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sábado, 5 de junio de 2021

No volvamos la cara para hacernos los distraídos sino miremos cara a cara a la viuda del evangelio que puso cuanto tenía en el arca de la generosidad

 


No volvamos la cara para hacernos los distraídos sino miremos cara a cara a la viuda del evangelio que puso cuanto tenía en el arca de la generosidad

Tobías 12, 1.5-15.20; Sal.: Tb 13; Marcos 12,38-44

Cuántas veces habremos dicho cuando nos salía al paso alguien pidiéndonos algo, es que no llevo nada suelto ahora aquí. Una forma de querer escabullirnos, una disculpa de que no llevamos nada suelto como si lo que tuviéramos que dar fuera esa mínima moneda que se nos pierde en el bolsillo. Bueno, yo si quiero ayudar, nos disculpamos pero es que ahora las cosas no andan bien y cuando tengo algo ya ayudaré. ¿Qué estaremos expresando con estas respuestas y con estas actitudes? De entrada tendríamos que decir la pobreza de nuestra vida, pero no refiriéndonos a pobreza porque no tengamos medios materiales o económicos, sino por la pobreza de nuestro corazón.

No sé cómo se sentirán ustedes ante el episodio que hoy nos narra el evangelio, pero confieso que me siento muy interpelado y tengo la tentación de huir de este pasaje que en contraste me retrata tan duramente. Me retrata, no porque me parezca en algo a aquella pobre viuda sino precisamente por todo lo contrario, porque hace un contraste muy fuerte con las actitudes que muchas veces llevo en el corazón.

Estaba Jesús en las cercanías de la entrada del templo, allí por donde estaba colocada el arca de las ofrendas. Enseñaba a la gente y quería contrastar las actitudes nuevas que habíamos de tener con las posturas y arrogancias de los fariseos. ‘¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas, y aparentan hacer largas oraciones. Éstos recibirán una condenación más rigurosa’.

Y es el momento en que entra calladamente aquella pobre viuda que se acerca al arca de las ofrendas y echa aquella pequeña moneda. Nadie se hubiera percatado. Una persona más que depositaba su ofrenda, cada uno según sus posibilidades y su generosidad. Pero Jesús está más atento que nadie y es quien se percata de la situación de pobreza que presentaba aquella mujer y la moneda que depositó en las ofrendas. Y es Jesús quien nos resalta la generosidad de aquella mujer. ‘En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir’.

Es lo que nos impacta. ‘Ha echado todo lo que tenía para vivir’. Y nosotros siempre andamos guardándonos las espaldas. Andamos buscando la más pequeña moneda de nuestro bolso, no porque no tengamos más, sino porque estamos pensando más en nosotros mismos que en la generosidad con que tendría que actuar nuestro corazón. Nosotros con nuestras precauciones, pensando en lo que mañana podríamos necesitar y por eso no nos vamos a desprender de todo, o pensando en lo que nos ha costado ganar aquello que tenemos que no vamos a despilfarrar.

¿Dónde está nuestra confianza en el Señor que tanto proclamamos con bonitas palabras? ¿Dónde está el desprendimiento de quien sabe que lo que tiene es un don que ha recibido y que se hará más hermoso cuando generosamente sabemos desprendernos y compartir? ¿Nos da miedo quedarnos pobres porque todo lo damos generosamente y sabe confiar en la providencia del Padre Dios? ¿No estaremos volviendo la cara para otro lado ante páginas del evangelio como ésta?

viernes, 4 de junio de 2021

Nos detenemos en las páginas del evangelio para contemplar y sentir como se desparrama toda la humanidad de Jesús en su ternura y cercanía

 


Nos detenemos en las páginas del evangelio para contemplar y sentir como se desparrama toda la humanidad de Jesús en su ternura y cercanía

Tobías 11, 5-18; Sal 145; Marcos 12, 35-37

‘Una muchedumbre numerosa le escuchaba a gusto’, termina diciendo hoy el evangelio.

