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sábado, 9 de junio de 2018

Queremos como María ir poniendo también en nuestro corazón a nuestros hermanos los hombres, porque a todos acojamos y a todos amemos



Queremos como María ir poniendo también en nuestro corazón a nuestros hermanos los hombres, porque a todos acojamos y a todos amemos


‘Y María conservaba todas estas cosas en su corazón’, así nos lo repite el evangelista en referencia a todo cuanto María contemplaba en torno al nacimiento de su Hijo.
Cuando uno se ve sorprendido por algo hermoso y agradable parece que se le abren los ojos en desmesura para querer captar como la más fiel cámara fotografía todo cuando sucede en su entorno, hasta el más mínimo detalle. Todo lo quiere grabar, todo lo quiere recordar, todo  lo quiere dejar bien guardado en su corazón pero será algo que jamás olvidará.
Así María, como nos cuenta el evangelio cuando los pastores llegaron hasta aquel establo donde se habían refugiado y había nacido el Niño, se vio gratamente sorprendida y escuchaba y guardaba en su corazón todo cuanto aquellos pastores decían. La sorpresa fue grande cuando llegaron aquellos que parecían personajes poderosos y sabios venidos de lejanas tierras que hablaban de una estrella que anunciaba el nacimiento del Rey de los judíos. ‘María guardaba y conservaba todos estas cosas en su corazón’.
Guardamos como el más preciado tesoro en nuestro corazón todas aquellas cosas buenas que nos suceden o que acaecen en nuestro entorno, los buenos recuerdos, las experiencias gozosas que nos han hecho felices, los encuentros con los seres que amamos o con aquellos que van dejando huellas en nosotros, los bienes que hemos recibido y bien sabemos que no merecemos, las amistades y amores más entrañables, las cosas más bellas de la vida cuando en verdad queremos caminar en positivo y hemos empapado y empapado hasta rebosar nuestro corazón de amor.
Por eso hoy cuando la liturgia nos invita a hacer memoria del Corazón Inmaculado de María podemos imaginar cuantas cosas hermosas María guarda en su corazón. Y no es una imaginación de cosas irreales o sueños sino el reflejo de toda la riqueza espiritual que hay en el corazón de María. Podríamos atrevernos a decir que cada página del evangelio está firmemente grabada y guardada en el corazón de María. Ella, la primera que plantó la Palabra en su corazón y que como nos dirá el evangelio merecerá la alabanza de Jesús, a ella la primera como primicia, a cuantos escuchan y plantan en su corazón y en su vida la Palabra de Dios.
Hoy, después de haber celebrado ayer la solemnidad del corazón de Jesús, celebramos el Inmaculado corazón de María. Sabemos que ocupamos un lugar en su corazón porque somos sus hijos. El regalo de Jesús en la Cruz al hacerla Madre de cuantos creen en El, hizo que ya para siempre ocupáramos un lugar en su corazón.  Y es ahí donde tenemos que empaparnos de toda su ternura; es ahí donde aprenderemos desde dentro todas esas virtudes y valores que tanto resplandecieron en María, su humildad y sencillez, su servicialidad y su disponibilidad siempre para el amor, su obediencia a la voluntad de Dios cuando tan bien supo plantar en su corazón la Palabra de Dios.
Queremos aprender de ella y así impregnarnos de todas sus virtudes. Queremos como María saber tener los ojos atentos para disfrutar de las maravillas de Dios y cantar su grandeza. Queremos como María ir poniendo también en nuestro corazón a nuestros hermanos los hombres, porque a todos acojamos y a todos amemos. Queremos como María tener la disponibilidad para ir llevando a Dios a los demás, pero también para ayudar a que cuantos se tropiecen con nosotros puedan también encontrarse con Dios porque por nuestro amor y por nuestra santidad seamos signos de su presencia.
Con María cantemos las maravillas de Dios.

viernes, 8 de junio de 2018

Celebrar el Corazón de Jesús es sintonizar con su amor para con una nueva sensibilidad llevar también en nuestro corazón a nuestros hermanos con todo lo que es su vida


