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sábado, 1 de noviembre de 2025

Con la celebración de todos los santos comprendamos que los cristianos no somos un desfile de tristes y amargados sino los que llevamos en nosotros la mejor alegría

 


Con la celebración de todos los santos comprendamos que los cristianos no somos un desfile de tristes y amargados sino los que llevamos en nosotros la mejor alegría

Apocalipsis 7, 2-4. 9-14; Salmo 23; 1Juan 3, 1-3; Mateo 5, 1-12a

Pensemos en alguien a quien le va mal en la vida, que todo se le vuelve oscuridades con los problemas que se sobrevienen unos a otros, o simplemente miremos a nuestro alrededor y la situación por la que va pasando la sociedad en la que vivimos donde muchas veces parece que se ha perdido la esperanza y la ilusión, donde no sabemos a donde vamos a parar, o a donde nos llevan los derroteros por donde va el mundo de hoy, el escuchar en un momento determinado unas palabras que nos digan que hay salida, que las cosas pueden y van a cambiar, que no todo es tan negro como aparenta porque hay algunas señales de algo que puede ser distinto, parece que nos levantan los ánimos, despiertan esperanzas, nos sentimos impulsados a poner a caminar para encontrar esa luz, a luchar para que las cosas mejoren y cambien.

Algo así son las palabras que hoy escuchamos en el evangelio. Y no vamos a pensar, que también tenemos que hacerlo para verlo como ejemplo, de cómo se sentía aquella multitud al pie del monte cuando Jesús les dice que en la voluntad de Dios hay una buena noticia de un mundo nuevo que se puede construir, sino escuchándolas para nosotros mismos, en esa situación de nuestro mundo y nuestra sociedad como antes mencionábamos. Porque lo que escuchamos no lo podemos hacer como si fueran palabras bonitas para aquellas gentes en los tiempos de Jesús, sino que tenemos que escucharlas como una buena noticia que se nos da para los hombres y mujeres de hoy en este pleno siglo XXI.

Es posible ese Reino de Dios anunciado por Jesús en este día en que vivimos. Así tenemos que escuchar esa buena noticia del Evangelio. A los que hoy viven en el sufrimiento de sus carencias y necesidades, en medio de sus sufrimientos y no solo por las enfermedades que puedan padecer sino por esas otras cosas que angustian el corazón de los hombres y mujeres de hoy, por los que están luchando y les parece que sus luchas son ineficaces porque no terminamos de ver el albor de un mundo nuevo y mejor, por los que se sienten incomprendidos cuando quieren vivir con sinceridad sus vidas y quieren trabajar por un mundo mejor y más justo, necesitan escuchar estas palabras de Jesús; necesitamos escuchar estas palabras de Jesús.

Podemos comenzar a pregustar la dicha de un mundo mejor y con más paz, porque aunque algunas veces nos parezcan invisibles hay muchos que están queriendo vivir sin malicias ni desconfianzas, muchas personas que están poniendo la sinceridad de sus vidas en lo  que comparten generosamente con los demás, muchos que quieren ir sembrando buenas semillas cultivando unos valores que le dan una nueva trascendencia a la vida, muchos que viven son autenticidad su fe y se sienten comprometidos en el testimonio congruente que quieren ofrecer a los demás.

Si fuéramos capaces de abrir un poquito más los ojos sin dejar que se enturbien con malicias y malos deseos seguramente descubriremos ese mundo nuevo que calladamente esta germinando en torno nuestro. No ahoguemos nunca el más mínimo gesto de bondad que podamos descubrir en los demás porque serán brotes de algo nuevo que llenará de una nueva fecundidad a nuestro mundo.

Hoy la Iglesia está celebrando una fiesta que tiene mucha importancia para el camino que estamos haciendo pero que aunque sabemos que es la fiesta de todos los santos, o los vemos muy lejos de nuestras vidas o terminamos confundiendo la celebración de este día con la conmemoración que mañana dos de noviembre realiza la Iglesia. Cuando decimos todos los santos decimos todos aquellos que vivieron en sus vidas este mensaje de las bienaventuranzas que nos presenta el evangelio. Esa multitud innumerable, como nos decía el libro del Apocalipsis de todos aquellos que se han purificado en la Sangre del Cordero.

