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domingo, 3 de junio de 2018

La procesión del Corpus tiene que ser el compromiso de querer llevar siempre a Cristo con nuestro amor y con el testimonio de una vida comprometida a ese mundo que nos rodea


La procesión del Corpus tiene que ser el compromiso de querer llevar siempre a Cristo con nuestro amor y con el testimonio de una vida comprometida a ese mundo que nos rodea

Éxodo 24, 3-8; Sal. 115; Hebreos 9, 11-15; Marcos 14, 12. 16. 22-26

Ya todos sabemos que una comida básicamente es la forma de tomar el alimento que necesita nuestro cuerpo para vivir, siendo una necesidad básica y fundamental para nuestra existencia, de manera que si no comemos morimos, pero también entendemos que una comida puede tener muchos significados en ese encuentro con las personas, cercanas o lejanas con lo que se convierte en cierto modo en celebración de muchos acontecimientos de nuestra vida.
Nos gozamos en nuestro amor y amistad con los demás y de alguna manera lo celebramos comiendo juntos que viene a ser mucho más que compartir unos alimentos. Disfrutamos de esa comida que se convierte en algo especial para nosotros en ese encuentro con el otro, pero compartimos mucho más que los alimentos por muy ricos que sean; será el momento de hablar, de recordar, de comunicarnos, de revivir muchas cosas, de amasar más profundamente esa amistad. ¿Cuándo nos volvemos a encontrar y comer juntos? Terminaremos expresando.
Celebraciones y conmemoraciones de acontecimientos de nuestra vida que hacen historia de nosotros las festejamos con una comida; será un cumpleaños o un aniversario, será el recuerdo de un acontecimiento que fue importante para nosotros o para nuestra familia, serán incluso momentos de nuestra historia patria, serán los momentos de alegría y de fiesta que tenemos en el transcurso del año en la vida de nuestros pueblos, será la alianza, contrato o compromiso que hacemos o tenemos con otras personas incluso dentro de la marcha de nuestras tareas o realizaciones laborales, así tantos momentos en que tomamos algo juntos, nos tomamos una copa o compartimos una comida.
Y todo esto no es solo en lo que es nuestra vida personal, familiar o social de relación con los otros sino que en lo más profundo de nosotros mismos, en el ámbito de la fe y de nuestras relaciones con Dios tenemos también esos mismos signos que alimentan nuestra fe y el devenir de nuestra vida religiosa y de nuestra vida cristiana. No es momento de entretenernos excesivamente para recordar cuantos textos de la Biblia tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento nos aparece repetidamente esa imagen de la comida y del banquete.
Quiso Jesús dejarnos como el gran signo del Reino el Banquete de la Eucaristía. Lo había anunciado repetidamente Jesús cuando nos proponía las parábolas que nos hablaban de un banquete de bodas para hablarnos del signo del Reino de Dios. Alegría, fiesta, encuentro, conmemoración, compromiso, alianza son características de ese Reino construido en la justicia y en el amor y que bien se expresan en ese banquete de bodas de las parábolas.
Aunque marchemos por las cañadas oscuras de la vida el preparará para nosotros la mesa del banquete, como el pastor que prepara el alimento de su rebaño. Y a quienes hemos sido fieles en el camino nuevo del amor en el sentido del Reino nos invitará a que pasemos al banquete preparado para nosotros desde la creación del mundo.
Pero no va a ser un banquete cualquiera donde manifestemos todos esos signos del Reino nuevo de Dios porque será el mismo Jesús el que se nos de cómo comida y como alimento de vida eterna. Ya nos había anunciado que quien comiese su Carne y bebiese su Sangre nos resucitaría en el último día, porque su carne es verdadera comida y su sangre verdadera bebida y el que lo coma vivirá por El.
Hoy nos recuerda el evangelio que en aquel primer día de la pascua, cuando se sacrificaba el cordero pascual, los discípulos le preguntan que donde han de preparar la cena pascual. Les da Jesús unas indicaciones concretas para que encuentren aquel lugar en aquella sala alta que le facilita quien quizá sea un pariente del Señor y allí preparan la cena pascual.
