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sábado, 13 de julio de 2019

Mirando desde la óptica de Dios entremos en la dinámica del amor para ser en verdad prójimo de los caídos del camino



Mirando desde la óptica de Dios entremos en la dinámica del amor para ser en verdad prójimo de los caídos del camino

Det. 30, 10-14; Sal 68; Col. 1, 15-20; Lc. 10, 25-37
Se había acercado a Jesús un letrado para poner a prueba a Jesús preguntándole qué es lo que había que hacer para heredar la vida eterna. Una pregunta repetida en el evangelio; recordamos al joven rico, pero recordamos otros letrados que vienen también con suspicacias semejantes para preguntar qué era la principal de la ley. Pregunta que de alguna manera nos hacemos nosotros también, porque andamos buscando una y otra vez que tenemos que hacer y en nuestro caso también tantas veces buscando rebajas para ver en cierto modo hasta donde podemos llegar simplemente para cumplir.
Como no era para menos Jesús le responde recordando los mandamientos, lo que estaba escrito en la Ley que todo buen judío conocía incluso de memoria y no menos quien ahora le hacia la pregunta que era un letrado. ¿Qué está escrito en la Ley?, ¿qué lees en ella?... Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo’. Es el diálogo que entre Jesús y el letrado se cruzan. Pero aun así el letrado trata de justificarse y se hace la pregunta ‘¿Y quién es mi prójimo?’
Esta pregunta que viene respondida con la parábola que Jesús propone viene, por así decirlo, contrarrestada con la pregunta que Jesús le hará al final. ‘¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?’ Creo que aquí está la clave, lo principal que se nos quiere decir hoy. Decir quién es el prójimo es fácil, porque prójimo significa el que está cerca, el que está al lado y eso lo sabemos todos. Pero decir quién se porta como prójimo es algo más comprometido.
Portarme como prójimo será decir acercarme yo al otro, ponerme a su lado, sentir sus mismos sentimientos y sus mismos sufrimientos, no cerrar los ojos para ver y para descubrir al otro, ni poner vendas ni poner filtros para no ver o solo ver lo que yo quiero ver descubriendo crudamente su realidad, llegar a sentir como propio lo que al otro le sucede, lo que el otro vive. Y eso no se hace de cualquier manera ni todos sabemos hacerlo bien. Porque vamos en la vida demasiado ensimismados en mis cosas, en lo que nos parece que pueden ser nuestras obligaciones o nuestros entretenimientos.
Cuántas veces podemos decir o pensar, déjalo ahora, en otro momento te atiendo o te presto atención porque ahora estoy ocupado, estoy en mis cosas, estoy entretenido, o ahora tengo que atender no sé cuantas cosas y dejamos al otro en su sufrimiento o en su soledad, a quien no queremos ver ni queremos escuchar. Son nuestras prisas, nuestras carreras en la vida o nuestra manera de ver la importancia de las cosas y sobre todo de las personas. Nos comunicamos hoy por las redes sociales con quien está al otro lado del mundo, y no podemos dejar de contestar un mensaje o un WhatsApp, pero no tenemos tiempo para escuchar al que tenemos delante de los ojos pero quizás no llegamos a ver.
La parábola que propone Jesús habla del sacerdote y del levita que bajaban también por aquel mismo camino de Jericó donde estaba tendido al borde el camino a quien habían asaltado y maltratado, pero cuantos ejemplos concretos nos pondría hoy Jesús de tantas situaciones en que vamos enfrascados en lo nuestro y no llegamos ni siquiera a hablar con el que está a nuestro lado.
Pero nos hablará luego Jesús del samaritano que bajaba por aquel mismo camino. El personaje está puesto con mucha intención por Jesús, porque el samaritano era un extranjero para el judío, una persona maldita con quien no se hablaban y a quien se marginaba desde la sociedad judía porque los consideraban como unos herejes al querer tener su templo propio en Garizín  distinto del templo de Jerusalén con lo que rompían la unidad del pueblo de Dios. Ejemplos muchos podríamos poner hoy en la figura del samaritano en tantos a los que por una razón u otra marginamos de nuestra sociedad porque vienen de otros lugares o son de otra raza o color de la piel, o incluso de otra religión.
Pero aquel samaritano sí se detuvo, se bajó de su cabalgadura, atendió al hombre malherido queriendo curar sus heridas y montándolo en su propia cabalgadura lo llevo a donde pudiera ser atendido haciéndose cargo incluso de los gastos correspondientes. Su mirar y ver, supo detenerse y acercarse, supo poner palabras y gestos de consuelo y de ayuda, supo también ponerle en su lugar porque lo montó en su cabalgadura, lo que significaría que luego él tendría que ir caminando, supo ponerse él y poner todo lo suyo a disposición de quien allí estaba malherido y moribundo. Podríamos decir, en una palabra, supo poner vida allí donde había prevalecido la muerte.
Cuanto nos están diciendo estos gestos y estos detalles, porque aquel hombre sí se portó como prójimo del que estaba caído. Y es lo que quiere enseñarnos Jesús. ‘Vete y haz tu lo mismo’, le dijo Jesús al letrado. Y es que tenemos que comenzar a mirar la vida, a mirar a los otros, a mirar a las personas con otra óptica, la óptica de los ojos de Dios. Y cuando miramos con la mirada de Dios estamos mirando con el cristal del amor. Es entrar en una dinámica distinta, porque es la dinámica de la vida.
Quienes nos decimos seguidores de Jesús esa tiene que ser nuestra dinámica, nunca para la muerte, siempre para la vida; nunca encerrándonos en nosotros mismos, sino con la mirada del amor que nos hace salir de nosotros mismos, bajarnos de tantas cabalgaduras en los que no hemos subido y que tienen el peligro de alejarnos, separarnos, aislarnos. Y esa nunca puede ser la dinámica de un cristiano.
Muchas conclusiones de cosas muy concretas tenemos que sacar para nuestra vida. Comencemos a mirar con los ojos de Dios y entremos en la dinámica del amor para ser en verdad prójimo de los hermanos que están a nuestro lado.