Pero ¿qué significa eso? Porque quisieron ser fieles a un camino de rectitud, de justicia y amor, no temieron pasar quizás desapercibidos por los demás o quizás muchas veces incomprendidos y hasta perseguidos, pero siguieron sembrando la semilla, siguieron plantando con esperanza, siguieron queriendo dejar tras si un rastro de amor que es el que en verdad está haciendo germinar a nuestro mundo.

Muchos han sido reconocidos por la heroicidad de sus virtudes y de su testimonio por la Iglesia y son los que llamamos santos porque así los ha declarado la Iglesia en lo que llamamos la canonización, incluirlos en el canon o catálogo de los santos, que viene a significar. Pero no solo a esos santos hoy celebramos sino a tantos anónimos con quienes quizás hemos compartido el camino en tantas personas cercanas a nosotros que vivieron ese camino de fidelidad.

Y pensar en ello pone una ilusión y una esperanza nueva en nuestros corazones, nos impulsa a seguir nosotros queriendo sembrar esa semilla, a seguir en nuestra lucha y nuestro testimonio aunque muchas veces nos cueste mucho. Es una fiesta que nos hace caminar con una nueva alegría, de la que tenemos que sentirnos todos contagiados para darle un nuevo rostro a la Iglesia.

Qué pena y qué lástima que muchas veces los cristianos parezcamos un desfile de personas tristes, amargadas y sin ilusión cuando somos las personas que tenemos las mejores razones para ir siempre cantando y contagiando nuestra alegría por los caminos de la vida. Con esta fiesta de todos los santos despertemos a esa alegría nueva y llena de vida.

viernes, 31 de octubre de 2025

Amamos y nos damos y no estamos mirando cuánto nos queda en el cesto para nosotros, nos dejamos ir por los carriles del amor dispuestos a llegar hasta donde sea necesario

 


Amamos y nos damos y no estamos mirando cuánto nos queda en el cesto para nosotros, nos dejamos ir por los carriles del amor dispuestos a llegar hasta donde sea necesario

Romanos 9,1-5; Salmo 147; Lucas 14,1-6

¿Cuáles son las cosas por las que en el día a día de nuestra vida somos capaces de dejarlo todo por conseguirlo? No quisiera que diéramos una respuesta, por así decirlo, de memoria, de libro de principios, porque en teoría podemos saber muchas cosas, pero quiero que pensemos miremos lo que son esas cosas que traemos entre manos todos los días. Seguro que cuando se tocan esas cosas que nos suenan en el bolsillo, cuando se trata de pérdidas o de ganancias en lo material y en lo económico ya sabemos por donde corremos.

¿Será la incongruencia en que vivimos? Parece como si estuviéramos divididos entre los valores materiales o ganancias que no queremos perder y lo que podríamos llamar principios fundamentales que quedan muy bien en el papel para ponerles incluso un marco muy bonito, pero que no es realmente por lo que más nos preocupamos.

Hoy nos dice el evangelista que cuando llegó Jesús a aquel lugar andaban al acecho, a ver lo que hacía. Y allí en medio de todos había un hombre enfermo que tenía que estar sufriendo mucho porque su enfermedad resulta hasta incómoda y molesta. Aquellos cumplidores a rajatabla de la ley de Moisés estaban pendientes de Jesús y era un sábado. ¿Qué haría Jesús? Lo que le dictaba el amor, era, por así decirlo, algo como espontáneo que se desprendía de Jesús. Curó a aquel hombre, dispuesto incluso a llevar con paciencia las impertinencias de aquellos cumplidores. Pero Jesús, por así decirlo, les tocó los bolsillos. Si un buey o un asno, les dice Jesús,  – tan importante para sus trabajos y para sus ganancias en consecuencia – se os cae en un pozo un sábado, ¿no os afanáis haciendo lo que sea para sacarlo y no perderlo? ¿Dónde se quedaba el cumplimiento de la ley y el descanso sabático?

Es importante que en la vida tengamos las cosas claras, no como fórmulas o protocolos que tengamos muy detallados en el cuadro de honor de nuestros principios, sino como algo de lo que estemos tan empapados que nos salga espontáneamente nuestro actuar. Cuando amamos de verdad no vamos a estar con la cinta métrica para ver hasta donde tenemos que llegar, aunque sea a lo mínimo, para no quedarnos cortos.

