Tenemos esperanza, podemos caminar, alcanzar nuestros objetivos, llegar a nuestra meta aunque nos cueste muchos esfuerzos porque con nosotros esta la fuerza del Señor
Éxodo 20,1-17; Sal 18; Mateo 13,18-23
Sin entrar en pesimismos sino viendo las cosas lo más realmente
posible nos damos cuenta que la vida es bien compleja; no son cosas, por
ejemplo, que se sucedan automáticamente como si fuera solo un destino ya
marcado, sino que en el devenir de la vida y en el desarrollo de la vida misma
vamos recibiendo influencias de un lado o de otro que obstaculizan nuestro
quehacer, o que positivamente nos abren nuevos caminos o nos van ofreciendo
otras oportunidades que dependerán de nuestra voluntad y empeño y de la
interrelación que tenemos unos y otros.
Nos proponemos algo, parece que lo tenemos todo muy claro y
planificado, pero van surgiendo circunstancias, influencias de las acciones de
los otros, dificultades que no esperábamos que nos pueden poner muy difícil
aquello que habíamos deseado y planificado; estará nuestro empreño en no
dejarnos influir, por otro lado podemos descubrir nuevas facetas para el
desarrollo de lo deseado y así se van entretejiendo muchas cosas. Será una construcción
muchas veces difícil pero al final podremos ver el resultado de algo bellamente
conseguido tras el esfuerzo por realizarlo.
Es la parábola del sembrador que nos ha propuesto Jesús y que venimos
reflexionando en estos días y hoy Jesús nos da su explicación. La semilla era
buena y sin embargo no toda logro germinar de la misma manera y hacer crecer
una planta que diera generoso fruto. Muchas circunstancias rodearon aquella
siembra. La dureza del suelo pisoteado del camino, los pajarillos que
aprovecharon para alimentarse de aquellos granos que no lograron enterrarse en
tierra, los abrojos y los zarzales entre los que creció aquella nueva planta
que se vio ahogado entre tanta maleza, la sequedad de un terreno lleno de pedruscos
y sin tierra donde hundir sus raíces, o aquella tierra buena y debidamente
preparado que sin embargo no dio igual fruto en todas sus partes.
Así es como se ve zarandeado nuestro corazón en los avatares de la
vida que nos hace tener distintas reacciones ante lo que nos va sucediendo
aunque en principio puedan ser cosas buenas las que llegan a nosotros. Por
muchas circunstancias de la vida nos endurecemos en muchas ocasiones y nos
hacemos impenetrables para eso bueno que llega a nosotros y que enriquecería
nuestra vida; viene luego nuestra debilidad, nuestras inconstancia, las cosas
que nos distraen u otros apegos que podamos tener en nuestro corazón que nos
hacen dudar, que nos impiden realizar las cosas con entera libertad; será quizá
la frialdad espiritual en que vivimos una vida superficial no sabiendo bien
donde hundimos nuestras raíces ni cuales son los verdaderos apoyos de nuestra
vida.
Tenemos un hermoso proyecto ante nosotros, todo el proyecto de Dios
para nuestra vida mirando la vida con ojos de creyente; tenemos que tener claro
a donde vamos, cual es el objetivo final de nuestra vida, nuestra meta definitiva;
hemos de caminar con fortaleza de animo arrancando de nosotros todas aquellas
cosas que nos puedan distraer de nuestro camino o que pueden ser algo que nos
debilite; hemos de saber hundir de verdad nuestras raíces en Dios porque El es
el verdadero fundamente de nuestra existencia y su espíritu es nuestra
verdadera fortaleza.
Tenemos esperanza, podemos caminar, podemos alcanzar nuestros objetivos,
podemos llegar a nuestra meta aunque nos cueste muchos esfuerzos. El agricultor
que ha trabajado con ahínco la tierra podrá al final recoger sus frutos. Así
será nuestra vida si no perdemos el norte ni nos acobardamos por las
dificultades.
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