Jesús no quiere que andemos por la vida llenos de miedos y temores, sino que nos quiere en plenitud de vida, valientes para dar el testimonio de nuestra fe



Jesús no quiere que andemos por la vida llenos de miedos y temores, sino que nos quiere en plenitud de vida, valientes para dar el testimonio de nuestra fe

Génesis 49,29-32; 50, 15-26ª; Sal 104;  Mateo 10,24-33
‘No tengáis miedo…’ hasta tres veces se nos repite en este breve pasaje del evangelio. Pero si hacemos una mirada amplia al evangelio, veremos que son muchas las veces que se nos dice lo mismo. ‘No tengáis miedo…’
Nos hacemos los valientes; de valientes queremos ir por la vida; muchas veces vamos fanfarroneando nuestra valentía, pero quizás ocultando los miedos que llevamos dentro. Miedos de muchas clases. Miedos que nos producen inseguridad, que nos impiden dar un paso adelante, que nos acobardan ante decisiones importantes que tenemos que tomar, que nos paralizan o que nos hacen reaccionar en ocasiones hasta de mala manera porque perdemos el control de lo que hacemos; miedos a dar la cara y luchar contra lo que nos parece injusto; miedos que nos hacen ocultar la verdad, porque quizá no es recto lo que hemos hecho, o no queremos que nos conozcan en nuestras debilidades; miedos que nos llevan a quedar en un segundo plano disimulándolo como si fuera humildad pero que son los temores los que nos impiden estar en primera fila; miedo al qué dirán, a enfrentrarnos a la realidad de la vida, a dar el testimonio valiente que tendríamos que dar; sería una lista poco menos que interminable.
Temores y miedos de los que llenamos la vida. Temores y miedos que no nos dejan crecer y ser libres de verdad. Temores y miedos que nos hablan de nuestra propia inseguridad y en consecuencia de nuestra poca madurez. Temores y miedos a vivir con intensidad nuestros valores porque nos acobardamos ante lo que los otros puedan decir o puedan ponernos enfrente y en contra. Temores y miedos con que vivimos tantas veces nuestra fe no dando un testimonio valiente frente al mundo que nos rodea. El mundo no se llena de la luz de Dios porque por nuestra cobardía ocultamos esa luz, no trasmitimos con intensidad esa vida.
Jesús no quiere que andemos así por la vida. Quiere un hombre y una mujer en plenitud, un hombre y una mujer maduros, un hombre y una mujer llenos de luz y de vida que sepan irradiarla a los demás; un hombre y una mujer que den su testimonio cristiano con toda claridad; hombres y mujeres valientes que den testimonio claro de su fe. Y eso es lo que necesita nuestro mundo que en el fondo, aunque no quiera reconocerlo está sediento de luz y hambriento de vida.
Y Jesús nos dice que no estamos solos, que nos sentimos fortalecidos con su Espíritu, que El estará siempre con nosotros hasta el final de los tiempos, que nuestro Padre del cielo cuida de nosotros y hemos de confiar en su providencia, que todo un día quedará claro y resplandecerá como brillante luz.
Alejemos los temores de nuestra vida; sintámonos en verdad fortalecidos por su Espíritu; vayamos con valentía a nuestro mundo a dar testimonio de nuestra fe. Con nosotros está el Señor. Cristo nos necesita porque somos sus mensajeros, pero el mundo también nos necesita porque está hambriento de la luz que nosotros le podamos transmitir.

viernes, 12 de julio de 2019

Los valores del evangelio no los podemos dejar de testimoniar aunque su luz moleste a los que prefieren andar entre sombras y tinieblas




Los valores del evangelio no los podemos dejar de testimoniar aunque su luz moleste a los que prefieren andar entre sombras y tinieblas

