Vistas de página en total

domingo, 23 de julio de 2017

No todo tiene que corromperse en la humanidad por mucho mal que haya a nuestro lado o en nosotros mismos sino que tenemos la esperanza de crear un mundo nuevo contagiándolo de amor

No todo tiene que corromperse en la humanidad por mucho mal que haya a nuestro lado o en nosotros mismos sino que tenemos la esperanza de crear un mundo nuevo contagiándolo de amor

Sabiduría 12, 13. 16-19; Sal 85; Romanos 8, 26-27; Mateo 13, 24-30

Eso lo arreglo yo; si me dejaran a mí… hemos escuchado más de una vez, o hasta quizá lo hemos pensado. Una situación injusta, una maldad de unas personas que hacen daño, problemas que vemos en nuestra sociedad de corrupción, desordenes, gente que no hace nada frente a todas esas situaciones cuando quizá por su autoridad o por el lugar social que ocupan tendrían que hacer algo por resolver esas cosas, pero como sabemos siempre hay por detrás intereses ocultos… pero a todas estas siempre hay uno que se cree Mesías salvador que lo resolvería todo quizá con unas actuaciones llenas de violencia quitando de en medio a quienes están haciendo ese daño en nuestra sociedad.
¿Podremos resolver de verdad los problemas de esa manera quizá desde unas actitudes y posturas autoritarias y violentas? ¿No caeríamos esa espiral de violencia y hasta de injusticia cuando nos dejamos arrastrar por esas actitudes? ¿No estaríamos dejándonos envolver por esa misma maldad que pretendemos erradicar llenando nuestro corazón de iras y de odios que no harían sino provocar mas odio y más violencia, mas injusticia y más maldad? ¿Nos cruzamos de brazos, entonces?
¡Qué dichosos seriamos si todos fuéramos buenos! ¡Qué mundo de felicidad crearíamos si en verdad nos dejáramos envolver por el bien y por el amor para engendrar bondad en nuestro mundo haciendo surgir una nueva humanidad! Alguno podría pensar que eso son utopías, porque somos conscientes de la maldad que hay en nuestro mundo. Es cierto que la manzana podrida puede echar a perder todo el cesto, pero sí tiene que haber esperanza en nuestro corazón de que no somos cosas ni solamente unos frutos materiales que se contaminan, sino que somos personas que podemos contagiar de nuestra bondad a cuantos nos rodean.
La semilla sembrada en el campo es buena, como nos dice la parábola que hoy escuchamos en el evangelio. El Dios que nos ha creado y dado la vida hizo que cuanto saliera de su mano fuera bueno – como nos dice la Biblia en aquellas primeras paginas del Génesis ‘y vio Dios que todo era bueno’ – pero nos ha dado el don maravilloso de la libertad cuando nos ha creado con toda dignidad – ‘a su imagen y semejanza’ que dice la Biblia – y es desde esa libertad donde el hombre elige y será donde pueda entrar la confusión del mal cuando nos queremos hacer dioses enmendándole la plana a Dios para hacer las cosas solo desde nuestros intereses egoístas y dejando meter el orgullo y la vanidad en el corazón. Es la cizaña, la mala semilla que se va sembrando en nuestro corazón y en nuestro mundo.
¿Qué nos quiere decir, entonces, esta parábola de la buena semilla pero también de la cizaña sembrada ocultamente en el mismo campo? Es un retrato de nuestro mundo, de nuestra propia vida. Fácilmente nos quedamos a la honra de reflexionar sobre la parábola en constatar esa mala semilla que vemos en nuestro mundo, cuando vemos tantas injusticias y tantas maldades. Como decíamos al principio querríamos arrancar de raíz tanto mal.
Pero creo que también hemos de leer la parábola mirando nuestra propia vida. ¿Somos todo buena semilla en nuestra vida? ¿Son todos frutos buenos lo que hacemos y sale de nuestras manos o de nuestro corazón? Semilla buena somos porque Dios nos ha creado buenos, pero bien sabemos como también el mal se mete dentro de nuestro corazón y mirándonos con sinceridad vemos tantos momentos de orgullo o de egoísmo, de insolidaridad o de vanidad que van apareciendo en nuestra vida.
No siempre nuestra respuesta es buena; tantas veces de una manera u otra dejamos meter el pecado en nuestro corazón. Pero ahí está la paciencia de Dios que nos espera, que nos riega una y otra vez con su gracia, que va haciéndonos continuamente llamadas para que convirtamos nuestra vida, para que transformemos todo eso negativo que hay en nosotros en frutos de bondad y de verdad. No nos arranca de raíz de la vida cuando hacemos el mal, como desearíamos algunas veces para los demás, sino que la misericordia de Dios es inmensa y espera siempre una respuesta positiva de amor por nuestra parte.
Dijimos antes que no todo tiene que corromperse en la vida de los hombres por mucho que sea el mal que haya a nuestro lado o en nosotros mismos. Hablábamos de la esperanza de que el bien nos contagie, el bien vaya contagiando a cuantos nos rodean para ir sembrando esas buenas semillas que vayan creando esa nueva humanidad. Es la tarea que desde nuestra fe en Jesús tenemos que realizar, ha de ser el compromiso de nuestra vida para entre todos hacer un mundo mejor. Es el envió que Jesús nos hace para que vayamos a nuestro mundo con el mensaje del Reino de Dios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario