No
volvamos la cara para hacernos los distraídos sino miremos cara a cara a la
viuda del evangelio que puso cuanto tenía en el arca de la generosidad
Tobías 12, 1.5-15.20; Sal.: Tb 13; Marcos
12,38-44
Cuántas veces habremos dicho cuando nos
salía al paso alguien pidiéndonos algo, es que no llevo nada suelto ahora aquí.
Una forma de querer escabullirnos, una disculpa de que no llevamos nada suelto
como si lo que tuviéramos que dar fuera esa mínima moneda que se nos pierde en
el bolsillo. Bueno, yo si quiero ayudar, nos disculpamos pero es que ahora las
cosas no andan bien y cuando tengo algo ya ayudaré. ¿Qué estaremos expresando
con estas respuestas y con estas actitudes? De entrada tendríamos que decir la
pobreza de nuestra vida, pero no refiriéndonos a pobreza porque no tengamos
medios materiales o económicos, sino por la pobreza de nuestro corazón.
No sé cómo se sentirán ustedes ante el
episodio que hoy nos narra el evangelio, pero confieso que me siento muy
interpelado y tengo la tentación de huir de este pasaje que en contraste me
retrata tan duramente. Me retrata, no porque me parezca en algo a aquella pobre
viuda sino precisamente por todo lo contrario, porque hace un contraste muy
fuerte con las actitudes que muchas veces llevo en el corazón.
Estaba Jesús en las cercanías de la
entrada del templo, allí por donde estaba colocada el arca de las ofrendas.
Enseñaba a la gente y quería contrastar las actitudes nuevas que habíamos de
tener con las posturas y arrogancias de los fariseos. ‘¡Cuidado con los escribas!
Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza,
buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los
banquetes; y devoran los bienes de las viudas, y aparentan hacer largas
oraciones. Éstos recibirán una condenación más rigurosa’.
Y es el momento en que entra
calladamente aquella pobre viuda que se acerca al arca de las ofrendas y echa
aquella pequeña moneda. Nadie se hubiera percatado. Una persona más que
depositaba su ofrenda, cada uno según sus posibilidades y su generosidad. Pero
Jesús está más atento que nadie y es quien se percata de la situación de
pobreza que presentaba aquella mujer y la moneda que depositó en las ofrendas.
Y es Jesús quien nos resalta la generosidad de aquella mujer. ‘En verdad os
digo que esta viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie.
Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad,
ha echado todo lo que tenía para vivir’.
Es lo que nos impacta. ‘Ha echado
todo lo que tenía para vivir’. Y nosotros siempre andamos guardándonos las
espaldas. Andamos buscando la más pequeña moneda de nuestro bolso, no porque no
tengamos más, sino porque estamos pensando más en nosotros mismos que en la
generosidad con que tendría que actuar nuestro corazón. Nosotros con nuestras
precauciones, pensando en lo que mañana podríamos necesitar y por eso no nos
vamos a desprender de todo, o pensando en lo que nos ha costado ganar aquello
que tenemos que no vamos a despilfarrar.
¿Dónde está nuestra confianza en el
Señor que tanto proclamamos con bonitas palabras? ¿Dónde está el
desprendimiento de quien sabe que lo que tiene es un don que ha recibido y que
se hará más hermoso cuando generosamente sabemos desprendernos y compartir?
¿Nos da miedo quedarnos pobres porque todo lo damos generosamente y sabe
confiar en la providencia del Padre Dios? ¿No estaremos volviendo la cara para
otro lado ante páginas del evangelio como ésta?