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sábado, 5 de noviembre de 2022

Vivamos con rectitud, vivamos nuestros valores, conforme a un nuevo sentido que nos lleve a una mayor plenitud de nuestra vida, el Señor conoce bien nuestro corazón

 


Vivamos con rectitud, vivamos nuestros valores, conforme a un nuevo sentido que nos lleve a una mayor plenitud de nuestra vida, el Señor conoce bien nuestro corazón

Filipenses 4, 10-19; Sal 111; Lucas 16, 9-15

¿Qué cosas son las que consideramos como un tesoro en la vida? Allí donde hemos depositado esos tesoros, allí estará nuestro corazón. Si es un tesoro, significa que es valioso para nosotros; si lo consideramos valioso ya andaremos preocupados por no perderlo, o porque no nos lo roben; andaremos afanamos en su entorno, lo queremos cuidar, no queremos que nos lo roben, muchas veces en lugar de ser motivo de felicidad será motivo de preocupación, una preocupación que nos impedirá disfrutar de las cosas más sencillas que pueda haber cerca de nosotros; lo convertiremos en centro de nuestra vida, en él sin querer, o queriendo, hemos puesto nuestro corazón. De alguna manera hemos puesto como esclavo de ese tesoro a nuestro propio corazón.

¿Cuáles son las cosas que verdaderamente han de ser tesoros de nuestra vida? volvemos a la pregunta del principio porque en su respuesta encontraremos un camino de sentido, de búsqueda de los verdaderos valores. Esta tendría que ser la verdadera pregunta que tuviéramos que hacernos;  cuando encontremos esos verdaderos valores entonces habremos encontrado el tesoro que merece de verdad la pena. Y ya sabemos cómo andamos en la vida encandilados por tantos oropeles, tantos brillos que nos encandilan y nos distraen del verdadero camino.

Es cierto que tenemos que echar mano de bienes materiales, que necesitamos de cosas materiales que tienen un valor económico y que nos van a valer para ese intercambio, que llamamos comercio, con lo que podremos adquirir unos bienes que contribuyan a una vida mejor y más digna. No podríamos adquirir eso que necesitamos si no contáramos con esos bienes económicos y materiales. Claro que siempre consideraremos que no solo en la posesión, uso y disfrute de esas cosas es donde vamos a encontrar la verdadera felicidad. No podemos perder la perspectiva de su finalidad para que no los convirtamos en tesoros de nuestra vida que al final terminarán esclavizándonos.

Es ahí donde tienen que aparecer los verdaderos valores de nuestra vida y la madurez con que iremos usando esos bienes materiales que tenemos o que necesitamos. Como nos dice hoy Jesús después de la parábola del administrador injusto que escuchábamos ayer, ‘ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas’.

¿Qué nos quiere decir Jesús? Sepamos administrar esos bienes con toda fidelidad porque ‘el que es fiel en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto’. Ahí tenemos que saber ser fieles, ahí tenemos que saber encontrarle su verdadero sentido, ahí se irá mostrando la rectitud de nuestra vida, y así descubriremos lo que son las verdaderas metas de nuestra existencia, ahí sabremos actuar con verdadera libertad para no dejarnos esclavizar, para no convertirnos en dependientes de esos bienes materiales como si fueran lo único importante de la vida y del mundo.

Por eso nos dirá Jesús que no podemos servir a dos señores. ¿Cuál es el verdadero señor de nuestra vida? no dejemos que nada ni nadie se enseñoree de nuestra vida, de nuestra voluntad. Nos dirá Jesús que ‘no podemos servir a Dios y al dinero’. ¿No nos está hablando Jesús continuamente del Reino de Dios? Cuando  hablamos del Reino de Dios es porque reconocemos que Dios es el único Señor de nuestra vida, nada ni nadie puede ser señor de nuestra vida, y desde ahí entonces comenzaremos a actuar con nuevos valores que nos llenen de plenitud.