El amor no tiene medida, el que ama de verdad ama sin medida, no pide el carné de identidad a ver a quien tenemos que amar o las credenciales para saber si es digno de nuestro amor. Amamos y nos damos y no estamos mirando cuánto nos queda en el cesto para nosotros. No hacemos otra cosa que imitar a Jesús; no hacemos otras cosas que dejarnos ir por esos carriles del amor dispuestos a llegar hasta donde sea necesario. Es la humanidad que vamos poniendo en la vida.

Cuando nos ponemos a reflexionar sobre estas cosas muchos y dispares pueden ser los pensamientos que vienen a nuestra mente. Es fácil ponernos a ver las cosas negras y nos parezca que en el mundo de hoy se ha perdido toda sensibilidad, que todo es violencia y que nos inunda una ola de desamor. Hay nubarrones, no lo vamos a negar, pero también podemos advertir  que en ciertos sectores se está despertando una bonita sensibilidad, que vemos a muchos jóvenes que en su rebeldía están queriendo hacer algo nuevo y surgen grupos, asociaciones y movimientos que nos están haciendo un llamado continuamente a la solidaridad y a la justicia.

Muchos no parten quizás desde un compromiso de su fe, pero sí es cierto que quieren poner humanidad en la vida y en el mundo. Y tenemos que apreciarlo, y motivarlo, y ayudar a que crezca esa marea de solidaridad. Y ahí tenemos que estar nosotros los cristianos, los primeros, en primera fila, porque sabemos que son signos de algo bueno que va surgiendo en nuestro mundo y se pueden convertir con nuestra presencia en señales también del Reino de Dios para nuestro mundo.

No podemos quedarnos a la distancia y como espectadores; tenemos que ser actores también en esa nueva marea de solidaridad que puede ir surgiendo en nuestro entorno. Ahí tenemos que estar presentes, porque no podemos dejar que sigan muriendo tantos en la enfermedad de su vida, porque no hemos sabido nosotros acercarnos para poner nuestra mano para curar a ese mundo enfermo.


jueves, 30 de octubre de 2025

El mundo necesita de una esperanza que lo revitalice frente a tantos cansancios y desalientos que nos envuelven, testigos de fe y de esperanza que en nosotros debería encontrar

 


El mundo necesita de una esperanza que lo revitalice frente a tantos cansancios y desalientos que nos envuelven, testigos de fe y de esperanza que en nosotros debería encontrar

Romanos 8, 31b – 39; Salmo 108; Lucas 13, 31-35

A veces una lectura demasiado ligera del evangelio nos puede dar la impresión de un cierto triunfalismo a la hora de narrarnos aquellos acontecimientos a partir de la presencia de Jesús de Nazaret en medio del pueblo; insistimos en ocasiones mucho en las multitudes que le seguían incluso a los descampados, las aclamaciones de la gente al contemplar el actuar de Jesús  y la reacción que se va provocando a partir de los signos que Jesús realiza.

Sin quitar ese brillo, porque además nos hace falta para alentar nuestra esperanza en el hoy de nuestra vivencia como cristianos en el mundo que nos rodea, es necesario que nos detengamos en páginas como las que hoy escuchamos. Se trasluce la oposición que también va encontrando Jesús y de alguna manera hacemos comparación con lo que nosotros también vivimos, porque para nosotros el evangelio es siempre luz para el día a día de nuestra vida.

Jesús va camino de Jerusalén, consciente además de lo que va a significar su subida a Jerusalén, recordemos los anuncios que va haciendo, aunque a los discípulos más cercanos tanto les cueste entenderlo. De camino unos fariseos – precisamente es bien significativo que sean precisamente unos fariseos – se le acercan para decirle que Herodes lo anda buscando. En algún momento parecería que Herodes estaba interesado en lo que hacía o enseñaba Jesús, aunque no se le quitaba de encima la espina de la muerte de Juan Bautista precisamente a sus manos. Ahora parecería que la advertencia que le hacen los fariseos es para que se cuide y no se ponga en peligro.

Es la reacción de los que se sienten con poder y les parece que cualquier novedad que pueda ir surgiendo en su entorno es un peligro para ellos. Así andan nuestros gobernantes tantas veces tan cautos, atentos a lo que se pueda decir de ellos, aunque lo disimulen bien, y con su propaganda tratar de influir en la gente sencilla creando confusiones; lo estamos viendo cada día. ¿Era un peligro Herodes para Jesús de la misma manera que Herodes podía sentir que Jesús fuera un peligro para su Reino?

