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viernes, 31 de octubre de 2025

Amamos y nos damos y no estamos mirando cuánto nos queda en el cesto para nosotros, nos dejamos ir por los carriles del amor dispuestos a llegar hasta donde sea necesario

 


Amamos y nos damos y no estamos mirando cuánto nos queda en el cesto para nosotros, nos dejamos ir por los carriles del amor dispuestos a llegar hasta donde sea necesario

Romanos 9,1-5; Salmo 147; Lucas 14,1-6

¿Cuáles son las cosas por las que en el día a día de nuestra vida somos capaces de dejarlo todo por conseguirlo? No quisiera que diéramos una respuesta, por así decirlo, de memoria, de libro de principios, porque en teoría podemos saber muchas cosas, pero quiero que pensemos miremos lo que son esas cosas que traemos entre manos todos los días. Seguro que cuando se tocan esas cosas que nos suenan en el bolsillo, cuando se trata de pérdidas o de ganancias en lo material y en lo económico ya sabemos por donde corremos.

¿Será la incongruencia en que vivimos? Parece como si estuviéramos divididos entre los valores materiales o ganancias que no queremos perder y lo que podríamos llamar principios fundamentales que quedan muy bien en el papel para ponerles incluso un marco muy bonito, pero que no es realmente por lo que más nos preocupamos.

Hoy nos dice el evangelista que cuando llegó Jesús a aquel lugar andaban al acecho, a ver lo que hacía. Y allí en medio de todos había un hombre enfermo que tenía que estar sufriendo mucho porque su enfermedad resulta hasta incómoda y molesta. Aquellos cumplidores a rajatabla de la ley de Moisés estaban pendientes de Jesús y era un sábado. ¿Qué haría Jesús? Lo que le dictaba el amor, era, por así decirlo, algo como espontáneo que se desprendía de Jesús. Curó a aquel hombre, dispuesto incluso a llevar con paciencia las impertinencias de aquellos cumplidores. Pero Jesús, por así decirlo, les tocó los bolsillos. Si un buey o un asno, les dice Jesús,  – tan importante para sus trabajos y para sus ganancias en consecuencia – se os cae en un pozo un sábado, ¿no os afanáis haciendo lo que sea para sacarlo y no perderlo? ¿Dónde se quedaba el cumplimiento de la ley y el descanso sabático?

Es importante que en la vida tengamos las cosas claras, no como fórmulas o protocolos que tengamos muy detallados en el cuadro de honor de nuestros principios, sino como algo de lo que estemos tan empapados que nos salga espontáneamente nuestro actuar. Cuando amamos de verdad no vamos a estar con la cinta métrica para ver hasta donde tenemos que llegar, aunque sea a lo mínimo, para no quedarnos cortos.

El amor no tiene medida, el que ama de verdad ama sin medida, no pide el carné de identidad a ver a quien tenemos que amar o las credenciales para saber si es digno de nuestro amor. Amamos y nos damos y no estamos mirando cuánto nos queda en el cesto para nosotros. No hacemos otra cosa que imitar a Jesús; no hacemos otras cosas que dejarnos ir por esos carriles del amor dispuestos a llegar hasta donde sea necesario. Es la humanidad que vamos poniendo en la vida.

Cuando nos ponemos a reflexionar sobre estas cosas muchos y dispares pueden ser los pensamientos que vienen a nuestra mente. Es fácil ponernos a ver las cosas negras y nos parezca que en el mundo de hoy se ha perdido toda sensibilidad, que todo es violencia y que nos inunda una ola de desamor. Hay nubarrones, no lo vamos a negar, pero también podemos advertir  que en ciertos sectores se está despertando una bonita sensibilidad, que vemos a muchos jóvenes que en su rebeldía están queriendo hacer algo nuevo y surgen grupos, asociaciones y movimientos que nos están haciendo un llamado continuamente a la solidaridad y a la justicia.

Muchos no parten quizás desde un compromiso de su fe, pero sí es cierto que quieren poner humanidad en la vida y en el mundo. Y tenemos que apreciarlo, y motivarlo, y ayudar a que crezca esa marea de solidaridad. Y ahí tenemos que estar nosotros los cristianos, los primeros, en primera fila, porque sabemos que son signos de algo bueno que va surgiendo en nuestro mundo y se pueden convertir con nuestra presencia en señales también del Reino de Dios para nuestro mundo.

No podemos quedarnos a la distancia y como espectadores; tenemos que ser actores también en esa nueva marea de solidaridad que puede ir surgiendo en nuestro entorno. Ahí tenemos que estar presentes, porque no podemos dejar que sigan muriendo tantos en la enfermedad de su vida, porque no hemos sabido nosotros acercarnos para poner nuestra mano para curar a ese mundo enfermo.


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