Escuchar a gusto.  Sentirse a gusto. ¿Con quien nos sentimos a gusto en la vida? Son variadas las experiencias que podamos tener en este sentido. Como solemos decir todo el mundo no nos cae bien, con todo el mundo no nos sentimos a gusto de la misma manera. Tiene que haber algo que nos haga sintonizar con la otra persona. Claro que comenzamos por los lazos familiares, los lazos de la sangre, en nuestro hogar, con nuestros padres, con nuestros hermanos, con los familiares más cercanos. Nos sentimos acogidos y amados y de la misma manera mostramos nuestra ternura hacia aquellos seres que nos quieren y a quienes queremos.

Pero nuestra sintonía es más amplia, y ahí están los amigos, aquellos con los que de alguna manera quizás hemos convivido desde nuestros juegos de niños o aquellos que han ido apareciendo en el camino de la vida y con los que pronto entramos en sintonía por diversos motivos o razones. Algo que nos une, que nos hace entrar en comunión, algo que haya ido creando esa cercanía y esa amistad, que crea lazos de ternura en el corazón; compartimos ilusiones y sueños, sabemos caminar juntos respetándonos nuestras personales posiciones pero sintiendo que ahí podemos encontrar siempre un punto de apoyo en nuestra vida que no nos va a fallar.

Y así ampliamos nuestro círculo en el ámbito de la comunidad humana en la que vivimos porque nos sentimos respetados y valorados pero también porque sabemos descubrir cosas hermosas en el camino de los demás que nos enriquecen humanamente y nos hacen crecer como personas. Muchas consideraciones podríamos hacernos siguiendo este camino, que nos hace sentirnos a gusto en la vida, que nos llena de ilusión, que despierta esperanzas y lo mejor que llevamos dentro de nosotros mismos.

Pero volvemos al punto de arranque de estas consideraciones que nos hemos venido haciendo cuando escuchábamos que la gente se reunía en torno a Jesús y le escuchaban con gusto. Allí estaba derramándose con profusión toda la humanidad de Jesús en esa cercanía con que se manifestaba hacia todos, esa acogida y esa escucha, pero también esa palabra sabia que encendía corazones, que despertaba ilusiones y esperanzas, que les hacía soñar como algo ya cercano en ese mundo nuevo que todos ansiaban. Podríamos detenernos a contemplar esos gestos de Jesús y su mirada.

Es lo que vemos en Jesús cercano a los pequeños, a los pobres y a los humildes; ahí vemos a Jesús con un corazón abierto a todos y que a todos valoraba, fueran hombres o fueran mujeres, fueran pequeños o fueran ancianos, fueran jóvenes con los ojos brillantes de ilusión o fueran los que eran despreciados y discriminados por los que se querían sentir grandes y poderosos. Cuántos moldes se rompían, cuántas barreras se caían, cuántas costumbres convertidas en leyes de rutina se cambiaban.

Esa ternura del corazón de Cristo hacía que todos se acercaran a Jesús porque querían escucharle, porque querían sentirle a su lado, porque ansiaban aunque solo fuera tocar la orilla de su manto. Nadie se sentía lejano de Jesús y los que eran considerados como pecadores sabían que en Jesús iban a encontrar aquel gesto lleno de compasión y misericordia que les hacía levantarse de la miseria de sus pecados.

Venían de todas partes para escuchar a Jesús, para sentir que con su presencia sus corazones se enardecían y se llenaban de un calor nuevo porque comenzaban a comprender bien lo que era el amor cuando así se sentían amados de Jesús, que a nadie rechazaba y que a todos acogía. Se sentían a gusto con Jesús. En El encontraban siempre la misericordia y la paz. Mucho tendríamos que detenernos en las páginas del evangelio.

¿Será así como nosotros nos sentimos en su presencia? ¿Será ese el ardor de nuestro corazón cuando estamos en oración? ¿Con esa ansia y ese deseo queremos escuchar su Palabra y leemos la Biblia?

jueves, 3 de junio de 2021

Cuando el amor es la razón de ser de nuestro vivir que marca nuestra relación con los demás no estamos lejos del Reino de Dios

 


Cuando el amor es la razón de ser de nuestro vivir que marca nuestra relación con los demás no estamos lejos del Reino de Dios

Tobías 6, 10-11; 7, 1. 8-17; 8, 4-9ª; Sal 127; Marcos 12,28b-34

Todos buscamos o nos preguntamos de una forma o de otra qué es lo importante en la vida; de alguna manera es preguntarse por el sentido de su existir. Se preguntarán qué es lo que nos hace más felices o nos preguntaremos qué tenemos que hacer para realizarnos de verdad como personas, nos preguntaremos qué es lo que en verdad merece la pena en la vida o nos preguntaremos por el fin de nuestra existencia; qué somos o para qué vivimos, que sentido tiene lo que hacemos o qué es lo que verdaderamente nos hace grandes; a dónde nos lleva todo lo que hacemos o qué sentido tienen nuestras luchas muchas veces llenas también de sufrimientos y de agobios. Estamos preguntándonos por la razón de nuestro ser.


Todo eso se traduce en distintas formulaciones al hacernos las preguntas y detrás de todo eso está ya en cierto modo el sentido o la orientación que le estamos dando a nuestra existencia. El hombre creyente y religioso se preguntará para qué nos ha puesto Dios en esta vida, en este mundo, o nos estaremos preguntando en el fondo cuál sería el mandamiento que tenemos que cumplir para que se realicen esos planes de Dios. En el evangelio veremos quien le pregunta a Jesús por la vida eterna y lo que ha de hacer para alcanzarla o le preguntan a Jesús cuál es el primer y principal mandamiento de Dios, como hoy mismo hemos escuchado.

Aunque la respuesta se da con una formulación que nos ofrece la misma Escritura sagrada en el fondo se nos está respondiendo a esa pregunta expresada en formulas múltiples según hemos venido reflexionando. Y la respuesta va encaminada por el propio ser de la persona pero también por nuestra relación con Dios y con los demás. Esa forma de decirnos que el principal mandamiento es amar a Dios con todo nuestro ser, pero que el segundo mandamiento es amar al prójimo, pero que en el fondo nos está diciendo también que tenemos que amarnos a nosotros mismos, porque es de la misma manera cómo amaremos a los demás, nos está dando un sentido de nuestro ser, de nuestra existencia.

Dios, el prójimo, nosotros mismos. Que no es encerrarnos en nosotros prescindiendo de los demás, sino que nuestra grandeza está cuando sabemos hacer esta relación con todo sentido y con todo valor. Alguno podría pensar que amarse a sí mismo es solo buscar su propio bien porque solo buscamos lo que nos satisfaga a nosotros olvidándonos de los demás; por eso buscará poder o buscará riquezas, buscará placeres sin fin o buscará endiosarse a sí mismo, pero eso lo aislará, lo encerrará en su propio círculo y nunca alcanzará la más noble satisfacción para su vida.

Todo esto nos está diciendo como será el amor, y el amor en su sentido más profundo de lo que es amar, lo que verdad le hará feliz, lo que en verdad le hará grande, lo que en verdad le va a hacer alcanzar la mayor plenitud para su vida. No es verdaderamente feliz el que porque se ama a sí mismo se encierra en sí mismo, necesita de la relación, necesita del otro, necesita de Dios. Por eso Jesús comienza hablándonos de ese amor a Dios sobre todas las cosas, pero de ese amor a Dios en quien amamos necesariamente a los demás a quienes ya vemos como hermanos, y todo eso porque hemos sabido también amarnos a nosotros mismos porque como nos amamos a nosotros amaremos a los demás.

