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sábado, 28 de marzo de 2020

Necesitamos suficiente apertura del corazón y aprender de la sabiduría de los humildes y sencillos para dejarnos impregnar por el evangelio de Jesús


Necesitamos suficiente apertura del corazón y aprender de la sabiduría de los humildes y sencillos para dejarnos impregnar por el evangelio de Jesús

Jeremías 11, 18-20; Sal 7; Juan 7, 40-53
Algunas veces somos demasiado sofisticados, nos complicamos la vida cuando con sencillez podríamos enfrentarnos a lo que nos sucede, lo que vemos alrededor o el juicio que nos podamos hacer de los demás. Buscamos razonamientos por todas partes, le damos vueltas y vueltas en la cabeza a las cosas que están claramente delante de nosotros, buscamos motivaciones raras en lo que la gente hace, nos hacemos interpretaciones complicadas de los acontecimientos de la vida. Nos complica nuestras relaciones con los demás, se nos hace dificultoso nuestro caminar cuando andamos con tanta desconfianza también en los que nos rodean.
No es que no tengamos que buscar razonamientos, que hagamos las cosas sin pensarlo, que le demos superficialidad a la vida, eso de ninguna manera. Pero no nos compliquemos con las que cosas que son tan fáciles. Claro que muchas veces nos complicamos la vida porque somos retorcidos, porque nos llenamos de desconfianzas, porque nos cuesta aceptar a los demás, porque quizá tengamos algunos pensamientos turbios en nosotros que tratamos de ocultar pero que ahí están, y como somos nosotros pensamos que son los demás. Aquello de que vemos según el color del cristal con que miramos, y si hay algo turbio dentro de nosotros veremos turbio cuanto haya a nuestro alrededor, si somos complicados veremos complicado todo cuanto suceda en nuestro entorno.
Había muchos intereses encontrados en torno a Jesús sobre todo en los dirigentes religiosos y sociales que quizá podían ver en peligro su situación y su influencia con el mensaje nuevo que Jesús estaba proponiendo. Por eso serán los que tienen un corazón sencillo a los que más fácil les es entender a Jesús y llenarse de esperanza con su mensaje. Lo vemos  hoy claramente en el evangelio.
La gente sencilla que escuchaba a Jesús suspiraba ya con esperanza porque en Jesús intuían al menos que podía ser el Mesías; incluso veremos que aquellos a los que encargan que sigan de cerca de Jesús y acechen sus palabras y tienen incluso en sus manos el prendimiento de Jesús, cuando llega el momento no pueden hacer nada. Les echaran en cara luego los dirigentes si es que se han dejado embaucar por las palabras de Jesús pero ellos dirán que nadie ha hablado como lo hace Jesús.
Aquel que había ido una noche a hablar con Jesús y que entonces había sido capaz de reconocer que Jesús no podía hacer las cosas que hacia si Dios nos estaba con El, porque había comprendido lo de nacer de nuevo, de cómo el corazón del hombre tiene que cambiar dejando atrás sus orgullos y su autosuficiencia para abrirse a lo nuevo de Dios, ahora venía también a intentar cambiar las posturas de los dirigentes judíos para que actuasen desde la rectitud y la sinceridad probando que escuchasen a Jesús para que pudieran entender mejor su mensaje. Sin embargo nada pudo hacer ante unos corazones cerrados en su ceguera y fanatismo para no querer ver.
El recelo de perder su poder de influencia, el rechazo al mensaje de Jesús que les pedía más autenticidad y menos vanidad en la vida, los intereses que pudieran tener en su vanidad y autosuficiencia les cerraban el corazón y siempre encontrarían desde los pedestales en que se habían subido los medios de manipulación de la gente sencilla a la que en el fondo despreciaban. No sabían interpretar el sentido de la fe que había en el corazón de la gente sencilla y eso les llevaba a rechazar a Jesús. Por algo Jesús clamaría un día dando gracias al Padre que había querido revelar su misterio a los humildes y los sencillos y no a los que se creían sabios y entendidos.
Pero cuando escuchamos este evangelio y tratamos de reflexionar no solo venimos a constatar lo que le sucedía a los judíos en los tiempos de Jesús, sino que vamos a mirarnos nosotros para ver con sinceridad cuales son nuestras actitudes y nuestras posturas cuando nos acercamos al Evangelio. Pidámosle al Señor que nos de esa apertura del corazón, esa sabiduría de los humildes y de los sencillos para conocer el misterio de Dios y para dejarnos conducir por la fuerza del Espíritu de Jesús.


viernes, 27 de marzo de 2020

Reconozcamos en verdad que Jesús es el Mesías que viene a renovar profundamente nuestra vida en el misterio de su Pascua