Parece que Jesús no le da importancia, o la importancia que algunos pretenden, pues dice que seguirá fiel a su misión un día y otro, y que su destino está en Jerusalén. Un día allí van a recibirle con las aclamaciones del pueblo. ‘Os digo que no me veréis hasta el día en que digáis: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!

Pero el dolor que Jesús siente realmente es como está siendo rechazado por Jerusalén, no el pueblo en sí mismo aunque bien sabemos cómo cambiarán sus reacciones al ser manipulados, sino por los dirigentes a quienes no les gusta el anuncio del Reino de Dios que Jesús está haciendo, porque de alguna manera ven un peligro para sus situaciones de privilegio. Y Jesús llora ya, aunque lo contemplemos con ese llanto en otra ocasión, por lo que le va a suceder a la ciudad de Jerusalén. En otros momentos serán otros los anuncios que Jesús hace del futuro del templo y de la ciudad de Jerusalén.

Jesús se mantiene fiel a su misión de anunciar y construir el Reino de Dios. Es el mensaje que nosotros recibimos de este texto que estamos comentando, como decíamos, comparando también lo que son nuestras situaciones en ocasiones también nada fáciles para hacer ese anuncio del Reino de Dios.  

¿Escuchará el mundo que nos rodea ese mensaje que tratamos de transmitir? También podemos encontrar rechazo o indiferencia en tantos a nuestro lado que no llegan a entender ese anuncio del Reino de Dios del que nosotros queremos dar testimonio. Quizás nuestro testimonio en ocasiones se queda diluido porque nos falta coraje para mostrarnos como verdaderos testigos. Las sombras de debilidad que acompañan nuestra vida pueden hacer que no sea creíble nuestro mensaje, pero aun desde nuestra debilidad y con nuestras sombras tenemos que seguir queriendo hacer el anuncio.

Nuestro mundo lo necesita. El mundo necesita de una esperanza que lo revitalize frente a tantos cansancios y desalientos por la violencia que envuelve a nuestro mundo. Hay personas que quieren encontrar ese rayo de luz y nosotros tenemos que ofrecerlo sin cobardía, sin luces mitigadas, sin miedos.

El mundo necesita testigos de fe y de esperanza que en nosotros debería encontrar. ¿Dónde están nuestras obras? ¿Dónde está nuestro compromiso de amor?

 


miércoles, 29 de octubre de 2025

Hoy vemos en el evangelio que algunos le preguntan a Jesús si serán muchos o pocos los que logren salvarse, pero ¿qué significará ese salvarse o no?

 


Hoy vemos en el evangelio que algunos le preguntan a Jesús si serán muchos o pocos los que logren salvarse, pero ¿qué significará ese salvarse o no?

Romanos 8,26-30; Salmo 12; Lucas 13,22-30

Siempre andamos buscándonos caminos fáciles. ¿Para ir a ese lugar no hay otro sendero que no sea tan exigente? Nos parece que son vueltas y revueltas innecesarias y que podríamos encontrar otras soluciones más fáciles; todos queremos ser ingenieros para trazar los caminos que nos faciliten el recorrido. ¿Y no hay otro camino que sea más cómodo o más fácil donde no tengamos que hacer tanto esfuerzo?,  nos preguntamos cuando el camino se  hace cuesta arriba, vemos las situaciones difíciles que tenemos que afrontar. Y queremos buscar otros senderos que no tengan tantas exigencias. Pero ya nuestra sabiduría popular tiene sus dichos y sentencias y nos dice que ‘quien deja el camino por el atajo…’

No es que queramos ser ingenieros de caminos para trazar buenas autopistas, sino que en ese recorrido que tenemos que hacer en la vida ya queremos ingeniarnos para pasarlo de la mejor manera posible y con el menor esfuerzo. Y no es solo el plan de vida cómoda en que nos estamos educando hoy en que todo está permitido y analicemos bien lo que estamos ofreciendo a las generaciones que vienen tras nosotros. Es que cuando se trata de nuestro crecimiento personal, de nuestra maduración como personas, de la seriedad y responsabilidad con que hemos de asumir la vida, enseguida comenzamos a decir que la vida es difícil, que tiene que haber otra cosa y otra manera de plantearnos ese camino de la vida. ¿No andaremos con una flojera crónica en la vida y ante la menor dificultad nos ahogamos?