Génesis 46,1-7.28-30; Sal 36;  Mateo 10,16-23
Cada uno vamos por la vida con nuestros valores y principios tratando de ser mejores nosotros mismos, pero también de poner nuestro grano de arena para que nuestro mundo sea mejor. Porque creemos en nuestros valores no nos apartamos de ellos, sino más bien tratamos de transmitirlos a los que están a nuestro lado, aunque no siempre es tarea fácil.
Lo normal sería un diálogo amigable donde queremos ofrecer lo mejor de nosotros mismos, al tiempo que queremos descubrir también lo bueno que hay en los demás, aunque nuestros principios o el sentido de la vida sea muchas veces diverso, sin embargo en lugar de ello parece que hay una confrontación que en ocasiones se vuelve hasta violenta.
En caminos de intolerancia incluso quieren impedirnos lo que nosotros queremos vivir y no solo se cierran sino que se enfrentan a lo que nosotros queremos transmitir. Es el diálogo de sordos que muchas veces se vuelve hasta violento en palabras y hasta en gestos que contemplamos en tantos aspectos de nuestra sociedad.
No somos capaces de construir juntos, sino que más bien siempre queremos destruir lo de los que consideramos nuestros contrincantes. Es triste muchas veces el espectáculo que muestra sociedad en lo social y en lo político algo que vivimos muy intensamente en nuestra tierra. Parece que en lugar de constructores estemos llamados a ser siempre destructores de lo que hacen los demás. Parece como si molestara que alguien que no sea de los suyos pueda hacer algo bueno.
Y esto nos pasa en los caminos de la vivencia de nuestra fe. Llamamos sociedad plural pero solo quieren imponer sus ideas y molesta para muchos la fe de los que nos llamamos creyentes y cristianos. Pero esto es algo que a nosotros los cristianos no nos tendría que hacer perder el sueño. Jesús nos lo anunció y también nos prometió la fuerza que necesitamos para afrontar esas situaciones que se convierten en tantos momentos en persecución como ha sido a lo largo de la historia, pero que también se viven en estos tiempos.
‘Mirad que os mando como ovejas entre lobos; por eso, sed sagaces como serpientes y sencillos como palomas’, nos dice Jesús. Y nos habla de tribunales y de persecuciones, pero que en todo momento tenemos que seguir dando nuestro testimonio, pero nuestro testimonio tiene que ser siempre desde la paz. La paz que tenemos que llevar a los demás, a ese mundo que tanto lo necesita, pero la paz que no nos puede faltar en nuestro interior, por difíciles que se puedan poner las cosas. Por eso nos dice que no nos preocupemos de lo que hemos de decir en nuestra defensa, porque tenemos un Defensor, el Espíritu de la Verdad que está con nosotros y pondrá palabras de sabiduría en nuestros labios, y paz en nuestro corazón.
Nos vamos a encontrar a quien no le gusta nuestro mensaje o el testimonio que queremos dar con nuestra vida, y buscarán de todos modos acallarnos de la forma que sea. Es la intolerancia que se quiere imponer en nuestro mundo cuando tanto se habla de un mundo plural, pero donde no se respeta lo que puedan opinar los demás porque es distinto. Siempre la verdad es molesta, siempre el testimonio del bien hace escozor en los que tienen otros caminos en la vida. No nos debe extrañar, no hemos de perder el ánimo, con nosotros está el Señor y hemos de seguir dando ese testimonio.
Es un testimonio de luz el que nosotros queremos dar, y la luz a los que prefieren estar en tinieblas les molesta, porque les hace ver sus malas obras y las deja patentes también ante los demás. Mantengamos encendida nuestra luz que no es otra que la luz de Jesús y su evangelio que queremos llevar a nuestro mundo.

jueves, 11 de julio de 2019

Nos habla Jesús de un nuevo sentir, de un nuevo amar, de una nueva comunión que nos hace vivir en la más estrecha familia de amor que nos lleva por camino de plenitud


Nos habla Jesús de un nuevo sentir, de un nuevo amar, de una nueva comunión que nos hace vivir en la más estrecha familia de amor que nos lleva por camino de plenitud