Reconozcamos en verdad que Jesús es el Mesías que viene a renovar profundamente nuestra vida en el misterio de su Pascua

Sabiduría 2, 1a. 12-22; Sal 33; Juan 7, 1-2. 10. 25-30
En los días que nos restan de la cuaresma el evangelio que vamos a ir escuchando nos irá presentando aquella situación de tensión que sobre todo en Jerusalén se vivía en torno a Jesús. Los evangelistas sinópticos nos han ido presentando repetidamente los anuncios que Jesús hacía de cuanto le iba a suceder en su subida a Jerusalén, cosa que tanto los costaba comprender y aceptar por parte de los discípulos sobre del grupo más cercano a Jesús.
El evangelio de Juan, que es el que ahora principalmente iremos siguiendo nos presenta esa tensión entre los judíos – y con esa expresión quiere referirse sobre todo a los dirigentes de Jerusalén, sanedrín, sacerdotes, escribas, fariseos… - y Jesús. Ya repetidamente había ido apareciendo ese descontento de los dirigentes del pueblo contra Jesús y como lo acechaban para ver si podían cogerle en algo o cómo examinaban con lupa – es un decir – cuánto Jesús hacía para encontrar de qué acusarlo. Ahora ya serán diatribas y enfrentamientos directos, pero serán también las palabras firmes y con autoridad de Jesús que nos presenta su misión como enviado del Padre.
Hoy nos dice el evangelista que Jesús se había quedado en Galilea y no había subido con todos a Jerusalén para la fiesta de las Tiendas. Ya nos apunta que en Judea los judíos trataban de matarlo. Pero luego sube a Jerusalén sin dejarse ver mucho en principio por la gente. Pero siempre hay alguien que aun en el barullo de la fiesta reconoce a Jesús. Y ya algunos comienzan a hacer sus comentarios. ¿No es este el que intentan matar? Pues mirad cómo habla abiertamente, y no le dicen nada. ¿Será que los jefes se han convencido de que este es el Mesías?’
Grande era la confusión entre la gente sencilla que reconocía en Jesús el poder de Dios. ‘Nadie hace las cosas que El hace si Dios no está con él’ se decían unos otros; ‘nadie ha hablado con la autoridad con El habla’, comentaba la gente sencilla; ‘un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su pueblo’, reconocían cuando veían sus signos y milagros. Y no les cabía en la cabeza que los sumos sacerdotes y los principales del pueblo no lo reconocieran. Ahora se preguntan que si está en Jerusalén y está hablando públicamente, cuando incluso ya habían dejado correr la noticia de que lo prenderían, ahora no hicieran nada. ‘¿Será que los jefes se han convencido de que este es el Mesías?
Imagen de las confusiones que nosotros también en muchos momentos podemos sentir. Quizá muchas veces nuestra religiosidad ha estado marcada excesivamente por un tradicionalismo de aquello de decir ‘es que esto se ha hecho siempre así’, y cuando la Iglesia quiere hacernos salir de nuestras rutinas para darle una mayor autenticidad a lo que hacemos, o mejor, a lo que tenemos que vivir, quizá dentro de nosotros también se nos crea como una confusión.
Muchas veces esa confusión nacida de una comodidad con que nos tomamos la vida, donde no queremos esforzarnos, donde nos cuesta aceptar una renovación que nos hace pensar y que nos hace cuestionarnos cosas, donde hablamos fácilmente de unas tradiciones que se pueden quedar en costumbres y rutinas que quizá hemos rodeado de cosas superfluas y que cuando se nos dice que hemos de buscar más autenticidad y una mayor vivencia un poco nos rebelamos por dentro como si nos estuvieran cambiando la religión. Cuántas cosas en este sentido escuchamos en muchos sectores, cuánto quizá nosotros lo pensamos por dentro aunque no nos atrevamos a decirlo, pero en que tampoco damos ningún paso por cambiar y mejorar.
Pensemos, por ejemplo, en este sentido de cuanto boato hemos rodeado la semana santa que fácilmente se nos puede quedar en cosas externas, pero que interiormente no terminamos de vivir el misterio pascual de la muerte y resurrección del Señor. Por aquello que decimos que lo mejor es para el Señor, pensamos quizá que lo mejor es la ostentación de ricos ropajes y joyas, el adorno de unas flores o el boato de unas procesiones, olvidando que lo mejor es lo que en verdad tiene que salir de un corazón convertido al Señor.
Nos inquietan quizá estos pensamientos y reflexiones, pero con sinceridad tratemos de ver cómo ese evangelio que nos narra la pasión y muerte de Jesús lo trasladamos a nuestra vida para poder llevar de verdad a la renovación pascual de nuestras vidas en la celebración de la resurrección. ¿Llegaremos en verdad a reconocer que Jesús es el Mesías de Dios y nuestro Salvador que viene a renovar profundamente nuestra vida en el misterio de su Pascua?


