Que la ternura sea el aire de nuestra casa como lo sería en el hogar de Nazaret
Eclo. 2, 6. 12-15; Col. 3, 12-21; Mt. 2, 13-15.19-23
Navidad no se entiende sin familia. Y ya no es solo que
nuestras fiestas de navidad son fiestas entrañablemente familiares, ocasión
para que las familias se encuentren, convivan, coman juntos todos los miembros
de la familia, padres, hijos, hermanos, aunque para muchos en eso se queda toda
la celebración de la navidad.
Decimos que Navidad no se entiende sin familia porque
cuando estamos celebrando el misterio de la Navidad, de la Encarnación de Dios
para hacerse hombre, quiso hacerlo en el seno de una familia, en el seno de un
hogar. Escogió aquel hogar de Nazaret, aquella familia de José y María para
allí nacer y hacerse presente Dios hecho hombre. Espejo en el que mirarnos y
ejemplo de donde aprender también para la vivencia de nuestra realidad
familiar.
Pero es que además al invocar al misterio de Dios
estamos hablando también de ese misterio de comunión, como en familia podríamos
comparar, de las tres divinas personas en el Misterio de la Santísima Trinidad.
Por eso nuestra fe cristiana la hemos de vivir también en comunión y amor, y
decimos que los que formamos la comunidad cristiana somos como una familia; a
la Iglesia la llamamos también la familia de los hijos de Dios.
De ahí surge que en este primer domingo después de la
celebración de la Navidad volvamos nuestros ojos hacia aquel hogar de Nazaret y
celebramos en consecuencia la fiesta de la sagrada familia de Jesús, José y
María. Así nos lo presenta la liturgia de la Iglesia con toda sabiduría.
Hoy el evangelio precisamente nos presenta la imagen de
esa sagrada familia con problemas semejantes a los que tantas familias viven
hoy día. Nos habla el evangelio de unos desplazados, no solo porque antes se
han tenido que venir desde Nazaret a Belén donde nace Jesús en cumplimiento de
las Escrituras, sino que ahora les veremos, como tantas emigrantes que por
muchos motivos tienen que dejar sus
tierras, camino de Egipto para liberarse de una persecución con las
precariedades que les acompañarán en tierra extranjera; y luego a la vuelta
yendo desde Judea a Nazaret de nuevo buscando donde establecerse de forma
definitiva. ¿No refleja eso lo que le sucede a tantas familias que con tantas
precariedades viven su realidad que incluso muchos tienen que dejar su tierra
de origen para buscar mejor vida en otros lugares? Cuántos problemas de este
tipo seguramente conoceremos cercanos a nosotros.
Celebramos esta fiesta, pues, de la Sagrada Familia
conscientes de la importancia de la familia como célula fundamental de nuestra
sociedad, pero siendo conscientes también de las dificultades y problemas de
todo tipo que afectan a esta realidad de la familia, lo que nos tendría que
llevar a una honda reflexión sobre todo ello. Muchas cosas podríamos decir y
reflexionar. Hoy queremos sentir el dolor de tantas familias con muchos
problemas en la precariedad y pobreza con que tienen que vivir por la situación
actual, pero pensamos también en tantas familias rotas, divididas,
desestructuradas con la cantidad de problemas sociales que se derivan para
padres e hijos y hermanos.
Ese cambio acelerado que se va produciendo en nuestra
sociedad algunas veces nos hace perder valores que son importantes, fundamentales
tendríamos que decir, que vividos en la familia ayudarían de verdad a sus
miembros en ese crecimiento humano y espiritual del que la familia tendría que
ser un hermoso caldo de cultivo.
Son cosas que nos pueden parecer enormemente sencillas,
pero que nos ayudan a dar esa profundidad a la vida y que nos van a ayudar de
verdad a crecer como personas. Alguien ha dicho que ‘la familia es la que vive en la ternura. La ternura es como el aire de
la casa’. Efectivamente algo muy sencillo como es sentirse aceptado,
querido, valorado porque sencillamente nos queremos, nos manifestamos con esa
ternura del cariño.
