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miércoles, 25 de diciembre de 2013

Una buena noticia de luz y de alegría: nace Dios

Is. 9, 1-3.5-6; Sal. 95; Tito, 2, 11-14; Lc. 2, 1-14
‘Oh Dios que has iluminado esta noche santa con el nacimiento de Cristo, la luz verdadera…’ Así comenzaba la oración de la liturgia de esta noche santa. Todo brilla lleno del esplendor de la luz de Cristo. En medio de la oscuridad de la noche, que nos habla de muchas oscuridades, el ángel del Señor se presentó a unos pastores que estaban en los alrededores de Belén guardando sus rebaños para anunciarles una Buena Nueva ‘y la gloria del Seños los envolvió con su claridad’.
‘No temáis, les dice anunciando la paz, os traigo una buena noticia - es un evangelio lo que anuncia -, una gran alegría para todo el pueblo, - siempre el evangelio es una buena noticia que llena de alegría y si no fuera así no sería verdadero evangelio -  hoy en la ciudad de David os ha nacido un Salvador: en Mesías, el Señor…’
La noche de Belén se transformó; las tinieblas se disipan, los sufrimientos y las penas se mitigan, las tristezas se transforman en alegría, porque las promesas se cumplen. Por eso con todo sentido podíamos escuchar al profeta para recordar sus anuncios. ‘El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande… una luz les brilló…’ todos se llenan de alegría como los segadores se gozan al recoger sus cosechas, les dice el profeta. ‘Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado’.
Es la alegría grande que nosotros en esta noche también vivimos. Todo es fiesta y alegría en esta noche santa en que celebramos el nacimiento del Señor. Nos sentimos iluminados, arrancados de las tinieblas, nos ha llegado el Salvador, Dios está con nosotros porque tenemos al hijo nacido de la virgen, tenemos al Emmanuel anunciado por los profetas. Pero tiene que ser una alegría que vivamos desde lo más hondo de nosotros mismos porque nos sentimos de verdad iluminados y arrancados de las tinieblas. Por fuera manifestaremos también esa alegría con nuestros cantos y nuestras mutuas felicitaciones, pero tiene que ser algo que sintamos en lo más hondo de nosotros mismos.
Somos conscientes de cuantas tinieblas envuelven nuestra vida y nuestro mundo. Cuántas tristezas y oscuridades, cuánto sufrimiento y cuantas soledades nos envuelven. Contemplamos excesivas violencias y egoísmos en nuestro entorno; sentimos el dolor de tanta gente se encuentra como desorientada y sin rumbo en la vida porque no tiene fe ni esperanza; nos desgarra el alma la mentira y la falsedad en que se hunden tantos llenando de vanidad y de hipocresía la vida; nos hacen saltar lagrimas del alma la insolidaridad de tantos, o el desencanto y desilusión que viven los que no tienen esperanza y llenan su vida de pesimismo y de depresiones; tantas tinieblas de dudas y de increencia, de desconfianza de todo y de todos, tinieblas de orgullos, envidias y lujuria con las que dejan envolver su vida. Son muchas las tinieblas y las oscuridades que también nos pueden tentar a nosotros.
Pero esta noche es una noche de esperanza, de luz, de vida, de amor. Sabemos que esas tinieblas pueden ser vencidas.  Ha nacido la luz, ha nacido Cristo, luz verdadera que viene a iluminar nuestro mundo; y aunque las tinieblas se resisten y no quieren aceptar esa luz, nosotros tenemos un mensaje que trasmitir, una luz con la que iluminar, porque nosotros queremos dejarnos iluminar esa luz llenando nuestra vida de paz, de amor, de vida y con ella queremos contagiar a los demás.
Los ángeles anunciaron a los pastores que estaban en las oscuridades de la noche en los campos de Belén para que fueran al encuentro de la luz, porque en la ciudad de David les había nacido un salvador, el Mesías, el Señor. Ellos se dejaron envolver por aquella claridad y buscaron la luz verdadera y llegaron hasta Belén, llegaron hasta Jesús llenos de esperanza y de alegría.
A nosotros se nos ha hecho también ese anuncio de Luz en esta noche, pero nosotros ahora tenemos que ser como aquellos ángeles que resplandecientes de la luz de Dios llevemos ese anuncio a nuestro mundo. Las tinieblas no tienen la última palabra aunque se resistan a la luz. Ese mundo tan lleno de tinieblas se puede transformar. Hay una esperanza, es posible el amor, es posible la paz, es posible salirnos de nosotros mismos para vivir un nuevo sentido de solidaridad; es posible despojarnos de todas esas tinieblas; es posible transformar nuestro mundo.
Para eso ha nacido Jesús. Es la salvación que nos trae. Es la salvación que nosotros hemos de vivir dejándonos iluminar por su luz. Es la Buen Noticia que nosotros también tenemos que anunciar  a nuestro mundo.  Es navidad. Es el tiempo nuevo del amor y de la paz. Pero tiempo del amor, de la paz, de la fraternidad, de la solidaridad, de la justicia, de la verdad, pero no de un día sino para siempre que para eso ha venido Jesús.
‘Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres,  enseñándonos a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos’, enseñándonos a renunciar a las tinieblas para vivir para siempre en la luz. Es lo que esta noche celebramos. Es lo que esta noche queremos vivir. No lo celebramos como algo pasado, sino como algo presente y vivo ahora en nuestra vida. Celebramos el nacimiento de Jesús sintiendo que Dios llega ahora a nuestra vida y nos pone en camino de luz, en camino de vida nueva, en camino de amor. Lo celebramos porque lo vivimos. Lo celebramos porque también nos sentimos capacitados para hacer ese anuncio.
Los ángeles fueron los primeros portadores del evangelio del nacimiento de Jesús. Ahora somos nosotros los portadores de ese Evangelio, de esa Buena Noticia que nuestro mundo necesita escuchar. Tienen que desaparecer las desesperanzas y las tinieblas que oprimen tantos corazones porque hay un camino que podemos recorrer, un camino de una vida nueva con el que podemos en verdad transformar nuestro mundo. El nacimiento de Jesús que estamos celebrando nos pone en camino de ello.

Que sea en verdad feliz navidad porque nos llenemos todos de su luz.

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