jueves, 26 de marzo de 2020

Busquemos de verdad a Jesús, la vida que nos ofrece, esa plenitud que El quiere dar a nuestra existencia haciendo que el evangelio sea buena noticia para el hombre de hoy


Busquemos de verdad a Jesús, la vida que nos ofrece, esa plenitud que El quiere dar a nuestra existencia haciendo que el evangelio sea buena noticia para el hombre de hoy

Éxodo 32, 7-14; Sal 105; Juan 5, 31-47
‘Y no queréis venir a mi para tener vida’. Es como una queja de Jesús. Nos quejamos del amigo que no corresponde a nuestras señales de amistad; se quejan los padres de que sus hijos no tienen en cuenta aquello que le han enseñado con tanto esfuerzo y con tanto cariño; se quejan los educadores de la poca respuesta, de la poca receptividad de los niños o los jóvenes con los que trabajan; se quejan los que están al frente de responsabilidades o quizá se están gastando por los demás, por hacer una sociedad mejor y los rumbos y caminos de la sociedad no se terminan de enderezar.
Nos sentimos defraudados quizá en la Iglesia, quienes tienen responsabilidades en la misma o realizan y se comprometen con distintas acciones pastorales, que la gente va a lo suyo y que los esfuerzos no se ven correspondidos por la generalidad de la gente de la misma Iglesia.
¿Qué nos pasa en nuestra sociedad de hoy? ¿Qué nos pasa en este ámbito de la vida religiosa y de la Iglesia? ¿Qué nos pasa a los cristianos que seguimos viviendo a nuestro aire y no siempre tenemos en cuenta el evangelio? ¿Qué le pasa a la gente en general que pasa de la Iglesia, que pasa de la religión, que pasa incluso de Dios?
la sociedad cambiante que vivimos, la autonomía con que queremos vivir la vida, la cantidad de recursos y de cosas en las que podemos encontrar una satisfacción fácil y sin mayores esfuerzos ni compromisos nos va llenando de individualismo por una parte, nos va haciendo perder valores que pudieran ser sólidos fundamentos de la vida, nos va llenando de materialismo donde parece que las cosas y su posesión son ahora el verdadero ideal de la vida, nos van haciendo perder un sentido espiritual de la existencia y al final nos llenamos de confusión sin saber realmente lo que buscamos o lo que queremos.  ¿Por donde podemos caminar que encontremos seguridades en la vida, que nos den fortaleza interior y que nos puedan ayudar a encontrar el sentido de Dios?
Decimos que tenemos un mejor grado de cultura, tenemos un mundo de conocimientos a nuestro alcance como nunca quizá hemos tenido con todos los medios que están a nuestra mano, encontramos gente que también tiene mejores conocimientos de lo referente a la religión o a la Iglesia, aunque nos encontramos también quienes viven un permanente rechazo a todo lo que les suene a religión, a Dios, a la Iglesia. Y cuanto le cuesta al  hombre y mujer de hoy abrirse por ejemplo a la trascendencia, descubrir lo que son los verdaderos valores cristianos y caminar en búsqueda de ese sentido de Dios que en Jesús podríamos encontrar para nuestra vida.
No me hago esta reflexión con pesimismo, pero si tenemos que ser conscientes como en este ámbito nuestro mundo ha cambiado mucho y aunque nos encontramos manifestaciones religiosas en momentos determinados incluso rayanas en el fanatismo, sin embargo esa religiosidad no cala en lo hondo de la persona que le abra a un sentido nuevo, a un sentido verdaderamente cristiano de la vida y de las cosas. Quizás algunas veces nos preguntamos que hemos hecho mal los cristianos, que ha hecho mal la Iglesia para que el mensaje del evangelio sea olvidado o incluso repudiado por tantos en nuestro mundo.
Estas reflexiones que me hago es como sacar a flote muchos interrogantes que se pueden acumular en el corazón y que nos impulsen a una búsqueda de evangelio, a querer hacer que el evangelio sea en verdad esa buena noticia para nosotros hoy, también para nuestro mundo de hoy.
Comenzábamos nuestra reflexión con aquella queja de Jesús. ‘Y no queréis venir a mi para tener vida’. Busquemos de verdad a Jesús, busquemos esa vida que nos ofrece, busquemos esa plenitud que El quiere dar a nuestra existencia. Que este camino cuaresmal que estamos haciendo nos haga profundizar mas y más en el evangelio para que en verdad nuestra vida se vea renovada, para que así podamos poder también nuestro grano de arena para la renovación de nuestro mundo según los parámetros del evangelio.

miércoles, 25 de marzo de 2020

La sorpresa del misterio de la Encarnación nos tiene que hacer descubrir el rostro de Dios en los mismos acontecimientos en que hoy nos vemos envueltos


La sorpresa del misterio de la Encarnación nos tiene que hacer descubrir el rostro de Dios en los mismos acontecimientos en que hoy nos vemos envueltos

Isaías 7, 10-14; 8, 10b; Sal 39; Hebreos 10, 4-10; Lucas 1, 26-38
¿Habremos perdido la capacidad de asombro, de ser capaces de dejarse sorprender? Malo es acostumbrarse a todo, verlo todo como tan natural, no descubrir que hay cosas maravillosas con las que nos tenemos que dejarnos sorprender. Quizá buscamos cosas extraordinarias y grandiosas y no somos capaces de admirar algo tan pequeño y tan sencillo como una flor. Y es que quien no sabe dejarse sorprender por la belleza de una flor que quizá hasta puede pasar desapercibido en la orilla del camino, no será capaz de admirar las cosas grandes.
Hoy es un día para dejarse sorprender. Aparentemente no hay algo más normal que una mujer quede embarazada y espere un hijo en sus entrañas. Es algo maravilloso el misterio de la vida que así se desarrolla y crece en el seno de una mujer. Pero lo que hoy contemplamos además es que va lleno de misterio de tal manera que nos manifiesta la grandeza y maravilla de Dios y de su amor por nosotros.
Una sencilla muchachita en una pequeña aldea, aunque luego la llamemos ciudad, una pequeña aldea de la que nunca se había hablado ni en ella se había desarrollado ningún acontecimiento importante en la historia del pueblo, que recibe la visita de un ángel que le anuncia que va a ser la Madre de Dios. Sí, es el misterio de la vida engendrada en el seno de aquella mujer, pero que nos descubre la maravilla de Dios que quiere tomar nuestra carne para hacerse hombre y nacer entre nosotros. Cuidado que nos hemos acostumbrado a hablar de Anunciación o de Encarnación y no nos dejemos sorprender por el misterio de Dios que ahí se hace presente.
Ya conocemos el relato que nos hace san Lucas que tantas veces habremos leído y escuchado, tantas veces hemos meditado. Pero dejémonos sorprender por cuanto allí se nos relata. Algo nuevo e inesperado va a suceder y de lo que se trata ahora es descubrir lo que Dios quiere transmitir. Sorprendida María por la visita del ángel, todo en ella es oído abierto para escuchar lo que el ángel tiene que decirle.
Y es que desde los primeros renglones de ese relato ya se nos habla de asombro y de sorpresa. Es el asombro de María, es la sorpresa de María al recibir la visita del ángel. La contemplamos anonada balbuceando sus palabras que tímidamente expresan lo que siente y sorprendida por cuanto en ella va a suceder. Pone sus objeciones y dificultades pero el ángel la va convenciendo porque le hace ver la presencia de Dios, lo que es la voluntad de Dios y ella está siempre para hacer su voluntad.
Escuchando al ángel y dejándose llevar y llenar por el misterio al final le parece fácil o al menos en ella está la disponibilidad de un corazón puro y generoso. Si para Dios nada es imposible y hasta su prima allá en la montaña va a ser madre, ¿qué es lo que puede decir María, qué objeciones más podrá poner? Ella está disponible para Dios y parece que se siente fortalecida en su generosidad con la presencia del ángel.  Aquí está la que está disponible para Dios, aquí está la que es la servidora de Dios, aquí está la humilde esclava del Señor. Que se cumpla, que se realice, que se haga su voluntad, que sea en ella tal como le anuncia la Palabra que viene de Dios en la boca del ángel.