Proverbios 2,1-9; Sal 33;  Mateo 19,27-29
Justo y humano es que cuando hacemos algo bueno de alguna forma podamos disfrutar de eso bueno que hemos hecho y podamos ver su fruto sobre todo cuando lo hacemos en beneficio de los demás. No es en si mismo un buscar una recompensa, aunque el obrero merece su salario, sino sobre todo gozarnos en lo bueno que hayamos hecho con la satisfacción del beneficio que también estamos produciendo para nuestra sociedad. Se convierte así en un estímulo para nosotros con la satisfacción de lo bueno y al saborear de alguna manera que merece la pena, aunque nos haya costado esfuerzo e incluso sacrificio.
Claro que no es lo mismo el buscar el aplauso y el reconocimiento como deseo primordial en lo que estamos haciendo; poner nuestro interés en el agradecimiento o el vernos de alguna manera recompensados por lo que gratuita y generosamente hicimos por los demás; así ya no sería tan gratuita ni tan generosa nuestra entrega porque va motivada por el interés de unas ganancias aunque solo fuera en el reconocimiento.
Es el escalón superior al que Jesús nos invita sabiendo poner esa generosidad y esa gratuidad en lo que hacemos, no motivándonos por intereses que podríamos llamar mercantilistas, aunque desgraciadamente eso es mucho de lo que vemos en nuestro entorno en quienes tendrían que tener una vocación de servicio para con los demás o para con la sociedad.
Malo sería que los que nos decimos seguidores de Jesús cuando asumimos unas responsabilidades de servicio lo hiciéramos desde esos intereses; demasiados intereses partidistas, gananciales, con segundas intenciones en lo que hacen, buscando prestigios o influencias contemplamos en la sociedad.
Malo sería también que en el seno de nuestra Iglesia y en aquellos llamados a pastorear el pueblo de Dios actuaran desde esas motivaciones que no son nada evangélicas. La Iglesia en sus instituciones demasiado se deja manchar por esas costumbres del mundo y calla muchas veces por temor a una reacción que le hiciera bajar escalones de influencia en la sociedad. No somos lo suficientemente profetas como tendríamos que ser.
Hoy escuchamos la pregunta reacción de Pedro ante lo que Jesús venía diciendo de cuán difícil le es a los ricos entrar en el reino de los cielos. Sus apegos a las riquezas, a la posesión de las cosas que termina queriendo ser posesión también de las personas les impiden entrar por la puerta estrecha como el camello con sus jorobas y sus cargas no puede pasar por la puerta de aguja de las entradas a las ciudades.
¿Y nosotros que lo hemos dejado todo?, se pregunta Pedro. Habían dejado sus redes y sus barcas, habían dejado sus casas y sus familias, se habían ido con Jesús con una generosidad sin igual cautivados por el mensaje del Reino de Dios que anunciaba. ¿Tendrían recompensa?
Y Jesús les habla de una recompensa que no se puede cuantificar en cosas materiales. Si han dejado casa, padre y madre, hermanos y hermanas, casas y posesiones, les dice Jesús que tendrán cien veces más. ¿Van a tener cien padres y cien madres, cien hermanos y cien hermanas…? Jesús les está hablando de otra riqueza, de esa familia universal que tenemos que formar entre todos porque todos tenemos que sentirnos así familia y eso sí que será una gran recompensa.
Ese nuevo sentir del amor, ese nuevo sentirse miembros de una nueva familia, ese sentirse acogidos y amados ofreciendo también cada día mayor amor, será la satisfacción honda que ahora podrán sentir en su corazón, pero que tiene recompensa eterna en la gloria de Dios.
Nos habla Jesús de un nuevo sentir, de un nuevo amar, de una nueva comunión que nos hace vivir en la más estrecha familia de amor. Es un gozo que podremos llevar en el alma y nadie nos lo quitará. Es la nueva vida que Jesús nos ofrece cuando nos hace partícipes de su propia vida, una vida que nos llevará a la plenitud, a una felicidad sin fin.
Aprendamos a vivir ese nuevo sentido de Cristo. Pongamos verdadera generosidad en nuestro corazón. Hagamos el bien aunque nos despojemos de nosotros mismos, porque en Dios seremos en verdad recompensados.


miércoles, 10 de julio de 2019

Los cristianos tenemos que bajar a la arena de la vida para luchar con cosas muy concretas para hacer que desaparezca el mal de nuestro mundo



Los cristianos tenemos que bajar a la arena de la vida para luchar con cosas muy concretas para hacer que desaparezca el mal de nuestro mundo