Celebrar el Corazón de Jesús es sintonizar con su amor para con una nueva sensibilidad llevar también en nuestro corazón a nuestros hermanos con todo lo que es su vida

Oseas, 11, .3-4.8-9; Sal.: Is. 12, 2-6; Efesios 3, 8-12.14-19; Jn. 19, 31-37b
‘Al llega a Jesús, un soldado con una lanza le traspasó el costado y al punto salió sangre y agua’.
La Buena Noticia del Evangelio (valga la redundancia) es anunciarnos el amor de Dios. Y Jesús es esa Buena Noticia, Jesús es ese Evangelio para nosotros. Contemplando a Jesús estaremos siempre contemplando el amor que Dios nos tiene, porque tanto amó Dios al mundo que nos envió, nos entregó a su Hijo único. Es la prueba y la manifestación palpable y certera de lo que es el amor de Dios. Nadie tiene mayor amor que el de quien da su vida por aquellos a los que ama.
En este viernes siguiente a la octava de la Solemnidad del Corpus celebramos la fiesta del Corazón de Jesús. Aunque siempre estuvo presente en la predicación de la Iglesia este evangelio del amor e incluso fueron surgiendo en distintos siglos devoción al Corazón de Cristo, como expresión y manifestación de ese amor, sería en el siglo XVII con la revelaciones que recibió Santa Margarita María de Alacoque en Paray-le-monial cuando ella nos manifiesta que el Señor le pide que se instituya en este día esta celebración del Corazón de Jesús. Decimos viernes siguiente a la octava en la consideración de la fiesta original del Corpus el jueves siguiente al domingo de la Santísima Trinidad.
Celebrar al Corazón de Jesús es meditar y celebrar todo lo que es el amor que Dios nos tiene. Hemos hecho mención al texto del evangelio que nos habla de la lanza del soldado que traspaso el costado de Cristo del que salió sangre y agua. Diríamos que nos manifiesta ese texto como Cristo se ha dado totalmente por nosotros derramando hasta la última gota de su sangre.
Como nos diría el poeta en un poema que se ha convertido en himno de la liturgia de las horas, ‘desde la cruz redentora, el Señor nos dio el perdón, y, para darnos su amor, todo a la vez, sin medida, abrió en su pecho una herida y nos dio su corazón’.
Cuando amamos de verdad decimos que lo hacemos con todo nuestro corazón; los enamorados en sus cánticos de amor se ofrecen sus corazones entrelazados para significa esa unión sublime de amor que inunda sus vidas; y en nuestro corazón escondidos llevamos los mas hermosos recuerdos de los seres que amamos, que han sido todos los signos de amor que del amor hemos recibido y que no queremos olvidar nunca ni perder de ninguna manera.
Así contemplamos el Corazón de Cristo y diríamos que queremos entrelazar nuestro corazón con el suyo para que así nos sintamos cada vez mas fortalecidos en esa respuesta de amor que tiene que ser nuestra vida a ese evangelio del amor que hemos recibido. Nos queremos introducir en ese corazón de Cristo, como queremos dejar que El habite en nuestro corazón como El mismo nos prometió para así mejor vernos inundados de su amor.
Pero pensemos en algo más. Cristo estará habitando en nuestro corazón cuando nosotros seamos capaces de abrir el nuestro a los hermanos que caminan a nuestro lado y comparten nuestra vida, para hacer nuestros no solo sus alegrías sino también sus sufrimientos y todas sus necesidades.
Cuando amamos a alguien, decíamos, lo llevamos en nuestro corazón. Llevemos a nuestros hermanos, a todos, con lo que es su vida, toda su vida con sus alegrías y sus sufrimientos, porque así estaremos comenzando a amarlos de verdad con todas sus consecuencias, porque así es como en verdad estará habitando también Dios en nuestro corazón. Sintonizando con el amor de Cristo, entonces, comenzarnos a tener una sensibilidad especial al sentir y al vivir de cuantos nos rodean introduciéndolos en nuestro corazón.

jueves, 7 de junio de 2018

Preguntas que nos repetimos una y otra vez y nos ayudan a descubrir de forma muy concreta lo que Dios pide de nosotros en cada momento


 