Un nuevo camino lleno de misterio, del misterio inescrutable de Dios, se abre ante María. Sorprendida se encuentra ante todo lo que se le revelado y manifestado. Ha sido el impulso generoso de corazón joven lo que le ha llevado a dar el Sí, pero ahora se encuentra sola ante ese misterio que en ella comienza a realizar y que no va a ser precisamente un camino de rosas. O camino de rosas si en la belleza de sus pétalos, pero también de espinas que siempre acompañarán a la fragancia y belleza de la flor. No hay rosa sin espinas. Y ese va a ser el camino de María.
Ahora en cierto modo parece que sentía arropada por la presencia del ángel, pero cuando todo ese misterio se le ha revelado y cuando ha brotado el sí generoso de su corazón el ángel la dejó, que nos dice el evangelista. No volverá a aparecer la fortaleza de Gabriel para acompañarla en su camino, sino que ha de ser un camino que ha de hacer María manteniéndose en la confianza que tiene en Dios. Ni estará el ángel en el duro camino hasta Belén, ni en el destierro de Egipto, ni en tantos y tantos otros momentos en que la duda y la angustia dolorosa podrán aparecer en el alma de María.
No estará el ángel cuando tenga que buscarle hasta hallarle en el templo, ni cuando Jesús abandone Nazaret para ir a anunciar el Reino de Dios. Soledades de María, pero soledades vividas en un corazón lleno de amor, de fe y de generosidad. Será la soledad de la calle de la amargura, donde no vendrá ningún ángel del cielo para limpiarle su sudor de sangre en el dolor de su corazón, ni al pie de la cruz donde estará sola acompañada por aquel pequeño resto de los que aun creen y esperan en Jesús.
Pero María en todo momento seguirá con los ojos del alma abiertos ante la sorpresa de cuanto Dios le va pidiendo pero con el corazón lleno de fe y de confianza porque nunca decaerá en la generosidad de su amor. La sorpresa de Dios que no era solo para Maria sino que era y es la sorpresa de Dios para nosotros a quienes quiere manifestarse y a quienes nos quiere señalar caminos que también con generosidad nosotros hemos de recorrer.
¿En qué podemos pensar? ¿Qué tenemos que aprender a descubrir? Todo el misterio que hoy celebramos es el misterio del Dios que se encarna y se hace hombre y camina entre nosotros los hombres. Es lo que tenemos que aprender a descubrir en los propios acontecimientos que se van sucediendo en el hoy de nuestra vida que en cierto modo nos sorprenden y hasta nos asustan porque no vislumbramos hasta donde vamos a llegar.
Pero ¿por qué, aunque se nos haga difícil, no vemos el rostro de Dios de todo eso que nos sucede? No es un rostro severo y de castigo, como algunos quizá quieran interpretar, sino que es la mirada de Dios que nos hace mirar a nosotros con mirada nueva y ver como entre todas esas espinas de sufrimiento va surgiendo, va brotando la fragancia de solidaridad, de amor, de cercanía y nueva preocupación de los unos por los otros, de parón en nuestras carreras para descubrir las cosas que son verdaderamente importantes, esas cosas que nos parecían invisibles pero con un corazón nuevo se están haciendo visibles y palpables en tantos hombres y mujeres a nuestro lado.
Intentemos tener una mirada nueva hacia cuanto nos sucede; abramos los oídos y dejémonos sorprender por la voz de Dios que nos habla a través de esos acontecimientos y demos respuesta generosa a su llamada siendo capaces de ponernos en camino aunque nos parezca que vamos solos, pero sabemos muy bien que Dios está con nosotros.