Los fariseos, que eran amigos del dinero, estaban escuchando todo esto y se burlaban de él’, nos dice el evangelista. ¿No nos sucederá de manera parecida cuando hoy queremos hablar de estas cosas y de ese verdadero sentido que tendrían que tener las cosas materiales? No nos importe, vivamos nuestra rectitud, vivamos nuestros valores, no nos vamos a dar de justos, pero sí queremos vivir conforme a un nuevo sentido que nos lleve a una mayor plenitud de nuestra vida, el Señor conoce bien nuestro corazón.

 

viernes, 4 de noviembre de 2022

Es necesario dar un testimonio luminoso y valiente de lo bueno que realizamos para todos entendamos que podemos hacer un mundo mejor

 


Es necesario dar un testimonio luminoso y valiente de lo bueno que realizamos para todos entendamos que podemos hacer un mundo mejor

 Filipenses 3, 17 – 4,1; Sal 121; Lucas 16, 1-8

Los intereses que tengamos en la vida es lo que habitualmente nos mueve, nos impulsa a muchas cosas y nos ayuda en verdad a descubrir cuál es el sentido que le damos a las cosas, el sentido que le damos a la vida. Intereses que se nos pueden convertir en una obsesión que nos ciega y donde parece que la vida no tiene otro sentido sino esos intereses que nos mueven. En ese terreno se mueven nuestras pasiones como en ese terreno es donde aparecerá la espiritualidad con que vivimos o el materialismo que nos ciega.

Es necesario tener claro a dónde vamos, por qué nos movemos, en qué cosas ponemos en verdad nuestra felicidad, aunque algunas veces podamos engañarnos. Y ya sabemos que cuando queremos conseguir aquello que nos interesa, ya aparecerá nuestro ingenio para buscar caminos y salidas, dando los rodeos que sean necesarios para finalmente alcanzarlo; es la astucia con que actuamos tantas veces en la vida.

Sigue en el fondo la pregunta, ¿y qué es lo que realmente nos mueve en la vida? y nos estamos haciendo esta reflexión entre unas personas que nos consideramos cristianos, que nos consideramos creyentes, que nos podemos considerar incluso muy religiosos. ¿Se notará en este actuar de nuestra vida, en esos intereses por los que nos movemos, la postura de un creyente, la postura de un cristiano? ¿Es lo que en verdad está dando sentido y valor a la vida, a lo que hacemos? ¿Ponemos tanto empeño en darle ese cariz y ese sentido a la vida, iluminada por la fe, como el que ponemos en nuestros negocios, en nuestras tareas y responsabilidades de cada día?

En este mundo complejo en el que vivimos, en el que no nos es tan fácil manifestarnos como creyentes y defender nuestros valores cristianos, algunas veces parece que nos falta arrojo y valentía, vivimos como acobardados y con miedo, queremos ser prudentes, decimos, para no provocar, pero quizá estamos callándonos en cosas que son fundamentales, que nos dan un sentido, y con lo que tendríamos que contribuir al bien de la sociedad en la que vivimos. Pero no aparecen esos testigos, no terminamos de dar la cara los cristianos, seguimos andando como a ocultas y casi preferimos meternos en las catacumbas, que salir a la luz pública con nuestros principios y valores.

Hoy nos habla el evangelio de la astucia con que tenemos que andar en la vida. Nos propone Jesús una parábola que muchas veces nos cuesta entender; nos habla de aquel administrador que había actuado injustamente y al que se le iba a pedir cuentas; se está viendo en la calle sin tener donde caerse muerto, como se suele decir, porque sabe que va a ser condenado por su injusto actuar, donde quizás había arrimado el ascua a su sardina para poder obtener ganancias injustas. En sus manos está el bajar los intereses que le había impuesto a aquellos deudores de su amo – intereses que en la forma de administración de entonces eran sus ganancias – porque así se ganaba la voluntad de aquellos deudores que luego podrían echarle una mano cuando se viera despedido.

Actuó con astucia, siendo capaz de perder en aquellos intereses con tal de obtener un buen fin en quien le acogiera en los momentos difíciles. Y termina la parábola alabando el amo a aquel administrador, no porque había administrado mal, sino por la astucia con que ahora había actuado. Y termina diciéndonos Jesús como conclusión de la parábola: Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz’.