Si así nos tratamos nos sentiremos en una mayor unión,
en esa comunión, comunidad de vida y de amor que tiene que ser una familia. En
esa aceptación, en esa ternura que nos hace valorarnos de verdad, creceremos
más y más como personas, porque irán surgiendo todas esas posibilidades que
vamos teniendo en la vida. Ese amor y esa ternura nos hacen creativos, porque
nos hará ir buscando siempre lo mejor de nosotros mismos para ofrecerlo a los
demás. En una familia así no habrá rutinas ni surgirán cansancios, porque el
amor hará que todo lo que vayamos viviendo en todo momento tenga el sabor de lo
nuevo.
Eso nos dará
fuerza para superar dificultades, para ser capaces de hacer sacrificios
en bien de los demás, nos hará prevenidos contra el consumismo que tantas veces
nos acecha para valorar en todo lo momento lo que de verdad necesitamos y
alejarnos de lo superfluo; eso facilitará la convivencia que algunas veces
se nos puede hacer difícil, nos dará
alegría y nos hará vivir la vida también son sentido del humor para alegrar la
vida de los demás.
Viviendo cosas así tan sencillas, nos hará ser abiertos
para los demás, para entrar en relación con los otros y para ser sensibles
también a las necesidades de los demás; seremos capaces de superar la tentación
de encerrarnos en nosotros mismos y hará también que nuestro hogar sea siempre
como un corazón abierto para cuantos se acerquen a él; la familia que pretende
encerrarse en sí misma tiene el peligro de destruirse porque está restándole
unas cualidades y valores importantes para un amor verdadero, que siempre nos
hará estar abiertos a los demás.
Y abiertos, sobre todo a Dios, para ponerlo en el
centro de nuestro hogar, como el verdadero motor de todo eso que queremos
vivir. A El le daremos gracias por todo ese don de la vida que ha sembrado en
nosotros y esa capacidad para el amor, y a El le pediremos su fuerza y su
gracia para que en verdad siempre caminemos por esos buenos caminos.
Todo esto lo estamos diciendo de la familia, pero son
valores humanos que hemos de vivir en cualquier comunidad, valores humanos que
tenemos que cultivar muy bien en todo lo que sea relación y convivencia con los
que están a nuestro lado.
Es lo que con otras palabras muy concretas nos decía
san Pablo en la carta a los Colosenses. Aunque escuchamos este texto de la
Palabra en el ámbito de esta fiesta de la Sagrada Familia, hemos de saber que
cuando Pablo le escribía todo eso que hemos escuchado a los cristianos de
Colosas, estaba refiriéndose a lo que había de ser y había de vivirse en
aquella comunidad. A la comunidad y a la familia, por supuesto, podemos
aplicarlo porque son valores humanos muy fundamentales y necesarios en una y en
otra, para ese crecimiento como persona y ese crecimiento de nuestra vida
familiar.
Se nos habla de compasión, de bondad, de humildad, de
mansedumbre, de paciencia, de comprensión y de perdón como una vestidura de
nuestra vida que hemos de ceñir con el amor y la paz. Y se nos habla de cómo ha
de estar presente la Palabra de Dios siempre en nuestra vida, en el centro de
nuestro hogar, sabiendo dar gracias a Dios, sabiendo invocarlo en todo momento
para tenerlo presente y hacer que con toda nuestra vida demos siempre gloria al
Señor.
Hoy contemplamos a la Sagrada Familia de Nazaret y la
hemos contemplado también en el evangelio en esas dificultades de la vida, semejantes a las dificultades con que cada
día nosotros podemos encontrarnos. Que El Señor nos ilumine. Que el Señor nos
regale su gracia. Que siempre amor en nuestros corazones, para que también en
esa apertura de la que hablábamos hace un momento estemos siempre abiertos a
las necesidades y problemas de los demás para que allí pongamos el bálsamo de
nuestro amor y de nuestra solidaridad.