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domingo, 7 de julio de 2019

Con nosotros va la paz del Señor que tenemos que anunciar porque nuestra fuerza está en el Señor que es quien hace fructificar nuestra tarea



Con nosotros va la paz del Señor que tenemos que anunciar porque nuestra fuerza está en el Señor que es quien hace fructificar nuestra tarea

Isaías 66, 10-14c; Sal 65; Gálatas 6, 14-18; Lucas 10, 1-12. 17-20
Un texto del evangelio que hoy escuchamos que es verdaderamente gratificante en su mensaje; nos recuerda la misión que a todos se nos encomienda del anuncio de la Buena Nueva de la salvación que en Jesús encontramos, pero al mismo tiempo nos hace sentirnos seguros en nuestra tarea incluso en aquellos momentos en que podamos encontrar oposición o dificultades. Con nosotros va la paz del Señor que tenemos que anunciar y que no lo hacemos buscando apoyos humanos o los que en nosotros mismos podemos encontrar porque nuestra fuerza está en el Señor y es El quien hace fructificar nuestra tarea.
Es cierto que en la vida en tantas cosas estamos tentados por el desánimo; nos creemos que nos las sabemos todas y que tenemos todos los recursos para alcanzar lo que anhelamos, pero todo se nos puede venir abajo de un momento a otro. Y eso en muchas tareas de la vida; quizás nos habíamos preparado concienzudamente, habíamos incluso estudiado con todo ahínco para terminar aquella carrera que nos parecía que nos abría muchas puertas o muchos horizontes, pero luego nos encontramos con fracasos, no nos salen las cosas, hay aspectos que se nos han quedado en penumbra y cuando tenemos que enfrentarnos a la realidad nos sentimos como descolocados.
Hablo de los trabajos que profesionalmente realizamos, o podemos hablar de las responsabilidades familiares que luego nos van a costar mucho más de lo que habíamos pensado. La respuesta que esperábamos no la encontramos y casi no sabemos por qué ya que lo habíamos intentado preparar todo muy bien.
Es también en la tarea de superación personal, en que queremos ser mejores, luchando contra esas sombras que nos aparecen en nuestra vida y que se pueden convertir fácilmente en vicios y no llegamos a conseguir nuestras metas, no llegamos a superar aquello que pensábamos que ya lo habíamos logrado, porque parece que retrocedemos, volvemos a tropezar en las mismas piedras del camino y no llegamos a aquello en lo que habíamos soñado para nuestra vida.
He querido pensar en esos aspectos humanos de nuestra vida personal, nuestros trabajos o responsabilidades, porque en todo eso hemos de buscar también la luz del evangelio. Es cierto que de lo que hoy nos habla el evangelista es de aquel envío que Jesús hizo de setenta y dos discípulos para que fueran por delante anunciando el Reino de Dios del que Jesús nos hablaba dándoles instrucciones de qué habían de hacer aquel anuncio y como iban a enfrentarse a las situaciones de dificultad con que podrían encontrarse.
Le habla de un desprendimiento total; en pobreza han de ir a hacer el anuncio, porque la riqueza y la fuerza está en lo mismo que es anunciado. Es necesaria una disponibilidad total, ni siquiera han de preocuparse de llevar recursos en el bolsillo para resolver los problemas con que se han de encontrar. El anuncio es un anuncio gratuito y generoso. La paz que anuncian no es algo que se pueda imponer o que se pueda comprar. Es algo que hay que sembrar en el corazón. Y la fuerza esta en el Señor.
De ahí la manera en que han de reaccionar incluso ante las respuestas negativas que pudieran encontrar. Es la respuesta de la paz, porque es el anuncio de la paz lo que estarán haciendo. Pero ante la inmensa tarea que tienen por delante, saben que solo podrán realizarla regada con la gracia del Señor. Habla de la mies abundante y de los pocos obreros, y Jesús les dice que oren. ‘Rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies’, les enseña Jesús.
Y con esa fuerza del Señor, con su gracia, podrán ir realizando esa transformación del mundo. Tenían poder sobre los espíritus, el espíritu del mal, ellos reconocen lo que han ido realizando y Jesús les dice que veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Cuando el evangelio es anunciado y es aceptado los corazones se transformarán de manera que arrojamos de nosotros todo lo que sea malo y contrario a ese Reino de Dios.
Es la tarea que nosotros tenemos en medio del mundo, es la tarea de la Iglesia, pero es la tarea de cada uno de los cristianos. También nosotros podemos sentir ese desaliento cuando no se encuentra la respuesta a nuestro esfuerzo evangelizador. Nos gastamos nosotros y gastamos hasta lo que no tenemos para conseguir esos recursos con los que queremos realizar de la mejor manera posible nuestra tarea evangelizadora. Y es aquí donde quizá tendríamos que detenernos, porque en ocasiones podemos dar la impresión que la eficacia del anuncio del evangelio la vamos a conseguir a base de esos recursos de los que hoy dispongamos.
Nos sentimos pobres en ocasiones porque no podemos tener todo lo que nosotros desearíamos para realizar nuestra tarea y a esa pobreza de medios quizá podemos echar la culpa de no conseguir lo que anhelamos. Tendría que ser todo lo contrario, porque no podemos sostener la eficacia de la evangelización en los medios, sino que desde nuestra pobreza hemos de confiar por encima de todo en la fuerza y la gracia del Señor.
Dedicamos mucho tiempo a la preparación de todas esas técnicas, y no damos tiempo suficiente a la oración que tiene que ser la auténtica preparación. Pedro tenía mucha técnica para la pesca y en aquellas dos ocasiones no consiguió nada, cuando en el nombre del Señor echó la red pudo hacer una redada de peces muy grande. Necesitaba, es cierto la red, pero solo haciéndolo en el nombre del Señor podría realizar aquella asombrosa pesca. ¿Nos sucederá así a los pastores o a los que realizamos alguna tarea pastoral?
Y así también en todas las tareas de nuestra vida, pondremos nuestro empeño y nuestro esfuerzo, valiéndonos también de todos los recursos humanos, ¿por qué no?, pero un verdadero creyente sabe que cuanto hace ha de ser en el nombre del Señor y siempre buscando la gloria del Señor.

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