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jueves, 26 de diciembre de 2013

Como Esteban con la fuerza del Espíritu testigos del nombre de Jesús

Hechos, 6, 8-10; 7, 54-59; Sal. 30; Mt. 10, 17-22
¡Qué cerca está el calvario de Belén! ¡Qué cerca está la pascua del nacimiento de Jesús! Hoy lo contemplamos en el primer día después de la Navidad del Señor y cuando aún seguimos saboreando todo el misterio de la Navidad.
Hoy la liturgia nos invita a mirar y a celebrar a san Esteban, el protomártir, el primero en derramar de forma consciente su sangre por Jesús. El primer testigo de Cristo derramando su sangre, dando su vida. Hemos escuchado el relato de su martirio en el texto de los Hechos de los Apóstoles. Siguió el camino de Jesús y fue fiel hasta el final; siguió el camino de Jesús y quiso ser su testigo asumiendo todas sus consecuencias.
Hombre, ‘lleno de gracia y poder’ nos dice hoy el texto sagrado, realizaba grandes signos y prodigios en medio del pueblo. Era uno de aquellos siete varones, llenos del Espíritu de sabiduría que habían sido escogidos en medio de la comunidad para ser los servidores de la misma de manera especial en la atención a los huérfanos y a las viudas. El servicio de la caridad era su testimonio. Pero esa misma caridad, ese mismo amor le llevaba a anunciar con su vida y con su palabra el nombre de Jesús. A todos con arrojo y valentía anunciaba el evangelio de Jesús en quien está la salvación.
El se sabía poseído por el Espíritu de Dios y anunciaba el nombre de Jesús con tal claridad que nadie podía hacerle frente a sus palabras. Cuando no nos dejamos convencer por las palabras y razones, como trataba de explicar Esteban, terminarían con la violencia que le llevaría al martirio, a ser apedreado. Pero en Esteban se están cumpliendo las palabras de Jesús que anunciaban la presencia y la fuerza del Espíritu.
‘Daréis testimonio ante ellos y los gentiles. Cuando os arresten, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis; en su momento se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros’. Lo vemos cumplido en Esteban. ‘No lograban hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que hablaba. Oyendo sus palabras se recomían por dentro y rechinaban los dientes de rabia’.
Esteban estaba lleno del Espíritu Santo. Contemplaba el misterio de Dios. Tenía puesta toda su confianza en el Señor. Y en Esteban iremos viendo cómo se repiten los mismos gestos y hasta palabras de Jesús en la cruz. Perdonará a los que le apedrean - ‘Señor, no les tengas en cuenta este  pecado’ -; contemplará la gloria de Dios en quien ha puesto toda su confianza; se pondrá en las manos de Jesús, como Cristo lo había hecho en las manos del Padre en la cruz - ‘Señor Jesús, recibe mi espíritu’, será su invocación -.
Ayer cuando contemplábamos y meditábamos el misterio de la Navidad ya veíamos cómo habíamos de llenarnos de la misma alegría de los pastores de Belén para ir a la búsqueda de aquello que les había anunciado el ángel, pero que también con esa misma alegría y gozo en el alma habíamos de volver anunciando y contando a todos aquellos que habíamos visto y vivido. También reflexionábamos que igual que los ángeles fueron los primeros anunciadores de la Buena Nueva del nacimiento de Jesús, así nosotros a la vuelta de Belén habíamos de ser también anunciadores, evangelizadores del nombre de Jesús en medio de nuestro mundo.
Pero decíamos también que las tinieblas se resistían a la luz, porque vino a los suyos y los suyos no le recibieron. A ese mundo tan lleno de tinieblas hemos de llevar ese anuncio de que Jesús es nuestra única salvación, nuestro único Salvador. ¿Nos van a escuchar? ¿Van a aceptar nuestra palabra y nuestro anuncio? Sabemos de la resistencia de las tinieblas a la luz, pero sabemos también que vamos con la fuerza del Espíritu porque Jesús nos lo ha anunciado. Ahí en ese mundo tenemos que ser testigos, aunque nos cueste, como le costó a Esteban incluso la vida. Pero somos testigos que no podemos callar lo que hemos visto y oído, como escucharemos en unos días.

Que el Espíritu nos dé fortaleza y valentía para proclamar nuestro testimonio.

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