Es lo que hemos venido planteándonos de cuales son en verdad los intereses de nuestra vida y por los que estaríamos dispuestos a hacer lo que sea. ¿No tenemos que ser en verdad luz en medio del mundo con el testimonio de nuestras obras de luz? No andemos ocultándolas, busquemos la manera también utilizando los medios que hoy podemos tener en nuestras manos para dar ese testimonio, para manifestar valientemente ante el mundo esas obras de luz que realizamos.

Algunas veces parece que nos falta marketing para que la Iglesia en verdad haga saber, no como un alarde sino como un testimonio luminoso, esas obras que en su seno se realizan. ¿Sabe realmente la sociedad lo que a través de Cáritas se realiza? ¿Se conoce claramente el sacrificio hasta heroico que muchos religiosos y religiosas realizan en tantos hogares en que se acoge a los que nos los más despreciados de nuestro mundo, ancianos, discapacitados de todo tipo, los más pobres y los más abandonados de nuestra sociedad? ¿Se tiene conciencia en la sociedad que nos rodea de la labor de tantos voluntarios que en tantas obras de la Iglesia dedican su tiempo y su vida para acompañar, para ayudar, para levantar a tantos caídos en los que nadie se fija? Y así podríamos pensar en muchísimas cosas más.

No queremos medallas ni reconocimientos, pero si es necesario dar ese testimonio que el mundo necesita para que nos demos cuenta que podemos hacer un mundo mejor.

jueves, 3 de noviembre de 2022

En Jesús estamos viendo ese rostro de Dios, de misericordia y de perdón, presencia del Dios misericordioso que cura a los enfermos, resucita a los muertos y perdona a los pecadores

 


En Jesús estamos viendo ese rostro de Dios, de misericordia y de perdón, presencia del Dios misericordioso que cura a los enfermos, resucita a los muertos y perdona a los pecadores

Filipenses 3, 3-8ª; Sal 104; Lucas 15, 1-10

Se perdió, ¿qué le vamos a hacer? ya volverá, ya buscaremos otra. Nunca escucharemos en esa actitud pasiva a un pastor al que se le extravía una oveja en el campo. La saldrá a buscar, la llamará, irá por todos los sitios donde han ido en el día y se habrá podido perder, removerá hasta las piedras si fuera necesario porque ha de encontrar la oveja perdida; no es una oveja más, no es un número en el conjunto de su rebaño, es su oveja, que conoce, que ama, que hará todo lo posible por encontrarla. Son los sentimientos también de cualquiera que tiene animalitos a su cuidado, no le gusta que se les enfermen, que se les mueran, hará lo posible por no perderlos, es que quieras que no se ha establecido una relación muy bonita y muy especial; llora el pastor por su oveja perdida, llora quien tiene un animalito a su cuidado y lo puede perder.

¿Cómo no iba a utilizar Jesús esa imagen para expresar cómo Dios nos ama y nos busca? El motivo se lo están dando aquellos que lo critican porque anda con pecadores, y se mezcla y come con toda clase de gente, ya sean publicanos, ya sean prostitutas, ya sean pecadores. Como dirá en otra ocasión el médico no es para los que están sanos o se sienten sanos, sino para los enfermos, para los pecadores.

Está hablándonos Jesús del amor de Dios que quiere que todo hombre se salve. Que nos llama y que nos busca como el pastor que busca a la oveja perdida, que nos ofrece su abrazo de perdón y espera como el padre bueno la vuelta del hijo, que manifiesta la alegría de la mujer que ha encontrado la moneda que se le había extraviado y llama a amigas y vecinas para anunciarles que la he encontrado. Por eso nos habla de la alegría del cielo.