Amarse a si mismo sin entrar en relación con los demás, no es verdadero amor, porque el amor siempre es donación ¿y a quien nos damos si solo nos amamos a nosotros mismos? Eso sería encerrarse en un círculo, lo que es aislarse, lo que impedirá el desarrollar todo lo más grande y hermoso que tengamos en nosotros. Cuando así nos demos es cuando verdaderamente nos vamos a sentir felices, es cuando verdaderamente nos vamos a sentir grandes. Y todo en ese amor de Dios que nos envuelve y nos hace dar lo mejor de nosotros mismos.

‘No estás lejos del Reino de Dios’, le dice Jesús al escriba que había venido con las preguntas. No estaremos lejos del Reino de Dios si nosotros vivimos un amor así, en que reconocemos por encima de todo lo que es el amor de Dios pero lo traducimos en ese amor que tenemos al prójimo como nos amamos a nosotros mismos. Quien ama así estará siempre viviendo en sintonía con los valores del Reino de Dios.

miércoles, 2 de junio de 2021

Dios nos llama a la vida y quiere para nosotros una vida en plenitud, esa es nuestra esperanza y la trascendencia que le damos a nuestro vivir

 


Dios nos llama a la vida y quiere para nosotros una vida en plenitud, esa es nuestra esperanza y la trascendencia que le damos a nuestro vivir

Tobías 3, 1-11a. 16-17ª; Sal 24; Sal 24

Algunas veces podemos dar la impresión que vivimos una religión de muerte y no de vida. ¿Por qué me atrevo a hacer esta afirmación? Fijémonos como una gran parte de nuestra gente los actos religiosos que viven están más relacionados con la muerte que con la vida. Voy a Misa, te dicen algunos, porque la misa hoy es por mi padre, por ejemplo, y toda la referencia que hacen de la celebración es que quieren recordar y rezar por un difunto.

Ya sabemos como mucha gente no va a la Iglesia sino a un entierro de algún familiar o alguien conocido o a la celebración de la misa cuando es por un difunto en particular con quien se haya tenido alguna relación familiar, de amistad o vecindad. Hay quien tiene la expresión incluso de decir que reza a sus difuntos. Habría incluso que analizar si ese recuerdo religioso que se tiene del difunto es pensando en la vida eterna o es solo el recuerdo lleno de tristeza y angustia que podamos tener de él.

Hoy en el evangelio se nos presenta al grupo de los saduceos que no creían en la resurrección de los muertos. Y vemos las preguntas y planteamientos que le quieren hacer a Jesús sacando a relucir aquel ley del levirato por la cual si moría un hombre sin descendencia la obligación de sus hermanos era casarse con la mujer viuda para darle una descendencia; presentan el caso extremo de la mujer que llegó a tener siete maridos porque fueron muriendo uno tras otro sin dejar descendencia y los saduceos tratando de ridiculizar a los que creían en la resurrección se preguntan de quien será esposa aquella mujer cuando llegue el día de la resurrección.

Jesús les dice claramente que la resurrección no significa volver a vivir una vida semejante a la de la hora de este mundo, sino que es otra cosa. La vida eterna no es repetir la vida que hemos vivido en este mundo temporal sino que nos habla de una plenitud que vivimos en Dios. Y para aclararles que Dios no es un Dios de muertos sino de vida, les recuerda la formula tan repetida en la Biblia del Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob que era una expresión que reflejaba la fe del pueblo de Israel y Jesús nos dice no es un Dios de muertos sino de vivos.

Cuando vivimos nuestra relación con Dios no es solo por el temor, por decirlo así, de la muerte que podamos tener. Dios nos llama a la vida y quiere para nosotros una vida en plenitud. Ahora en el momento presente vivimos con nuestras limitaciones humanas y con las consecuencias del pecado, pero recordemos como Jesús en el Evangelio nos dice que quiere llevarnos con El. ‘Voy a prepararos sitio para que donde yo esté, estéis también vosotros’, les dice a los apóstoles en la despedida de la última cena.