Preguntas que nos repetimos una y otra vez y nos ayudan a descubrir de forma muy concreta lo que Dios pide de nosotros en cada momento

2Timoteo 2,8-15; Sal. 24; Marcos 12, 28b-34

Hay gente a la que le gusta estar siempre haciendo preguntas aunque conozcan la respuesta. ¿Quisquillosos? Pudiera ser. O quizá nos hacen la pregunta a ver si nosotros sabemos responder, o para asegurarse que no estamos errados, o buscando quizá a ver en qué nos cogen en fallo para luego regodearse de que ellos sí sabían pero nosotros no.
Sin embargo hemos de decir que es bueno hacer preguntas; señal de que queremos saber, queremos aprender, tener nuevos conocimientos, profundizar en lo que sabemos. Preguntas que quizá nos interroguen o nos interpelen a nosotros mismos porque es examinarnos si realmente estamos haciendo todo lo que tendríamos que hacer, o en qué podríamos mejorar y avanzar en la vida. Preguntarnos no es simplemente ponernos en duda, sino querer busca algo más o algo mejor. Son preguntas que nos hacen revisarnos, preguntas que nos llevan a que realmente busquemos el meollo de la cuestión, en que vayamos a lo fundamental, que fácilmente con el paso del tiempo y las rutinas de la vida lo hemos envuelto quizá de superficialidades y rémoras de las que tenemos que desprendernos.
En el evangelio hoy vemos a un letrado que se acerca a Jesús a hacerle una pregunta. Una pregunta que nos puede parecer innecesaria, porque si era letrado o escriba bien tendría que saberlo, porque era lo que tenia que enseñar. Además era cosa sabida de todos, porque estaba muy presente en la rutina de cada día el repetir esas palabras de la Escritura a la manera de oración cuando entraban o salían de casa, cuanto emprendían un trabajo o simplemente iban a descansar. ¿Qué mandamiento es el primero de todos?’
Y la respuesta de Jesús no es otra que lo que dice el Deuteronomio y que todos sabían de memoria y repetían cada día, como decíamos antes. ‘El primero es: "Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que éstos’.
Aun así el escriba orgullosamente quiere como confirmar que lo que Jesús ha dicho está en lo cierto. Aquello de pregunta a ver si sabes que yo te lo corroboro. En la respuesta del escriba a las palabras de Jesús viene como a insistir en lo mismo que Jesús ha dicho, repitiéndose de alguna manera.
Puede parecer innecesario todo esto, pero a nosotros que hoy escuchamos esta Palabra de Dios nos viene muy bien. Y nos viene muy bien porque nosotros también necesitamos pararnos para reflexionar en lo que nos puede parecer lo mismo de siempre, pero que quizá nos ayudará a profundizar un poco más en lo que el señor nos pide y lo que ha de ser la respuesta de nuestra vida. Ya sabemos bien que la respuesta va por los caminos del amor, pero que ha de ser un amor concreto, no de ideas en la cabeza, sino de acciones salidas del corazón que se han de reflejar en el quehacer nuestro de cada día.
¿Cómo tenemos que traducir ese amor al prójimo hoy y en hechos concretos? Cada uno mire su vida y su entorno, quienes están a su lado en la convivencia diaria, con quienes nos vamos encontrando y tropezando en el camino de la vida de cada día. ¿Cómo los amamos? ¿Qué otra cosa podríamos hacer? ¿De qué forma nueva hoy voy a acercarme a esa persona que está ahí junto a mí o con quien me voy a cruzar? ¿Cuál será la alegría que le voy a trasmitir empezando desde la sonrisa de mi rostro?
Es verdad que no hay nada nuevo en recordarnos que hemos de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo, pero cuando nos hemos hecho la pregunta y hemos querido ser concretos en el día de hoy seguramente habremos descubierto un detalle nuevo en el que he de manifestar ese mi amor a Dios y al prójimo. Es ese escuchar de forma concreta aplicándola a nuestra vida la Palabra de Dios que se nos proclama. No nos la demos nunca por ya sabida; tratemos de ahondar, de llevar a la vida, de mirar cosas concretas, actitudes y posturas que tenemos habitualmente en la vida. Así descubriremos mejor lo que Dios quiere de nosotros.