Es el amor y la misericordia del Señor, se ha manifestado a través de toda la historia de la salvación que es una historia de infidelidades por parte de su pueblo escogido pero es la historia del amor de Dios que llama a su pueblo de Egipto para liberarlo de la esclavitud, que lo conduce por el desierto ofreciéndole el agua manada de la peña, el maná que cada mañana cae del cielo, pero la guía segura y con mano fuerte de Moisés que los conduce a la tierra prometida. Es la historia de los patriarcas y profetas que como signos de Dios han estado siempre al lado de su pueblo en el camino para que no pierda su rumbo. Pero es la historia que tiene su culminación cuando porque tanto nos ama nos envió a su hijo único para que todos tuviéramos vida y vida en abundancia. Es una historia de amor.

En Jesús estamos viendo ese rostro de Dios, un rostro de misericordia y de perdón, una presencia del Dios compasivo y misericordioso que cura a los enfermos, resucita a los muertos y perdona a los pecadores, una muestra suprema de lo que es el amor cuando por nosotros se entrega y da la vida para que nosotros tengamos vida, para hacernos participes de la vida de Dios. Recorramos las páginas del evangelio y no estaremos contemplando otra cosa que lo que es el amor de Dios. Por eso es evangelio, por eso es buena noticia, que hemos de creer, a la que tenemos que convertirnos, de la que tenemos que convertirnos en signos para los demás.

Tenemos que aprender a gozarnos en ese amor, porque experimentamos en nosotros lo que es ese amor y esa misericordia porque nosotros también somos pecadores. Esa alegría del cielo por un pecador que se convierte, hemos de experimentarla y vivirla en el día a día de nuestra vida. Cuidado que perdamos esa sensibilidad, cuidado que ya no demos importancia a los pecadores que vuelven al seno del redil, cuidado nos acostumbremos a muchos actos piadosos y no seamos capaces de saborear la alegría del perdón y del amor renovado.

miércoles, 2 de noviembre de 2022

La conmemoración de los difuntos es un vivir con intensidad la esperanza que da sentido y valor a nuestra vida, tenemos la esperanza de que viven en Dios para siempre

 


La conmemoración de los difuntos es un vivir con intensidad la esperanza que da sentido y valor a nuestra vida, tenemos la esperanza de que viven en Dios para siempre

 Apocalipsis 21, 1-5a. 6b-7; Sal 24; Filipenses 3, 20-21; Juan 11, 17-27

Aunque por razones laborales la visita a nuestros cementerios y el recuerdo de los difuntos se queda más reducida al día primero por ser festivo, no podemos olvidar el sentido de cada celebración y que verdaderamente la conmemoración de los fieles difuntos litúrgicamente la celebramos en este día 2 de noviembre.

¿Qué significa esta conmemoración? ¿Es solamente un recuerdo? Si escuchamos lo que los medios de comunicación nos expresan de lo que hacemos en este día pareciera que todo se queda en eso, en un recuerdo; vamos allí junto a sus tumbas, como queriendo decir que no olvidamos a los seres queridos que han muerto y como quien hace un regalo a la madre cuando la va a visitar, le lleva un ramo de flores para adornar su tumba.

Seguro que para quienes han perdido la trascendencia de la vida, no tienen esperanza de otra vida, claro que se ha de quedar en un recuerdo de algo que fue y de lo que intentamos recordar lo mejor; es precisamente lo que se dice como consuelo en esos momentos que nos llenan de cierta tristeza, que recordemos las mejores cosas de la vida que nos dejaron los que ya se marcharon. Claro que el corazón tira y empuja por algo más que un recuerdo frío o emocionado, porque de alguna manera no queremos separarnos de aquellos a los que amamos y queremos sentir vivas ya no solo en nuestro recuerdo sino en nuestro corazón a nuestros seres queridos difuntos.

Y es que en el fondo aunque queramos hacer un mundo donde vamos queriendo evitar esos sentimientos religiosos, donde se ha perdido un sentido creyente de la vida y una esperanza de algo más, de una vida sin fin, en el fondo del corazón siempre hay un ansia de algo más, de algo superior, de algo que verdaderamente eleve nuestra vida dándole un nuevo sentido y una nueva trascendencia. En el fondo, queramos o no, somos unos seres espirituales, que ansiamos lo espiritual, que buscamos lo sobrenatural, porque en el fondo buscamos a Dios. Solo en El podemos encontrar la verdadera plenitud de nuestra existencia.