Y esto nos pasa en el camino de nuestra vida cristiana. Si no, veamos en qué convertimos todo lo que tendría que ser la vivencia de nuestra fe. ¿Tendremos en verdad ansias de vida eterna? ¿No habremos convertido nuestra vida cristiana en unos parches que colocamos en algunos momentos como cartelitos que digan que aquello que vivimos es ser cristiano, pero realmente andamos muy lejos de los planteamientos y exigencias que nos propone el evangelio? Yo, ya cumplo, decimos, porque quizás vamos a Misa alguna vez o nos contentamos verla por la televisión mientras estamos quizás entretenidos en otras cosas; yo ya cumplo porque trato de no molestar a nadie y que cada uno viva su vida; yo ya cumplo porque bauticé a mis hijos y quise que hicieran la primera comunión, pero luego ellos que decidan y hagan lo que les parezca.

Yo ya cumplo, repetimos, pero ¿donde estamos manifestando un compromiso desde esa fe con la vida, con la mejora de nuestro mundo, con los problemas que afectan a la vida de tantos, con la construcción de una sociedad más justa? ¿Dónde estamos preocupándonos por vivir esos valores que nos enseña el evangelio y con los que construir el Reino de Dios en nuestro mundo? ¿Acaso eso nos suena a sueños de otros tiempos y que ya todo eso está pasado de moda?

Hoy vemos en el evangelio que algunos le preguntan si serán muchos o pocos los que logren salvarse. Pero ¿qué significará ese salvarse o no? Y Jesús nos dice que nos afanemos por entrar por la puerta estrecha, porque es la que va a hacer verdadero camino. Porque puede ser que lleguemos y ya nos encontremos la puerta cerrada y no nos reconozcan, aunque nosotros digamos que hemos sido muy cumplidores. ‘No os conozco, no sé quienes sois’, terribles palabras que podríamos escuchar. Y podremos ver que otros a los que nosotros no considerábamos tan dignos van a entrar primero. ¡Ay de las distinciones entre unos y otros que nos hacemos tantas veces en la vida considerándonos que nosotros somos superiores o mejores!

Y nos habla Jesús de saber hacernos los últimos, porque tenemos que aprender a ser los servidores de todos. Claro que ceñirnos la toalla y ponernos a lavar los pies a los demás no es tarea del gusto de todos, no es tarea fácil. Pero a El lo contemplamos haciéndolo y nos dice que si El que es el Maestro y el Señor lo ha hecho, nosotros también debemos hacérnoslos los unos a otros. ¿Estaremos dispuestos? ¿Nos parece un camino difícil? ¿Habrá otro más fácil?

martes, 28 de octubre de 2025

Ocasión para detenernos a ver esos momentos o esos signos que nos llegan a través de quienes nos aman de lo que es el amor que Dios nos tiene llamándonos por nuestro nombre

 


Ocasión para detenernos a ver esos momentos o esos signos que nos llegan a través de quienes nos aman de lo que es el amor que Dios nos tiene llamándonos por nuestro nombre

Efesios 2, 19-22; Salmo 18; Lucas 6, 12-19

Todos tenemos un nombre, un nombre que nos identifica; nos gusta que nos llamen por nuestro nombre; tiene su importancia, porque yo soy yo y no otro, y mi nombre me identifica, lo que es mi vida y lo que soy, lo que hago o lo que tengo que hacer, lo que ha enriquecido mi vida con sus cualidades y valores y lo que estoy llamado a hacer, mi misión. Mucho podríamos decir aún más del nombre, que en algunas culturas incluso tratan de expresar en esa palabra, que se puede inventar para la ocasión, la descripción de la persona, con su identidad o con su misión en la vida.

Y uniendo esta previa reflexión con el mensaje del evangelio tenemos que decir que Dios nos ama con nuestro nombre. Ama a la humanidad que ha creado, pero te ama a ti y me ama a mí. Y ese amor de Dios que nos llama y nos ama por nuestro nombre se manifiesta en algo concreto que Dios nos da que así, podríamos decir, nos identifica. Pensemos, por ejemplo, que llamándonos por nuestro nombre hemos sido bautizados.