Génesis 41,55-57; 42, 5-7.17-24ª; Sal 32; Mateo 10,1-7
Qué mal andan las cosas de la vida, que mal va todo… es la conversación socorrida cuando nos encontramos y surge la conversación sobre cómo va la vida; pronto comenzamos a hacernos una lista de cosas que en lo social, en lo político, en lo económico, en las experiencias de familia no nos gustan como marchan; buscamos con facilidad a quien echarle la culpa, los políticos de turno se llevan nuestras reclamaciones porque decimos que no hacen nada y no voy a decir cuantos comentarios mas se hacen en este sentido, o nos quejamos de la juventud, de la vida moderna y no sé cuantas cosas.
Somos fáciles para hacer nuestros juicios, aventurar quizás como haríamos nosotros para que las cosas vuelvan a su sitio, pero de ahí no pasamos, nos quedamos en nuestras lamentaciones lúgubres, pero lo de poner un dedo de nuestra parte para hacer mejor las cosa, que sean otros los que se comprometan, a nosotros nos toca criticar, que eso es bien fácil.
Conversaciones así surgen con facilidad sobre todos los temas, hablamos de los políticos o nos metemos con todo el mundo, todos se llevan su parte en nuestras críticas. Pero eso sucede en muchos más aspectos de la vida. Y así encarrilamos también nuestras conversaciones sobre el tema de la Iglesia y también tenemos nuestras críticas que hacer. Y es que también nosotros los cristianos no vivimos con la intensidad que tendríamos que hacerlo nuestro compromiso desde la fe con la misma iglesia a la que pertenecemos ni tampoco en nuestra relación con la sociedad.
¿Tenemos derecho a quejarnos así? ¿Habremos leído bien el evangelio que tendría que ser el vademécum de nuestra vida y donde encontremos luz para todas las situaciones de nuestra vida? ¿Nos habremos dado cuenta de verdad los cristianos de la misión que Jesús nos ha confiado y, por decirlo así, de los poderes que nos ha dado, de la fuerza con que quiere acompañar nuestra vida para esa transformación del mundo según los valores del Reino de Dios, del Evangelio?
¿Qué nos dice el evangelio que hoy escuchamos? Se trata de la elección de los doce, los que se enumeran incluso por su nombre, y el envío que Jesús hace de aquellos que ha elegido para que vayan anunciando el Reino de Dios por todas partes. En cierto modo paralelo con un texto semejante de Lucas en que envía a los setenta y dos discípulos de dos en dos a predicar el Reino por donde habría de ir El luego.
Lo que Jesús ha venido haciendo, predicando en las sinagogas y en cualquier lugar que fuera necesario haciendo el anuncio de la Buena Nueva del Reino de Dios y curando de todo mal o enfermedad a todos aquellos que de cualquier manera sufrían, es lo que ahora tienen que hacer sus discípulos. Es la misión que les confía y el poder que les da; al hacer el anuncio del Reino han de ir liberando de todo mal a todos los que sufren. Son las señales del Reino.
Hoy nos dice que les da poder sobre todo espíritu inmundo – ‘ les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia’, que nos dice el evangelio – ¿y qué es lo que eso significa? ¿No es precisamente esa misión que nos confía de transformación de ese mal de nuestro mundo para hacerlo mejor? Una interpretación fácil es pensar en el milagro por el que se cura de una enfermedad o se resucita un muerto, pero creo que todos entendemos que significa mucha más que todo eso.
Los milagros son signos, son señales de esa transformación de la vida ¿y cual es la más importante transformación de la vida? Cuánto es el mal que tenemos que quitar, cuantas son las cosas que tenemos que transformar, cuanta es la justicia que tenemos que promover, la paz que tenemos que buscar, la sinceridad y la honradez de la vida que tenemos que ir construyendo en las relaciones entre unos y otros.
Comenzábamos reflexionando sobre las quejas de lo mal que anda nuestro mundo, pero ¿no tendríamos que preguntar qué es lo que nosotros los cristianos estamos haciendo en ese mundo concreto en que vivimos para que nuestro mundo sea mejor, para que nuestro mundo se transforme? Quizá tendríamos que pensar en nuestra culpa, en esa irresponsabilidad nuestra, en esa desgana o frialdad con que vivimos nuestro compromiso por el Reino de Dios, en lo poco que estamos haciendo.
Los cristianos no nos podemos contentar con ver los toros desde la barrera, por decirlo con una frase ya hecha, sino que tenemos que bajar a la arena de la vida para ahí luchar y luchas con cosas muy concretas para transformar nuestro mundo, para hacerlo mejor. Es la misión que Jesús nos ha confiado, seamos jóvenes o seamos mayores, en cualquier lugar que ocupemos en la vida y en la sociedad. No nos podemos desentender. Escuchemos con el corazón abierto esta buena nueva del Evangelio que hoy se nos ha proclamado.

martes, 9 de julio de 2019

Necesitamos hoy hacer un nuevo anuncio del evangelio porque nuestro mundo sigue estando desorientado y perdido como ovejas que no tienen pastor



Necesitamos hoy hacer un nuevo anuncio del evangelio porque nuestro mundo sigue estando desorientado y perdido como ovejas que no tienen pastor