Por eso para el cristiano esta conmemoración que hoy hacemos no se queda en un mero recuerdo ni en una ofrenda de flores que hagamos para adornar la tumba de nuestros seres queridos. Es sentir que está viva una unión espiritual con aquellos seres que amamos aunque la muerte nos los haya arrancado de nuestro lado.

Es de alguna manera sentir su presencia espiritual porque sabemos que viven, porque nosotros tenemos esperanza de vida eterna. Por eso nuestra conmemoración se convierte también en oración, porque es una manera de sentirnos unidos espiritualmente a ellos, pero también es la oración confiada al Padre en cuyas manos hemos puesto a nuestros seres queridos confiando en su misericordia.

Es un vivir con intensidad la esperanza que da sentido y valor a nuestra vida, porque tenemos la confianza y la esperanza de que ellos ya vivan en Dios para siempre. Nuestra oración quiere ser intercesión para obtener la misericordia de Dios, pero al tiempo es acción de gracias por el regalo que en vida tuvimos en aquellos seres que nos amaron y a quien nosotros amamos, y acción de gracias por la fuerza que en el Señor recibimos para vivir el dolor de la separación.

Lo hacemos confiados en la Palabra de Jesús que promete vida eterna para quienes en El ponemos toda nuestra fe y nuestra esperanza. ‘Quien cree en mí aunque haya muerto vivirá… y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre’. Sentimos al mismo tiempo como Jesús viene a nosotros como se acercó aquel día a aquel hogar de Betania donde había fallecido Lázaro, para llenarnos a nosotros también de paz y para poner fortaleza en nuestro corazón.

martes, 1 de noviembre de 2022

Con Jesús tenemos un nuevo sabor del que queremos contagiar cuánto nos rodea, tenemos esperanza y creemos posible el Reino de Dios en el hoy de nuestra vida

 


Con Jesús tenemos un nuevo sabor del que queremos contagiar cuánto nos rodea, tenemos esperanza y creemos posible el Reino de Dios en el hoy de nuestra vida

Apocalipsis 7, 2-4. 9-14; Sal 23; 1Juan 3, 1-3; Mateo 5, 1-12a

Tenemos hoy una celebración en la liturgia que nos invita a mirar hacia lo alto, a poner grandes metas en nuestra vida y a despertar nuestra esperanza en medio de un mundo demasiado ensombrecido, y mira cómo de alguna manera la hemos descafeinado desde convertirla por una parte en una fiesta solo del recuerdo de difuntos, o la hemos dejado envolver por nuevas costumbres que parecería más bien que nos llenarían de terror nuestros espíritus.

Litúrgicamente celebramos la fiesta de todos los Santos y el texto del Apocalipsis que se nos ofrece en la primera lectura de esta fiesta nos habla de una multitud inmensa que nadie podría contar que cantan bendicen la victoria de nuestro Dios, la victoria del Cordero. Ese texto ya sería suficiente para elevar nuestro espíritu y hacernos aspirar a esa gloria del cielo. Si un día le habían preguntado los discípulos a Jesús si serían muchos los que se salven, hoy tenemos la respuesta, en esa multitud innumerable. ‘Los que han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero, vienen de la gran tribulación y son los que buscan el rostro del Señor’.

Podemos formar parte de esa inmensa muchedumbre. ¿Qué es lo que necesitamos? Hacer una opción seria en la vida. Es cierto que Dios nos ofrece la salvación, pero ante nosotros se abren diversos caminos; caminos espaciosos y amplios, y caminos que a veces nos pueden parecer estrechos y llenos de dificultades. Es la opción por el camino de la vida, es la opción de vivir como los hijos de Dios, es la opción por vivir el Reino de Dios. Y eso tiene sus exigencias.

Pero es una invitación y una llamada de parte de Dios. ‘Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!’ El nos llamó, El nos invitó, El nos quiere como hijos. ‘Seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es’. No terminamos de considerar esa grandeza, esa dignidad. Con qué facilidad lo olvidamos. Y sin embargo tiene que ser el motor de nuestra existencia, lo que nos va a hacer buscar la dignidad y la grandeza de toda persona, lo que va a poner un sabor nuevo en nuestra vida, lo que tiene que convertirse en una luz para nuestra humanidad tan llena de sombras.

