Profesión
profunda de fe y adoración y acción de gracias ante el misterio de Dios que se
nos revela y disfrutemos el gozo de Dios que habita en nosotros
Deuteronomio 4, 32-34. 39-40; Sal. 32;
Romanos 8, 14-17; Mateo 28, 16-20
Buscamos a Dios. Decimos que la vida
del hombre es una búsqueda de Dios. De alguna manera. Desde esas ansias de
plenitud y de perfección que llevamos en nuestro interior, desde ese querer
transcendernos para no quedarnos solamente en lo que podamos palpar con
nuestras manos o la experiencia de lo que vivimos, desde esa aspiración que
tenemos a lo grande no contentándonos con solo lo que podemos alcanzar con
nuestras fuerzas, desde esos deseos de eternidad que nos llevan a aspirar a una
vida sin fin y sin límites… caminos, podríamos decir, de nuestra búsqueda de
Dios. Desde la antigüedad hasta los más grandes filósofos nos enseñaban que
desde nuestra razón, desde lo más puro de nuestro corazón, incluso podemos
llegar a vislumbrar el misterio de Dios.
Pero la maravilla es que Dios es el que
busca al hombre y al hombre se quiere revelar. No nos deja solos en nuestra
búsqueda que incluso podríamos errar sino que El viene a nuestro encuentro y
nos revela el misterio de su ser. Qué hermosa la reflexión que se hace el sabio
del antiguo testamento que nos habla de esa cercanía de Dio que viene a nuestro
encuentro. Merece la pena recordarlo literalmente.
‘Pregunta, pregunta a los tiempos
antiguos, que te han precedido, desde el día en que Dios creó al hombre sobre
la tierra: ¿hubo jamás, desde un extremo al otro del cielo, palabra tan grande
como ésta?; ¿se oyó cosa semejante?; ¿hay algún pueblo que haya oído, como tú
has oído, la voz del Dios vivo, hablando desde el fuego, y haya sobrevivido?;
¿algún Dios intentó jamás venir a buscarse una nación entre las otras por medio
de pruebas, signos, prodigios y guerra, con mano fuerte y brazo poderoso, por
grandes terrores, como todo lo que el Señor, vuestro Dios, hizo con vosotros en
Egipto, ante vuestros ojos?’
Pero esta hermosa reflexión del sabio
del antiguo testamento viene a encontrar plenitud de revelación en Jesús,
Palabra eterna de Dios por quien se hizo cuanto se ha hecho, pero que es Verbo
de Dios que planta su tienda entre nosotros. ‘Nadie conoce al Padre sino el
Hijo y aquel a quien se lo quiso revelar’, nos dirá Jesús en un momento del
Evangelio. Y es que en Jesús encontramos la revelación de todo ese misterio de
Dios que aún en su cercanía como quiso manifestarse en el Antiguo Testamento se
nos hacía inabarcable.
Será Jesús quien nos revele ese amor
infinito de Dios y nos enseña a llamarle Padre; ese amor infinito de Dios que
nos entrega a su Hijo el amor tan grande que le tenía al hombre para que así
alcanzase la salvación; ese amor infinito de Dios que nos trasmite su mismo Espíritu
para que nosotros podamos tener vida nueva y hacernos hijos de Dios. Es la
maravilla de la revelación de Jesús, verdadero rostro de Dios y verdadera
Palabra de Dios.
Cuando hemos culminado las
celebraciones pascuales con la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, que celebrábamos
el pasado domingo, hoy la liturgia nos invita a acercarnos al misterio profundo
del Dios que se nos ha revelado. Un momento para hacer una profunda profesión
de fe pero un momento también para sentirnos inmersos en ese Dios que es amor, pero
ese Dios que al mismo tiempo quiere habitar en nosotros. ‘Vendremos a él y
haremos morada en él’, nos había dicho Jesús. Y somos inhabitados por el
Espíritu de Dios para vivir a Dios en nosotros.
Cuando en el bautismo hemos sido
bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo significa que
con nuestra fe hemos abierto las puertas de nuestro corazón, de nuestra vida,
para que Dios venga a habitar en nosotros. Templos del Espíritu y morada de
Dios, solemos decir para expresar ese inhabitar Dios en nosotros.
Si el sabio del Antiguo Testamento nos
hacía considerar dónde ha habido un Dios que habitaba en medio de su pueblo
como el Dios de Israel y que haya así intervenido en la historia de su pueblo,
nosotros desde la revelación de Jesús podemos dar un paso más para considerar
la maravilla de un Dios que quiere habitar en el corazón del hombre. Y aquí
tenemos que considerar cómo nuestra historia personal es la historia del amor
de Dios en mi vida.
Miremos nuestra historia personal con
sus luces y con sus sombras y sepamos descubrir cómo Dios ha estado siempre
presente en nuestra vida, aunque con nuestra ceguera tantas veces no lo hemos
sabido reconocer. Sepamos disfrutar del gozo de Dios que habita en nosotros y
llena nuestro corazón. Dejémonos conducir por el Espíritu del Señor que se hace
presente en nuestros corazones.
Momentos para la profesión de fe y la
adoración esta fiesta de la Santísima Trinidad, pero al mismo tiempo momentos
para la acción de gracias en el reconocimiento de esa presencia de Dios en mi
vida gozándonos de su presencia de amor. ¿No sería también momento de saber
apreciar en el respeto y valorar la vida de los demás por cuanto también en
ellos inhabita la presencia de Dios?
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