Sabemos bien y con realismo lo que soñamos y por esa esperanza tenemos que luchar, dispuestos a la entrega y compromiso como el Apóstol Santiago
Hch. 4, 33; 5, 12. 27b-33; 12, 2; Sal 66; 2Cor. 4,7-15; Mt. 20, 20-28
‘¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?... no sabéis
lo que pedís’. Es la respuesta a la petición que le han hecho los dos
hermanos Zebedeos.
Pronto aparecen los sueños, las apetencias, las ambiciones que muchas
veces se llevan ocultas en el corazón. Todos en algún momento nos ponemos a
soñar; cómo nos gustaría que fueran las cosas, lo que desearíamos para un
mañana de nuestra vida, lo que desearíamos de los demás. Sueños y aspiraciones
nobles en principio cuando no las llenamos de ambición y las viciamos con
deseos materialistas o excesivamente sensuales.
Soñar nos hace aspirar a un futuro que siempre queremos que sea mejor,
nos hace buscar metas, tener algo por lo que luchar. No es malo soñar. Pero
tengamos los pies en la tierra, veamos claramente el mundo que pisamos, lo que
somos y, por así decirlo, de lo que estamos hechos. Pongamos verdadera nobleza
en nuestros sueños y aspiraciones y seamos capaces de elevarnos por encima de
metas caducas.
Sueñan los discípulos y se llena de ambición su corazón. Ayudaba a
ello los deseos de una vida mejor, un mundo mejor frente a la situación que Vivian
entonces. Ayudaba la esperanza de un Mesías Salvador que esperaban como buenos judíos,
pero cuya imagen habían ido transformando excesivamente desde sus afanes
demasiado humanos y terrenos. El Reino que Jesús anunciaba aun no terminaban de
entenderlo más allá de un sentido material. Allí querían tener primeros
puestos.
De ahí su petición, estar a su derecha y a su izquierda. Provocaría también
la envidia y desconfianza del resto de los discípulos. Jesús se los aclarará
con la pregunta que les está haciendo. ¿Sois capaces de vivir el mismo
bautismo, la misma pasión, la misma entrega que yo voy a vivir? Aunque todavía
no han llegado a entender hasta donde va a llegar la entrega de Jesús, su amor
por El les hará decir que son capaces. Y beberán el cáliz, Santiago seria el
primero de los apóstoles den dar la vida por el evangelio, y vivirán esa
entrega, celebramos a quien llego hasta el final de la tierra conocida entonces
para hacer ese anuncio del Evangelio.
Hoy nosotros estamos celebrando en España la fiesta del Apóstol
Santiago, el Apóstol que primero vino a nuestras tierras hispanas a traernos la
luz del evangelio, y cuya tumba según piadosa tradición conservamos en el Campo
de las Estrellas, en Compostela. Para nosotros es un orgullo, una alegría
honda, pero también un compromiso grande.
De él hemos de recoger ese testigo para seguir haciendo el mismo
camino. También seguimos soñando y aspirando con el corazón lleno de esperanza.
Soñamos, sí, que podemos hacer que nuestro mundo sea mejor y tenemos el
instrumento en nuestras manos que es el evangelio de Jesús que tenemos que
anunciar. Creemos que si nos impregnamos del espíritu del evangelio, llenamos
nuestra vida de los valores que nos propone, vivimos la salvación que Jesús nos
ofrece estamos construyendo ese mundo mejor.
Tenemos que colaborar con todos, porque todos juntos hemos de trabajar
unidos por hacer ese mundo mejor pero nosotros lo hacemos desde nuestros
valores, desde nuestros principios, desde nuestra fe. Es el aporte importante
que nosotros podemos y tenemos que hacer y de lo que no hemos de escondernos.
La espiritualidad de la que impregnamos nuestra vida cuando queremos
vivir según el sentido del evangelio, hace que elevemos siempre nuestras metas dándole
verdadera profundidad a lo que queremos hacer. Y a eso no podemos rehusar. Y
ahí tendrá que notarse en nuestra sociedad nuestra presencia de cristianos con
nuestros valores. Ser creyente y cristiano no es para quedarse encerrado en la
sacristía y convertir todo lo que es nuestra vida en lo que hagamos dentro de
los muros de nuestros templos.
Nuestro ser cristiano tiene que manifestarse en todo lo que es nuestra
vida social, nuestra relación con los demás, el compromiso que vivimos con
nuestro mundo para contribuir entre todos a hacerlo mejor. No solo los demás
tienen la palabra para hacer que nuestro mundo sea mejor. Nosotros también
tenemos una palabra que decir, una acción que realizar, un compromiso que
vivir. Sabemos bien y con realismo lo que soñamos y por esa esperanza tenemos
que luchar. Dispuestos tenemos que estar para beber el cáliz de esa entrega y
compromiso.
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