¿Qué es lo que nos propone Jesús hoy en el Evangelio? Ese camino nuevo que da nuevo sabor a nuestra vida y a nuestro mundo, las bienaventuranzas. No son utopías, no son palabras bonitas que traten de consolarnos en nuestras desesperanzas y en nuestros llantos. Es un camino cierto de vida y nos va a llevar a la mejor felicidad, a la mayor plenitud para nuestra vida.

‘Dichosos los pobres en el espíritu, comienza diciendo Jesús, porque de ellos es el Reino de los cielos’. Jesús había comenzado anunciando la llegada del Reino de Dios y nos invitaba a la conversión, a creer en la Buena Noticia que se nos anunciaba, la llegada del Reino de Dios. Este es el primer paso para ese gozo del Reino de Dios, elegidos esa pobreza de espíritu, ese vaciarnos de tantas cosas que nos saturan de tal manera que no llegamos a saborear la vida en su auténtico sabor.

Cuántos pedestales vamos poniendo tantas veces en la vida para hacernos los engreídos y poner distancias entre unos y otros, qué distancias nos crean nuestros orgullos; de cuántos apegos vamos llenando el corazón de manera que ya no daremos cabida a los que están a nuestro lado; cuántas cosas vamos acumulando, tristezas, resentimientos, envidias, violencias descontroladas, malicias y desconfianzas que nos llenan de tormento y nos quitan la paz; cuánta cerrazón para mirar solo por nosotros mismos y no saber tener un corazón compasivo para el que sufre a nuestro lado; con tantas cosas se nos va enturbiando la vida, la visión como si una catarata cubriera nuestros ojos y ya no seremos capaces de ver y contemplar la luz.

Por eso cuando llegamos a comprender el sentido de esta primera bienaventuranza, lo demás irá fluyendo casi como de forma espontánea. Será cuando llenemos de mansedumbre el corazón y que distinto será nuestro trato y nuestra convivencia con los que están a nuestro lado; será cuando aprenderemos a compartir porque nadie a nuestro lado podrá pasar necesidad; será cuando seremos en verdad comprensivos y misericordiosos con los demás, porque habremos disfrutado de esa misericordia y compasión que Dios ha tenido con nosotros para perdonarnos y hacernos cambiar de vida; nuestra mirada será limpia y podremos contemplar a Dios pero también veremos con mirada distinta a los hermanos que caminan a nuestro lado; gozaremos de auténtica paz en el corazón pero al mismo tiempo seremos siempre constructores e instrumentos de paz; no nos importa ser incomprendidos por lo que hacemos y que incluso podemos encontrar oposición en contra porque tenemos la certeza de que caminamos el camino de la vida y estamos realmente construyendo el Reino de Dios.

¿Puede haber una dicha más grande? ¿Cambiamos la felicidad que sentimos en el corazón por la felicidad falaz que nos ofrece el mundo? Nuestra vida tiene ya un nuevo sabor; queremos contagiar de ese sabor al mundo que nos rodea, porque tenemos esperanza y creemos que es posible realizar y hacer presente el Reino de Dios en el hoy de nuestra vida.

lunes, 31 de octubre de 2022

El amor verdadero siempre se da primero, toma la iniciativa, no está esperando a que el otro comience a amarnos, cree en el otro, aunque no nos ofrezca ni razones ni motivos

 



El amor verdadero siempre se da primero, toma la iniciativa, no está esperando a que el otro comience a amarnos, cree en el otro, aunque no nos ofrezca ni razones ni motivos

Filipenses 2,1-4; Sal 130; Lucas 14,12-14

No hace falta andar con muchos protocolos. ¿Quiénes son los que habitualmente sentamos a nuestra mesa, participan de nuestras fiestas de cumpleaños, o habitualmente invitamos a comer? Normal, nuestra familia, las personas más cercanas a nosotros, nuestros amigos, algún compañero de trabajo o acaso algún vecino por aquello del compromiso de que están cercanos a nuestra casa y bueno, vamos a tenerlos de buenos amigos. Aquellos que nos invitan también a nosotros, que nos hacen participar de sus fiestas, aquellos con los que contamos para alguna ocasión especial o para salir en un momento determinado de un apuro.