A lo largo del evangelio vemos que a Jesús le sigue mucha gente, que quizás para nosotros se conviertan en gente anónima y sin nombre. Pero gestos y detalles por parte de Jesús, hay momentos en que vemos que la llamada de Jesús es por el nombre. Los evangelistas nos lo concretan en unos momentos o personajes determinados, de los que se dice su nombre en el evangelio, pero hoy nos encontramos con un texto en que Jesús, después de pasar la noche en oración, va llamando por su nombre a aquellos a los que elige de manera especial con su misión de ser apóstoles. Pero fijémonos en el relato de san Lucas que hoy escuchamos cómo cuando se repiten los nombres los señalará con un segundo nombre o una referencia para diferenciar unos y otros. Santiago (que es el Zebedeo) y Santiago el de Alfeo, Simón a quien llamará Pedro y Simón llamado el Zelote, Judas el de Santiago y Judas Iscariote, es muy significativo.

Llamará a Zaqueo para que baje de la higuera para hospedarse en su casa, con los maravillas que allí se van a realizar; Será Jairo, el jefe de la Sinagoga al que le pide fe para que su hija viva; será Simón el fariseo que invita a Jesús comer en su casa donde nos hará un anuncio hermoso; será Nicodemo el que fue de noche a ver a Jesús a quien le hablará del nacer de nuevo por el agua y el Espíritu; serán muy significativos los nombres de las mujeres que le siguen o están al pie de la cruz siendo a ellas a las que primero se manifestará resucitado, o de aquella familia de Betania que le acoge en su casa, Marta y María a las que llamará por su nombre. Serán muchos los momentos en que se dirige Jesús así de manera directa a aquellos con quienes habla o le confía una misión.

Nos hace pensar en nuestro nombre con el cual Dios nos ama. Y decir nuestro nombre es recordar nuestra historia personal, con sus luces y con sus sombras, con nuestros momentos de fervor pero también con nuestros momentos de duda y de crisis, con los momentos en que nos hemos sentido agobiados por nuestros problemas o hemos sentido el peso de tantas cosas sobre nuestra vida, con nuestros momentos de entrega y compromiso y con todo lo bueno que hemos intentado ir haciendo en el camino de nuestra vida como también en esos momentos negativos y de fracaso, de negación o de frialdad que hayamos vivido, pero donde nunca nos ha faltado ese amor de Dios que ha llegado y se ha manifestado en tantas cosas concretas de nuestra vida.

¿Será un momento de detenernos a dar gracias a Dios? ¿No será oportuno disfrutar de esa paz que nos da el sentirnos amados de Dios? ¿No será en verdad un punto de apoyo y de arranque para sentirnos fuertes para hacer esa carrera de fidelidad hasta el final para alcanzar la corona de la gloria del Señor? ¿No tendríamos que detenernos a ver esos momentos o esos signos que nos pueden llegar a través de quienes nos aman de lo que es el amor que Dios nos tiene llamándonos por nuestro nombre?


lunes, 27 de octubre de 2025

Una verdadera compasión en nuestra vida nos lleva siempre a actuar de inmediato, signo de la verdadera liberación que Jesús nos viene a ofrecer

 


Una verdadera compasión en nuestra vida nos lleva siempre a actuar de inmediato, signo de la verdadera liberación que Jesús nos viene a ofrecer

 Romanos 8,12-17; Salmo 67; Lucas 13,10-17

Está bien, le decimos a alguien que nos viene a contar un problema, una necesidad, pero yo ahora no puedo hacer nada, lo siento mucho, le decimos quizás mostrando compasión, pero vamos a dejarlo para mañana y veremos de encontrar alguna solución. Lo habremos hecho alguna vez, pero es lo que vemos muchas veces cuando alguien desde su pobreza o necesidad, desde los problemas que está padeciendo acude a una oficina, acude a una institución, acude a unos servicios llamados sociales, pero le dan largas, les dicen que es difícil, que tiene que traer no sé cuantas justificaciones y la persona se va con su pobreza, mientras aquel que tenía que atenderla sigue con sus rutinas, pero a él no le faltará un sueldo a final de jornada o a final de mes.