martes, 24 de marzo de 2020

Que se nos abran los ojos no solo para ver sino para ser en verdad solidarios con los que caminan a nuestro lado


Que se nos abran los ojos no solo para ver sino para ser en verdad solidarios con los que caminan a nuestro lado

Ezequiel 47, 1-9. 12; Sal 45; Juan 5, 1-16
Comienza el texto del evangelio explicándonos la situación. Junto al templo, la lado de la puerta que podríamos llamar de servicio porque era por donde eran introducidos los animales para los sacrificios llamada por eso de las ovejas había una piscina. Algo habitual por las purificaciones que continuamente tenían que hacer los judíos y probablemente también  como consecuencia de ser el lugar por donde eran introducidos los animales en el templo, como hemos dicho. Pero a las aguas de aquella piscina se les tenía como aguas especialmente milagrosas, porque en su movimiento se les atribuía unas facultades curativas. Allá estaban los enfermos esperando el movimiento de aquellas aguas en la espera y la búsqueda de su curación.
Es por allí donde Jesús se acerca y en medio del barullo de las gentes y enfermos que allí se agolpaban descubre a un paralítico que lleva mucho tiempo postrado en su camilla – 38 años – y aún no ha encontrado su curación. A él en especial se dirige Jesús. ‘¿Quieres curarte?’ es la pregunta; pregunta que el enfermo consideraría innecesaria porque para qué estaba él allí, pero estaba allí postrado en su soledad, nadie le ayudaba. Cuando por sus propias y menguadas fuerzas el llegaba a las aguas otros se le habían adelantado.
La soledad de quien sufre la insolidaridad de los demás. Nadie se fijaba en él, nadie se preocupaba de ayudarle, cada uno iba a lo suyo o solo pensando en los suyos. Amarga soledad que seguimos encontrándonos. O quizá no los encontramos porque a nosotros nos falta la solidaridad de saber mirar.
Cuando vamos caminando en medio de las gentes y solo vemos una masa, pero no nos fijamos en sus rostros; pasamos cuántas veces al lado de conocidos pero que en aquel momento desconocemos porque no tuvimos una mirada atenta. Y no nos enteramos, o nos queremos enterar de los sufrimientos de tantos a nuestro lado, de la soledad de aquellos a quienes nadie mira, con quienes nadie se detiene, que están quizá a nuestra puerta casi pero no nos enteramos de lo que pasa tras las puertas de esas personas en las que nunca nos fijamos.  Quizá pasan a nuestro lado y nosotros miramos para otro lado o no levantamos los ojos del suelo.
Creo que es la primera lección que hoy podemos aprender de este texto del evangelio. Pasó Jesús desapercibido pero no pasó desapercibido aquel paralítico para Jesús. No sabría luego el que había sido curado quien le había dicho que tomara su camilla y se fuera a su casa, pero Jesús si se detuvo y escuchó y tendió la mano y llenó de vida a aquel hombre haciéndole recobrar su dignidad. El solo hecho de haberse detenido junto a él ya había sido curación porque aquel  hombre se había sentido valorado cuando alguien se preocupaba por él.
Valoramos y nos fijamos en aquel que destaca, tenemos en cuenta y queremos incluso contar con aquel que se mueve, que habla, que parece que tiene iniciativas, pero descartamos quizás aquel que pasa en silencio a nuestro lado y nos parece que nada podemos esperar de él. Son los criterios de eficacia en que nos movemos, son las apariencias que nos deslumbran, es la manera en que buscamos con quien relacionarnos o con quien contar en la vida. Y no miramos a la persona, y no somos capaces de darnos cuenta de lo que hay en su interior, no detectamos su sufrimiento o sus deseos de ser alguien en la vida.
Aquel hombre que se había sentido solo y abonado junto a las aguas de la piscina, incluso después de haber sido curado sigue siendo minusvalorado por aquellos que se consideraban a si mismos más observantes y cumplidores porque le echan en cara que siendo sábado se atreve a cargar con su camilla. Ni ahora que el hombre ya estaba haciendo por sí mismo al cargar con la camilla de vuelta a su casa es valorado y ayudado sino más bien menospreciado porque estaba haciendo algo contrario a aquella ley que tanto les encorsetaba y que seguía queriendo paralizar la vida.
¿Descubriremos unas actitudes nuevas que tenemos que aprender a tener con los demás? ¿Se nos abrirán los ojos para ver pero sobre todo para hacernos solidarios de verdad con el hermano que camina a nuestro lado? Que el agua viva de Jesús nos sane de nuestras parálisis pero además revitalice nuestra vida y nos abra los ojos y los brazos para ver y cargar solidariamente el sufrimiento de los demás.

lunes, 23 de marzo de 2020

Necesitamos aprender a confiar para ponernos en camino y comenzar a unir las pequeñas luces que brillan en nuestro entorno para hacer un mundo mejor


Necesitamos aprender a confiar para ponernos en camino y comenzar a unir las pequeñas luces que brillan en nuestro entorno para hacer un mundo mejor

