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miércoles, 25 de diciembre de 2013

Hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad

‘Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad’. Así nos describe san Juan con profundidad teológica el misterio que hoy estamos celebrando en la Natividad del Señor. Misterio de profundidad infinita, misterio de Dios ante el cual tendríamos que asombrarnos más y más, cuanto más lo meditemos y lo celebremos.
No podemos acostumbrarnos al Misterio de Dios; ante El siempre tenemos que postrarnos en adoración y sentirnos tan pequeños y pecadores como se sentía Isaías cuando en una visión vislumbró la gloria del Señor. Es tiempo de reconocimiento y de adoración; es tiempo de postrarnos ante Dios que aunque le veamos tan cercano es verdaderamente Dios que ha querido hacerse Emmanuel, hacerse Dios con nosotros.
Misterio ante el que tenemos que poner a juego toda nuestra fe. No es algo que nosotros hayamos descubierto por nosotros mismos, sino que el mismo Dios nos ha revelado. Misterio ante el que hemos de sentirnos humildes y pequeños, porque ¿quiénes somos nosotros para Dios así nos haya amado tanto que haya querido tomar nuestra carne, nuestra naturaleza humana para sin dejar de ser Dios hacerse hombre como nosotros?
Anonadados nos sentimos ante tal amor pero sentimos al mismo tiempo cómo El nos levanta porque ha venido a hacer este maravilloso intercambio de amor pues cuando el Hijo de Dios se ha revestido de nuestra naturaleza humana haciéndose hombre como nosotros,  nos confiere a nosotros dignidad eterna, nos levanta y nos hace hijos partícipes de su vida ya para siempre.
Hemos contemplado su gloria, gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de  verdad’. En la noche de Belén cuando en la humildad y pobreza de un establo se estaba realizando tan admirable misterio en el Hijo de Dios se hacía hombre y nacía de María, los ángeles del cielo no pudieron quedarse quietos y armaron un gran revuelo celestial. Allá corrieron los ángeles a anunciarlo, porque tan grande misterio no podía quedarse oculto a los ojos de los hombres.
La quietud y el silencio de la noche de Belén se llenó de resplandores y de cánticos. Allí estaban unos pastores al raso cuidando sus rebaños y a ellos, los pobres y los humildes como iba a ser siempre la manera de presentarse el Hijo de Dios, se dirigieron los ángeles para anunciarles la Buena Nueva. ‘Os traigo una buena noticia que no se puede acallar, una gran alegría para todo el pueblo de la que todos tienen que participar: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor’. Y les dan las señales de cómo han de encontrarlo: ‘Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre’.
De pesebres y de pobreza podían entender los pastores acostumbrados como estaban a una vida pobre. Pero, ¿cómo había de entenderse eso de que el Salvador, el Mesías, el Señor se iba a encontrar hecho niño recién nacido recostado en un pesebre? Corren de todas maneras los pastores en búsqueda de las señales. Encontraran todo como les había anunciado el ángel.
Pero la noche se había revestido de resplandores; la gloria del Señor se estaba manifestando; legiones de ángeles entonaron un cántico a la gloria del Señor; los cánticos de los ángeles retumbaban entre las colinas y los campos de Belén, aunque solo los pobres y los sencillos podrían escucharlos, porque Dios solo se revela a los que son pequeños, humildes y sencillos.
Hoy ha brillado una luz sobre nosotros, porque nos ha nacido el Señor, repetimos una y otra vez en las diversas antífonas de la liturgia de esta fiesta. Ha nacido Dios hecho hombre; la luz de Dios nos envuelve para siempre. Y llenos de la luz de Dios nos llenamos de alegría; todo son cánticos y fiesta en este día.
Pero no perdamos el sentido de esa alegría, de esos cánticos, de esa fiesta. No es una fiesta cualquiera; no es simplemente que nos reunamos para comer juntos y todos tengamos parabienes los unos para con los otros. Es bueno que nos deseemos felicidad los unos a los otros, que nos reunamos y hasta que intercambiemos regalos. Pero no olvidemos cual es el gran regalo que hoy estamos festejando, el regalo que nos hace Dios cuando nos da a su Hijo que se hace hombre para ser nuestra luz y nuestra vida.
Jesús es nuestra salvación y nuestra esperanza. Es quien nos arranca de la esclavitud del mal y del pecado para que vivamos una vida nueva en que hagamos posible que en verdad nos hagamos felices los unos a los otros. No es nuestra alegría, es la alegría de Dios que llega a nosotros y nos hace vivir de una manera nueva y distinta.
No olvidemos el verdadero sentido de la navidad; no quitemos a Jesús de nuestra navidad, de nuestra fiesta y nuestra alegría. Muchos ya no dicen feliz navidad, porque parece que la palabra que hace referencia al nacimiento de Jesús les molestara o les hiciera daño y solo dicen felices fiestas. Nosotros tenemos que decir que es la navidad, el nacimiento de Jesús, verdadero Dios que se ha hecho hombre, lo que nos hace verdaderamente felices.
Y esto tenemos que decirlo, proclamarlo, porque es proclamar nuestra fe y nuestra esperanza. Esto es proclamar que nosotros creemos de verdad que en Jesús encuentra el hombre, encuentra el mundo la salvación.
Celebramos al que nació para salvarnos, para llenarnos de vida, para hacernos de verdad felices; celebramos al que nació para liberarnos del mal más profundo que nos esclaviza y nos llena de muerte y para eso quiere darnos nueva vida, quiere enseñarnos como hemos de vivir para que todos seamos verdaderamente libres y felices; celebramos al que nació para hablarnos del Padre, para descubrirnos el misterio de Dios, de ese Dios que nos ama, que lo podemos sentir tan cercano junto a nosotros porque es Dios con nosotros, ese Dios que nos ama porque es nuestro Padre y está siempre regalando con su amor y su misericordia; celebramos al que vino a compartir nuestra vida, nuestras lágrimas y nuestros sufrimientos, pero que quiere levantarnos, quiere darle un sentido nuevo a todo lo que vivamos incluso nuestras limitaciones y sufrimientos, quiere vencer todo lo que sea muerte y dolor para hacernos vivir una vida llena de felicidad.
Celebramos al que vino a nosotros porque nos amaba y quiere enseñarnos lo que es el amor verdadero que es algo más que palabras, y para eso le veremos entregarse  en la más profunda y total entrega de amor. ¿Cómo no llenarnos de alegría con la presencia de Jesús en medio nuestro? ¿cómo no hacer fiesta en su nacimiento?

Contagiemos al mundo de esa alegría profunda y verdadera que nosotros encontramos en Jesús. Llenémonos de esa luz de Dios y contagiemos de luz, de la luz de Cristo, a nuestro mundo. Celebremos con verdadero sentido la navidad del Señor. Pero no la celebremos solo un día sino prolonguemos cada día ese gozo de la fe que tenemos en Jesús porque siempre tenemos que ser esos anunciadores de esa Buena Nueva. Que el mundo, que todos lleguen a conocer de verdad que nos ha nacido el Salvador, el Mesías, el Señor.

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