¿Dónde está la humanidad? ¿Dónde está la verdadera compasión? La compasión no puede ser como una emoción del momento, si no comenzamos a actuar en el mismo instante que conocemos la necesidad. Pero vamos por la vida demasiado insensibilizados, nos falta verdadera humanidad. Y cuesta encontrarla. Seguimos pensando demasiado en nosotros mismos, mientras nosotros tenemos la cama calentita, por decirlo de alguna manera. Nos cuesta romper esas corazas.

Jesús al llegar un sábado a la sinagoga – era el momento de la proclamación de la ley y los profetas y de la oración de la comunidad, y aprovechaba Jesús para hacer la lectura y hacer el anuncio del Reino de Dios – pero se encuentra con una mujer enferma. Sus dolores quizás la habían imposibilitado de tal manera que andaba siempre encorvada y no podía enderezarse de forma normal. Imaginemos dolores y sufrimientos, imaginemos sus consecuencias por las limitaciones que ello significaba para su vida y para su trabajo. Andamos cojos porque nos duele una rodilla o la cadera y qué pronto hoy buscamos la baja y que socialmente se nos ayude. En aquellos momentos significaba pobreza que podía llevar a situaciones extremas.

Allí donde hay dolor y sufrimiento está pronta la compasión de Jesús. La liberación del mal era la señal del Reino de Dios que Jesús anunciaba. Liberación significaba redimir a las personas de sus limitaciones y sufrimientos, como señal de la libertad verdadera que en el Reino de Dios vamos a encontrar. Jesús no podía cruzarse de brazos y decir que esperaba, porque además era sábado; y no es que el sábado estuvieran cerradas el despacho del médico o quien pudiera curarla, sino que había una limitaciones a las que se les había dando un tinte religioso por lo que no se podía hacer una curación el sábado, era un trabajo porque era sanar a alguien de su dolor o enfermedad.

Pero Jesús siempre compasivo y misericordioso como era el corazón de Dios venía también a ofrecernos la más profunda liberación. Y la compasión de Jesús le lleva a actuar al instante; llamando a aquella mujer la puso en medio de todos y la curó. Pero también otras muchas dependencias que nos imponemos los hombres que se convierten en esclavitudes. Como había anunciado en la sinagoga de Nazaret venía lleno del Espíritu divino para liberar al hombre de toda opresión; era la buena nueva que había que anunciar a los pobres, ‘los pobres son evangelizados’.

Aquel signo de Jesús en la curación de aquella mujer quería significar mucho, aunque no todos lo comprendieran. La gente se admiraba y daba gloria a Dios por las maravillas que se hacían, pero allá estaba el encargado de la sinagoga diciendo que vinieran otros día para curarse, porque había que guardar el descanso sabático.

¿Dejamos al animal que se ahogue en el pozo si cae en él un sábado o procuraremos sacarlo de inmediato? ¿Y qué hacemos con las personas? Sí, tenemos que seguir preguntándonos cómo de alguna forma Jesús les estaba dando a entender, ¿qué hacemos con las personas? ¿Serán más importantes las normas y los protocolos que la ayuda que le podamos prestar a alguien que está sufriendo? Si seguimos reflexionándolo nos daremos cuenta de muchas situaciones en que le damos más importancia a las cosas, a las reglas, a no sé cuántos ordenamientos que a las personas y la humanidad que tenemos que poner en nuestro trato. Que haya una verdadera compasión en nuestra vida que nos lleve siempre a actuar de inmediato.


domingo, 26 de octubre de 2025

Ojalá aprendamos a bajarnos de los pedestales de la autosuficiencia, prestigios y prepotencias para aprender a ir al encuentro con el Señor y también con los demás

 


Ojalá aprendamos a bajarnos de los pedestales de la autosuficiencia, prestigios y prepotencias para aprender a ir al encuentro con el Señor y también con los demás

Eclesiástico 35, 12-14. 16-19ª; Sal. 33; 2Tim. 4, 6-8. 16-18; Luc. 18, 9-14

La prepotencia es una cosa tan apetitosa y tan engañosa que cuando menos lo esperamos a pesar de las cosas bonitas que digamos de la humildad pronto nos vemos revestidos de esa vanidad. Decimos que somos humildes pero no dejamos nadie se nos atraviese por delante y ocupe aquel lugar que nosotros apetecemos; mejor que nosotros no hay nadie y nadie podrá hacer las cosas tan bien como lo hacemos nosotros; vemos como aparecen los reflujos del orgullo y de la vanidad; pronto diremos que somos muy buenos y que hacemos tantas cosas buenas, la lista la sabemos elaborar sin titubeos, que nadie podrá llegar al talón de nuestro zapato. Pero cuando se desinflen esos ropajes cómo nos vamos a ver, qué va a quedar de nosotros. Por mucho que levantemos el talón pronto nos vamos a ver descalzos.