Y para nosotros la muerte no es ese final irremediable donde todo ya se acabó para siempre, sino que tenemos la esperanza de ir a vivir en Dios, en la plenitud de Dios. Por eso ahora queremos vivir nuestro momento presente en amistad con Dios, en el amor de Dios viviendo con toda fidelidad lo que nos enseña Jesús en el evangelio, para que no haya esa ruptura con Dios y cuando nos llegue la hora de la muerte podamos vivir para siempre en esa amistad de Dios, en esa plenitud de amor de Dios. Nuestra relación con Dios no está motivada en la muerte sino en la vida, porque queremos vivir esa plenitud de la vida en Dios.

Creemos en la resurrección y esperamos la vida eterna. Son artículos de nuestra fe que profesamos cuando recitamos el Credo. Pero muchas veces por nuestra forma de vivir tan apegados a esta vida terrena parece como si hubiéramos perdido ese sentido de trascendencia y esa esperanza de vida eterna que nace de nuestra fe. Muchas veces parece como si solo nos interesara la vida del mundo presente; cuando pensamos en la muerte, con lo apegados que estamos a la vida terrena, nos llenamos de temor porque hemos perdido esa esperanza de la resurrección. Por eso esas amarguras y angustias ante la muerte, ya sea pensando en la propia que un día nos llegará o cuando tenemos que enfrentarnos al hecho de la muerte de nuestros seres queridos.

¿Pensamos de verdad que tras la muerte nuestros seres queridos se han ido a estar en la presencia de Dios para siempre? ¿Pensamos que un día cerraremos los ojos a la vida de este mundo para abrirnos a la plenitud del cielo, o sea, de la vida en Dios para siempre? ¿Nos preparamos acaso para ello?

martes, 1 de junio de 2021

Los que creemos en Jesús somos los primeros que trabajemos por la justicia, la verdad, la libertad, el bien de todos sin diferencias entre unos y otros porque nos sentimos hermanos

 


Los que creemos en Jesús somos los primeros que trabajemos por la justicia, la verdad, la libertad, el bien de todos sin diferencias entre unos y otros porque nos sentimos hermanos

Tobías 2,9-14; Sal 111; Marcos 12,13-17

Hay ocasiones en que nos encontramos en que nos encontramos en situaciones no fáciles de resolver, porque nos están pidiendo una respuesta o decisión sobre algo en que las posibles soluciones o respuestas pueden parecer razonables, pero nos encontramos enfrente gente con diversa opinión sobre el tema y aunque quisiéramos no podemos contentar a todos. Claro que en la madurez que se pide de nuestra persona y de la respuesta que demos se tiene que manifestar en una decisión libre y bien valorada que consideramos la más justa aunque sepamos que no todos van a quedar contentos. Nuestro justo actuar ha de pasar por nuestra propia responsabilidad y honradez para ofrecer lo que consideremos más justo, aunque nos cueste. Pero las situaciones se nos vuelven complicadas, y las decisiones se nos hacen difíciles.

Pero ya sabemos que en la vida muchas veces queremos nadar y guardar la ropa a la vez, queremos quedar bien, queremos contentar a todos y se pone en peligro la sinceridad y la honradez de nuestra vida. Recibimos tales influencias del entorno que se nos hace difícil la honradez de nuestra vida, la autenticidad con que hemos de actuar. Son muchos los intereses que se mueven en nuestro entorno en tantas cosas que quienes tienen responsabilidades serias en la vida se ven tentados fuertemente, y fácilmente podemos caer y entrar en esa terrible espiral de corrupción con la que se cocinan tantas cosas de nuestro mundo. Hoy hablamos muy fácilmente de transparencia en la gestión de las responsabilidades que se asumen, por ejemplo, en la vida social, pero bien vemos como siempre hay manera de ocultar y de dejarse arrastrar y manipular por todos esos intereses creados y la corrupción sigue mandando en nuestro mundo.