miércoles, 6 de junio de 2018

Nuestra grandeza va por otros derroteros, donde sepamos entendernos y comprendernos, aceptarnos y respetarnos, caminar juntos y contribuir entre todos a un mundo mejor


Nuestra grandeza va por otros derroteros, donde sepamos entendernos y comprendernos, aceptarnos y respetarnos, caminar juntos y contribuir entre todos a un mundo mejor

2Timoteo: 1,1-3.6-12; Sal 122; Marcos 12,18-27

Nos encontramos con demasiada frecuencia en la vida a personas que parece que solo se mueven por sus fobias o inquinas contra los demás, sobre todo contra quienes piensan o sienten distinto. Es normal que no todos pensemos de la misma manera, que nos encontremos con personas que piensan de manera totalmente opuesta a nosotros pero pienso que tendría que haber una capacidad de respeto y de diálogo para expresar nuestras ideas o propuestas con sus razonamientos, pero que seamos capaces de escuchar al otro en su planteamiento y no tengamos que dar por hecho que todo lo que hace es malo o injusto.
Tenemos antipatía a alguien y ya no seremos capaces de ver nada bueno en lo que hace. Y demasiado llenamos la vida de antipatías. Y no son modelo o ejemplo en nuestra sociedad en este aspecto por el lenguaje que usan, por las posturas encerradas en si mismos que los ciegan, a veces incluso por sus deseos de destrucción del oponente sea como sea, en los que son considerados dirigentes en la vida social o política. Uno llega a cansarse y hastiarse de tanta acritud y de tanta intolerancia que estamos viendo cada día y que contagia llenándonos de violencia y desconfianza.
Qué distintos seriamos si fuéramos capaces de escucharnos más y de respetarnos. Todos somos constructores de la sociedad en la que vivimos y cada uno tenemos derecho y también obligación de poner nuestro granito de arena y aquello que aportamos sea en verdad constructivo, y entonces seamos capaces de ver también lo positivo que el otro puede aportar aunque sea de diversa opinión a nosotros. Si queremos siempre podemos encontrar algo positivo en cada persona, incluso en los que son oponentes a nosotros. No es tan malo el corazón del hombre.
Esto que estoy comentando sucede como todos podemos ver en la vida social y política, pero no solo a grandes alturas, por así decirlo, sino en la cercanía de los que están a nuestro lado, forma parte de nuestros círculos y también de nuestras comunidades. Y cuidado que nos suceda también en el ámbito de nuestras comunidades cristianas; demasiadas desconfianzas nos mostramos muchas veces los unos de los otros y así no somos verdaderos constructores de una sociedad nueva.
Centrándonos en el evangelio de hoy una actitud así es la que vemos en este caso en los saduceos, pero que también se manifiesta en otros grupos que se oponen a la Buena Nueva que anuncia Jesús del Reino de Dios. Hoy el rechazo de los saduceos con todas las pegas que ponen al evangelio de Jesús es a causa de su negativa a la resurrección. Pero Jesús nos habla de la vida, y de la vida que dura para siempre. El cielo no es transportar nuestra manera de ser y de actuar al ámbito de la eternidad, y es por lo que a los saduceos no les cabe en la cabeza esa vida de resurrección, y es lo que Jesús quiere decirnos. Esa vida en plenitud no nos la podemos imaginar a la manera de nuestras ideas humanas de vivir, tiene otro sentido y otra sublimidad que entra en el misterio de Dios.
Son las dudas y las pegas que muchas veces nos ponemos en ámbito de nuestra vivencia de Iglesia, que un poco la queremos hacer como las sociedades humanas. Pero la Iglesia no es otra estructura más de la sociedad donde quepan esas luchas de intereses y enfrentamientos por ambiciones de poder. Ya Jesús nos dijo que entre nosotros no podía ser a la manera de los poderosos de la tierra. Nuestra grandeza va por otros derroteros, donde sepamos entendernos y comprendernos, donde sepamos aceptarnos y respetarnos, donde sepamos caminar juntos y contribuir entre todos con nuestros talentos, sean pequeños o sean grandes, a la construcción de ese Reino de Dios.

