La
certeza y seguridad de que Dios nos escucha no puede llevarnos a vivir una fe mágica
y supersticiosa sino a abrir nuestro corazón a Dios para dejarnos transformar
por su gracia
Génesis 28, 12- 22; Sal 90; Mateo 9,18-26
Cuando tenemos la certeza de que podemos
conseguir algo no hay quien nos detenga, y sobre todo si la angustia es grande
porque aquello que queremos remediar o conseguir afecta a la vida de alguien y
mas si es un ser muy querido para nosotros. Nada ni nadie podía detener a aquel
jefe de la sinagoga, cuya hija estaba en las últimas, si acaso no muerta ya.
Lo mismo podríamos decir de aquella
mujer que para curar sus hemorragias se había gastado lo que tenía y lo que no
tenía acudiendo a todos los médicos que pudieran curarla, pero que en lugar de
curarse estaba cada vez peor. Quizá en su timidez no se atrevía a dar la cara
para hacer su petición en medio de la gente, porque además aquel tipo de
enfermedad era vergonzante para las mujeres y más en aquel contexto social e histórico.
Si Jairo se había postrado delante de
todos para hacer su petición interrumpiendo incluso lo que Jesús estaba
haciendo, aquella mujer había ido calladamente por detrás porque en su
seguridad tenía la certeza de que solo era necesario tocar el manto. Ni en uno
ni en otro podemos ver situaciones mágicas porque en uno y en otro se destaca
la fe por encima de todo.
‘Tu fe te ha curado’ le dice Jesús a la mujer; ‘basta que tengas fe’,
le dirá a Jairo cuando vienen a comunicar el fatal desenlace y que entonces ya
no es necesario molestar al maestro. No quiere Jesús tampoco hacer espectáculo
del milagro y cuando llega y se encuentra a todos llorando - por allí andan ya las plañideras – dirá que
no está muerta sino dormida y entrando solo con sus padres y tres de sus discípulos
a donde estaba la niña, la toma de la mano y la entrega viva a su padre. Si
antes se reían de Jesús ahora todo serán alabanzas haciendo que corriera la
noticia por toda la comarca.
Esto nos plantea seriamente sobre la
seguridad con que nosotros vivimos nuestra fe.
Es cierto que muchas veces damos la impresión de que todo el día le
estamos pidiendo milagros al Señor en nuestras súplicas pero tenemos que
analizar de verdad con qué seguridad confiamos en obtener lo que le pedimos al
Señor. No puede ser, desde luego una fe mágica en la que parece que estamos
esperando que el Señor nos toque con su varita mágica para que se realice todo
aquello que le pedimos.
No podemos hacer supersticiosa nuestra
fe, como tantas veces por ejemplo a través de las redes sociales nos llegan
sugerencias de que recemos tal o cual oración, la enviemos a no se cuentas
personas de nuestros amigos, y esa misma noche el milagro se realizará porque
alcanzaremos todo aquello que estemos deseando dentro de nosotros.
Cuántas cadenas mágicas de oración nos
llegan continuamente por las redes sociales para que hagamos unas determinadas
cosas porque de lo contrario recibiríamos en castigo no sé cuantas cosas malas
que caerían sobre nosotros. Y nos ponen como amenazas el testimonio del que hizo
lo que se le decía y se multiplicaron sobre él no sé cuántas cosas buenas, y
aquel que no lo hizo y se desentendió de aquella cadena le sucedieron no sé
cuantas desgracias. ¿Es que ahora el medio de comunicarse el Señor con nosotros
es a través de las redes sociales y ese es el camino de nuestra oración? ¿Ese
es el nuevo camino del evangelio?
No es esa la fe y la confianza en su
Palabra que el Señor nos está pidiendo. Ojalá tuviéramos la fe de Jairo o de la
mujer de las hemorragias, para acudir con esa confianza al Señor. Pero es la fe
que nos hace escuchar su Palabra y plantarla en lo más hondo de nuestro corazón
para que como buena semilla germine y fructifique en nosotros dando señales por
nuestra parte de una vida nueva, de una vida mejor y más santa.
El Señor quiere resucitarnos, es
cierto, como a la hija de Jairo, o curarnos de nuestros males como a aquella
mujer de evangelio. Es así como hemos de sentir que el Señor nos tiende su
mano, deja que le toquemos su manto, y nos inunda con su gracia que nos
transforma que nos hace sentirnos un hombre nuevo y renovado totalmente. Es la
fe que nos transforma, nos resucita, nos cura, nos llena de nueva vida, porque
nos hace sentir la presencia y la gracia del Señor en nosotros.
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