Me estoy haciendo esta consideración a partir de lo que hoy nos ofrece el evangelio. También querían manipular a Jesús, aunque este caso querían que se decantara en algún sentido porque de una forma o de otra podrían aprovechar para el desprestigio. Se presentan con buena cara e incluso alabanzas hacia Jesús reconociendo aunque solo fuera de boquilla su sinceridad y su honradez. Ya sabemos que detrás de las adulaciones siempre hay algún interés y alguna partida pretendemos sacar. Es el aprieto en que pretenden poner a Jesús con el tema de los impuestos y lo que eran las costumbres y leyes judías que se veían conculcadas por los romanos.

‘¿Es licito para un judío pagar el impuesto al Cesar o no?’ es la pregunta que le hacen. Ya conocemos la respuesta de Jesús, a la que también tenemos la tentación de darle nuestras interpretaciones a nuestro capricho. Esa inscripción – se refiere a lo que reflejaba la moneda del denario – es del César, pues ‘dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios’.

Una primera interpretación fácil de estas palabras de Jesús es decir que no podemos mezclar las cosas del orden temporal con las de índole religiosa. Si bien es cierto que no podemos convertir la religión en política ni que las cosas de orden político influyan o traten de manipular nuestros sentimientos religiosos, no significa sin embargo que desde nuestra vivencia de fe, desde nuestro compromiso cristiano nos desentendamos de las cosas de orden temporal.

Es más, tendríamos que decir, es que nuestra vivencia de la fe y nuestro compromiso cristiano nos compromete aún más con nuestro mundo, porque siempre tenemos que desear lo mejor, trabajar seriamente por lo mejor para nuestra vida y para nuestra sociedad. Y esos valores que nosotros queremos vivir y que constituyen el Reino de Dios se tienen que traducir en nuestro compromiso por un mundo más justo, un mundo donde reine la fraternidad y busquemos siempre lo mejor para cuantos vivimos en este mundo.

Los que creemos en Jesús tenemos que ser los primeros que trabajemos por la justicia, por la verdad, por la libertad, por el bien de todos donde todos nos sintamos hermanos y no hayan esas diferencias entre unos y otros. Es que con esos valores del Reino de Dios en los que creemos es como haremos un mundo mejor y un mundo donde todos seamos más felices, sin perder nunca la trascendencia que tienen nuestros actos y sin perder de vista que Dios estará siempre en el centro de nuestro corazón y si está Dios tenemos que tener también en nuestro corazón a nuestros hermanos los hombres y mujeres que habitamos en este mundo.

lunes, 31 de mayo de 2021

Las prisas del amor lleno de mil gestos de delicadeza para ir al encuentro con los demás con la certeza de que en ese amor está presente Dios

 


Las prisas del amor lleno de mil gestos de delicadeza para ir al encuentro con los demás con la certeza de que en ese amor está presente Dios

 Romanos 12, 9-16b; Sal.: Is. 12, 2-3. 4bcd. 5-6; Lucas 1, 39-56

El amor siempre tiene prisa pero está hecho de infinitos gestos y detalles de delicadeza. Quien ama de veras no va de pasivo por la vida; quien ama de veras no espera que otro empiece sino que buscará siempre la manera de ser el primero en servir. Pero la prisa en el amor no le hace descuidado sino delicado, buscando los mil detalles en los que puede servir.

Hoy ha comenzado el evangelio diciéndonos que ‘María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel’. No se puso a pensar en las distancias, que largo era el camino de Nazaret hasta las montañas de Judá; no se puso a pensar en si misma, en cuyo cuerpo comenzaba a gestarse el hijo de Dios que en ella se encarnaba; no se puso a pensar en las consecuencias que aquella marcha tan precipitada podía tener para sus relaciones con José con quien estaba prometida. La llamó el amor y se puso en camino de prisa. Sintió el impulso del amor y allí estaba ella para servir a su prima Isabel que también esperaba un hijo siendo ya muy mayor.