martes, 5 de junio de 2018

Autenticidad, sinceridad, veracidad, congruencia que manifiestan la madurez de nuestra vida y también la madurez de nuestra fe para anunciar el evangelio de Jesús


Autenticidad, sinceridad, veracidad, congruencia que manifiestan la madurez de nuestra vida y también la madurez de nuestra fe para anunciar el evangelio de Jesús

2Pedro 3,12-15a.17-18; Sal. 89; Marcos 12, 13-17
Autenticidad, sinceridad, veracidad, congruencia… valores importante, valores necesarios, valores que en teoría todos quisiéramos tener en cuenta, pero que muchas veces se diluyen desde los intereses que tengamos en la vida.
La madurez de nuestra vida pasa por tener en cuenta esos valores y saber vivir con autenticidad. Pero nos entran fácilmente cobardías o temores ante el hecho de que nos conozcan de verdad como somos; y entramos en disimulos, en aparentar lo que no somos, en ser capaces de decir en teoría cosas muy bonitas, pero en la realidad de la vida ocultamos mucho ante el temor de que nos conozcan. Tratamos quizá de acomodarnos, porque lo que nosotros pensamos o lo que queremos que sean metas u objetivos de nuestra vida no son del agrado de los que nos rodean, no son cosas que puedan entrar en el interés de los demás, la gente pueda tener otras opiniones o intereses y nos puede parecer que nadamos a contracorriente, y nos da miedo.
Creo que tenemos que aprender a ser valientes y sinceros. La vida la vamos construyendo entre todos y también nuestros valores son importantes. Y aquellos valores en los que creemos no tenemos por qué ocultarlos, porque nos pueda parecer que lo que hay a nuestro alrededor va por otro camino. Quizá haya quien nos quiera hacer callar, no permitir que nosotros ofrezcamos nuestra idea y nuestro pensamiento. Por eso tenemos que ser valientes para ofrecer nuestra verdad, nuestra manera de ver las cosas.
No imponemos, pero que tampoco traten de imponernos sus ideas. Que de eso hay mucho en la sociedad en la que estamos; cuantos se quejan de que si en otro tiempo no tenían libertad o se imponían las ideas de los que estaban en el poder, pero ahora tratan de hacer lo mismo. Nos hace falta un sentido de dialogo humilde, en que de verdad nos escuchemos y nos respetemos mutuamente.
Me surge esta reflexión que nos puede ayudar en muchos aspectos de la vida en que vivimos, de lo que sucede en nuestra sociedad, a partir de lo que escuchamos en el evangelio en que incluso quienes se tenían como enemigos eran capaces de reconocer de Jesús. Es cierto que van con preguntas capciosas queriendo implicar a Jesús en cuestiones de la vida social o incluso político de su tiempo, y que Jesús no rehuye sino que también nos da unas claves de actuación para que vivamos también con responsabilidad nuestros deberes cívicos de contribución con nuestros impuestos a la marcha de la comunidad.
‘Maestro, sabemos que eres sincero y que no te importa de nadie; porque no te fijas en lo que la gente sea, sino que enseñas el camino de Dios sinceramente’. Ya Jesús nos dirá de si mismo que El es el Camino, y la Verdad, y la Vida y que quien cree en El encontrará la salvación. ‘Tu lo dices, yo lo soy’, responderá sin rodeos ante Poncio Pilatos como no había ocultado su condición cuando el Sumo Sacerdote lo conjura por el nombre del Dios vivo y responderá abiertamente que es el Hijo de Dios a quien veríamos venir entre las nubes del cielo. Ya antes en Getsemaní ante los que venían a prenderle les responderá ‘Yo soy’. Es la Verdad que no se oculta.verdad
Nos vale para reafirmar nuestra fe en Jesús. Nos vale para recordarnos nuestras responsabilidades y deberes cívicos que no podemos rehuir. Nos vale para que en todo tengamos la valentía de ser sinceros y auténticos. No vale para perder la cobardía que tantas veces nos invade a la hora de hacer el anuncio del Evangelio en un mundo que lo pueda rechazar pero que sin embargo está hambriento de verdaderos valores y hambriento de Dios.