Isaías 65, 17-21; Sal 29; Juan 4, 43-54
Hoy nos habla el evangelio de un hombre que acude a Jesús porque su hijo está muy enfermo y muriéndose. Quiere que Jesús vaya a imponerle las manos y a curarle. Nos da el detalle el evangelista de que Jesús anda por Caná de Galilea; viene desde Jerusalén, ha atravesado Samaria y ahora se encuentra en Galilea. Allí a Caná acude con su angustia aquel hombre insistiendo en que baje pronto porque si no su hijo morirá.
‘Si no veis signos y milagros, no creéis’, es la primera reacción de Jesús. Buscan a Jesús solo desde la angustia de sus problemas y no terminan de abrir sus corazones a la fe, a descubrir qué más nos puede ofrecer Jesús. ¿Nos pasará igual a nosotros?
Seguro que en momentos difíciles – ahora también los estamos pasando – esa es nuestra súplica a Jesús. Queremos el milagro, que todo se solucione milagrosamente. Es normal y justo que tengamos esos deseos porque no queremos el sufrimiento ni para nosotros ni para los demás; buscamos salidas, queremos soluciones, lo queremos pronto y ahora mismo, en cierto modo nos cegamos porque solo vemos una salida que nos parece la más fácil y la más urgente. Como decimos, que Dios ponga su mano.
Pero quizá no llegamos a ver otros signos de salvación que se pueden estar sucediendo al mismo tiempo. Si abriéramos un poco los ojos y prestáramos más atención quizás nos podríamos dar cuenta que en ese mar turbio y oscuro de la problemática que podamos vivir están comenzando a brillar luces de esperanza porque pueden estar comenzando a brillar cosas buenas que llevamos en el corazón y que están empezando a relucir. Pueden parecernos imperceptibles pero tienen su luz y si somos capaces de juntar todas esas pequeñas llamas podemos hacer una hoguera muy grande que dé un nuevo calor a nuestro mundo. No las dejemos pasar desapercibidas.
No son grandes cosas, no son soluciones extraordinarias que ya quisiéramos que resolviesen todos los problemas, pero ahora en esta situación que vivimos aparecen luces de solidaridad, de preocupación por los otros, de valoración de lo que los otros hacen, de responsabilidad para hacer eso pequeño que se nos pide y así se van concatenando muchas cosas que si sabemos aprovecharlas muy bien cuando pase todo esto con actitudes así, con valores así podemos hacer que nuestro mundo sea mejor.
Quizá sea eso lo que necesitamos. Quizá sea esa la prueba que necesitamos pasar para que abramos los ojos y comencemos a ver lo que verdaderamente es bello en la vida. Y hay muchas cosas bellas a las que habitualmente no les prestamos atención. No busquemos necesariamente cosas grandes, sino prestemos atención y valoremos esas pequeñas luces que comienzan a brillar.
Ante la insistencia de aquel hombre que le pedía la curación de su hijo Jesús le dice que ya está curado. El hombre se fía de la palabra de Jesús y se puso en camino. Al final nos dirá el evangelio que creyó él y toda su casa. Pero ahí está el detalle, se puso en camino porque se fió de la palabra de Jesús. ¿No necesitaremos nosotros también ese fiarnos?
Son tantas las desconfianzas que tenemos en la vida que todo lo metemos en el mismo saco, y desconfiamos también de la palabra de Jesús. Tenemos que escucharle y aprender a confiar. Cuando confiamos nos ponemos en camino porque hay esperanza en nuestro corazón. No nos puede faltar esa esperanza.
Como decíamos antes puede haber oscuridades pero siempre hay una luz que comienza a brillar. Unamos nuestras luces, pongámonos en camino dando pasos, aunque sean pequeños. Un mundo nuevo puede florecer. Que tras todo lo que estamos pasando aprendamos que es posible ese mundo nuevo si somos capaces de unir nuestras pequeñas luces.

domingo, 22 de marzo de 2020

No nos podemos quedar en la distancia del que está en la oscuridad sino que tenemos que acercarnos para caminar con él, tenderle nuestro brazo en el que se apoye



No nos podemos quedar en la distancia del que está en la oscuridad sino que tenemos que acercarnos para caminar con él, tenderle nuestro brazo en el que se apoye

