Cuando
vemos el actuar de Jesús tenemos que decir que también nosotros queremos e
inmediatamente tender nuestra mano para levantar al que está a la vera del
camino
2Reyes 25, 1-12; Salmo 136; Mateo 8, 1-4
Se suele decir que las desgracias nunca
vienen solas. Y no es que se tenga un sentido pesimista de la vida, a la que
siempre hemos de darle un sentido de positividad, porque será además lo que nos
haga salir de los momentos oscuros; pero fácilmente constatamos que cualquier
situación mala por la que podamos estar pasando, no se queda muchas veces, por
ejemplo, en el dolor que podamos tener por una enfermedad, sino que
espiritualmente, anímicamente nos sentimos débiles, la impotencia para salir de
aquella situación nos hace descubrir otras pobrezas de nuestra vida, o nos
lleva a un vacío espiritual que aumenta nuestra soledad y nuestro dolor.
Hoy el evangelio nos habla de un
leproso que viene y se postra a los pies de Jesús para decirle que si quiere
puede curarle. Pero no era solo la enfermedad física de ver cómo su cuerpo se
desmorona con la enfermedad, sino era la soledad en la que estaban obligados a
vivir, porque habían de vivir alejados de la gente, fuera de los pueblos, sin
contacto ni siquiera con la familia. La enfermedad en este caso conllevaba una exclusión
social que tenía que ser también muy difícil de llevar.
Es bien significativo para nuestra vida
este episodio del evangelio. Jesús había venido anunciando el Reino de Dios y había
ido mostrando señales de cómo ese Reino de Dios se hacía presente en medio de
ellos. Antes del Sermón del Monte que hemos venido escuchando y que es como un
resumen del mensaje de Jesús, ya le habíamos visto en Galilea realizando
diversos signos que manifestaban esa cercanía del Reino de Dios.
Vamos a ver ahora un gran signo de esa
presencia del Reino de Dios. ‘Si quieres, puedes limpiarme’, le había
dicho el leproso que se había atrevido a llegar a los pies de Jesús en medio de
la gente a pesar de la prohibición de que un leproso pudiera acercarse así a la
gente. Y Jesús quiere. Y aquel leproso queda limpio. Y Jesús le pedirá que vaya
a presentarse al sacerdote porque es quien tiene la autoridad para una vez
curado poder entrar en el seno de la comunidad.
Aquel hombre ha sido curado de su
enfermedad, pero aquel hombre ha recobrado su dignidad como persona; puede
estar de nuevo en medio de los suyos, se reintegra de nuevo en el seno de la
comunidad.
Y es aquí donde tenemos que ponernos a
pensar en el hoy de nuestra vida. Vemos a nuestro alrededor tantos con las
mismas señales de lo que era la vida de aquel leproso. Pensamos en el
sufrimiento de tantos en sus enfermedades y limitaciones, pensamos en la
pobreza que viven tantos a nuestro alrededor, pero no nos podemos quedar en
esas situaciones, digamos, físicas que podemos contemplar. Hemos de detenernos
a contemplar lo que hay detrás de todos esos sufrimientos.
¿De alguna manera no estaremos creando
abismos detrás de muchas de esas personas que vemos con sus sufrimientos, con
sus enfermedades, con sus limitaciones, con sus pobrezas y carencias? Cuando
vamos por la calle y nos vamos tropezando con tantos que no nos gustan, que no
nos caen bien, cuya presencia nos puede resultar repulsiva, o que vemos sumidos
en un mundo de dependencias de tantas cosas, ¿no estaremos de alguna manera,
quizás incluso de una forma inconsciente, discriminación con nuestras miradas
de pena pero siempre desde la lejanía, con ese mantenernos a distancia y
mirarlos quizás por encima del hombro, con ese no querer mezclarnos y entonces
no dejamos entrar en nuestro circulo que siempre quiere ser selecto?
Muchas formas en las que seguiremos
mirando a tantos a nuestro alrededor como a aquellos leprosos de los que nos
habla el evangelio. Vendrán o no vendrán a pedirnos o a decirnos que nosotros
podemos limpiarnos, como le decía aquel leproso a Jesús, pero no sé lo que
realmente vamos pensando en nuestro interior de si acaso o no podemos
limpiarlos.
Cuando vemos el actuar de Jesús no es
solo para admirarnos y decir ‘mira lo que Jesús fue capaz de hacer’. Vemos el
actuar de Jesús y sabemos que ese tiene que ser nuestro actuar. también
nosotros hemos decir que sí queremos y adelantar nuestra mano hasta el leproso
de turno, hasta ese al que tenemos que levantar, hasta ese al que no queremos
mirar al pasar, hasta eso del que nos hacemos oídos sordos para no escuchar su
ruego.
Es duro y es difícil. Porque en nuestra
conciencia nos damos cuenta de que seguimos pasando de largo ante el leproso,
ante tantos que están a la vera de nuestro camino. ¿Despertaremos algún día?
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