lunes, 4 de junio de 2018

Los fracasos en la vida no nos pueden hundir sino que tenemos que saber bien en quien nos apoyamos y de forma madura seguir poniendo ilusión en lo que hacemos


Los fracasos en la vida no nos pueden hundir sino que tenemos que saber bien en quien nos apoyamos y de forma madura seguir poniendo ilusión en lo que hacemos

2Pedro 1,1-7; Sal 90; Marcos 12,1-12

Nos hacemos un proyecto, lo trabajamos con ilusión, ponemos muchas esperanzas de futuro en aquello que proyectamos y que vamos poco a poco realizando, con buena visión queremos hacer partícipes a otros de aquello que nos ilusiona, queremos trabajar juntos; pero quizá llega un momento que parece que todo se nos viene abajo, que la colaboración que habíamos pedido se nos vuelve en contra porque los que creíamos colaboradores ahora se quieren hacer dueños de nuestros proyectos y de lo que con tanta ilusión habíamos comenzado; ¿qué hacer? ¿Rendirnos y abandonar todo? ¿Dejar que los otros se beneficien de lo que nosotros habíamos iniciado? ¿Recomenzamos de nuevo?
Planteamientos que nos llenan de duda y también de furor; la frustración se nos puede meter por dentro y hacernos mucho daño, al tiempo que en reacciones violentas podemos comenzar también a hacer daño a los demás. Algunas veces no sabemos qué hacer. Nos sentimos sin fuerzas para recomenzar de nuevo porque además nos hemos visto traicionados. Un torbellino de cosas aparece en nuestra mente. ¿Cuál ha de ser nuestra reacción más autentica?
Son situaciones difíciles en la vida. Son reflexiones que nos hacemos o que tenemos que hacernos ante las situaciones que nos van apareciendo en la vida porque muchas veces nos podemos sentir frustrados y fracasados, pero tenemos que saber levantar la cabeza para seguir caminando y hacerlo con madurez.
Mira a donde me ha llevado la reflexión sobre la parábola que nos ofrece hoy el evangelio. De entrada podría parecer que me he ido muy lejos, cuando nos quedamos en una reflexión demasiado, digamos, literal de la parábola en los momentos en que fue pronunciada. Pero la Palabra de Dios siempre nos tiene que hacer mirar hacia delante, y reflexionarla no solo como hechos del pasado, sino viéndola palpablemente en lo que ahora y hoy nos sigue sucediendo.
Jesús contaba una historia que podría ser cosas que perfectamente habían sucedido; se le daba una lectura en el momento presente de la historia de Israel y así lo entendieron incluso aquellos dirigentes por quienes directamente Jesús decía la parábola. Allí estaba reflejada, es cierto, toda la historia de Israel llena de infidelidades a la Alianza y a Dios. También nosotros espiritualmente nos podemos mirar para ver nuestra historia de infidelidades y pecados ante tanto que Dios ha hecho por nosotros.
Pero creo que también tiene que iluminar todas esas realidades de nuestra vida, todas esas situaciones por las que podemos pasar de frustraciones y fracasos que nos hacen en muchos momentos sentirnos hundidos. Dios no deja abandonada su viña a pesar de todo lo que han hecho aquellos viñadores; Dios no nos deja abandonados a pesar de todo lo que nosotros podamos haber hecho que muestra nuestras infidelidades y pecados; Dios no nos puede dejar solos cuando en las luchas de la vida nos parece que estamos hundidos y sin ver salidas.
No podemos nosotros tampoco dejar hundirnos, sino que tenemos que levantarnos con renovada ilusión para recomenzar de nuevo cuantas veces sea necesario, pero eso será lo que nos hará grandes, lo que mostrará en verdad la madurez que hay en nuestra vida a pesar de los fracasos por los que hayamos pasado. Recomenzamos de nuevo, ponemos ilusión y esperanza, aprendemos de los errores, nos apoyamos en quien sabemos que será siempre nuestra fuerza. Dios quiere que miremos siempre adelante, pongamos metas nuevas, ilusionantes y muy altas en nuestra vida. Con nosotros estará siempre la fuerza de su Espíritu.

