Si
Jesús fue signo de contradicción entre los que le rodeaban el testimonio de
nuestra vida fiel lo será también para los hombres de nuestro tiempo como signo
de fidelidad
Hechos de los apóstoles 16, 1-10; Sal
99; Juan 15, 18-21
Podríamos pensar algunas veces que
porque somos creyentes, unas personas piadosas quizá, y queremos vivir con toda
fidelidad nuestra vida cristiana y nuestro seguimiento de Jesús, ya todo tendría
que salirnos bien, que los problemas tendrían que desaparecer, que a nosotros
no nos puede pasar nada malo. Un poquito aquello del orgullo de sentirnos
cristianos pero al mismo tiempo la seguridad de que nuestra vida va a discurrir
siempre con toda paz y armonía, porque en algo tendría quizá que premiarnos el
Señor ya que nosotros queremos ser buenos.
Y claro cuando nos surgen problemas y
contradicciones quizá con aquellos que más cercanos están a nosotros y no nos
comprenden, nos puede entrar el desaliento y un poco ponernos quizás contra
Dios que así nos trata y no escucha nuestras peticiones y las cosas que le
ofrecemos cada día.
Para algunos la tentación puede ser tan
fuerte que pudiera ponerse en peligro su fe y su confianza en el Señor; casos
podemos conocer de gente que por esas circunstancias adversas de la vida todo
lo abandona y al final hasta nada quieren saber de religión ni de cristianismo.
Claro que eso estaría demostrándonos la debilidad de nuestra fe, y también lo
poco que quizá escuchamos la palabra del Señor. ¿Buscamos la vivencia de la fe
solo como un remedio o una solución de nuestros males o nuestros problemas?
Pero no nos dice el Señor que por
seguirle lo vamos a tener todo solucionado en la vida y no nos aparecerán
problemas. Cuántas veces nos habla Jesús de las persecuciones incluso con que
nos podremos encontrar. Cuando Pedro un día le dice qué es lo que les espera a
ellos que lo han dejado todo por seguirle, Jesús además de decirle que todo
aquello que han dejado lo van a ver multiplicado pero quizá en otro sentido,
pero también les dice que no les faltarán persecuciones, pero que al final
alcanzarán en su fidelidad la vida eterna. Tendemos a ir buscándonos premios
por lo que hacemos, y cuanto más pronto nos aparezcan esos premios mejor.
Pero Jesús ya nos advierte que el
siervo no es más que su amo, ni el discípulo mayor que su maestro. Y nos dice
Jesús que si a El lo persiguieron, también nosotros vamos a encontrar
persecuciones en nuestra vida. Nos habla de que el mundo nos odia, como le
odiaron a El. Ya el anciano Simeón le anunció a María y a José allá en el
templo cuando la presentación que aquel niño iba a ser signo de contradicción.
Y ya lo vemos a través del evangelio la gente se va decantando ante El, unos le
seguirán, alabarán sus palabras y su mensaje por tanta esperanza que va
sembrando en sus corazones, pero otros se pondrán en contra, nunca querrán
entender sus palabras y le llevarán hasta la Cruz.
Eso es lo que significa el mensaje de
Jesús en medio del mundo, un signo de contradicción. Unos lo entenderán, otros
se pondrán en contra. Eso es la Iglesia en medio del mundo, eso tenemos que ser
nosotros en medio de los que nos rodean.
No es que busquemos la contradicción
porque siempre nuestro mensaje, con nuestras palabras y con el testimonio de
nuestra vida, tendría que ser un mensaje de esperanza, un rayo de luz en medio
del mundo, pero ya decía el evangelio de san Juan desde el principio que las
tinieblas no quisieron recibir la luz, la rechazaron; y es lo que vamos a
encontrar nosotros en la medida en que seamos fieles de verdad al mensaje de
Jesús.
No entenderán nuestro mensaje, sino que
mas bien lo malinterpretarán, querrán hacernos decir cosas que no hemos dicho
ni entran en nuestros principios, querrán arrimar siempre el ascua a su
sardina, se van a creer en la posesión de la verdad absoluta y se mostrarán
siempre enfrentados al mensaje del evangelio aunque muchas veces se haga de una
forma muy sutil.
Pero eso nos obliga a ser fieles de
verdad al mensaje del evangelio, a no tratar de hacernos rebajas para ganarnos
a los otros, porque ese no es el camino. Tampoco tenemos que amoldarnos a los
deseos del mundo, y esa es una gran tentación que sufrimos los cristianos y que
padece también la Iglesia.
Cuidemos que no nos pongamos a hablar
de tantas cosas que le interesan al mundo, y olvidemos el auténtico mensaje del
evangelio. Es cierto que tenemos que preocuparnos por los problemas del mundo,
pero nunca podemos obviar ni ocultar lo que es el mensaje del evangelio que es
el que da verdadera vida al mundo. Hay quien denuncia que nos puede estar
pasando eso también en la Iglesia de hoy y olvidemos el mensaje de Jesús. No
nos importe ser signo de contradicción porque puede ser signo de nuestra
fidelidad.