Génesis 32, 22-32; Sal 16; Mateo 9,32-38
Los que ya viven una vida urbana en medio de las ciudades con poco o nulo contacto con el campo, el mundo de la agricultura o de la ganadería las imágenes de un rebaño con su pastor poco le dicen salvo por lo que hayan aprendido de oídas o lo hayan leído en libros. Quienes todavía viven en un ámbito rural pueden estar mas familiarizados con estas imágenes, que quizá ya cada día vemos menos, porque incluso el cuidado del los animales también va cambiando en la forma y cada vez menos se ve es trashumancia con el traslado de rebaños o manadas de ovejas o de cabras de un lugar para otro.
Sin embargo es difícil imaginar un rebaño que no sea conducido por su pastor; no es lo normal ver a los ganados sin sus pastores o sus cuidadores. Incluso aquellas ovejas que podamos ver sesteando en un prado en el campo, por algún lugar ha de estar sus pastores con sus perros guardianes vigilantes y cuidado de sus ovejas o sus ganados.
Sin embargo esta es la imagen que nos ofrece Jesús en el evangelio para hablarnos de la situación en la que se encontraban las gentes de su tiempo. A pesar de que en el pueblo de Israel se cuidaba mucho la religiosidad de las gentes, la atención a través de los maestros o doctores de la ley que la explicaban cada sábado en la sinagoga y todos los días en las explanadas de templo Jesús dicen que están como ovejas extenuadas y abandonadas porque no tienen pastor.
El evangelio nos ha venido hablando del endemoniado que era mudo y al que Jesús curó; la reacción de las gentes admiradas ante el hecho proclamando que nunca han visto cosa igual, mientras por otra parte aquellos que se consideraban dirigentes en medio del pueblo, en este caso los fariseos, atribuyen el milagro de Jesús al poder de los demonios.
Todo esto crea confusión entre las gentes, pero Jesús recorría pueblos y ciudades, enseñando en las sinagogas, anunciando el evangelio del Reino y curando todo tipo de enfermedades. Las gentes acudían ansiosas a Jesús, querían escuchar su Palabra, tenían hambre de Dios, se sentían pobres y necesitados y acudían a Jesús con sus problemas y necesidades expresadas en el hecho de llevar a sus enfermos para que Jesús los curase. Es cuando Jesús nos expresa la necesidad y la confusión de aquellas gentes con la mencionada imagen, pero nos dice que los obreros son pocos, que roguemos al Señor de la mies para que envíe obreros a su mies.
Si también nosotros fuéramos capaces de tener la visión de Dios, la visión que Jesús tenia del mundo, lo mismo constataríamos de nuestro mundo y nuestra sociedad. Podemos hoy tener muchas cosas y el nivel de vida de nuestra sociedad haya cambiando al menos en nuestro entorno, aunque todavía descubrimos muchas necesidades y problemas, pero quizás tendríamos que saber constatar esa angustia, esa desorientación, esas confusiones que podemos descubrir en nuestro mundo moderno.
En la mayoría de nuestra sociedad percibimos una pérdida del sentido de Dios y vemos que aunque en momentos podamos ver a muchos en los que afloran unos sentimientos religiosos ante determinados acontecimientos, sin embargo se va desterrando de nuestra sociedad lo que suene a religioso y a cristiano.
En una sociedad que en principio llamábamos de cristiandad la luz del evangelio no es ya la que brilla en ella y los verdaderos valores de evangelio van siendo desterrados de nuestro mundo, queriendo incluso en ocasiones quererlos sustituirlos por otros, como si fueran ya cosa caducada; rescatamos viejos ritos ancestrales ajenos al cristianismo y cuando hemos desterrado los ritos religiosos de sentido cristiano resucitamos otras creencias, otros ritos, que casi como una nueva superstición se van apoderando de nuestra sociedad.
Personas que fueron educadas en la fe cristiana, que un día se prepararon para una primera comunión o incluso la confirmación, vemos como han dejado a un lado todo eso olvidándose de su fe cristiana y dejándose mecer por otros ritos o sortilegios de más sentido pagano, como si nunca el evangelio hubiera pasado por sus vidas. Escuchan solo lo que les puede interesar o que les haga fácil la vida dejándose arrastrar por caprichos o cosas que nos satisfagan nuestros apetitos y así vamos andando por la vida.
Nuestra sociedad descarriada, extenuada, como ovejas abandonadas que no tienen pastor que les guíe y les conduzca a las verdaderas fuentes de la vida que solo en Cristo podemos encontrar. Es el grito de Jesús que hoy escuchamos en el evangelio y que tendría que despertarnos a aquellos que queremos vivir de verdad y con todo sentido nuestra fe cristiana. Es el grito que tendría que sensibilizarnos para que en verdad vivamos de una forma comprometida nuestra fe, y sintamos la urgencia del anuncio de nuevo del Evangelio.
Se nos habla hoy con urgencia de una nueva evangelización y tenemos que comprenderlo, sentirlo de verdad como una urgencia en el corazón, que el Evangelio sea de nuevo proclamado con valentía para que sea la sal y la luz de la tierra y del mundo.

lunes, 8 de julio de 2019

La certeza y seguridad de que Dios nos escucha no puede llevarnos a vivir una fe mágica y supersticiosa sino a abrir nuestro corazón a Dios para dejarnos transformar por su gracia


La certeza y seguridad de que Dios nos escucha no puede llevarnos a vivir una fe mágica y supersticiosa sino a abrir nuestro corazón a Dios para dejarnos transformar por su gracia

