Cuando
el amor es la razón de ser de nuestro vivir que marca nuestra relación con los
demás no estamos lejos del Reino de Dios
Tobías 6, 10-11; 7, 1. 8-17; 8, 4-9ª; Sal
127; Marcos 12,28b-34
Todos buscamos o nos preguntamos de una
forma o de otra qué es lo importante en la vida; de alguna manera es
preguntarse por el sentido de su existir. Se preguntarán qué es lo que nos hace
más felices o nos preguntaremos qué tenemos que hacer para realizarnos de
verdad como personas, nos preguntaremos qué es lo que en verdad merece la pena
en la vida o nos preguntaremos por el fin de nuestra existencia; qué somos o
para qué vivimos, que sentido tiene lo que hacemos o qué es lo que
verdaderamente nos hace grandes; a dónde nos lleva todo lo que hacemos o qué
sentido tienen nuestras luchas muchas veces llenas también de sufrimientos y de
agobios. Estamos preguntándonos por la razón de nuestro ser.
Todo eso se traduce en distintas formulaciones al hacernos las preguntas y detrás de todo eso está ya en cierto modo el sentido o la orientación que le estamos dando a nuestra existencia. El hombre creyente y religioso se preguntará para qué nos ha puesto Dios en esta vida, en este mundo, o nos estaremos preguntando en el fondo cuál sería el mandamiento que tenemos que cumplir para que se realicen esos planes de Dios. En el evangelio veremos quien le pregunta a Jesús por la vida eterna y lo que ha de hacer para alcanzarla o le preguntan a Jesús cuál es el primer y principal mandamiento de Dios, como hoy mismo hemos escuchado.
Aunque la respuesta se da con una formulación
que nos ofrece la misma Escritura sagrada en el fondo se nos está respondiendo
a esa pregunta expresada en formulas múltiples según hemos venido
reflexionando. Y la respuesta va encaminada por el propio ser de la persona
pero también por nuestra relación con Dios y con los demás. Esa forma de
decirnos que el principal mandamiento es amar a Dios con todo nuestro ser, pero
que el segundo mandamiento es amar al prójimo, pero que en el fondo nos está
diciendo también que tenemos que amarnos a nosotros mismos, porque es de la
misma manera cómo amaremos a los demás, nos está dando un sentido de nuestro
ser, de nuestra existencia.
Dios, el prójimo, nosotros mismos. Que
no es encerrarnos en nosotros prescindiendo de los demás, sino que nuestra
grandeza está cuando sabemos hacer esta relación con todo sentido y con todo
valor. Alguno podría pensar que amarse a sí mismo es solo buscar su propio bien
porque solo buscamos lo que nos satisfaga a nosotros olvidándonos de los demás;
por eso buscará poder o buscará riquezas, buscará placeres sin fin o buscará
endiosarse a sí mismo, pero eso lo aislará, lo encerrará en su propio círculo y
nunca alcanzará la más noble satisfacción para su vida.
Todo esto nos está diciendo como será
el amor, y el amor en su sentido más profundo de lo que es amar, lo que verdad
le hará feliz, lo que en verdad le hará grande, lo que en verdad le va a hacer
alcanzar la mayor plenitud para su vida. No es verdaderamente feliz el que
porque se ama a sí mismo se encierra en sí mismo, necesita de la relación,
necesita del otro, necesita de Dios. Por eso Jesús comienza hablándonos de ese
amor a Dios sobre todas las cosas, pero de ese amor a Dios en quien amamos
necesariamente a los demás a quienes ya vemos como hermanos, y todo eso porque
hemos sabido también amarnos a nosotros mismos porque como nos amamos a
nosotros amaremos a los demás.
Amarse a si mismo sin entrar en
relación con los demás, no es verdadero amor, porque el amor siempre es donación
¿y a quien nos damos si solo nos amamos a nosotros mismos? Eso sería encerrarse
en un círculo, lo que es aislarse, lo que impedirá el desarrollar todo lo más
grande y hermoso que tengamos en nosotros. Cuando así nos demos es cuando
verdaderamente nos vamos a sentir felices, es cuando verdaderamente nos vamos a
sentir grandes. Y todo en ese amor de Dios que nos envuelve y nos hace dar lo
mejor de nosotros mismos.
‘No estás lejos del Reino de Dios’, le dice Jesús al escriba que había venido con las
preguntas. No estaremos lejos del Reino de Dios si nosotros vivimos un amor
así, en que reconocemos por encima de todo lo que es el amor de Dios pero lo
traducimos en ese amor que tenemos al prójimo como nos amamos a nosotros
mismos. Quien ama así estará siempre viviendo en sintonía con los valores del
Reino de Dios.
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