domingo, 3 de junio de 2018

La procesión del Corpus tiene que ser el compromiso de querer llevar siempre a Cristo con nuestro amor y con el testimonio de una vida comprometida a ese mundo que nos rodea


La procesión del Corpus tiene que ser el compromiso de querer llevar siempre a Cristo con nuestro amor y con el testimonio de una vida comprometida a ese mundo que nos rodea

Éxodo 24, 3-8; Sal. 115; Hebreos 9, 11-15; Marcos 14, 12. 16. 22-26

Ya todos sabemos que una comida básicamente es la forma de tomar el alimento que necesita nuestro cuerpo para vivir, siendo una necesidad básica y fundamental para nuestra existencia, de manera que si no comemos morimos, pero también entendemos que una comida puede tener muchos significados en ese encuentro con las personas, cercanas o lejanas con lo que se convierte en cierto modo en celebración de muchos acontecimientos de nuestra vida.
Nos gozamos en nuestro amor y amistad con los demás y de alguna manera lo celebramos comiendo juntos que viene a ser mucho más que compartir unos alimentos. Disfrutamos de esa comida que se convierte en algo especial para nosotros en ese encuentro con el otro, pero compartimos mucho más que los alimentos por muy ricos que sean; será el momento de hablar, de recordar, de comunicarnos, de revivir muchas cosas, de amasar más profundamente esa amistad. ¿Cuándo nos volvemos a encontrar y comer juntos? Terminaremos expresando.
Celebraciones y conmemoraciones de acontecimientos de nuestra vida que hacen historia de nosotros las festejamos con una comida; será un cumpleaños o un aniversario, será el recuerdo de un acontecimiento que fue importante para nosotros o para nuestra familia, serán incluso momentos de nuestra historia patria, serán los momentos de alegría y de fiesta que tenemos en el transcurso del año en la vida de nuestros pueblos, será la alianza, contrato o compromiso que hacemos o tenemos con otras personas incluso dentro de la marcha de nuestras tareas o realizaciones laborales, así tantos momentos en que tomamos algo juntos, nos tomamos una copa o compartimos una comida.
Y todo esto no es solo en lo que es nuestra vida personal, familiar o social de relación con los otros sino que en lo más profundo de nosotros mismos, en el ámbito de la fe y de nuestras relaciones con Dios tenemos también esos mismos signos que alimentan nuestra fe y el devenir de nuestra vida religiosa y de nuestra vida cristiana. No es momento de entretenernos excesivamente para recordar cuantos textos de la Biblia tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento nos aparece repetidamente esa imagen de la comida y del banquete.
Quiso Jesús dejarnos como el gran signo del Reino el Banquete de la Eucaristía. Lo había anunciado repetidamente Jesús cuando nos proponía las parábolas que nos hablaban de un banquete de bodas para hablarnos del signo del Reino de Dios. Alegría, fiesta, encuentro, conmemoración, compromiso, alianza son características de ese Reino construido en la justicia y en el amor y que bien se expresan en ese banquete de bodas de las parábolas.
Aunque marchemos por las cañadas oscuras de la vida el preparará para nosotros la mesa del banquete, como el pastor que prepara el alimento de su rebaño. Y a quienes hemos sido fieles en el camino nuevo del amor en el sentido del Reino nos invitará a que pasemos al banquete preparado para nosotros desde la creación del mundo.
Pero no va a ser un banquete cualquiera donde manifestemos todos esos signos del Reino nuevo de Dios porque será el mismo Jesús el que se nos de cómo comida y como alimento de vida eterna. Ya nos había anunciado que quien comiese su Carne y bebiese su Sangre nos resucitaría en el último día, porque su carne es verdadera comida y su sangre verdadera bebida y el que lo coma vivirá por El.
Hoy nos recuerda el evangelio que en aquel primer día de la pascua, cuando se sacrificaba el cordero pascual, los discípulos le preguntan que donde han de preparar la cena pascual. Les da Jesús unas indicaciones concretas para que encuentren aquel lugar en aquella sala alta que le facilita quien quizá sea un pariente del Señor y allí preparan la cena pascual.