Pero Jesús hoy parece que rompe todos los protocolos. Fue en la ocasión en la que ya hizo su comentario especial, como escuchamos el pasado sábado, sobre los lugares que ocupamos o queremos ocupar en la mesa del banquete. Ya lo comentamos. Ahora se dirige de manera especial al dueño de la casa, al que ha hecho la invitación para aquella comida. Y viene a decirnos lo que se salta todas las normas, por así decirlo.

Es bueno escuchar una vez más el texto concreto de las palabras de Jesús. ‘Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos’.

Está claro, no podemos sentirnos pagados por invitar a alguien porque él se siente obligado luego a invitarte a ti también. Parece un negocio. Yo te doy, tú me das; yo te ayudo, tú me ayudas. Aquello de que yo quiero a mis amigos, a los que se portan bien conmigo; aquello de que echamos una mano en las tareas, pongamos agrícolas, para que ellos a su vez a su tiempo me echen una mano a mí. Y nos encontramos con aquellos a quienes nunca nadie ayuda, porque ellos tampoco ayudan nunca a los demás. Son los protocolos de intereses que nos vamos creando en nuestras relaciones y que, reconozcámoslo, le dan pobreza a nuestras relaciones.

Son claras las palabras de Jesús. A los que no puedan pagarte, a los que no pueden corresponder invitándote a ti. Es la calidad del amor que es desinteresado; es la calidad del amor que se hace sublime porque amamos simplemente porque nos damos, amamos porque queremos al otro más allá de sus cualidades o sus valores; amamos porque entendemos que la riqueza de nuestra vida es cuando nos damos, porque darnos no nos empobrece sino todo lo contrario.

Y reconozcamos que esto a muchos les cuesta entenderlo. Por supuesto que nos sentimos felices cuando somos amados y tratamos de corresponder a ese amor con nuestro amor. Pero el amor verdadero siempre se da primero, toma la iniciativa, no está esperando a que el otro comience a amarnos. Así es el amor de Dios, el amor que El nos tiene, así tiene que ser nuestro amor verdadero.

Por eso el que ama siempre es comprensivo; el que ama de verdad siempre está dispuesto a perdonar; el que ama cree en el otro, aunque no nos ofrezca ni razones ni motivos; el que ama se da y lo hace siempre con generosidad, lo hace siempre sin tener en cuenta medidas. Qué bello es el amor, qué bello es amar como nos ama Dios, qué bella haríamos la vida, qué felices podríamos ser todos.

domingo, 30 de octubre de 2022

Ojalá seamos capaces, como Zaqueo, de bajar deprisa y contentos de recibirle en nuestra casa y al final podamos escuchar también ‘hoy ha sido la salvación para esta casa’

 


Ojalá seamos capaces, como Zaqueo, de bajar deprisa y contentos de recibirle en nuestra casa y al final podamos escuchar también ‘hoy ha sido la salvación para esta casa’

Sabiduría 11, 22 – 12, 2; Sal 144; 2Tesalonicenses 1, 11 – 2, 2; Lucas 19, 1-10

‘Ha ido a hospedarse en casa de un hombre pecador’, es el comentario de todos. Habían acudido muchos a ver a Jesús, a escuchar a Jesús a su paso por Jericó camino de Jerusalén. Otros acontecimientos nos ha narrado el evangelista al paso de Jesús por aquella ciudad, todos recordamos al pobre ciego del camino, ante el que Jesús también se había detenido y lo había mandado llamar. Claro que el ciego con sus gritos se hacía oír. Pero ahora Jesús se detiene ante quien no grita – al menos sus gritos no se escuchan aunque desde el corazón esté gritando – pero que también está allí en búsqueda de conocer a Jesús aunque quiere pasar desapercibido. Y será ahora Jesús quien tome la iniciativa. ‘Baja enseguida que quiero hospedarme en tu casa’.