En este último día de Mayo, en un mes mariano por excelencia en la devoción del pueblo cristiano, la liturgia nos invita a contemplar la visita de María a su prima Isabel. Muchas pueden ser las cosas objeto de nuestro comentario, en los saludos de ambas mujeres, en la reacción de Juan en el seno de Isabel al escuchar el saludo de María, en las alabanzas de Isabel a la fe de María o en el cántico de alabanza y acción de gracias en que María prorrumpe inspirada por el Espíritu. En muchas ocasiones hemos comentado este texto del evangelio y nos hemos hecho muchas reflexiones.

Yo quería fijarme en las prisas del amor, como ya hemos comenzado comentando. ‘María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña’, resaltamos. Nos cuesta levantarnos, nos cuesta reaccionar en tantas ocasiones. Le damos vueltas y vueltas a la respuesta que tendríamos que dar ante las situaciones que se nos presentan y pensamos primero en nosotros mismos o en nuestras cosas y sopesamos excesivamente las consecuencias que nuestros actos podrían acarrearnos. Pero el amor, si es verdadero, tiene prisa siempre por manifestarse.

La primera lectura de la carta de san Pablo nos da unas pistas concretas para que se manifieste la autenticidad de nuestro amor. Ni hacemos las cosas por vanidad ni las hacemos como un fingimiento para aparentar; será siempre algo que salga de lo más profundo del corazón, ponemos corazón en lo que hacemos, ponemos toda nuestra ternura y nuestra delicadeza; por eso el amor no humilla ni al que ama ni al que es amado, porque quien ama sabe ponerse delicadamente a la altura de aquel a quien sirve y sabrá hacerle sentir el gozo de la valoración que hacemos siempre de la persona, de toda persona.

El amor llena de alegría a aquel que ama lo mismo que al que se siente amado; el amor es paciente pero sabe también encontrar el momento oportuno pero dándose prisa por servir con nuestro amor a quien se encuentra en la necesidad; el amor verdadero abre las puertas de los corazones porque primero que nada hemos sabido poner en nuestro corazón a aquel a quien vamos a servir y quien se siente amado al verse enaltecido se siente también movido a la generosidad. El amor verdadero elimina barreras y distancias porque quien ama se sabe poner al lado del amado tendiendo los puentes del amor y de la ternura. El amor se hace delicadeza porque nuestra preocupación no es de dar cosas sino que principalmente nos damos a nosotros mismos.

Hoy lo contemplamos en María en la visita que hace a la casa de su prima Isabel. Es la María que veremos en otro lugar del evangelio con los ojos atentos para descubrir donde hay una necesidad o un problema como lo hizo en las bodas de Caná de Galilea. Hoy nosotros como María queremos tener también esa misma prisa del amor, sabiendo además que con nuestro amor estamos llevando como María a Dios con nosotros pero reconociendo también que en aquel a quien vamos a amar nos vamos a encontrar a Dios.

domingo, 30 de mayo de 2021

Profesión profunda de fe y adoración y acción de gracias ante el misterio de Dios que se nos revela y disfrutemos el gozo de Dios que habita en nosotros

 


Profesión profunda de fe y adoración y acción de gracias ante el misterio de Dios que se nos revela y disfrutemos el gozo de Dios que habita en nosotros

Deuteronomio 4, 32-34. 39-40; Sal. 32; Romanos 8, 14-17; Mateo 28, 16-20

Buscamos a Dios. Decimos que la vida del hombre es una búsqueda de Dios. De alguna manera. Desde esas ansias de plenitud y de perfección que llevamos en nuestro interior, desde ese querer transcendernos para no quedarnos solamente en lo que podamos palpar con nuestras manos o la experiencia de lo que vivimos, desde esa aspiración que tenemos a lo grande no contentándonos con solo lo que podemos alcanzar con nuestras fuerzas, desde esos deseos de eternidad que nos llevan a aspirar a una vida sin fin y sin límites… caminos, podríamos decir, de nuestra búsqueda de Dios. Desde la antigüedad hasta los más grandes filósofos nos enseñaban que desde nuestra razón, desde lo más puro de nuestro corazón, incluso podemos llegar a vislumbrar el misterio de Dios.