No va a ser una cena de pascua más donde coman aquel cordero sacrificado. Va a ser una cena pascual especial porque comienza una nueva pascua, la Pascua Nueva y Eterna, la Pascua de la Nueva Alianza, la que ha de durar para siempre. Jesús es el Cordero Pascual inmolado, como ya lo había señalado el Bautista como el Cordero que se sacrificaba para el perdón de los pecados. Por eso cuando Jesús toma aquel pan y pasa la copa del vino les dirá que aquello es su Cuerpo y que aquella copa es la Copa de su Sangre, la Sangre derramada para la nueva y eterna Alianza.
Es la Pascua, es la hora de la entrega y del Sacrificio, es la hora en que se va a derramar sobre nosotros aquella Sangre que cae de la Cruz del Calvario por nosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados. Es su Cuerpo entregado, es su Sangre derramada, es la hora de la Salvación, es la hora en que quiere que le comamos en este Banquete Nuevo del Reino que ha instaurado para nosotros. Es el Cuerpo entregado y la Sangre derramada que seguiremos comiendo y bebiendo a través de todos los tiempos porque nos dice que eso lo hagamos en conmemoración suya para siempre. Ha instituido Jesús la Eucaristía, el gran signo de su amor y de su presencia, el Sacramento del Cuerpo y de la Sangre de Cristo.
Y esto es lo que hoy la Iglesia celebra en esta fiesta grande de la Eucaristía. Sí, es cierto, cada día, cada vez que celebramos la Eucaristía estamos celebrando este banquete pascual. Pero la piedad de la Iglesia en el transcurso de los siglos quiso hacer esta fiesta especial donde queremos proclamar públicamente también en nuestras calles y en nuestras plazas nuestra fe en Jesús Eucaristía. Nos salimos hoy de nuestros templos, nuestras calles, nuestras plazas, nuestros pueblos que se adornan de fiesta y manera especial porque queremos llevar a Cristo mismo en el Sacramento en nuestras procesiones, pero que tienen que ser signo de mucho más.
No es solo hoy con una procesión cuando tenemos llevar a Cristo a nuestro mundo. Es el compromiso de cada día de la vida del cristiano. Con nuestra fe, con nuestro amor, con nuestra vida comprometida en el amor cada día tenemos que llevar a Cristo a los demás. Si no unimos este compromiso que hemos de vivir cada día con esta procesión que hoy celebramos algo nos está fallando. Por eso quizá muchas veces esta procesión se puede quedar en algo frió y ritualista al que le falta el calor de una fe comprometida.
Con nuestra procesión de hoy y con toda esa manera maravillosa de adornar nuestras calles para el paso de Cristo en la Eucaristía estamos expresando el compromiso que cada día queremos vivir. Adornamos hoy nuestras calles, pero es que cada día tenemos que adornar a nuestros hermanos con nuestro amor, cada día tenemos que seguir repartiendo ese amor comprometido con todos, pero de manera especial con los que sufren en sus necesidades y carencias de cualquier tipo.
Aquello que decíamos que venia a significar un banquete o una comida en todas esas experiencias humanas que vivimos, lo tenemos que reflejar también en lo que ha de significar para nosotros el Banquete de la Eucaristía. Conmemoramos y hacemos memoria de la Pascua y de la entrega de amor de Jesús por nosotros. Pero expresamos nuestra amistad y nuestra cercanía, nuestra comunión de amor y nuestro compromiso que queremos expresar y vivir juntos por hacer un mundo mejor, cantamos la alegría de nuestra fe y de sentirnos amados y salvados por el Señor, y nos alimentamos de la vida, de la gracia, de Cristo mismo que se nos da para ser nuestro alimento, nuestra fuerza y nuestra vida. No es solo un recuerdo sino que es un memorial porque en El hacemos presente el sacrificio de Cristo, el Cordero que quita el pecado del mundo.
Que esta fiesta de hoy nos ayude a darle siempre verdadero y profundo sentido a nuestras Eucaristías.