Las iniciativas de Dios que no siempre terminamos de comprender. Ahora la gente está murmurando. Claro que Dios es quien conoce nuestro corazón y nosotros parece que no terminamos de conocer el corazón de Dios. Por eso se nos hacen incomprensibles muchas cosas que nos suceden en la vida. Cuando no somos capaces de abrirnos al corazón de los demás, también se nos hace difícil abrir nuestro corazón a Dios. Qué difícil se nos hace entrar en sintonía. Juzgamos con nuestros criterios y algunas veces nos volvemos mezquinos. Todo lo queremos pasar por nuestro crisol y algunas veces está sucio, maleado. Y ponemos pegas, y nos hace nuestros juicios, y somos fáciles a condenar.

Aquel hombre, es cierto, era un publicano, un recaudador de impuestos con todos los prejuicios que ello conllevaba, un pecador. Los que se habían fijado en él cuando había querido abrirse paso para ponerse en lugar apropiado para ver pasar a Jesús, solo veían en él, eso un publicano y un pecador. Entre ellos parecía que no podía haber lugar para aquel pequeñajo. Cuántas veces nos apartamos, cuántas veces no dejamos lugar, cuántas veces no queremos mezclarnos ni que nos vean con ‘esas’ personas, cuántas veces vamos poniendo barreras, no queremos permitir su presencia. Nuestros prejuicios que se hacen condenas.

Pero aquel hombre, sin que manifestara nada, quería ver pasar a Jesús. Y es ante aquel hombre, escondido entre los ramajes de la higuera ante quien se detiene Jesús. Algunos incluso de extrañarían de que Jesús se detuviera en aquel lugar, porque por no ver no se habían fijado en que allí estaba Zaqueo. No nos fijamos y quizás nos estamos perdiendo algo importante. No nos fijamos y tan entretenidos estamos en nuestros pensamientos o nuestros intereses y no nos damos cuenta que quizá Jesús se ha detenido a nuestra puerta, se ha detenido a nuestro lado. Jesús quiere también hospedarse en nuestra casa.

Aunque estamos haciéndonos consideraciones sobre lo que nos cuenta el evangelio de lo sucedido aquel día en Jericó con tanta riqueza de detalles que podemos contemplar en este pasaje, hoy lo escuchamos no como algo sucedido entonces, sino como algo que sucede en el hoy de nuestra vida.

Hoy Jesús pasa por nuestro Jericó, el Jericó de nuestra vida también tan convulsa y agitada, con la diversidad de personas con las que nos vamos cruzando o con las higueras tras cuyos ramajes también a veces nos vamos ocultando, con nuestros prejuicios de todo tipo o nuestras miradas interesadas, con nuestros entretenimientos que nos distraen o también con las locas carreras de nuestras tareas y trabajos. Y hoy Jesús quiere detenerse junto a nosotros, al pie de nuestra higuera aunque tan entretenidos estamos que nos parece que no va con nosotros. Y también nos está invitando a bajar. ‘Hoy Jesús ha venido a hospedarse en casa de un hombre pecador’, en mi casa.

El evangelio no es un ayer, el evangelio es un hoy que llega a nuestra vida. Es un dejarnos mirar cara a cara por Jesús, no teniendo miedo a ponernos con la cruda realidad de nuestra vida ante El. No es fácil. También podemos tener nuestros miedos en el corazón. También nos costará dar ese paso adelante para bajarnos de nuestra higuera, pero sobre todo para abrir de par en par y con alegría generosa la casa de nuestro corazón a Dios. Siguen habiendo muchos apegos que hagan chirriar los goznes de nuestra puerta para poderla abrir de par en par o haya muchas cosas que queremos seguir ocultando.

Ojalá seamos capaces, como Zaqueo, de bajar deprisa y contentos de recibirle en nuestra casa. Ojalá al final podamos escuchar también ‘hoy ha sido la salvación para esta casa’.