El mundo necesita de una esperanza que lo revitalice frente a tantos cansancios y desalientos que nos envuelven, testigos de fe y de esperanza que en nosotros debería encontrar
Romanos 8, 31b – 39; Salmo 108; Lucas 13, 31-35
A veces una lectura demasiado ligera del evangelio nos puede dar la impresión de un cierto triunfalismo a la hora de narrarnos aquellos acontecimientos a partir de la presencia de Jesús de Nazaret en medio del pueblo; insistimos en ocasiones mucho en las multitudes que le seguían incluso a los descampados, las aclamaciones de la gente al contemplar el actuar de Jesús y la reacción que se va provocando a partir de los signos que Jesús realiza.
Sin quitar ese brillo, porque además nos hace falta para alentar nuestra esperanza en el hoy de nuestra vivencia como cristianos en el mundo que nos rodea, es necesario que nos detengamos en páginas como las que hoy escuchamos. Se trasluce la oposición que también va encontrando Jesús y de alguna manera hacemos comparación con lo que nosotros también vivimos, porque para nosotros el evangelio es siempre luz para el día a día de nuestra vida.
Jesús va camino de Jerusalén, consciente además de lo que va a significar su subida a Jerusalén, recordemos los anuncios que va haciendo, aunque a los discípulos más cercanos tanto les cueste entenderlo. De camino unos fariseos – precisamente es bien significativo que sean precisamente unos fariseos – se le acercan para decirle que Herodes lo anda buscando. En algún momento parecería que Herodes estaba interesado en lo que hacía o enseñaba Jesús, aunque no se le quitaba de encima la espina de la muerte de Juan Bautista precisamente a sus manos. Ahora parecería que la advertencia que le hacen los fariseos es para que se cuide y no se ponga en peligro.
Es la reacción de los que se sienten con poder y les parece que cualquier novedad que pueda ir surgiendo en su entorno es un peligro para ellos. Así andan nuestros gobernantes tantas veces tan cautos, atentos a lo que se pueda decir de ellos, aunque lo disimulen bien, y con su propaganda tratar de influir en la gente sencilla creando confusiones; lo estamos viendo cada día. ¿Era un peligro Herodes para Jesús de la misma manera que Herodes podía sentir que Jesús fuera un peligro para su Reino?
Parece que Jesús no le da importancia, o la importancia que algunos pretenden, pues dice que seguirá fiel a su misión un día y otro, y que su destino está en Jerusalén. Un día allí van a recibirle con las aclamaciones del pueblo. ‘Os digo que no me veréis hasta el día en que digáis: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!’
Pero el dolor que Jesús siente realmente es como está siendo rechazado por Jerusalén, no el pueblo en sí mismo aunque bien sabemos cómo cambiarán sus reacciones al ser manipulados, sino por los dirigentes a quienes no les gusta el anuncio del Reino de Dios que Jesús está haciendo, porque de alguna manera ven un peligro para sus situaciones de privilegio. Y Jesús llora ya, aunque lo contemplemos con ese llanto en otra ocasión, por lo que le va a suceder a la ciudad de Jerusalén. En otros momentos serán otros los anuncios que Jesús hace del futuro del templo y de la ciudad de Jerusalén.
Jesús se mantiene fiel a su misión de anunciar y construir el Reino de Dios. Es el mensaje que nosotros recibimos de este texto que estamos comentando, como decíamos, comparando también lo que son nuestras situaciones en ocasiones también nada fáciles para hacer ese anuncio del Reino de Dios.
¿Escuchará el mundo que nos rodea ese mensaje que tratamos de transmitir? También podemos encontrar rechazo o indiferencia en tantos a nuestro lado que no llegan a entender ese anuncio del Reino de Dios del que nosotros queremos dar testimonio. Quizás nuestro testimonio en ocasiones se queda diluido porque nos falta coraje para mostrarnos como verdaderos testigos. Las sombras de debilidad que acompañan nuestra vida pueden hacer que no sea creíble nuestro mensaje, pero aun desde nuestra debilidad y con nuestras sombras tenemos que seguir queriendo hacer el anuncio.
Nuestro mundo lo necesita. El mundo necesita de una esperanza que lo revitalize frente a tantos cansancios y desalientos por la violencia que envuelve a nuestro mundo. Hay personas que quieren encontrar ese rayo de luz y nosotros tenemos que ofrecerlo sin cobardía, sin luces mitigadas, sin miedos.
El mundo necesita testigos de fe y de esperanza que en nosotros debería encontrar. ¿Dónde están nuestras obras? ¿Dónde está nuestro compromiso de amor?
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