Génesis 28, 12- 22; Sal 90; Mateo 9,18-26
Cuando tenemos la certeza de que podemos conseguir algo no hay quien nos detenga, y sobre todo si la angustia es grande porque aquello que queremos remediar o conseguir afecta a la vida de alguien y mas si es un ser muy querido para nosotros. Nada ni nadie podía detener a aquel jefe de la sinagoga, cuya hija estaba en las últimas, si acaso no muerta ya.
Lo mismo podríamos decir de aquella mujer que para curar sus hemorragias se había gastado lo que tenía y lo que no tenía acudiendo a todos los médicos que pudieran curarla, pero que en lugar de curarse estaba cada vez peor. Quizá en su timidez no se atrevía a dar la cara para hacer su petición en medio de la gente, porque además aquel tipo de enfermedad era vergonzante para las mujeres y más en aquel contexto social e histórico.
Si Jairo se había postrado delante de todos para hacer su petición interrumpiendo incluso lo que Jesús estaba haciendo, aquella mujer había ido calladamente por detrás porque en su seguridad tenía la certeza de que solo era necesario tocar el manto. Ni en uno ni en otro podemos ver situaciones mágicas porque en uno y en otro se destaca la fe por encima de todo.
‘Tu fe te ha curado’ le dice Jesús a la mujer; ‘basta que tengas fe’, le dirá a Jairo cuando vienen a comunicar el fatal desenlace y que entonces ya no es necesario molestar al maestro. No quiere Jesús tampoco hacer espectáculo del milagro y cuando llega y se encuentra a todos llorando  - por allí andan ya las plañideras – dirá que no está muerta sino dormida y entrando solo con sus padres y tres de sus discípulos a donde estaba la niña, la toma de la mano y la entrega viva a su padre. Si antes se reían de Jesús ahora todo serán alabanzas haciendo que corriera la noticia por toda la comarca.
Esto nos plantea seriamente sobre la seguridad con que nosotros vivimos nuestra fe.  Es cierto que muchas veces damos la impresión de que todo el día le estamos pidiendo milagros al Señor en nuestras súplicas pero tenemos que analizar de verdad con qué seguridad confiamos en obtener lo que le pedimos al Señor. No puede ser, desde luego una fe mágica en la que parece que estamos esperando que el Señor nos toque con su varita mágica para que se realice todo aquello que le pedimos.
No podemos hacer supersticiosa nuestra fe, como tantas veces por ejemplo a través de las redes sociales nos llegan sugerencias de que recemos tal o cual oración, la enviemos a no se cuentas personas de nuestros amigos, y esa misma noche el milagro se realizará porque alcanzaremos todo aquello que estemos deseando dentro de nosotros.
Cuántas cadenas mágicas de oración nos llegan continuamente por las redes sociales para que hagamos unas determinadas cosas porque de lo contrario recibiríamos en castigo no sé cuantas cosas malas que caerían sobre nosotros. Y nos ponen como amenazas el testimonio del que hizo lo que se le decía y se multiplicaron sobre él no sé cuántas cosas buenas, y aquel que no lo hizo y se desentendió de aquella cadena le sucedieron no sé cuantas desgracias. ¿Es que ahora el medio de comunicarse el Señor con nosotros es a través de las redes sociales y ese es el camino de nuestra oración? ¿Ese es el nuevo camino del evangelio?
No es esa la fe y la confianza en su Palabra que el Señor nos está pidiendo. Ojalá tuviéramos la fe de Jairo o de la mujer de las hemorragias, para acudir con esa confianza al Señor. Pero es la fe que nos hace escuchar su Palabra y plantarla en lo más hondo de nuestro corazón para que como buena semilla germine y fructifique en nosotros dando señales por nuestra parte de una vida nueva, de una vida mejor y más santa.
El Señor quiere resucitarnos, es cierto, como a la hija de Jairo, o curarnos de nuestros males como a aquella mujer de evangelio. Es así como hemos de sentir que el Señor nos tiende su mano, deja que le toquemos su manto, y nos inunda con su gracia que nos transforma que nos hace sentirnos un hombre nuevo y renovado totalmente. Es la fe que nos transforma, nos resucita, nos cura, nos llena de nueva vida, porque nos hace sentir la presencia y la gracia del Señor en nosotros.

domingo, 7 de julio de 2019

Con nosotros va la paz del Señor que tenemos que anunciar porque nuestra fuerza está en el Señor que es quien hace fructificar nuestra tarea



Con nosotros va la paz del Señor que tenemos que anunciar porque nuestra fuerza está en el Señor que es quien hace fructificar nuestra tarea

