Necesitamos
llevar los ojos bien abiertos con las pupilas dilatadas con los colirios de la
fe y del amor para hacer que todos quepan en nuestro corazón sin ninguna
distinción
Hechos 15,22-31; Sal 56: Juan 15, 12-17
Alguien ha definido la pascua como el
tiempo del amor. Es el tiempo en que se derrama el Espíritu sobre nuestros
corazones y es Espíritu de amor. Ya en el primer día de la pascua
contemplábamos como Jesús derramaba su Espíritu sobre los apóstoles en el
cenáculo para el perdón de los pecados y concluiremos el tiempo pascual en la
fiesta del Espíritu, Pentecostés, que se derrama como espíritu de amor sobre
todo los que creemos en Jesús.
Repetidamente en el evangelio vamos
escuchando, como lo hacemos estos días, la invitación y el mandato de Jesús que
es el amor que ha de ser de verdad nuestro distintivo, nuestra auténtica señal
de identidad, y al mismo tiempo vamos invocando al Espíritu que nos anuncia
Jesús para que se derrame sobre nosotros y nos transforme los corazones.
Nos pide Jesús que nos amemos y que nos
amemos como El nos ha amado y a continuación nos pone el listón bien alto. ‘Nadie tiene amor más grande que el que da
la vida por sus amigos’.
Y nos dice que somos sus amigos, que El ha sido quien nos ha elegido y que
hemos de dar en consecuencia frutos de amor. Significará entonces la entrega
que nosotros hemos de vivir para amar con un amor como el de Jesús. ¿Estaremos
nosotros también a dar la vida por nuestros amigos? Es el amor más grande, es
el amor que nosotros hemos de vivir.
Pero como nos
ha ido señalando a lo largo del evangelio no solo hemos de amar a los que nos
aman, saludar a los que nos saludan; como nos dice El mismo, eso lo hace
cualquiera. Pero nosotros no somos cualquiera, nosotros somos los que hemos
experimentado en nuestra vida el amor del Señor, somos los amados de Dios que
hemos de amar con un amor igual. Por eso nos hablará de la comprensión y de la
misericordia de las que hemos de llenar nuestro corazón, para amar a todos,
para ser comprensivos y misericordiosos con todos, para parecernos al Padre que
es compasivo y misericordioso, que ha de ser nuestra meta y que vemos reflejado
en el rostro de Cristo.
Pero esto
no puede ser una doctrina o una teoría, esto hemos de traducirlo en las obras
de cada día de nuestra vida, con aquellos que están a nuestro lado que decimos
que amamos pero que tantas veces tienen que soportar nuestros desaires y
nuestro mal humor, pero que hemos de traducir en lo que hagamos con cualquiera
que nos vayamos encontrando en el camino de la vida.
Quien ama
con un amor como el de Jesús no podrá ir por la vida con los ojos cerrados para
no ver, para que no nos hieran los sufrimientos de los demás, para
desentendernos de los problemas de los otros. Nuestro corazón nunca se podrá
cerrar, siempre ha de ser un corazón abierto en el que vayamos poniendo el
sufrimiento y las carencias de los hermanos con los que nos vamos encontrando.
Claro, se necesita llevar los ojos bien abiertos, con las pupilas bien
dilatadas con los colirios de la fe y del amor para que quepan todos en nuestro
corazón.
Es el
tiempo de la pascua que es el tiempo del amor, como decíamos al principio. Es
el paso de Dios por nuestra vida que llega a nosotros en tantos crucificados
que nos vamos encontrando en los caminos, pero a los que hemos de conducir a la
pascua de una nueva vida de amor, el amor que nosotros seamos capaces de
compartir con ellos.
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