No
nos podemos quedar en formalismos, sino que tenemos que dar calor de vida lo
que hacemos y vivimos, busquemos ese cimiento que dará intensidad a la vida
2Reyes 24, 8-17; Salmo 78; Mateo 7, 21-29
No sé si nos habrá sucedido en alguna
ocasión; nos invitaron a visitar una casa, una familia; fuimos bien recibidos
con las atenciones que la buena educación y cortesía exigen, pero de alguna
manera nos daba la impresión que nos encontrábamos como ausentes en aquella
situación; todo era muy correcto, por todas partes brillaba la limpieza y el
orden, quizás incluso nos ofrecieron como señal de atención algunas viandas o
algunas bebidas, pero notábamos que faltaba algo. Todo era demasiado formal,
correcto, con mucha cortesía, pero no había calor en el trato, la conversación
se volvía fría e insulsa, había momentos en que nos sentíamos cortados porque
realmente no sabíamos que hacer o qué decir porque falta un algo en la
conversión, en la mirada, en las cosas que nos ofrecían; parecía que faltaba
alma y todo era pura formalidad.
Puede ser una situación en la vida,
pero con ello quizás podríamos estar señalando algo más hondo que nos falta en
la vida, y en este caso concreto, pienso en nuestra vida fe y la forma de vivir
nuestra religiosidad. Podemos ser muy formalistas y cumplidores, porque quizá
no faltamos a misa nunca los domingos, porque hasta rezamos el rosario todas
las noches, porque somos muy rigurosos en el cumplimiento de tradiciones y
costumbres que nos vienen heredadas, pero nos quedamos en eso.
Os voy a ser sincero en algo que
observo muchas veces en nuestras celebraciones religiosas. Somos muy fieles y
cumplidores, no nos queremos saltar ninguna norma litúrgica y somos fieles
hasta en la más mínima coma, por decirlo de alguna manera, no nos pueden faltar
en nuestros pueblos nuestras fiestas patronales y las procesiones
correspondientes, pero nos encontramos con comunidades frías y poco
comprometidas. Empezando porque muchas veces a nuestras celebraciones les falta
el calor de la vida.
Y no es que el sacerdote no se esfuerce
en ofrecernos hermosas homilías como comentario a la Palabra de Dios
proclamada, pero no hay calor de fiesta en nuestros encuentros y en nuestras
celebraciones. Es algo más lo que necesitamos. Cada uno andamos por nuestro
banco, y que nadie venga un día y ocupe nuestro sitio porque hasta nos ponemos
de mal humor, pero no hay alegría en la celebración, en la manera de saludarnos
o de darnos la paz, en la forma en que estamos unos al lado de los otros –
bueno y eso es un decir que parece que estamos a kilómetros de distancia los
unos de los otros – pero no se nota la cordialidad de los que se aman, de los
que se sienten miembros de una misma comunidad.
¿No termina la celebración y cada uno
nos apresuramos a salir lo más pronto posible y quizás nos cruzamos en la plaza
pero pasamos unos al lado de los otros como si no nos conociéramos o hubiéramos
estado hace un rato juntos en una misma celebración? Es una triste realidad.
Falta calor de humanidad en nuestras comunidades cristianas y en nuestras
celebraciones, en lo que es la expresión de nuestra vida religiosa.
Fijémonos en lo que hoy nos dice Jesús
en el evangelio. ‘No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino
de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.
Aquel día muchos dirán: “Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre y en
tu nombre hemos echado demonios, y no hemos hecho en tu nombre muchos
milagros?”. Entonces yo les declararé: “Nunca os he conocido. Alejaos de mí…’
Decimos, ‘Señor, Señor’, pero
nos falta algo más. Hay está esa frialdad con que vivimos las cosas. Puro
formalismo pero poca vida. Es tremendo. Y Jesús nos dice que cuando andamos con
esa superficialidad – porque eso es superficialidad – seremos como la casa
edificada sin buenos cimientos. Cuando vengan los malos tiempos se derrumbará.
¿No será lo que nos está sucediendo en nuestras comunidades que se nos
derrumban? ¿No nos quejamos muchas veces de que nuestras iglesias se vacían,
que no somos sino personas mayores los que quedamos en la asistencia a nuestras
celebraciones? ¿No habremos estamos cultivando esa superficialidad?
A nivel personal es algo que tenemos
que pensarnos muy bien. ¿Qué cimientos le estoy dando a mi vida cristiana, a mi
religiosidad, a mi vida espiritual? ¿Estaremos en verdad reflejando lo que
llevamos dentro en ese compromiso con la vida, en esa alegría con que vivimos y
celebramos nuestra fe, o será que no llevamos nada dentro? Si estamos
edificando nuestra vida sobre arena, sabemos cómo va a terminar.
Y es lo que tenemos que pensarnos
también muy bien en referencia a lo que es nuestra Iglesia, lo que tienen que
ser nuestras comunidades cristianas y nuestras parroquias. De alguna manera
tenemos que buscar esa vitalidad que falta. Creo que tenemos que plantearnos
muy en serio ese compromiso con la vida en medio de la sociedad como
cristianos, como Iglesia.
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