Con
nosotros va la paz del Señor que tenemos que anunciar porque nuestra fuerza
está en el Señor que es quien hace fructificar nuestra tarea
Isaías 66, 10-14c; Sal 65; Gálatas 6, 14-18;
Lucas 10, 1-12. 17-20
Un texto del evangelio que hoy
escuchamos que es verdaderamente gratificante en su mensaje; nos recuerda la misión
que a todos se nos encomienda del anuncio de la Buena Nueva de la salvación que
en Jesús encontramos, pero al mismo tiempo nos hace sentirnos seguros en
nuestra tarea incluso en aquellos momentos en que podamos encontrar oposición o
dificultades. Con nosotros va la paz del Señor que tenemos que anunciar y que
no lo hacemos buscando apoyos humanos o los que en nosotros mismos podemos
encontrar porque nuestra fuerza está en el Señor y es El quien hace fructificar
nuestra tarea.
Es cierto que en la vida en tantas
cosas estamos tentados por el desánimo; nos creemos que nos las sabemos todas y
que tenemos todos los recursos para alcanzar lo que anhelamos, pero todo se nos
puede venir abajo de un momento a otro. Y eso en muchas tareas de la vida;
quizás nos habíamos preparado concienzudamente, habíamos incluso estudiado con
todo ahínco para terminar aquella carrera que nos parecía que nos abría muchas
puertas o muchos horizontes, pero luego nos encontramos con fracasos, no nos
salen las cosas, hay aspectos que se nos han quedado en penumbra y cuando
tenemos que enfrentarnos a la realidad nos sentimos como descolocados.
Hablo de los trabajos que
profesionalmente realizamos, o podemos hablar de las responsabilidades
familiares que luego nos van a costar mucho más de lo que habíamos pensado. La
respuesta que esperábamos no la encontramos y casi no sabemos por qué ya que lo
habíamos intentado preparar todo muy bien.
Es también en la tarea de superación
personal, en que queremos ser mejores, luchando contra esas sombras que nos
aparecen en nuestra vida y que se pueden convertir fácilmente en vicios y no
llegamos a conseguir nuestras metas, no llegamos a superar aquello que pensábamos
que ya lo habíamos logrado, porque parece que retrocedemos, volvemos a tropezar
en las mismas piedras del camino y no llegamos a aquello en lo que habíamos
soñado para nuestra vida.
He querido pensar en esos aspectos
humanos de nuestra vida personal, nuestros trabajos o responsabilidades, porque
en todo eso hemos de buscar también la luz del evangelio. Es cierto que de lo
que hoy nos habla el evangelista es de aquel envío que Jesús hizo de setenta y
dos discípulos para que fueran por delante anunciando el Reino de Dios del que
Jesús nos hablaba dándoles instrucciones de qué habían de hacer aquel anuncio y
como iban a enfrentarse a las situaciones de dificultad con que podrían
encontrarse.
Le habla de un desprendimiento total;
en pobreza han de ir a hacer el anuncio, porque la riqueza y la fuerza está en
lo mismo que es anunciado. Es necesaria una disponibilidad total, ni siquiera
han de preocuparse de llevar recursos en el bolsillo para resolver los
problemas con que se han de encontrar. El anuncio es un anuncio gratuito y generoso.
La paz que anuncian no es algo que se pueda imponer o que se pueda comprar. Es
algo que hay que sembrar en el corazón. Y la fuerza esta en el Señor.
De ahí la manera en que han de
reaccionar incluso ante las respuestas negativas que pudieran encontrar. Es la
respuesta de la paz, porque es el anuncio de la paz lo que estarán haciendo.
Pero ante la inmensa tarea que tienen por delante, saben que solo podrán
realizarla regada con la gracia del Señor. Habla de la mies abundante y de los
pocos obreros, y Jesús les dice que oren. ‘Rogad al dueño de la mies que envíe
obreros a su mies’, les enseña Jesús.
Y con esa fuerza del Señor, con su
gracia, podrán ir realizando esa transformación del mundo. Tenían poder sobre
los espíritus, el espíritu del mal, ellos reconocen lo que han ido realizando y
Jesús les dice que veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Cuando el
evangelio es anunciado y es aceptado los corazones se transformarán de manera
que arrojamos de nosotros todo lo que sea malo y contrario a ese Reino de Dios.
Es la tarea que nosotros tenemos en
medio del mundo, es la tarea de la Iglesia, pero es la tarea de cada uno de los
cristianos. También nosotros podemos sentir ese desaliento cuando no se
encuentra la respuesta a nuestro esfuerzo evangelizador. Nos gastamos nosotros
y gastamos hasta lo que no tenemos para conseguir esos recursos con los que
queremos realizar de la mejor manera posible nuestra tarea evangelizadora. Y es
aquí donde quizá tendríamos que detenernos, porque en ocasiones podemos dar la
impresión que la eficacia del anuncio del evangelio la vamos a conseguir a base
de esos recursos de los que hoy dispongamos.
Nos sentimos pobres en ocasiones porque
no podemos tener todo lo que nosotros desearíamos para realizar nuestra tarea y
a esa pobreza de medios quizá podemos echar la culpa de no conseguir lo que
anhelamos. Tendría que ser todo lo contrario, porque no podemos sostener la
eficacia de la evangelización en los medios, sino que desde nuestra pobreza
hemos de confiar por encima de todo en la fuerza y la gracia del Señor.
Dedicamos mucho tiempo a la preparación
de todas esas técnicas, y no damos tiempo suficiente a la oración que tiene que
ser la auténtica preparación. Pedro tenía mucha técnica para la pesca y en
aquellas dos ocasiones no consiguió nada, cuando en el nombre del Señor echó la
red pudo hacer una redada de peces muy grande. Necesitaba, es cierto la red,
pero solo haciéndolo en el nombre del Señor podría realizar aquella asombrosa
pesca. ¿Nos sucederá así a los pastores o a los que realizamos alguna tarea
pastoral?
Y así también en todas las tareas de
nuestra vida, pondremos nuestro empeño y nuestro esfuerzo, valiéndonos también
de todos los recursos humanos, ¿por qué no?, pero un verdadero creyente sabe
que cuanto hace ha de ser en el nombre del Señor y siempre buscando la gloria
del Señor.
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