Celebrar el Corazón de Jesús es sintonizar con su amor para con una nueva sensibilidad llevar también en nuestro corazón a nuestros hermanos con todo lo que es su vida
Oseas, 11, .3-4.8-9; Sal.: Is. 12, 2-6; Efesios 3, 8-12.14-19;
Jn. 19, 31-37b
‘Al llega a Jesús, un soldado con una lanza le traspasó el costado
y al punto salió sangre y agua’.
La Buena Noticia del Evangelio (valga la redundancia) es anunciarnos
el amor de Dios. Y Jesús es esa Buena Noticia, Jesús es ese Evangelio para
nosotros. Contemplando a Jesús estaremos siempre contemplando el amor que Dios
nos tiene, porque tanto amó Dios al mundo que nos envió, nos entregó a su Hijo
único. Es la prueba y la manifestación palpable y certera de lo que es el amor
de Dios. Nadie tiene mayor amor que el de quien da su vida por aquellos a los
que ama.
En este viernes siguiente a la octava de la Solemnidad del Corpus
celebramos la fiesta del Corazón de Jesús. Aunque siempre estuvo presente en la
predicación de la Iglesia este evangelio del amor e incluso fueron surgiendo en
distintos siglos devoción al Corazón de Cristo, como expresión y manifestación
de ese amor, sería en el siglo XVII con la revelaciones que recibió Santa
Margarita María de Alacoque en Paray-le-monial cuando ella nos manifiesta que
el Señor le pide que se instituya en este día esta celebración del Corazón de
Jesús. Decimos viernes siguiente a la octava en la consideración de la fiesta
original del Corpus el jueves siguiente al domingo de la Santísima Trinidad.
Celebrar al Corazón de Jesús es meditar y celebrar todo lo que es el
amor que Dios nos tiene. Hemos hecho mención al texto del evangelio que nos
habla de la lanza del soldado que traspaso el costado de Cristo del que salió
sangre y agua. Diríamos que nos manifiesta ese texto como Cristo se ha dado
totalmente por nosotros derramando hasta la última gota de su sangre.
Como nos diría el poeta en un poema que se ha convertido en himno de
la liturgia de las horas, ‘desde la cruz redentora, el Señor nos dio el
perdón, y, para darnos su amor, todo a la vez, sin medida, abrió en su pecho
una herida y nos dio su corazón’.
Cuando amamos de verdad decimos que lo hacemos con todo nuestro corazón;
los enamorados en sus cánticos de amor se ofrecen sus corazones entrelazados
para significa esa unión sublime de amor que inunda sus vidas; y en nuestro corazón
escondidos llevamos los mas hermosos recuerdos de los seres que amamos, que han
sido todos los signos de amor que del amor hemos recibido y que no queremos
olvidar nunca ni perder de ninguna manera.
Así contemplamos el Corazón de Cristo y diríamos que queremos
entrelazar nuestro corazón con el suyo para que así nos sintamos cada vez mas
fortalecidos en esa respuesta de amor que tiene que ser nuestra vida a ese
evangelio del amor que hemos recibido. Nos queremos introducir en ese corazón
de Cristo, como queremos dejar que El habite en nuestro corazón como El mismo
nos prometió para así mejor vernos inundados de su amor.
Pero pensemos en algo más. Cristo estará habitando en nuestro corazón
cuando nosotros seamos capaces de abrir el nuestro a los hermanos que caminan a
nuestro lado y comparten nuestra vida, para hacer nuestros no solo sus alegrías
sino también sus sufrimientos y todas sus necesidades.
Cuando amamos a alguien, decíamos, lo llevamos en nuestro corazón.
Llevemos a nuestros hermanos, a todos, con lo que es su vida, toda su vida con
sus alegrías y sus sufrimientos, porque así estaremos comenzando a amarlos de
verdad con todas sus consecuencias, porque así es como en verdad estará
habitando también Dios en nuestro corazón. Sintonizando con el amor de Cristo,
entonces, comenzarnos a tener una sensibilidad especial al sentir y al vivir de
cuantos nos rodean introduciéndolos en nuestro corazón.
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