No nos ceguemos para reconocer en verdad a Jesús como nuestra vida y salvación creando con nuestra autenticidad y con nuestro amor sincero un mundo nuevo y mejor
Éxodo
14,5-18; Sal.: Ex 15,1-2.3-4.5-6; Mateo 12,38-42
Qué hermoso es ir por la vida con sinceridad y siendo auténticos. Las
hipocresías y las falsedades oscurecen nuestro ser, no nos dejan ser lo que
realmente somos sino que tratamos de parapetarnos tras apariencias vanas. Un día
se caerán esos cortinajes de vanidad y mentira tras lo que tratamos de
ocultarnos y entonces nos sentiremos peor porque nos sentiremos desnudos ante
los demás con la mentira como corona de nuestra vida. Por eso, digo, es mucho más
hermoso ir con sinceridad.
Desgraciadamente sabemos que esto no es siempre así. Muchos se parapetan
tras esas vanidades y orgullos queriendo ocultar lo que realmente son o lo que
sienten en su interior. Querrán ocultar quizás esa maldad que han dejado
introducir en la vida y al final van a quedar peor. Es una tentación que todos
podemos sufrir de una manera o de otra. Muchas veces en la vida no queremos
manifestarnos como somos, bien porque queramos ponernos a unas alturas que no
son las nuestras, bien porque queramos ocultar esas intenciones sesgadas que
aparecen muchas veces en nuestro interior.
Y cuando vamos así por la vida sospechamos enseguida de los demás,
vemos malas intenciones en lo que puedan hacer los otros, nos entra la
desconfianza y así es difícil mantener una buena relación con los otros. Las
desconfianzas rompen los lazos de afecto que puedan unirnos a los demás; con la
confianza no sabremos colaborar en lo bueno que los otros hacen; aparece la
envidia en nuestro corazón y la malquerencia. Nuestros ojos se vuelven turbios
y opacos y no seremos capaces de ver lo más claro de la bondad que hay en los
otros.
Es lo que le sucedía a muchos en torno a Jesús como contemplamos en el
evangelio. Siempre estaban en la desconfianza, al acecho, viendo dobles
intenciones, pidiendo una y otra vez pruebas y signos, sin llegar a ver el amor
que Jesús nos mostraba, los signos maravillosos que hacia, la esperanza y la
vida que podían encontrar en sus palabras y en sus gestos. No creían en Jesús.
No se terminaba de despertar la fe en ellos porque su corazón estaba demasiado
agriado, demasiado lleno de cosas turbias, sus ojos estaban cegados.
Una vez más le piden a Jesús un signo para creer en El. No les
bastaban todos aquellos milagros que hacia, no les bastaba aquella palabra de
vida eterna que Jesús les decía. Y Jesús les habla de las gentes de Nínive que
creyeron en Jonás que fue un signo de salvación para ellos con lo que le
sucedió en su vida y con su predicación; y les habla de la Sabiduría de Salomón
reconocida en su tiempo hasta por la reina del Sur que vino para escucharle.
Ante ellos está quien con su vida, con su entrega hasta la muerte, con
su resurrección va a ser ese verdadero signo de salvación para todos los
hombres; ante ellos esta la Sabiduría eterna de Dios, la Palabra eterna de Dios
que en Dios estaba y que de Dios vino a nosotros plantando su tienda entre
nosotros para que quienes creyeran pudieran ser hijos de Dios.
Que nosotros no nos ceguemos para que podamos reconocer en verdad a Jesús
como nuestra vida y salvación. Que reconozcamos a Jesús y escuchemos su Palabra
para que llenándonos de vida comencemos a vivir esa vida nueva donde todos nos
amamos, nos aceptamos, vamos con sinceridad caminando los unos junto a los
otros, creando con nuestra autenticidad y con nuestro amor sincero un mundo
nuevo y mejor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario