Hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad
‘Y la Palabra se hizo
carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del
Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad’. Así nos describe san Juan con
profundidad teológica el misterio que hoy estamos celebrando en la Natividad
del Señor. Misterio de profundidad infinita, misterio de Dios ante el cual
tendríamos que asombrarnos más y más, cuanto más lo meditemos y lo celebremos.
No podemos acostumbrarnos al Misterio de Dios; ante El
siempre tenemos que postrarnos en adoración y sentirnos tan pequeños y
pecadores como se sentía Isaías cuando en una visión vislumbró la gloria del
Señor. Es tiempo de reconocimiento y de adoración; es tiempo de postrarnos ante
Dios que aunque le veamos tan cercano es verdaderamente Dios que ha querido
hacerse Emmanuel, hacerse Dios con nosotros.
Misterio ante el que tenemos que poner a juego toda
nuestra fe. No es algo que nosotros hayamos descubierto por nosotros mismos,
sino que el mismo Dios nos ha revelado. Misterio ante el que hemos de sentirnos
humildes y pequeños, porque ¿quiénes somos nosotros para Dios así nos haya
amado tanto que haya querido tomar nuestra carne, nuestra naturaleza humana
para sin dejar de ser Dios hacerse hombre como nosotros?
Anonadados nos sentimos ante tal amor pero sentimos al
mismo tiempo cómo El nos levanta porque ha venido a hacer este maravilloso
intercambio de amor pues cuando el Hijo de Dios se ha revestido de nuestra
naturaleza humana haciéndose hombre como nosotros, nos confiere a nosotros dignidad eterna, nos
levanta y nos hace hijos partícipes de su vida ya para siempre.
‘Hemos
contemplado su gloria, gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia
y de verdad’. En la noche de Belén
cuando en la humildad y pobreza de un establo se estaba realizando tan
admirable misterio en el Hijo de Dios se hacía hombre y nacía de María, los
ángeles del cielo no pudieron quedarse quietos y armaron un gran revuelo
celestial. Allá corrieron los ángeles a anunciarlo, porque tan grande misterio
no podía quedarse oculto a los ojos de los hombres.
La quietud y el silencio de la noche de Belén se llenó
de resplandores y de cánticos. Allí estaban unos pastores al raso cuidando sus
rebaños y a ellos, los pobres y los humildes como iba a ser siempre la manera
de presentarse el Hijo de Dios, se dirigieron los ángeles para anunciarles la
Buena Nueva. ‘Os traigo una buena noticia
que no se puede acallar, una gran alegría para todo el pueblo de la que todos
tienen que participar: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el
Mesías, el Señor’. Y les dan las señales de cómo han de encontrarlo:
‘Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre’.
De pesebres y de pobreza podían entender los pastores
acostumbrados como estaban a una vida pobre. Pero, ¿cómo había de entenderse
eso de que el Salvador, el Mesías, el Señor se iba a encontrar hecho niño recién
nacido recostado en un pesebre? Corren de todas maneras los pastores en búsqueda
de las señales. Encontraran todo como les había anunciado el ángel.
Pero la noche se había revestido de resplandores; la
gloria del Señor se estaba manifestando; legiones de ángeles entonaron un
cántico a la gloria del Señor; los cánticos de los ángeles retumbaban entre las
colinas y los campos de Belén, aunque solo los pobres y los sencillos podrían
escucharlos, porque Dios solo se revela a los que son pequeños, humildes y
sencillos.
Hoy ha brillado una luz sobre nosotros, porque nos ha
nacido el Señor, repetimos una y otra vez en las diversas antífonas de la
liturgia de esta fiesta. Ha nacido Dios hecho hombre; la luz de Dios nos
envuelve para siempre. Y llenos de la luz de Dios nos llenamos de alegría; todo
son cánticos y fiesta en este día.
Pero no perdamos el sentido de esa alegría, de esos
cánticos, de esa fiesta. No es una fiesta cualquiera; no es simplemente que nos
reunamos para comer juntos y todos tengamos parabienes los unos para con los
otros. Es bueno que nos deseemos felicidad los unos a los otros, que nos
reunamos y hasta que intercambiemos regalos. Pero no olvidemos cual es el gran
regalo que hoy estamos festejando, el regalo que nos hace Dios cuando nos da a
su Hijo que se hace hombre para ser nuestra luz y nuestra vida.
Jesús es nuestra salvación y nuestra esperanza. Es
quien nos arranca de la esclavitud del mal y del pecado para que vivamos una
vida nueva en que hagamos posible que en verdad nos hagamos felices los unos a
los otros. No es nuestra alegría, es la alegría de Dios que llega a nosotros y
nos hace vivir de una manera nueva y distinta.
No olvidemos el verdadero sentido de la navidad; no
quitemos a Jesús de nuestra navidad, de nuestra fiesta y nuestra alegría.
Muchos ya no dicen feliz navidad, porque parece que la palabra que hace
referencia al nacimiento de Jesús les molestara o les hiciera daño y solo dicen
felices fiestas. Nosotros tenemos que decir que es la navidad, el nacimiento de
Jesús, verdadero Dios que se ha hecho hombre, lo que nos hace verdaderamente
felices.
Y esto tenemos que decirlo, proclamarlo, porque es
proclamar nuestra fe y nuestra esperanza. Esto es proclamar que nosotros
creemos de verdad que en Jesús encuentra el hombre, encuentra el mundo la
salvación.
Celebramos al que nació para salvarnos, para llenarnos
de vida, para hacernos de verdad felices; celebramos al que nació para
liberarnos del mal más profundo que nos esclaviza y nos llena de muerte y para
eso quiere darnos nueva vida, quiere enseñarnos como hemos de vivir para que
todos seamos verdaderamente libres y felices; celebramos al que nació para
hablarnos del Padre, para descubrirnos el misterio de Dios, de ese Dios que nos
ama, que lo podemos sentir tan cercano junto a nosotros porque es Dios con
nosotros, ese Dios que nos ama porque es nuestro Padre y está siempre regalando
con su amor y su misericordia; celebramos al que vino a compartir nuestra vida,
nuestras lágrimas y nuestros sufrimientos, pero que quiere levantarnos, quiere
darle un sentido nuevo a todo lo que vivamos incluso nuestras limitaciones y
sufrimientos, quiere vencer todo lo que sea muerte y dolor para hacernos vivir
una vida llena de felicidad.
Celebramos al que vino a nosotros porque nos amaba y
quiere enseñarnos lo que es el amor verdadero que es algo más que palabras, y
para eso le veremos entregarse en la más
profunda y total entrega de amor. ¿Cómo no llenarnos de alegría con la
presencia de Jesús en medio nuestro? ¿cómo no hacer fiesta en su nacimiento?
Contagiemos al mundo de esa alegría profunda y
verdadera que nosotros encontramos en Jesús. Llenémonos de esa luz de Dios y
contagiemos de luz, de la luz de Cristo, a nuestro mundo. Celebremos con
verdadero sentido la navidad del Señor. Pero no la celebremos solo un día sino
prolonguemos cada día ese gozo de la fe que tenemos en Jesús porque siempre
tenemos que ser esos anunciadores de esa Buena Nueva. Que el mundo, que todos
lleguen a conocer de verdad que nos ha nacido el Salvador, el Mesías, el Señor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario