaba entender las palabras de Jesús; sentiría el peso de la cobardía cuando
en patio del sumo pontífice una criada la pregunta y le señala como que era uno
de los que estaban con Jesús. Pedro era débil y le costaba en ocasiones seguir
el ritmo de los pasos de Jesús, y caería rendido de sueño en lo alto del Tabor,
como se dormiría también en Getsemaní sin ser capaz de pasar una hora de vigilia
con Jesús. El espíritu está pronto, pero la carne es débil. Pero lágrimas casi
de sangre le había costado aquella negación.
Pero Jesús había confiado en El. Sería
la piedra sobre la fundamentaría su Iglesia. Jesús seguía confiando y la pedía
que cuando pasaran los malos momentos se mantuviera firme y fuerte porque tenía
que fortalecer la fe de sus hermanos. Jesús quería que siguieran amando, con
aquel ímpetu que llenaba su vida, ‘tú lo sabes todo, tu sabes que te quiero’,
por eso después de todo solo le preguntará por su amor. Porque tiene que ser
pastor, porque tiene que ser esa piedra, porque tiene que ser el que va a
mantenernos a todos en la unidad.
Estamos haciendo un pequeño recorrido
por la manera de seguir de Pedro a Jesús, y probablemente estemos pensando en
nuestro recorrido, en nuestras respuestas, en nuestras debilidades. También
nosotros tenemos que decir ‘tú lo eres todo para mí’, porque así lo
sentimos como Señor de nuestra vida. Solo nos está pidiendo Jesús amor. Será el
amor que nos cure de nuestras debilidades, el amor que nos fortalezca en
nuestro camino, el amor que nos haga seguir adelante a pesar de las noches
oscuras, el amor que va a ser el sentido de nuestra vida. ‘Tú sabes, Señor,
que te amo, tú lo sabes todo, conociendo también mis debilidades… por ti estoy
dispuesto también a dar mi vida porque lo eres todo para mi’.