El evangelio es claro. Nos dirá incluso el evangelista que ‘Jesús dijo esta parábola a algunos que se confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás’. Es la conocida parábola de los dos hombres que suben al templo a orar, uno era un fariseo y el otro un publicano. Ya conocemos por el resto del evangelio la prepotencia con que se distinguían aquellos dirigentes del pueblo que se creían los mejores y los más cumplidores. Formaban un grupo religioso muy radical a la hora de interpretación de la ley pero no se destacaban precisamente por su humanidad. Aunque opositores casi por principios a la renovación que Jesús ofrecía en el anuncio del Reino de Dios que podía ir contra sus intereses y posicionamientos, algunas vemos que quieren agraciarse con Jesús y le invitan incluso a comer a su casa.

Por el contrario conocemos el desprestigio con que se tenía a aquellos cuyo oficio es la recaudación de los impuestos y de alguna manera por su poder económico en cierto modo se convertían en los prestamistas ante las necesidades económicas de los demás. Ya sabemos que donde suenan los dineros en los bolsillos está también la tentación de la codicia y de la usura, lo cual ya de por si ponía una marca a todos los que tenían este oficio siendo despreciados de forma habitual. En el evangelio veremos al publicano que quería ver a Jesús y en su encuentro con El, porque Jesús quiso hospedarse en su casa, todo cambió en su vida, devolviendo, compensando y compartiendo para comenzar una nueva vida. De entre ellos Jesús escogería, sin embargo, a uno para ser del grupo de los discípulos más cercanos, a los que llamaría apóstoles.

Hoy encontramos la contraposición entre unos y otros, en la actitud con que ambos oraban a Dios en su subida al templo. Al fariseo lo veremos allí de pie en medio de todos - ¿no eran los que tocaban campanillas a su paso sobre todo cuando iban a hacer alguna limosna? ¿No eran los que buscaban respeto y veneración ocupando los primeros puestos allá por donde iban? – así era la oración que dirigía al Señor. No soy como esos… yo pago mis impuestos… yo hago limosna… yo soy siempre un fiel cumplidor de la ley… yo, yo, yo... ¿Se estaba dirigiendo a Dios o estaba haciendo una apología de sí mismo?

Mientras el publicano allá en un rincón no se atrevía a levantar los ojos del suelo. Su oración no era letanía de bondades sino que era súplica humilde. ‘Apártate de mí que soy un hombre pecador’, había dicho un día Pedro allá en la barca cuando la pesca milagrosa porque vio la obra de Dios. ‘No soy digno de que entres en mi casa…’ decía aquel centurión que aunque tenía su grandeza y su poder en razón de su servicio, no se sentía digno de que Jesús entrara en su casa, pero manifestaba sin embargo la confianza absoluta en la palabra de Jesús. ¿Y no podemos recordar aquí la humildad de María en Nazaret cuando el anuncio del ángel para sentir que ella era solamente la esclava del Señor y que se cumpliera en ella su palabra?

Ten piedad de mí que soy un hombre pecador’, repetía humildemente aquel publicano allá al fondo del templo. ‘Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias. El Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos’, que rezamos con el salmo. ‘La oración del humilde atraviesa las nubes, y no se detiene hasta que alcanza su destino’, que nos decía el libro del Antiguo Testamento.

¿No podríamos recordar aquí el cántico de María en el que proclama ‘que el Señor derribó del trono a los poderosos y enalteció a los humildes’? El evangelio terminará diciéndonos que ‘el publicano bajó a su casa justificado, y el fariseo no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido’.

¿Nos servirá de lección para nuestra vida? Con corazón humilde vayamos al encuentro del Señor y nos llenaremos de su amor pero además aprenderemos también ir con espíritu humilde al encuentro de los demás ofreciendo siempre el abrazo de nuestra amistad, de nuestra comprensión y nuestro perdón. ¿Terminaremos bajándonos de los pedestales de nuestras autosuficiencias, nuestros prestigios y prepotencias?