Tenemos
también que embarcarnos para ir a la otra orilla porque hay una buena noticia
que tenemos que anunciar
Job 38, 1. 8-11; Sal. 106; 2Corintios 5,
14-17; Marcos 4, 35-41
¿No podíamos decir también que en la vida andamos como en una travesía? El sentido de la vida humana no es quedarse como anquilosado siempre en lo mismo sino que es búsqueda, es querer mirar más allá para ir también al encuentro de eso nuevo e incluso desconocido.
Es la historia de la humanidad desde todos los
tiempos; siempre en camino, siempre en búsqueda de algo más. Fueron los
descubrimientos de nuevas tierras, las migraciones de un lado para otro, ha
sido el camino del progreso y de la ciencia, de la filosofía y del
conocimiento, porque siempre andamos en búsqueda; igual queremos hacer nuevos
amigos, conocer nuevas personas, entrar en contacto con otras culturas otras maneras de ver y de entender la vida y
el mismo mundo.
No siempre fácil; muchas veces también
con tropiezos y errores, era como probar algo nuevo, conocer algo nuevo sin
saber lo que nos íbamos a encontrar. El mismo encuentro con otras personas
algunas veces puede convertirse en tormenta, porque nos cuesta aceptarnos,
descubrir la diferencia, pero encontrar también lo que nos acerca; y la
tormenta puede venir de fuera, de los otros, de los imprevistos que
encontremos, pero puede surgir también de lo más hondo de nosotros mismos,
porque nos aparecen los resabios del egoísmo, porque nos hacemos insolidarios,
porque brota el amor propio y el orgullo.
Una travesía que nos va tocando las
fibras más íntimas de nuestro ser, una travesía que nos abre a nuevas
transcendencias, nos ha descubrir nuevos horizontes, nos lleva a que podamos
sentirnos iluminados por nuevas luces y a veces no sabemos por donde caminar,
cual es la luz que mejor nos iluminará o el calor que nos pueda dar mejor vida.
Y en medio de esas tormentas de la vida nos pueden surgir incertidumbres e
interrogantes, que nos hagan tambalearnos en muchas cosas que nos parecían
antes fundamentales. Y nos llenamos de miedos, y nos parece que nos sentimos
solos, y nos parece que no hacemos pie y nos hundimos.
Hoy nos habla el evangelio de una
travesía. ‘Vamos a la otra orilla’, les dice Jesús a los discípulos. Había que
atravesar el lago tantas veces en calma y en principio parece que nada
peligroso, pero en ocasiones los vientos bajados del Hermón en la hondura del
lago en medio de aquellos valles producían inesperadas tormentas. La barca
estaba en peligro; los discípulos aunque avezados pescadores se sienten
indefensos frente a la tormenta y se llenan de miedo. Y Jesús está allí en
medio de todo durmiendo sobre un cabezal en un rincón de la barca.
‘¿No te importa que nos hundamos?’, es la queja con que despiertan a Jesús. Podemos
hundirnos cuando no nos sentimos seguros. Y en esa travesía de la vida hay
muchos momentos en que no nos sentimos seguros. ¿Nos habrá faltado algo? ¿En la
barca de nuestra vida llevamos lo suficiente para sentirnos seguros frente a
toda esa avalancha de cosas que muchas veces se nos viene encima? Tenemos que
llevar en la bodega de nuestra barca, de nuestra vida, lo necesario para tener
esa seguridad.
Quizás a lo largo de la vida no nos hemos pertrechado lo suficiente en la búsqueda de unos valores permanentes, en un fortalecimiento de nuestro espíritu para hacer frente a todos los peligros que tenemos que arrostrar. ¿Nos habremos formado como personas y madurado lo suficiente a lo lago de nuestra vida?
Muchos años hemos dejado pasar baldíos, en
muchas ocasiones nos dejamos arrastrar por la superficialidad, habremos
desperdiciado mucho tiempo de nuestra vida donde teníamos que habernos formado
debidamente, pero lo dejábamos para más tarde, para otra ocasión, no hemos
cuidado una profunda espiritualidad que nos haga sentirnos fuertes en nuestra
fe.
Y claro, ahora le decimos a Jesús ‘¿no te importa que nos hundamos?’ Pero Jesús nos dirá, ‘hombres de poca fe, ¿por qué dudáis?’. Jesús estaba allí, aunque les pareciera que dormía insensible a lo que estaba pasando. Jesús está aquí aunque muchas veces no hemos sabido contar con El lo suficiente. Jesús quiere avivar nuestra fe, quiere hacer que nos sintamos fuertes interiormente para esa travesía que tenemos que hacer.
Esa travesía, como decíamos, que es la vida misma; esa
travesía que es búsqueda, esa travesía que nos hace levantar nuestra mirada
para buscar otros horizontes, esa travesía que tendría que hacernos crecer para
sentirnos seguros, esa travesía, sí también, en la que nosotros tenemos que ir
a ofrecer algo nuevo y distinto al mudo que nos rodea.
En esa travesía tenemos una misión; no nos podemos quedar enrollados en nuestros miedo, sino que con valentía tenemos que ir a ese mundo que nos rodea, porque hay una luz que tenemos que llevar, hay algo que tenemos que hacer para hacer un mundo nuevo, hay una esperanza que tenemos que sembrar, hay algo nuevo que tenemos que hacer descubrir a cuantos nos rodean. Es la buena noticia del evangelio que tenemos que anunciar.
¿Estaremos dispuestos a embarcarnos con Jesús para ir a la otra orilla?
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