Isaías 66, 10-14c; Sal 65; Gálatas 6, 14-18; Lucas 10, 1-12. 17-20
Un texto del evangelio que hoy escuchamos que es verdaderamente gratificante en su mensaje; nos recuerda la misión que a todos se nos encomienda del anuncio de la Buena Nueva de la salvación que en Jesús encontramos, pero al mismo tiempo nos hace sentirnos seguros en nuestra tarea incluso en aquellos momentos en que podamos encontrar oposición o dificultades. Con nosotros va la paz del Señor que tenemos que anunciar y que no lo hacemos buscando apoyos humanos o los que en nosotros mismos podemos encontrar porque nuestra fuerza está en el Señor y es El quien hace fructificar nuestra tarea.
Es cierto que en la vida en tantas cosas estamos tentados por el desánimo; nos creemos que nos las sabemos todas y que tenemos todos los recursos para alcanzar lo que anhelamos, pero todo se nos puede venir abajo de un momento a otro. Y eso en muchas tareas de la vida; quizás nos habíamos preparado concienzudamente, habíamos incluso estudiado con todo ahínco para terminar aquella carrera que nos parecía que nos abría muchas puertas o muchos horizontes, pero luego nos encontramos con fracasos, no nos salen las cosas, hay aspectos que se nos han quedado en penumbra y cuando tenemos que enfrentarnos a la realidad nos sentimos como descolocados.
Hablo de los trabajos que profesionalmente realizamos, o podemos hablar de las responsabilidades familiares que luego nos van a costar mucho más de lo que habíamos pensado. La respuesta que esperábamos no la encontramos y casi no sabemos por qué ya que lo habíamos intentado preparar todo muy bien.
Es también en la tarea de superación personal, en que queremos ser mejores, luchando contra esas sombras que nos aparecen en nuestra vida y que se pueden convertir fácilmente en vicios y no llegamos a conseguir nuestras metas, no llegamos a superar aquello que pensábamos que ya lo habíamos logrado, porque parece que retrocedemos, volvemos a tropezar en las mismas piedras del camino y no llegamos a aquello en lo que habíamos soñado para nuestra vida.
He querido pensar en esos aspectos humanos de nuestra vida personal, nuestros trabajos o responsabilidades, porque en todo eso hemos de buscar también la luz del evangelio. Es cierto que de lo que hoy nos habla el evangelista es de aquel envío que Jesús hizo de setenta y dos discípulos para que fueran por delante anunciando el Reino de Dios del que Jesús nos hablaba dándoles instrucciones de qué habían de hacer aquel anuncio y como iban a enfrentarse a las situaciones de dificultad con que podrían encontrarse.
Le habla de un desprendimiento total; en pobreza han de ir a hacer el anuncio, porque la riqueza y la fuerza está en lo mismo que es anunciado. Es necesaria una disponibilidad total, ni siquiera han de preocuparse de llevar recursos en el bolsillo para resolver los problemas con que se han de encontrar. El anuncio es un anuncio gratuito y generoso. La paz que anuncian no es algo que se pueda imponer o que se pueda comprar. Es algo que hay que sembrar en el corazón. Y la fuerza esta en el Señor.
De ahí la manera en que han de reaccionar incluso ante las respuestas negativas que pudieran encontrar. Es la respuesta de la paz, porque es el anuncio de la paz lo que estarán haciendo. Pero ante la inmensa tarea que tienen por delante, saben que solo podrán realizarla regada con la gracia del Señor. Habla de la mies abundante y de los pocos obreros, y Jesús les dice que oren. ‘Rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies’, les enseña Jesús.
Y con esa fuerza del Señor, con su gracia, podrán ir realizando esa transformación del mundo. Tenían poder sobre los espíritus, el espíritu del mal, ellos reconocen lo que han ido realizando y Jesús les dice que veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Cuando el evangelio es anunciado y es aceptado los corazones se transformarán de manera que arrojamos de nosotros todo lo que sea malo y contrario a ese Reino de Dios.
Es la tarea que nosotros tenemos en medio del mundo, es la tarea de la Iglesia, pero es la tarea de cada uno de los cristianos. También nosotros podemos sentir ese desaliento cuando no se encuentra la respuesta a nuestro esfuerzo evangelizador. Nos gastamos nosotros y gastamos hasta lo que no tenemos para conseguir esos recursos con los que queremos realizar de la mejor manera posible nuestra tarea evangelizadora. Y es aquí donde quizá tendríamos que detenernos, porque en ocasiones podemos dar la impresión que la eficacia del anuncio del evangelio la vamos a conseguir a base de esos recursos de los que hoy dispongamos.
Nos sentimos pobres en ocasiones porque no podemos tener todo lo que nosotros desearíamos para realizar nuestra tarea y a esa pobreza de medios quizá podemos echar la culpa de no conseguir lo que anhelamos. Tendría que ser todo lo contrario, porque no podemos sostener la eficacia de la evangelización en los medios, sino que desde nuestra pobreza hemos de confiar por encima de todo en la fuerza y la gracia del Señor.
Dedicamos mucho tiempo a la preparación de todas esas técnicas, y no damos tiempo suficiente a la oración que tiene que ser la auténtica preparación. Pedro tenía mucha técnica para la pesca y en aquellas dos ocasiones no consiguió nada, cuando en el nombre del Señor echó la red pudo hacer una redada de peces muy grande. Necesitaba, es cierto la red, pero solo haciéndolo en el nombre del Señor podría realizar aquella asombrosa pesca. ¿Nos sucederá así a los pastores o a los que realizamos alguna tarea pastoral?
Y así también en todas las tareas de nuestra vida, pondremos nuestro empeño y nuestro esfuerzo, valiéndonos también de todos los recursos humanos, ¿por qué no?, pero un verdadero creyente sabe que cuanto hace ha de ser en el nombre del Señor y siempre buscando la gloria del Señor.