1Samuel 16, 1b. 6-7. 10-13ª; Sal 22; Efesios 5, 8-14; Juan 9, 1. 6-9. 13-17. 34-38
¿Quién no desea ardientemente la luz? ¿Quién prefiere andar en la oscuridad de una ceguera y desecha alcanzar la luz? Que se lo pregunten a quien ha perdido la luz de sus ojos que se han quedado ciegos y sin poder ver; que se lo pregunten a un ciego de nacimiento que no sabe lo que es la luz y que permanentemente ha caminado toda su vida en tinieblas.
Pero entendemos muy bien que cuando hablamos de luz y de tinieblas, de visión o de ceguera no solo estamos refiriéndonos a la luz que podemos contemplar a través de los ojos físicos de la cara, sino que también hay otras cegueras en la vida cuando no queremos comprender, cuando nuestra mente se encierra, cuando no sabemos aceptar lo que otros desde su conocimiento o su experiencia de la vida pueden ofrecernos y darnos un sentido nuevo a lo que hacemos y a lo que vivimos. Y aquí sí tenemos que decir que nos podemos encontrar con quienes prefieren seguir en sus tinieblas de siempre y en su oscuridad.
Es lo que nos está planteando el evangelio en este tercer domingo de cuaresma en que tradicionalmente leemos este texto de la curación del ciego de nacimiento. Aquel hombre, aunque quizá pareciera resignado a su ceguera y a su pobreza pidiendo en las calles de Jerusalén deseaba la luz para sus ojos, pero no se quedó en el hecho de ir a lavarse a Siloé como le había pedido aquel desconocido para él sino que luego siguió buscando la luz verdadera, a pesar de la oposición de los que le rodeaban hasta que la encontró.
No entramos en la descripción del hecho que bien conocemos y tenemos bellamente descrito en el texto del evangelio. Sí vamos a seguir un camino, un camino lleno de obstáculos, que no eran solo ya los que en su ceguera habían encontrado siempre y había aprendido a sortear, sino en los nuevos obstáculos de los que se negaban a encontrarse con la luz. Porque quizá tendríamos que decir que los verdaderos ciegos en este relato son aquellos escribas, fariseos y sacerdotes de Jerusalén que no querían aceptar la luz que quería iluminarles.
Ya vemos todas las zancadillas que van poniendo al ciego curado al que finalmente hasta lo expulsan de la sinagoga por no querer reconocer la obra de Dios que allí se estaba manifestando. La luz verdadera que había venido a este mundo pero que las tinieblas rechazaban, como se nos expresa ya desde el principio del evangelio de Juan. Es la bella imagen con la que comienza el evangelio pero que se va entrelazando en los distintos momentos hasta que lleguemos en verdad a reconocer que Jesús es la verdadera luz de todos los hombres.  ‘Yo soy la luz del mundo y el que me sigue no camina en tinieblas’, que nos dirá Jesús en un momento determinado.
Muchas consideraciones nos podemos hacer a partir de este bello texto. Para nuestra vida que necesitamos iluminar de verdad, porque bien que hemos de reconocer que aunque nos decimos creyentes y queremos seguir a Jesús y su evangelio hay muchos momentos que en nosotros está esa lucha entre las tinieblas y la luz.
Nos llenamos de dudas en ocasiones y como el ciego que no ve y no sabe donde encontrar la luz nos ponemos a tantear a nuestro alrededor dejándonos encandilar por falsas luces que nos engañan; serán otras veces las pasiones y las tentaciones que nos arrastran y nos hacen tropezar llenándonos del barro de nuestros pecados que todo lo oscurece en nosotros. Cuántas zancadillas que nos engañan y nos hacen tropezar.
Pero algo más tenemos que pensar mirando al mundo que nos rodea. Aquel ciego allí al borde de la calle de Jerusalén que grita quizá en su pobreza pidiendo limosna, o que está esperando una mano amiga que le ayude a caminar sin tropiezos en la venida desde su casa o en su regreso, nos puede estar hablando de ese mundo que nos rodea envuelto en tanta oscuridad y que de alguna manera también nos está tendiendo una mano, solicitando la prestación de un servicio por nuestra parte.
Es cierto que podemos pensar en aquellos que andan ufanos en medios de sus tinieblas o sus luces engañosas y se creen no necesitar de una luz que ilumine con un sentido nuevo sus vidas a los que tampoco podemos dejar a su suerte. Como podemos pensar en los que realmente están ansiosos de una nueva luz que no saben donde encontrar y que de alguna manera están fijándose en nosotros a ver qué es lo que le podemos ofrecer.
Ya nos dice Jesús que tenemos que ser luz en medio del mundo. Es una misión y una tarea de la que no nos podemos inhibir. Tenemos que llevar esa luz aunque la tarea en uno o en otro caso siempre sea difícil y muchas veces podemos encontrar – de hecho encontramos – rechazo. Tenemos que mantener bien encendida esa lámpara en nosotros y mantener siempre el aceite suficiente para que la lámpara esté siempre encendida. Tenemos que cuidar nuestra luz, porque nos dejamos iluminar por Cristo que es la verdadera luz que tenemos que trasmitir.
‘Que vean vuestras buenas obras, nos dice Jesús, para que den gloria al Padre del cielo’. Las obras de la luz que tienen que resplandecer en nosotros en nuestro amor y en nuestra misericordia, en ese llevar a los ojos del ciego el barro amasado con nuestro amor para que lavándose en Siloé al abrir los ojos se encuentre de verdad con Cristo y también se llene de su luz.
No nos podemos quedar en la distancia. Tenemos que acercarnos al que está en la oscuridad para caminar con él, para tenderle nuestro brazo en el que se apoye. Tenemos que ir al encuentro del que está tanteando en su búsqueda para señalarle donde está la verdadera luz. Son los gestos que hoy vemos hacer a Jesús. No pasó de largo cuando lo encontró al borde de la calle, se interesó por él e hizo que los discípulos también se interesaran. Y cuando parecía que las zancadillas no se acababan para impedir que aquel hombre siguiera disfrutando de su nueva luz, Jesús le viene al encuentro para que creciera en verdad su fe. Cuántas cosas podemos hacer, cuántas cosas tenemos que hacer.