Unas puertas siempre abiertas para acoger y recibir en la hospitalidad mas hermosa, pero para abrir nuestro corazón a Dios que siempre nos trae un mensaje de vida
1Juan 4,7-16; Sal 33; Juan 11,19-27
‘Si hubieras estado aquí…’ una queja que puede surgir espontánea
quizá provocada por la misma amistad y confianza que se tiene. Es el reproche
en principio de cariño, aunque algunas veces pueda destilar amargura a quien queríamos
que estuviera con nosotros en aquellos momentos, pero no pudo estar, no llego a
tiempo, tenia quizá otras cosas que consideraba mas importantes en las que
ocuparse, o surgió un descuido, un olvido y a pesar de la buena voluntad en
aquel momento no estaba.
¿Podían haber sido las cosas distintas? ¿Se habrían solucionado
algunos problemas? ¿Necesitábamos quizá la presencia del amigo con la palabra
oportuna, con el gesto y el detalle de la cercanía pero que no pudimos tener?
Algunas veces quizá muy ocupados en nuestras cosas no sabemos estar en el
momento propicio que tanto nos necesitaban. Vendrán las disculpas, la
comprensión quizá del que se vio solo, o pudiera quedar por dentro un pozo de
negrura y hasta quizás de desconfianza.
¿Era algo así el sentido de las palabras primero de Marta y luego de
María de Betania? Le habían mandado aviso a Jesús, ‘Lázaro, tu amigo, al que
amas, está enfermo’. Jesús estaba más allá del Jordán en aquellos días en
que se había retirado un poco de la circulación porque ya comenzaban a tramar
fuertemente contra El. Jesús recibió la noticia y se quedo unos días más.
Cuando llego a Betania Lázaro llevaba cuatro días enterrado, luego hacia más tiempo
que había muerto, porque mediaría también el tiempo del duelo y los funerales.
Pero Jesús cuando les dijo a los discípulos que regresaba a Judea, aunque ya
les anuncio su muerte, les había dicho también que prefería que fuera así para
que se manifestara la gloria de Dios.
‘Si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano’. Era un
reproche, una queja, pero también una manifestación de fe y de confianza en
Jesús que no se acababa. Ahí hemos escuchado en el evangelio ese diálogo que
anuncia vida. ‘Tu hermano resucitará’, y Marta piensa en la resurrección
del ultimo día. Pero sigue teniendo confianza en Jesús y el poder de su Palabra.
‘Pero aún ahora sé que todo lo que
pidas a Dios, Dios te lo concederá’.
Es lo que tenemos que destacar
de Marta, su fe y su confianza en el poder de Jesús. Terminará confesándolo con
toda solemnidad tras las palabras consoladoras y al mismo tiempo la petición de
Jesús. ‘Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que
tenía que venir al mundo’.
Nos vale esto en nuestra reflexión
cuando hoy estamos celebrando la fiesta de santa Marta. La mujer hacendosa y
prudente, la mujer siempre dispuesta al servicio y responsable de sus obligaciones.
No daba había para preparar todo cuando llegaba Jesús pero en todo quería
servirle. Las puertas de aquel hogar de Betania siempre están abiertas. Es la
mujer de la acogida generosa.
Pero es la mujer creyente, la
mujer de una fe recia, la mujer fuerte por encima de las dificultades y los
contratiempos de la vida. Ahí la contemplamos con toda entereza en medio del
duelo, con lágrimas que se le derraman del alma, pero siempre prontos para
acoger, para recibir, para abrir puertas; abre también las puertas de su alma,
abre las puertas de la fe, abre su corazón a Dios y a su Palabra. Es la
fortaleza de la fe y es la profundidad del amor.