En
Jesús estamos viendo ese rostro de Dios, de misericordia y de perdón, presencia
del Dios misericordioso que cura a los enfermos, resucita a los muertos y
perdona a los pecadores
Filipenses 3, 3-8ª; Sal 104; Lucas 15, 1-10
Se perdió,
¿qué le vamos a hacer? ya volverá, ya buscaremos otra. Nunca escucharemos en
esa actitud pasiva a un pastor al que se le extravía una oveja en el campo. La
saldrá a buscar, la llamará, irá por todos los sitios donde han ido en el día y
se habrá podido perder, removerá hasta las piedras si fuera necesario porque ha
de encontrar la oveja perdida; no es una oveja más, no es un número en el
conjunto de su rebaño, es su oveja, que conoce, que ama, que hará todo lo
posible por encontrarla. Son los sentimientos también de cualquiera que tiene
animalitos a su cuidado, no le gusta que se les enfermen, que se les mueran,
hará lo posible por no perderlos, es que quieras que no se ha establecido una
relación muy bonita y muy especial; llora el pastor por su oveja perdida, llora
quien tiene un animalito a su cuidado y lo puede perder.
¿Cómo no iba
a utilizar Jesús esa imagen para expresar cómo Dios nos ama y nos busca? El
motivo se lo están dando aquellos que lo critican porque anda con pecadores, y
se mezcla y come con toda clase de gente, ya sean publicanos, ya sean
prostitutas, ya sean pecadores. Como dirá en otra ocasión el médico no es para
los que están sanos o se sienten sanos, sino para los enfermos, para los
pecadores.
Está
hablándonos Jesús del amor de Dios que quiere que todo hombre se salve. Que nos
llama y que nos busca como el pastor que busca a la oveja perdida, que nos
ofrece su abrazo de perdón y espera como el padre bueno la vuelta del hijo, que
manifiesta la alegría de la mujer que ha encontrado la moneda que se le había
extraviado y llama a amigas y vecinas para anunciarles que la he encontrado.
Por eso nos habla de la alegría del cielo.
Es el amor y
la misericordia del Señor, se ha manifestado a través de toda la historia de la
salvación que es una historia de infidelidades por parte de su pueblo escogido
pero es la historia del amor de Dios que llama a su pueblo de Egipto para
liberarlo de la esclavitud, que lo conduce por el desierto ofreciéndole el agua
manada de la peña, el maná que cada mañana cae del cielo, pero la guía segura y
con mano fuerte de Moisés que los conduce a la tierra prometida. Es la historia
de los patriarcas y profetas que como signos de Dios han estado siempre al lado
de su pueblo en el camino para que no pierda su rumbo. Pero es la historia que
tiene su culminación cuando porque tanto nos ama nos envió a su hijo único para
que todos tuviéramos vida y vida en abundancia. Es una historia de amor.
En Jesús
estamos viendo ese rostro de Dios, un rostro de misericordia y de perdón, una
presencia del Dios compasivo y misericordioso que cura a los enfermos, resucita
a los muertos y perdona a los pecadores, una muestra suprema de lo que es el
amor cuando por nosotros se entrega y da la vida para que nosotros tengamos
vida, para hacernos participes de la vida de Dios. Recorramos las páginas del
evangelio y no estaremos contemplando otra cosa que lo que es el amor de Dios.
Por eso es evangelio, por eso es buena noticia, que hemos de creer, a la que
tenemos que convertirnos, de la que tenemos que convertirnos en signos para los
demás.
Tenemos que
aprender a gozarnos en ese amor, porque experimentamos en nosotros lo que es
ese amor y esa misericordia porque nosotros también somos pecadores. Esa alegría
del cielo por un pecador que se convierte, hemos de experimentarla y vivirla en
el día a día de nuestra vida. Cuidado que perdamos esa sensibilidad, cuidado
que ya no demos importancia a los pecadores que vuelven al seno del redil,
cuidado nos acostumbremos a muchos actos piadosos y no seamos capaces de
saborear la alegría del perdón y del amor renovado.
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