No va a ser una cena de pascua más donde coman aquel cordero sacrificado. Va a ser una cena pascual especial porque comienza una nueva pascua, la Pascua Nueva y Eterna, la Pascua de la Nueva Alianza, la que ha de durar para siempre. Jesús es el Cordero Pascual inmolado, como ya lo había señalado el Bautista como el Cordero que se sacrificaba para el perdón de los pecados. Por eso cuando Jesús toma aquel pan y pasa la copa del vino les dirá que aquello es su Cuerpo y que aquella copa es la Copa de su Sangre, la Sangre derramada para la nueva y eterna Alianza.
Es la Pascua, es la hora de la entrega y del Sacrificio, es la hora en que se va a derramar sobre nosotros aquella Sangre que cae de la Cruz del Calvario por nosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados. Es su Cuerpo entregado, es su Sangre derramada, es la hora de la Salvación, es la hora en que quiere que le comamos en este Banquete Nuevo del Reino que ha instaurado para nosotros. Es el Cuerpo entregado y la Sangre derramada que seguiremos comiendo y bebiendo a través de todos los tiempos porque nos dice que eso lo hagamos en conmemoración suya para siempre. Ha instituido Jesús la Eucaristía, el gran signo de su amor y de su presencia, el Sacramento del Cuerpo y de la Sangre de Cristo.
Y esto es lo que hoy la Iglesia celebra en esta fiesta grande de la Eucaristía. Sí, es cierto, cada día, cada vez que celebramos la Eucaristía estamos celebrando este banquete pascual. Pero la piedad de la Iglesia en el transcurso de los siglos quiso hacer esta fiesta especial donde queremos proclamar públicamente también en nuestras calles y en nuestras plazas nuestra fe en Jesús Eucaristía. Nos salimos hoy de nuestros templos, nuestras calles, nuestras plazas, nuestros pueblos que se adornan de fiesta y manera especial porque queremos llevar a Cristo mismo en el Sacramento en nuestras procesiones, pero que tienen que ser signo de mucho más.
No es solo hoy con una procesión cuando tenemos llevar a Cristo a nuestro mundo. Es el compromiso de cada día de la vida del cristiano. Con nuestra fe, con nuestro amor, con nuestra vida comprometida en el amor cada día tenemos que llevar a Cristo a los demás. Si no unimos este compromiso que hemos de vivir cada día con esta procesión que hoy celebramos algo nos está fallando. Por eso quizá muchas veces esta procesión se puede quedar en algo frió y ritualista al que le falta el calor de una fe comprometida.
Con nuestra procesión de hoy y con toda esa manera maravillosa de adornar nuestras calles para el paso de Cristo en la Eucaristía estamos expresando el compromiso que cada día queremos vivir. Adornamos hoy nuestras calles, pero es que cada día tenemos que adornar a nuestros hermanos con nuestro amor, cada día tenemos que seguir repartiendo ese amor comprometido con todos, pero de manera especial con los que sufren en sus necesidades y carencias de cualquier tipo.
Aquello que decíamos que venia a significar un banquete o una comida en todas esas experiencias humanas que vivimos, lo tenemos que reflejar también en lo que ha de significar para nosotros el Banquete de la Eucaristía. Conmemoramos y hacemos memoria de la Pascua y de la entrega de amor de Jesús por nosotros. Pero expresamos nuestra amistad y nuestra cercanía, nuestra comunión de amor y nuestro compromiso que queremos expresar y vivir juntos por hacer un mundo mejor, cantamos la alegría de nuestra fe y de sentirnos amados y salvados por el Señor, y nos alimentamos de la vida, de la gracia, de Cristo mismo que se nos da para ser nuestro alimento, nuestra fuerza y nuestra vida. No es solo un recuerdo sino que es un memorial porque en El hacemos presente el sacrificio de Cristo, el Cordero que quita el pecado del mundo.
Que esta fiesta de hoy nos ayude a darle siempre verdadero y profundo sentido a nuestras Eucaristías.

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