Pero la maravilla es que Dios es el que busca al hombre y al hombre se quiere revelar. No nos deja solos en nuestra búsqueda que incluso podríamos errar sino que El viene a nuestro encuentro y nos revela el misterio de su ser. Qué hermosa la reflexión que se hace el sabio del antiguo testamento que nos habla de esa cercanía de Dio que viene a nuestro encuentro. Merece la pena recordarlo literalmente.

Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido, desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ¿hubo jamás, desde un extremo al otro del cielo, palabra tan grande como ésta?; ¿se oyó cosa semejante?; ¿hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del Dios vivo, hablando desde el fuego, y haya sobrevivido?; ¿algún Dios intentó jamás venir a buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas, signos, prodigios y guerra, con mano fuerte y brazo poderoso, por grandes terrores, como todo lo que el Señor, vuestro Dios, hizo con vosotros en Egipto, ante vuestros ojos?

Pero esta hermosa reflexión del sabio del antiguo testamento viene a encontrar plenitud de revelación en Jesús, Palabra eterna de Dios por quien se hizo cuanto se ha hecho, pero que es Verbo de Dios que planta su tienda entre nosotros. ‘Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien se lo quiso revelar’, nos dirá Jesús en un momento del Evangelio. Y es que en Jesús encontramos la revelación de todo ese misterio de Dios que aún en su cercanía como quiso manifestarse en el Antiguo Testamento se nos hacía inabarcable.

Será Jesús quien nos revele ese amor infinito de Dios y nos enseña a llamarle Padre; ese amor infinito de Dios que nos entrega a su Hijo el amor tan grande que le tenía al hombre para que así alcanzase la salvación; ese amor infinito de Dios que nos trasmite su mismo Espíritu para que nosotros podamos tener vida nueva y hacernos hijos de Dios. Es la maravilla de la revelación de Jesús, verdadero rostro de Dios y verdadera Palabra de Dios.

Cuando hemos culminado las celebraciones pascuales con la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, que celebrábamos el pasado domingo, hoy la liturgia nos invita a acercarnos al misterio profundo del Dios que se nos ha revelado. Un momento para hacer una profunda profesión de fe pero un momento también para sentirnos inmersos en ese Dios que es amor, pero ese Dios que al mismo tiempo quiere habitar en nosotros. ‘Vendremos a él y haremos morada en él’, nos había dicho Jesús. Y somos inhabitados por el Espíritu de Dios para vivir a Dios en nosotros.

Cuando en el bautismo hemos sido bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo significa que con nuestra fe hemos abierto las puertas de nuestro corazón, de nuestra vida, para que Dios venga a habitar en nosotros. Templos del Espíritu y morada de Dios, solemos decir para expresar ese inhabitar Dios en nosotros.

Si el sabio del Antiguo Testamento nos hacía considerar dónde ha habido un Dios que habitaba en medio de su pueblo como el Dios de Israel y que haya así intervenido en la historia de su pueblo, nosotros desde la revelación de Jesús podemos dar un paso más para considerar la maravilla de un Dios que quiere habitar en el corazón del hombre. Y aquí tenemos que considerar cómo nuestra historia personal es la historia del amor de Dios en mi vida.

Miremos nuestra historia personal con sus luces y con sus sombras y sepamos descubrir cómo Dios ha estado siempre presente en nuestra vida, aunque con nuestra ceguera tantas veces no lo hemos sabido reconocer. Sepamos disfrutar del gozo de Dios que habita en nosotros y llena nuestro corazón. Dejémonos conducir por el Espíritu del Señor que se hace presente en nuestros corazones.

Momentos para la profesión de fe y la adoración esta fiesta de la Santísima Trinidad, pero al mismo tiempo momentos para la acción de gracias en el reconocimiento de esa presencia de Dios en mi vida gozándonos de su presencia de amor. ¿No sería también momento de saber apreciar en el respeto y valorar la vida de los demás por cuanto también en ellos inhabita la presencia de Dios?